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09-10-2025 Notas

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Por Tomás Grieco

Winnicott solía pensar el desarrollo psíquico en términos de desarrollo de capacidades. Donde otros tal vez darían por sentada cierta capacidad, él pensaba en la misma como punto de llegada. Así, hablaba de la capacidad para estar a solas o para la inquietud por el otro, como procesos tardíamente adquiridos y que implican un alto refinamiento psíquico. Pero la idea de capacidad es algo que -como toda elaboración psicoanalítica posterior- ya se encuentra en la obra de Freud, cuando piensa en el amor.

La capacidad para amar es una idea potente en Freud. De hecho -y ésta es una afirmación tan asombrosa como alejada de cualquier intento de psiquiatrización del psicoanálisis- define a la neurosis como… la incapacidad para amar. Para Freud, enfermamos por no poder amar, y esta definición de enfermedad no es un capricho romántico, sino la conclusión necesaria de la introducción del narcisismo dentro de la teoría psicoanalítica.

El concepto de narcisismo se impone relativamente tarde en la obra de Freud, ya que, como él mismo aclara, en un principio la libido yoica quedó oculta para su observación. No por un descuido, ya que está claro que el genio freudiano lo llevaba a ser un observador descomunal. Sucede que la libido yoica quedaba oculta tras la libido objetal, y Freud debió desandar el camino de la investidura de objeto para eventualmente poder inferir lo que llamó narcisismo primario. Tal vez porque, en la Viena victoriana donde tiene origen el psicoanálisis, la capacidad para amar era una capacidad relativamente adquirida.

Freud considera que no existe una unidad comparable al yo desde el inicio, sino que se requiere de una nueva acción psíquica (es decir, debe haber desarrollo psíquico) para que se produzca el pasaje del autoerotismo a la elección de objeto. Pero supone un carácter displacentero inherente a la sexualidad infantil que empujaría de por sí al desarrollo. 

Sin embargo, Lacan advierte que no hay que presuponer ninguna relación de engendramiento entre una pulsión parcial y la siguiente. Para Lacan, el motor del desarrollo psíquico es el tropiezo, es decir, aquello que hace obstáculo al principio del placer, a la idea de que las cosas están al alcance de la mano. ¿Pero qué sucede en una época de inmediatez, en la cual las cosas se proponen al alcance de un click? Nos encontramos cada vez más ante una clínica de la constitución subjetiva, donde el inconsciente se encuentra a cielo abierto, no por tratarse de una clínica de la psicosis, sino por ser una clínica propia del proceso primario, regido por el principio del placer. 

Decíamos que Freud no supone una elección de objeto desde el inicio. Sin embargo, Melanie Klein propone de entrada una relación de objeto para el psiquismo. Pero llama la atención que en el caso Dick -uno de sus casos paradigmáticos- el obstáculo fundamental consista en que la relación de objeto… brille por su ausencia. En Dick hay retraimiento libidinal: es un caso que se caracteriza por la falta de interés en el mundo y en los otros que lo rodean. Dick no se relaciona emocionalmente con su ambiente, y su conducta carece de afecto. Por ejemplo, no se angustia cuando su niñera lo deja con Klein en el consultorio por primera vez.

La investidura de objeto tampoco se conserva en la fantasía, como Freud propone para la neurosis, sino que la pulsión es reintroyectada en el yo. Se trata más bien del cese de las fantasías y la formación de símbolos. Ese cese de la vida psíquica que lleva a una inhibición del desarrollo: Dick tenía cuatro años de edad, pero el desarrollo emocional de un niño de dieciocho meses. 

Así como Freud postula el Complejo de Edipo y la función paterna al comienzo de la era de la declinación del padre, Klein propone la relación de objeto como fundamento del desarrollo en un contexto en el cual la investidura de objeto ya no está garantizada. En este sentido, más que una petición de principio, la teoría de la relación de objeto se propone como una dirección clínica. Esto es algo a atender en una época como la nuestra, en la que las personas se encuentran cada vez más solas, interactuando con algoritmos o inteligencias artificiales que suponen un afuera pero que no dejan de ser retornos de sus propias creencias previas.

Detrás de la aparente falta de angustia en Dick, Klein ubica una intolerable angustia latente, que es la causa de la interrupción de la investidura de objeto. ¿Pero a qué se debe esta angustia? Klein responderá que es producto del sadismo, en tanto que fusión de la libido con la pulsión de muerte, con sus correspondientes expresiones destructivas en la fantasía. Dick presenta dificultades en la alimentación, y Klein supone en esto un rechazo a morder los alimentos, debido al sadismo que implica en la fantasía la trituración de los mismos. 

Tustin comparte esta observación, al afirmar que la fantasía en niños autistas de haber arrancado a bocados, los lleva a percibir un mundo constituido por cosas despedazas y rotas, con el profundo dolor que esto implica. Quienquiera que se anime a mirar a los ojos a un niño autista -dirá Tustin- admitirá que, detrás de esa aparente ausencia de afectividad, lo atenaza la pena. Klein tuvo el valor de analizar en Dick esa angustia, y es esto lo que la hizo una gran analista. ¿Y es que podemos pensar un psicoanálisis sin encuentro con el dolor psíquico?

Como afirma Spitz, el odio es una onda portadora. El odio es necesario para volcarse a la vida, y si no puede hacerse la experiencia del odio en la relación de objeto, entonces tampoco podrá hacerse la experiencia del amor. Como en Dick, hay que poder morder la vida para vivirla.

Es común encontrarse con niños -no necesariamente autistas o psicóticos- que, frente a sus propios berrinches, se repliegan en un rincón de la sala o el aula, muchas veces adoptando algún rasgo autoerótico como la succión del pulgar. Recuerdo a una paciente de 10 años que, al borde de esos estados, repetía para sí la frase: “no amo a nadie”. 

También el dormir, como desarrolla Freud, implica un retiro narcisista de las posiciones libidinales sobre la propia persona. Esto se observa en adolescentes retraídos con dificultades en hacer amistades, que se pasan los recreos durmiendo en el aula.

Pero narcisismo no es sinónimo de hedonismo. Si bien la posición narcisista se rige por el principio de placer, no debe perderse de vista el carácter paradójico de dicho principio: más que de vivencias placenteras, lo que se busca en este tipo de funcionamiento es la ausencia de displacer, entendido este último como el aumento de la tensión que produce la acumulación de excitaciones. Y llevar el aparato psíquico al mínimo de tensión equivale -según establece Freud con el principio de Nirvana- a la paz de los cementerios. 

En este sentido, Freud trata la estasis libidinal como problema. El egoísmo es necesario para la supervivencia psíquica, en tanto preserva de enfermar, pero finalmente las personas tienen que amar para no caer enfermas, porque la libido es como el agua: si se estanca, se pudre. En definitiva, hay pocas cosas que se padezcan más que el narcisismo, y se trata de pensar la capacidad para amar como dirección clínica, junto con el odio inherente a la relación de objeto.

* Portada: Aykut Aydogdu, 2021

 

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