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08-10-2025 Notas

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Por Juan Jorrat

“Aquí no quiero sarasas ni chimpancés”
Eduardo Mendoza

Hace unos meses, al finalizar la entrevista con el escritor Nicolás Márquez en su programa en Radio con vos, Ernesto Tenembaum y los periodistas que lo acompañaban coincidieron en que cuando lo escuchaban o lo leían estaban frente a una persona enojada y que destilaba odio a todo lo que consideraba progresista, de izquierda o con algún atisbo de esos espacios ideológicos. Una de las periodistas le preguntó a Márquez, intrigada: “¿Qué te conmueve, qué cosas te llegan al corazón, de las cosas cotidianas?” Los periodistas no podían creer las cosas que escucharon durante la entrevista, incluido lo que Márquez escribió en las redes: “Evito trompear con maricones como vos porque la confusión de sangre con invertidos contra riesgo de contraer HIV”. O también declaraciones del tipo: “Todos apoyaron ese proceso (en referencia al Proceso de Reorganización), desde el partido comunista hasta el propio partido peronista e incluso la guerrilla porque le era funcional”. Les parecía algo imposible no solo de decir sino de pensar, como si su entrevistado fuese un ser insensible e incapaz de tener alguna simpatía por algo o alguien, y hubiera llegado de un pasado frío y lejano.

En realidad, Márquez comenzó su carrera publicando artículos en la revista Cabildo, el último órgano de prensa del nacionalismo católico argentino, bajo la dirección de Antonio Caponnetto, con el que mantuvo una relación de admiración pero que, con el paso del tiempo, devino en un repudio mutuo. Resulta llamativo cómo este personaje creció y se nutrió al amparo de los hermanos Mario y Antonio Caponnetto, dos de los mayores escritores nacionalistas de la actualidad.

Márquez y Antonio Caponnetto se parecen en alguna medida: ambos están firmemente convencidos de lo que piensan y no ocultan su ideología, son beligerantes a la hora de tomar la pluma y necesitan un enemigo al que atacar. Sin embargo, el primero nunca ocultó su simpatía por el liberalismo y siempre mostró su admiración por Álvaro Alsogaray y el menemismo, así como actualmente defiende a rajatablas la gestión de Javier Milei. Por su lado, Caponnetto siempre militó en las filas del nacionalismo católico argentino, mostrando su rechazo tajante al sistema democrático, y atacó de igual manera tanto al liberalismo como al marxismo. Ambos autores se mantuvieron (y se mantienen) en sus treces sin dobleces ni desvíos de ningún tipo, y son francos en cuanto a lo que creen. 

Pero, ¿cómo fue posible que llagaran a estar del mismo lado en una publicación siendo que piensan tan distintos? ¿Qué los unió y por qué en la actualidad están enfrentados? Cuando le pregunté a Caponnetto cómo fue posible que un sujeto como Márquez llegara a Cabildo en el año 2003, me respondió: “Era un don nadie en aquella época, se presentó como una persona del Opus Dei que buscaba algún lugar donde pudiera publicar sus artículos, no tenía ningún espacio donde escribir y vino a nosotros”. 

Probablemente lo que los acercó fue la imperiosa necesidad que sintieron de discutir lo que había ocurrido durante el Proceso. No olvidemos que el primer libro de Márquez, La otra parte de la verdad (2004), trata sobre eso: desmitificar la versión de los setenta que entendían era oficial y que no había forma de contrarrestar. Así como el escritor nacionalista Ernesto Palacio publicó La Historia falsificada (1939), libro emblemático que ataca la versión de la historia liberal y sostiene una manipulación por parte de los historiadores, Márquez comenzó su carrera literaria y periodística atacando una versión de la historia que creía exclusiva y parcial. En ese punto, a Caponnetto y Márquez los unió el afán de mostrar otras versiones de los hechos que en los años de posdictadura eran difíciles, por no decir imposible, de ver publicados, debatidos o tenidos en cuenta. 

El humor como herramienta

Sin embargo, lejos de ser una persona con odio, Márquez es un provocador nato, que ataca lo que desprecia con sorna, ironía, burla y que busca permanentemente disminuir al objeto que trata. Sus diatribas se asemejan a las de un adolescente que busca hostigar al resto de sus compañeros y que necesita permanentemente humillar a los que no piensan como él. Permítase mostrar algunos ejemplos. En el libro que escribió junto con Agustín Laje y que se transformó en bestseller, El libro negro de la Nueva Izquierda, Márquez dice sobre el escritor y activista por los derechos de las minorías sexuales, Néstor Perlongher, lo siguiente: “A La Rosa Perlongher no había bergamota que le viniera en gracia. Promiscuo irrecuperable, drogadicto perdido, integrante de la secta afroespiritista ‘El santo Daime’ y comunista radicalizado…”.  En su biografía sobre Perón, por otro lado, también escribe: “Si bien siempre se supo que Perón tenía un impulso sexual desordenado y algunos autores le adjudicaron haber sido un homosexual esporádico al vincularlo con el boxeador americano Archie Moore (dato que a nosotros no nos interesa ni tampoco nos parece verosímil), sí nos limitaremos a confirmar su probada condición de estuprador, dado que esta sórdida corrupción del dictador para con la niña se exhibía en la intimidad gubernamental sin mayores tapujos.” 

En sus escritos abundan y sobreabundan esta clase de epítetos tendientes a mofarse de sus personajes, a tal punto que hace lo imposible por ridiculizarlos, fijándose con especial énfasis en la vida privada. Incapaz de contenerse, a la hora de hablar de sus adversarios es innegable que existe desprecio en sus análisis, ¿pero acaso su prosa no despierta más ganas de reírse que odio? Cuando Márquez busca ridiculizar a sus oponentes lo hace más con un afán de ocurrencia chabacano que el de pensar por qué dice lo que escribe. Es indudable que este bravucón pendenciero busca con fruición hablar de los temas que más cómodos le resultan: política y sexualidad.

De hecho, hay algo en Márquez que le impide desligarse del sexo y que lo asocia inexorablemente al humor. En el comienzo de su biografía sobre Ernesto “Che” Guevara, La máquina de matar, Márquez afirma: “Cuando Ernesto rondaba los 20 años, uno de los contertulios le reprochó escandalizado que mientras toda la familia comía en el hall de la casa, éste mantenía habitualmente relaciones sexuales en la cocina con la mucama Jacinta (que tenía 72 años de edad). Ernesto, sin inmutarse, disparó: «¿Y si no quién me va a lavar la ropa?»”.

La sexualidad como tópico está presente en todos sus libros, desde la biografía de Perón pasando por la de Hugo Chávez o Evo Morales, excepto en la última que escribió, sobre el actual presidente. Ahí no aparecen las indagaciones chismeras sobre la actividad sexual del biografiado. Misterioso silencio sobre un tema recurrente y que lo apasiona. No podemos soslayar, por otro lado, que al mismo Márquez le aplicaron las generales de la ley cuando desde los medios progresistas se puso el acento en la denuncia de abuso sexual contra su hija que realizó su expareja. Crasa ironía que el mismo tema del cual ama hablar en sus libros también se volviera contra él.

La ruptura

Luego de las públicas muestras de apoyo incondicional al actual presidente por parte de Márquez, las discrepancias entre los dos autores no iban a tardar en aparecer. Si bien es cierto que ya venían desde antes, dada las posturas liberales y nacionalista que tenían cada uno, en los últimos años las diferencias recrudecieron, Pero las diferencias no son solo políticas o de coyuntura, sino mucho más profundas. Márquez aseveró que existe algo llamado “caponnettismo”, una suerte de postura nacionalista que no entiende nada de lo que ocurre y que vive quejándose de la situación actual sin proponer cambio alguno. Baste mencionar dos obras célebres de Caponnetto como La perversión democrática (2008) y La democracia. Un debate pendiente (2014) para darnos cuenta de que el autor repudia la misma idea de democracia como algo antinatural e intrínsecamente corrupto. Caponnetto sería para Márquez un asceta, un monje, una persona marginal cuyas declaraciones y ataques furibundos al gobierno de Milei no tienen la menor relevancia puesto que estamos ante un trasnochado. Así, frente a la alegría y euforia que viene teniendo Márquez en los últimos tiempos, Caponnetto se muestra impasible. 

En la novela de Robert Brasillach Los sietes colores, se dice respecto a Hitler “que hay que mirar sus ojos. Y, sobre todo, la primera impresión, la más prodigiosa, subsiste: esos ojos son tristes”. Tal vez lo mismo podemos decir de Antonio Caponnetto, sus ojos cargan una angustia indecible por ser un espectador pasivo del paso del tiempo cada vez más ignominioso. Y aunque comparte cierta ironía similar a Márquez, no tiene la alegría de aquel en el combate. Es un profeta del pasado que no acepta a nadie del presente como un posible salvador y busca consuelo en la historia; nada lo conmueve y sabe que todo será para peor, por lo que la lucha es inútil, excepto en el terreno de las ideas, en el que con sus libros busca mostrar la decadencia de la modernidad, la democracia y todo lo que conllevan. Su doctrina política, su visión de la historia y la obcecación por los gobiernos autoritarios hacen de este pensador, que en un primer momento pueda parecernos indiferente a la soledad humana, un fanático admirable.    

El quiebre entre ambos escritores, por supuesto, no se dio por la activa militancia de Márquez en favor del actual presidente ni por señalarle a Caponnetto que “no entendía nada de política, que era un asceta”. Lo que ocurrió entre ellos, en cambio, fue el efecto de dos sistemas incompatibles. Casualmente, lo mejor que tiene Caponnetto es su intransigencia, su pasión, su cólera y su repudio generalizado a todo lo que aborrece, lo que hace de este autor que defiende causas perdidas un luchador impenitente que jamás aprobó ninguna adhesión a gobierno democrático alguno. 

Márquez triunfó: es un escritor de libros muy vendidos que le reportaron ingentes beneficios (al finalizar la entrevista con Tenenbaum contó que gracias a las ventas de su primer libro se pudo comprar un departamento de un ambiente) y logró reconocimiento tanto a nivel nacional como internacional, lo que le permitió posicionarse, llegar a más personas y que su figura no pase inadvertida. Caponnetto estará por siempre en las sombras, denunciando los males de nuestra época. Y lo que un día pudo acercarlos, no habrá sido más efímero que cualquier proceso histórico, volátil e inestable, pero que les permitió juntarse tan solo un momento por las meras circunstancias históricas. . 

 

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