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13-11-2025 Notas

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Por Pablo Díaz Marenghi

El 4 de noviembre pasado, el crítico de arte Rodrigo Cañete publicó en su célebre blog LOVEARTNOTPEOPLE un artículo titulado “Con el Premio Herralde para el Argentino Pablo Maurette, la Argentina encontró por fin su espejo ideal: un libro que la absuelve mientras la convierte en mercancía”. Así arranca: “Hay premios literarios que consagran libros y otros que consagran diagnósticos. El Premio Herralde 2025, otorgado a Pablo Maurette por El contrabando ejemplar, pertenece a la segunda categoría. No celebró una obra sino una coyuntura: la de una literatura latinoamericana domesticada por el mercado global, que convierte su melancolía histórica en capital simbólico”.

El texto es lapidario. Una crítica mordaz como pocas veces suele leerse en los últimos tiempos. Analiza no sólo la novela sino también lo que representa la literatura de Maurette según el criterio del crítico y el peso simbólico que implicaría su consagración con el prestigioso Premio que otorga la editorial Anagrama desde 1983. Varias cosas curiosas ocurrieron en la red social X luego de su publicación.

Primero, muchos acusaron a Cañete de no haber leído la novela. Cuando uno lee el artículo se evidencia claramente lectura (describe el argumento y personajes de la misma). El mismo autor se encargó via X de aclarar que había podido hacerse del material para leerlo y analizarlo. Seguramente se sospechó esto ya que los artículos periodísticos argentinos afirmaban que la novela “se publicará en diciembre”. Pese a esta evidencia, existe un manto de duda al respecto pese a las aclaraciones del propio Cañete. Integrantes del equipo de prensa de Anagrama consultados para la confección de este artículo afirman que la novela (tanto en ebook como en formato papel) recién estará disponible en España a partir del 26 de noviembre. El artículo de Cañete, tal cómo se comentó anteriormente, se publicó el 4 del mes corriente.

En segundo lugar, tal vez lo más curioso, varios tuiteros comenzaron a argüir que el texto había sido escrito con inteligencia artificial (!). Si bien es difícil imaginarse a Cañete utilizando prompts –más por una fidelidad a su personalísimo estilo ensayístico que por falta de pericia digital– lo cierto es que se advierten ciertas repeticiones de ideas a lo largo del artículo. Algo que puede atribuirse más bien a deslices de autoedición que a otra cosa.

Más allá de esto, incluso si en verdad utilizó chat-gpt para redactar o si no leyó la novela, lo curioso era que prácticamente nadie se encontraba debatiendo lo importante: el contenido del artículo. La patria tuitera parecía estar más preocupada por contarle los pelos de la barba al autor de Historia a contrapelo del arte argentino que a leer su texto, pensar y contraargumentar. Algo que, hoy por hoy, parecería ser más difícil que contabilizar tres pases seguidos en un partido de la Copa de la Liga.

En su artículo, Cañete define a Maurette como dentro de “la órbita del intelectual transatlántico: ese sujeto anfibio que domina los códigos de la teoría anglosajona sin perder el acento del sur”. Luego, el análisis que realiza puede ser sujeto de discusión, ya que le endilga a la novela simbolismos y cuestiones que pueden exceder a la propia literatura. Sin embargo, no está mal –y es una rareza en estos tiempos– que se dedique a problematizar sus operaciones retóricas y discursivas. Por ejemplo, comente que vale la pena preguntarse “qué operación ejecuta. Qué hace con la historia, con la idea de nación y, sobre todo, con la noción misma de literatura en tiempos de saturación y copia”.

Critica que la novela, en teoría, bajo una premisa narrativa alrededor de la idea de “cómo se arruinó la Argentina”, termina estetizando la cuestión. Explica Cañete: “Lo que Borges imaginó como gesto cosmopolita —la capacidad argentina de apropiarse de todas las tradiciones sin deberle fidelidad a ninguna— reaparece en Maurette como patología anunciada pero también internalizada. Pero en ambos casos, la historia material desaparece: el hambre, la clase, la sangre quedan fuera del campo narrativo”.

También traza paralelismos con el chileno Roberto Bolaño. Alguien que, si bien, por su errancia y su prosa mutante (entre española, mexicana y chilena) convirtió su español en una amalgama extraña digna de ser exportada y globalizada. Pero, se encarga de argumentar Cañete, “mantenía un filo anárquico, una voluntad de riesgo”, mientras que el castellano de Maurette en esta novela “suena limpio, neutral, casi sin modismos: un idioma desterritorializado, calibrado para circular sin fricción”.

Por último, arroja munición gruesa a la industria editorial (sobre todo a las majors, Penguin y Planeta a la cabeza) y al periodismo cultural devenidos en maquinarias de legitimación según el crítico. “El elogio se ha vuelto protocolo: la función del periodista cultural es tranquilizar al lector-comprador, no interrogarlo”, sentencia. Uno puede estar más o menos de acuerdo con dicha afirmación. Sin embargo, ¿no vale la pena al menos pensarla antes de indignarse o endilgar falacias ad hominem contaminadas por inteligencias artificiales?

“Anagrama, Alfaguara, Random House y otras grandes editoriales ibéricas operan como aduanas culturales. Seleccionan qué versiones de América Latina pueden circular y cuáles no. Lo “universalizable” es lo que no molesta: el fracaso, la melancolía, la ironía. Lo que queda afuera es el conflicto real, el cuerpo, la rabia”, dispara Cañete y concluye: “Lo que queda, después de leerla, es una sensación ambigua: admiración por la inteligencia del texto y malestar por su complacencia. Como si la Argentina —ese país que “pudo ser y no fue”— hubiera encontrado al fin su espejo perfecto: una novela que la absuelve mientras la exporta”.

Más allá de disparar a troche y moche, coincidir o no coincidir, lo más interesante del Cañete Gate fueron, cómo suele ocurrir, las esquirlas más que sus disparos. La peleita de Twitter (sí, porque esto fue más Twitter que X) consistió en concentrar esfuerzos por descifrar si había leído o no, si había usado chat gpt o no más que por dimensionar si sus argumentos eran válidos. El eventual engaño –esa es la parte más incómoda– no le quita valor de verdad, astucia, peso y valentía al texto. Me encontré con una gran cantidad de opiniones vertidas con ligereza de gente que ni siquiera se gastó en leerlo. Eso habla del lamentable estado del grueso de esa red social. Y de la crítica en general.

Leer un texto. Pensar. Contraargumentar. Casi una utopía en estos tiempos.

¿Acaso no existe una tendencia por prefabricar novelas latinoamericanas cual si fueran bellos paquetes exóticos exhibidos en algún free shop cultural para activar toda una maquinaria de premios, reseñas, concursos, simposios y la mar en coche? ¿No es, acaso, cada vez más atípico el encontrarse con una reseña negativa en algún suplemento cultural y más atípico aún que aquel autor/a se banque la crítica negativa y abra el diálogo? Se vivió una indignación que bien podría sintetizarse con una frase que solía repetir la pibeada que seguramente ya quedó en desuso: entró la balubi.

El debate, la polémica, incluso si su disparador es un engaño (¿Acaso la literatura no está llena de ellos?), puede enaltecernos. Como decía la gran Beatriz Sarlo (in memoriam), hacemos lo posible por evitar el conflicto cuando este, más bien, forma parte constitutiva del ser humano. Esto también es materia de análisis político. ¿Cuánto toleramos el disenso y la diferencia? ¿Cuánto nos cuesta salir de nuestro sesgo de confirmación, de nuestras zonas de confort? Eso habla también del estado catatónico de cierto sector del progresismo al observar los candidatos que vienen triunfando en las últimas elecciones.

Cañete ha sido motivo de innumerables polémicas. Ha sido cancelado, insultado y ninguneado. Pero rara vez sus pronunciaciones públicas no invitan a transitar zonas incómodas. ¿De eso no se trata, acaso, el pensamiento? Mientras tanto el crítico tuitea una foto nadando en aguas abiertas, en algún mar europeo, iluminado por el sol despidiéndose al atardecer y se ríe de todo lo que nos ha provocado.

 

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