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04-12-2014 Notas

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Por Adolfo Francisco Oteiza | Fotografía: Belén Oteiza.

«Me gusta ver semblantes tristes en tiempo claro
y alguna alegre risa oír entre los truenos…»

John Keats

 

I

En el apogeo de Capusotto (sí bien atraviesa un gran momento), la revista del diario Crítica le hizo una entrevista en la que entre las muchas preguntas que le hacían, y a las que Capusotto contestaba con sinceridad (o sea, dejando de lado su lado humorístico y tomando parte de su lado intelectual), le preguntaron, finalizando, cuáles eran sus autores favoritos. Capusotto nombró a cuatro. Nietzsche, Rimbaud, Baudelaire, Artaud. Y se anticipó a la cita de esos autores diciendo “solo los presos de la desesperación».

Es entendible en un actor y humorista esa respuesta, pero se puede desarrollar mejor. Si nos vamos a los griegos, por ejemplo, quitando la épica, tenemos esas dos famosas máscaras: la tragedia y la comedia. Y esto es todo un detalle de la personalidad, dado que la etimología de la palabra nos lleva a la palabra máscara, aunque mucha gente maneja las dos, como, por ejemplo, Capusotto, lo demuestra en su programa y en esa entrevista.

Hay muchas maneras de interpretar el humor. Dolina afirma que “el humor es colocar algo donde no corresponde” y Capusotto dice que cuando se cae un tipo no nos da risa la caída, sino la simulación que desata la vergüenza del caído.

II

Todo es comunicable, pero para ello hay que desarrollar la interpretación, y el humor en este aspecto resulta de lo mejor. La risa encuentra su contrapartida en el llanto o la angustia, de manera tal que no es extraño reír después de llorar, y no tanto viceversa.

Intento referirme a que la comicidad parte de la tragedia. La tragedia. Según Feinmann en sus talleres de filosofía en canal Encuentro la pregunta fundamental de esta disciplina es, «¿Por qué existe algo y no más bien nada?». Pregunta de Heidegger. Y es muy buena esa pregunta. Es una pregunta paradójica. Sirve como puntapié inicial para un debate filosófico, pero ni el mismo Heidegger logra contestarla con solvencia. Quien más parece acercarse a contestarla es Descartes con su Cogito ergo sum (Pienso, luego existo), y aunque sea una sentencia fundamental para la filosofía y el saber humano, también cabe destacar que es un abuso de la razón, porque suponer que «existe algo» va más allá de la razón, solo se necesitan sentidos, el alimento de la razón. Igualmente Descartes gana, porque sin pensamiento no existiría la pregunta de Heidegger. Imagino a un Nietzsche escéptico frente a esa pregunta, porque es la pregunta que debate la filosofía, lo que quiere decir que la filosofía le debe su razón de ser a la curiosidad humana. La filosofía de Nietzsche parte de la vida e intenta alejarse de misticismos (aunque en gran medida fue místico) o existencialismos (aunque toda la filosofía existencial se basa en Nietzsche). Y la pregunta de Heidegger es claramente existencial, y capital. Como anécdota, Machado, en «Juan de Mairena», nos refiere, con razón e injusticia (porque así no se debate), que Nietzsche fue un escapado de sí mismo.

III

Unamuno habla «Del sentimiento trágico de la vida». ¿Por qué el sentimiento trágico de la vida? Y, hay razones obvias (Oscar Wilde dice que «hasta lo cierto puede ser probado»). Los que no creen en la vida eterna y los que lo dudamos, que vendría a ser peor, sabemos por zorros muchas cosas desgraciadas. La primera es que nos vamos a morir, y de eso no se vuelve. La segunda es que, como dice Dolina en una entrevista con Fantino, también nuestros seres queridos se van a morir. Y la tercera es que quien sabe si tan solo el universo pueda ser infinito como para que quede algún recuerdo nuestro como consuelo ante la inexistencia. Probablemente ni la estupidez sea infinita. Y a mí me encantaría que la estupidez ingenua sea infinita.

IV

Pero la pregunta es, ¿Por qué Capusotto eligió cuatro desesperados? Y creo que la respuesta es bastante lógica, aunque nos hemos referido bastante a la tragedia. Nietzsche en tres apartados de «Así habló Zaratustra» (De la compasión, Del leer y escribir y El hombre más feo) cita una frase que por fin es de su autoría y es una de las más ricas de la filosofía y psicología universal: «No la ira; sino la risa mata”. O sea, lo que mata todo lo de “malo” que pueda haber dentro y alrededor nuestro se mata por el lado de la vergüenza. Artaud escribió gran parte de su obra en manicomios o centros psiquiátricos. La lectura de Rimbaud suele generar, además de momentos poéticos brillantes, pavor en quienes tengan una imaginación bastante vivida. Los últimos años de vida de Baudelaire fueron un poema de Poe, oscuros y tristes. Y una lectura fuerte de Nietzsche puede desencadenar patologías dormidas en la psiquis. Detrás de todo gran humorista (o filósofo, o persona que piensa, o mejor aún de todas las personas) hay una tragedia que pesa. Pensemos en Olmedo, por ejemplo. O pensemos en Robin Williams. O en otro campo en la locura de Nietzsche y Flaubert. Pensemos que, como titula un amigo mío reciente a su libro de relatos hay una «Breve fuga». Creo que el humor es eso. El humor es una breve fuga ante la fatalidad, que nos hace olvidar esa fatalidad.

Después de todo, como diríamos con mi grupo de amigos, «La risa de la desgracia». Y nos referimos a esa risa que sale de las entrañas cuando es tarde y hace frío y no tenés guita para el tacho y no pasa el 160.

Más nos vale reírnos, porque lo demás no vale la pena. Y mejor aún podríamos volver a pensar en la pregunta de Heidegger. Porque el estar parados en este mundo, aunque sea temporalmente, es, de momento, hasta que alguien nos demuestre lo contrario, un azar.

Capusotto cierra la entrevista citando a Henry Miller: «Hay que vivir sin esperanza, pero sin desesperarse». No estoy del todo de acuerdo, o por lo menos a cada uno le funciona una filosofía distinta; lo que sí nos debe funcionar a todos es la voluntad de risa. Sobre todo la risa para con nosotros mismos. Esa es la verdadera risa que mata.

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