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Por Estanislao López | Fotografía: Julieta Barbieri
No son pocas las veces que nos entristecemos por fracasar en el intento de recordar, querer retroceder mentalmente a un aroma, a un lugar, o a un rostro y no lograrlo, sean estos significativos o no tanto. Cuando por cantidad de intentos repetidos o por ímpetu no naufragamos y finalmente nuestra memoria vuelve a ellos, es probable que nos invada alegría, melancolía, nostalgia u otros sentimientos, según las particularidades del recuerdo. Quizás varias de esas prácticas que consisten en repasar momentos del pasado nos conviertan un momento del presente en placentero, como así de alentador y estimulante para lo venidero.
Es factible que el desatino se produzca si el propósito es mudarse de manera permanente a donde habitan esos recuerdos, recordarlo todo (por más grato que sea el recuerdo) nos impide de un presente, y lógicamente nos imposibilita de imaginar lo posterior.
Si provenientes de nuestra memoria aparecen de manera compulsiva numerosos recuerdos desagradables en forma casi simultánea no sería ilógico desear la eliminación de dichos recuerdos, o al menos la supresión del modo y sus características, entendiendo su expulsión como proveedora de un cierto alivio, como un instinto de supervivencia suplicaríamos que eso ocurra. Si nuestro ruego no causará el efecto deseado, seguramente se haría cuesta arriba poder seguir con nuestras vidas de una manera normal. En este caso, podríamos decir que querer el cumplimiento de esa suplica es racional, fundada y entendible.
Tal vez, lo que no sería lógico es intentar el destierro de todo recuerdo sólo por tener el carácter de desagradable, sin distinguir intensidad, es decir, pretender la destrucción de cualquier evocación no grata que nuestra memoria nos haga exclusivamente porque no nos generó felicidad. Si eso ocurriese, nuestra mente no estaría teniendo un fiel reflejo de lo que implica la condición humana, la cual se encuentra forjada tanto por vivencias placenteras como por otras que no lo son.
Recordarlo todo
En el año 1944 se publicó una colección de cuentos y relatos llamada “Ficciones” de Jorge Luis Borges, uno de los cuentos que aparece en el libro se titula “Funes el memorioso”. El protagonista del mismo es Ireneo Funes, nacido en Fray Bentos, Uruguay, en 1868. Esta persona tenía dos rasgos que definían su aspecto: siempre sabía la hora con exactitud sin necesidad de mirar el reloj ni el cielo, el otro rasgo característico en él era no darse con nadie. A los 19 años de edad Funes sufre un accidente, como consecuencia del mismo permanecerá para siempre inmovilizado en una cama, había sido derrumbado por un redomón (caballo que se está domando y todavía es arisco). En un primer momento perdió el total conocimiento debido al golpe, cuando lo recobró comenzó a ser capaz de recordarlo todo hasta el infinito, es decir, todo lo que vivía, miraba, soñaba o percibía se guardaba en su mente. No olvidaba ningún detalle del día, razón por la cual necesitaba de un día entero para poder recordarlo, su memoria era capaz de almacenar toda la historia del mundo, Funes supo decir “más recuerdos tengo yo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo”. Si bien se encontraba maravillado por su percepción rememorativa, tenía un problema de ocupación, el recordar tantos pormenores, tantos detalles, le impedía pensar, era casi incapaz de ideas generales, platónicas. Recordaba lo observado, pero además recordaba su propia percepción de lo mirado, Borges lo narra de la siguiente manera “no sólo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado”. El escritor argentino sostenía que, al fin y al cabo, Funes era carente de la capacidad para pensar, afirmando “pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos”. Ireneo muere de una congestión pulmonar en 1889, teniendo 21 años, con su memoria abrumándolo.
Recuerdo por encima de lo normal
1965 es el año de nacimiento de Jill Price, una mujer estadounidense que conmocionó al mundo de la ciencia cuando su caso salió a luz, la revista “Neuroscience” fue la encargada de publicarlo en 2006. Jill posee la extraña capacidad de memorizar tanto los grandes sucesos como los detalles más pequeños ocurridos en todos y cada uno de los días de su vida. Como los científicos han llegado literalmente a afirmar que jamás han visto nada igual propusieron un nombre para su condición: “síndrome hipertiméstico”, basándose en la unión de la palabra griega “timesis” (recuerdo) con el prefijo “hiper” (por encima de lo normal). Price supo confesarle al investigador de la Universidad de California Irvine que pasa todo el tiempo pensando en el pasado, también ha declarado “es como ponerse a ver una película que nunca acaba. Como tener una pantalla partida, estoy hablando con alguien y estoy viendo alguna otra cosa… Ahora por ejemplo estamos aquí sentados hablando… pero internamente pienso en algo que me pasó en diciembre de 1982, el 17 por ejemplo era viernes y empecé a trabajar (en un almacén)”. Según ella, para la mayoría de las personas esta característica es un don, contrariamente a eso la protagonista lo ve como un problema, dejándolo plasmado cuando dice “¡todos los días recorro mentalmente mi vida entera y eso hace que me vuelva loca!”. A pesar de todo esto deja en claro que si le dieran la oportunidad no cambiaría su condición, “atesoro todos esos recuerdos, buenos y malos… es parte de mi” sentenció la neoyorquina.
Olvidarlo todo
Jim Carrey y Kate Winslet protagonizaron en el 2004 la película llamada “Eternal Sunshine of the Spotless Mind (titulada “Eterno resplandor de una mente sin recuerdos” para Hispanoamérica y “¡Olvídate de mí!” para España). El argumento de la misma en partes se alimenta de “La hierba roja” y” El arrancacorazones”, dos libros escritos por Boris Vian. La película fue ganadora de dos premios Oscar en el 2005. Clementina (Winslet) tiene una relación difícil con su novio Joel (Carrey), en parte debido a sus personalidades casi opuestas. Después de una de sus tantas peleas, la impulsiva mujer decide recurrir a una clínica que se encarga de borrar los recuerdos que la persona desee, basta con llevar previamente todos los objetos sospechosos de recordarle al otro y de esa manera poder localizar las zonas en su cerebro donde se guardan dichos recuerdos y proceder a eliminarlos. Joel, al darse cuenta de esto, guiado por la desesperación, decide someterse al mismo tratamiento. Si bien en un principio parece una solución en la cual tanto ella como él podrán seguir adelante con su vida, no será así. A pesar de no reconocerse uno con otro, de no poder precisar lo que extrañan, sienten un vacío y una tristeza muy grande, en determinado momento de la película Clementina define la situación como “si estuviese desapareciendo”. Un médico de la clínica encargada de llevar adelante el tratamiento afirma que el mismo erradicaba el núcleo emocional de los recuerdos, esto resulta ser falso, en realidad las emociones permanecen y no logran borrarse. Movidos tal vez por la intuición, Clementina y Joel se encuentran en una playa, no se reconocen pero sin embargo se enamoran nuevamente, lo cual demuestra que el núcleo emocional no ha sido erradicado. El filme deja ciertos mensajes: los recuerdos no pueden simplemente convertirse en datos y erradicarlos, además resalta la importancia de los mismos en la formación de la identidad, por ultimo demuestra que la falta de recuerdos no nos deja más felices, sino más tristes que nunca.
Olvido voluntario
Roland Benoit (jefe del departamento de Neurociencia de la Universidad de Cambridge) publicó un estudio llamado “Mecanismos opuestos que apoyan el olvido voluntario de los malos recuerdos”, dicho estudio demuestra dos mecanismos cerebrales curiosamente opuestos que se activan muchas veces de manera simultánea. «El estudio aumenta la comprensión de cómo olvidamos voluntariamente. El primer mecanismo detiene el proceso de recordar. Intencionalmente se puede empujar la memoria de la conciencia. El segundo busca encender un nuevo recuerdo que trata de ocupar rápidamente la conciencia con un recuerdo más agradable» cuenta Benoit. Conociendo estos mecanismos se puede trabajar con los pacientes en diferentes ejercicios para lograr correr un recuerdo tortuoso. El neurocientífico también aclara «no creemos que siempre sea mejor intentar olvidar simplemente porque un recuerdo es desagradable. Algunas de las cosas negativas que nos sucedieron tienen que tener un lugar en nuestra vida y debemos integrarlas a quienes somos». Fernando Torrente es director de la carrera de Psicología de la Universidad Favaloro y describe a la memoria humana como un sistema dinámico y constructivo, «nuestro cerebro organiza y reorganiza de forma periódica la información almacenada en la memoria como un mapa, no sólo de lo que sucede, sino de lo que siente y de lo que cree. Con el paso del tiempo, algunos recuerdos dolorosos van perdiendo fuerza, no sólo porque los recordamos menos veces, sino porque cambiamos algunos de los matices de la situación» detalla Torrente. Además enfatiza «por supuesto, la idea de cambiar o atenuar recuerdos tiene un costado ético de extrema importancia. Nuestros recuerdos y nuestra memoria son parte esencial de quiénes somos. La idea de borrar recuerdos sin más, o de cambiar recuerdos negativos por positivos, va en contra de nuestra integridad psicológica. La persona debe ser el centro de la decisión».
Confianza en la memoria
Somos conscientes de que pasada cierta cantidad de tiempo los recuerdos se vuelven difusos, una suerte de neblina impide observarlos claramente. Se han fragmentados, se han vueltos intermitentes. Nuestra memoria se fue encargando paulatinamente de hacer este trabajo. Lo que subsiste ya no es ese recuerdo, es lo que nosotros hicimos con él, en esa mutación tal vez exageramos la felicidad otorgada por un instante determinado, o menguamos un dolor vivido. ¿Quién sabe en realidad si ese día fuimos tan felices como creemos haberlo sido?, ¿quién sabe si eso que hoy vemos como una diminuta tristeza no era algo aún mayor?, posiblemente la memoria nos esté engañando, y nos encontremos agasajando algo que no fuimos, o restándole injustamente trascendencia a determinada vivencia. Quizás lo correcto resida en abrazarnos a las percepciones que tenemos (sean erróneas o no), a lo mejor no esté mal creer en ellas. Aun sabiendo las factibles traiciones mentales, probablemente no sea un error conformarse con dichas traiciones y depositar la confianza en la memoria, al fin de cuentas, no poseemos más que eso.
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