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Por Federico Capobianco | Fotografía: Ezequiel Díaz
“mis prejuicios maté y nunca más los voy a desenterrar
comíamos hiel, vomitábamos sin descansar”
Extremoduro – Historias Prohibidas
I
Si hay una bolsa en la que nos podemos meter todos es en la de haber hablado mal de los demás, en la de resaltar errores o actitudes que nosotros no hubiésemos tenido. Aplicar nuestro punto de vista sobre el otro no sólo carece de tolerancia o respeto, sino que establece al nuestro como una verdad absoluta.
Cuando buscamos la palabra “MORAL” en el diccionario aparece, entre otras tantas definiciones, lo siguiente: “de las acciones o conductas de las personas con respecto al bien y al mal, o relativo a ellas.” Por lo que de algún lado deben surgir los parámetros morales que permitan juzgar como buena o mala una acción o conducta.
La moral es cultura. Cada individuo la adquiere de su entorno a medida que crece. Como todo lo cultural, la moral es creada, establecida y difundida en distintos sectores de la sociedad. Y como en todo campo de la cultura, los valores culturales surgidos desde sectores más poderosos son los que dominan y afectan nuestra forma de ver y valorar las cosas y las acciones, generando un “desarrollo moral” que incluye, por un lado, nuestra condición interna, y por otra, la externalización de la misma, muchas veces diferentes.
«El desarrollo moral es el aprendizaje de la conducta socialmente aceptable y la adquisición e internalización de las normas y valores transmitidos por las personas que nos rodean”. [1]
Además de la cultura oficial –educacional-, la religión es otra formadora de conciencia moral, y en un país mayoritariamente católico –como mayoritaria, dominante- su condición conservadora se transmite a la sociedad. Esta suma cultural establece un conjunto de creencias que aceptamos implícitamente y de las que no somos conscientes. Así, somos resultado y desarrolladores de fuerzas económicas, políticas y culturales que sólo buscan mantener el orden reproductivo ideal para que el sistema siga funcionando sin problemas.
II
“Yo soy yo. Tú eres tú.
Si por suerte nos encontramos será maravilloso.
Si no, no tiene remedio”
El creador de la frase es Fritz Perls, creador también, y principalmente, de la Terapia Gestalt. Lejos está mi capacidad de explicarla detalladamente pero hay conceptos característicos que ayudan a entender nuestro desarrollo moral.
Tres grandes corrientes psicológicas fueron creadas en el siglo anterior: Psicoanalítica, Conductista, Humanista-Existencial. Esta última se enfocó en el sentir, criticó a las dos anteriores de haber reducido a la persona a un mero objeto de estudio y ubicó al hombre en el centro de la piscología, considerando que, en principio, todos los comportamientos humanos son normales. La Terapia Gestalt es parte importante de esta corriente.
Para esta terapia existen mecanismos, llamados “resistencias”, a través de los cuales las personas bloquean la toma de conciencia sobre sus propias conductas. De las principales hay dos para rescatar: una es la “introyección”, mecanismo por el cual incorporamos, sin digerir, todos los mandatos que llegan desde el exterior y se actúa de acuerdo a ellos. Esos mandatos impiden la propia expresión, y al no digerirlos una persona puede encontrarse con mandatos opuestos y el intento por reconciliarlos puede contribuir a la desintegración de la personalidad. Su otra cara es la “proyección”, y es cuando la persona atribuye a los demás los atributos que rechaza de sí y se muestra absolutamente crítico e intolerante. [2]
El problema de todo esto se encuentra en lo difícil que nos resulta la autocrítica, en lo difícil que es pensarnos a nosotros antes de observar y cuestionar a la otra persona. Así, en ese cuestionamiento o juicio moral, lo que buscamos es justificarnos, convencernos de que lo que criticamos es cierto para sentir que lo que pretendemos es moralmente correcto.
III
Los medios de comunicación tienen un importante rol institucional a la hora de difundir y sostener tales parámetros morales y sus consecuentes prejuicios.
Está fuera de discusión que la televisión –como medio más consumido- supone para muchísima gente una fuente importante de información acerca de la realidad, por lo que la creación de imágenes de ciertos sectores o personas determinadas que se reproducen como verdaderas muchas veces difieren de la real.
El fenómeno de dictaminar el valor de actitudes o acciones de las personas, o de meterse en la vida de los demás, tiene su exagerada expresión en la zona chimentera de los medios de comunicación. Y es de público conocimiento que estos están centrados, en su mayor parte, en la vida de uno de los personajes nacionales más reconocidos mundialmente: Diego Armando Maradona.
Maradona surgió de los sectores bajos de la sociedad, demostró dotes futbolísticos e ingresó en la industria del deporte más importante del país y el mundo. Y fue el mejor. Lo que le permitió, como parte de la industria que más moviliza capitales, convertirse en millonario. Y como parte, también, de la industria más marketinera, ser personaje mundial.
Es decir, una persona de los sectores más bajos de un país ajeno al primer mundo llega a ser reconocido en todo el mundo. Lo que en una sociedad capitalista y liberal no se entiende porque las personas de los sectores bajos deben quedarse allí. El liberalismo sólo otorga libertades a los dueños de los sistemas productivos, a los demás los deja confinados a su lugar subordinado. Y esto es lo que genera irritación, no a esos dueños porque a ellos no les importa, sino al sector más conservador de la sociedad que no puede tolerar que una persona surgida de la pobreza se ubique por encima. Entonces hay que atacar. Y para este ataque hay dos formas: socio-económica o cultural-educacional. En la primera es imposible, Maradona se convirtió en millonario y no reniega de su origen. En la segunda es donde se amontonan sus detractores y donde aparece esa famosa definición, tan carente de argumentos, de “negro”: “como futbolista es buenísimo pero como persona es un negro”, es el famoso cliché. Lo trágico es que el discurso se expande, se hace eco de su contenido en los medios de comunicación porque Maradona es Maradona, y llega a los sectores medios y bajos de la misma sociedad, que lo incorporan.
Las críticas a Maradona por sus actitudes personales son incontables. Y seguido a cualquier comentario peyorativo aparece la palabra “vergüenza”: “nos hace pasar vergüenza”, “siempre nos hace quedar mal ante la prensa mundial”. Pero ese “mundial” es bastante acotado en realidad. En ese mundo no hay lugar para la prensa de cualquier país “sub-desarrollado”, y si pensamos que estamos hablando de Maradona, tampoco califica Estados Unidos debido a su casi inexistente relevancia futbolera. Por lo que esa prensa mundial se reduciría a la prensa europea. Y esto, que puede parecer un comentario simple, esconde toda una evolución histórica y cultural iniciada desde los primeros intentos de crear una conciencia nacional.
Existe un mito ideológico de un país blanco y europeizado que se formó a partir de la masiva inmigración europea fomentada por los gobiernos liberales del siglo XIX. Un poco por iniciativa nacional y otro –el poco más grande- porque los tanques europeos además de capitales (plata o manufacturas industriales) depositaban a sus habitantes que en su país de origen tenían un bajo nivel de vida. A Argentina le convenía la ecuación, no sólo era financiada por países europeos sino también recibía personas para paliar la escasez de mano de obra ante tanto territorio que empezaba a incorporarse al sistema productivo.
Lo que empezó a mediados del siglo XIX tuvo su impulso con la famosa “generación del 80”, un Estado oligárquico –cuando los ricos toman el poder- que prestó sus servicios a los estancieros criollos y los financistas europeos, principalmente ingleses.
Como la cultura dominante se gesta desde la política, es con esta generación cuando empieza a producirse una historiografía nacional y a difundirse en la escuela primaria. Además, los grandes diarios eran los encargados de difundir el optimismo en las nuevas políticas “que justificaban la gran propiedad territorial y las estratégicas inversiones británicas, presentando como un logro excepcional la europeización demográfica de Argentina.” Explica Carlos Tur Donatti en su ensayo sobre el tema.
Obviamente, es necesario aclarar, toda esta política cultural estaba gestada desde Buenos Aires que como lugar central en la vida del país tenía preponderancia sobre el resto.
Este mito europeizante, iniciado y mantenido por los sectores de poder a lo largo de la historia es la que hoy genera, en varias personas y sectores de la sociedad, la idea de que se debe quedar bien ante la mirada de los países dominantes, fundamentalmente porque se aspira a ser como ellos.
IV
Se supone que para jugar bien al fútbol no se requiere mucha formación intelectual. La formación académica de la mayoría de los jugadores lo demuestra. La pregunta es si eso importa. Si preferimos la capacidad de oratoria de, por ejemplo, Kun Agüero, o preferimos, como este mismo jugador declaró, que se guíe por el sol para saber si es marcado: “Si veo que la sombra viene de la derecha, engancho para la izquierda” declaró una vez a Revista Un Caño. Ahora, ¿Por qué le reclamamos al futbolista una capacidad intelectual mayor de la que requiere para jugar al fútbol? ¿Qué formación cultural queremos que tengan, o que tenga Maradona? O mejor dicho ¿para qué? “Lo que tienen que ser cultos son ustedes” le responde Dolina a una oyente indignada. ¿Y cómo definimos a la persona culta? La definición de John Powys encaja a la perfección: “La vida de una persona culta no se funda en el estudio de la filosofía sino en vivir el mundo de manera filosófica. Esta filosofía de vida no revela su poder al triunfar sobre otras sino que demuestra su validez mediante un triunfo secreto, estoico, que sólo cada cual conoce”.
O sea, que si el respeto a la personas es lo más importante podríamos decir que todos, absolutamente, la tenemos un poco adentro.
NOTAS
[1] Marchesi, A., «El desarrollo moral» (comp.) Psicología Evolutiva.
[2] Al que quiera entender más la Terapia Gestalt sin un estudio profundo se recomienda “Gestalt para Principantes” de Sergio Sinay y Pablo Blasberg.
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