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16-01-2015 Ficciones

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Por Estanislao López | Fotografía: Julieta Barbieri

El calor de Enero en Capital brota desde el asfalto, ahoga. Jimena camina con su bolso por Coronel Díaz. Son las siete de la tarde. Llega hasta donde se encuentra el charter que la llevará a Chivilcoy. Sube. Disimulando su angustia, saluda a unos conocidos. Se sienta. Con sus dedos -y una tinta imaginaria- escribe sobre el vidrio de una de las ventanillas “acto final”. Hace casi un mes, Manuel decidió que, después de nueve años, Jimena tendrá que continuar sus días sin él.

En su bolso -entre ropa, llaves del departamento, un libro de Artaud y esmalte para uñas- lleva un mundo donde sólo ella permanece habitando. Un mundo fundado a los diecisiete años con Manuel. Un mundo que ahora es ocupado por viajes a México que nunca se harán, por prometidos libros de poemas y fotos que jamás verán la luz, por posibles nombres para futuros hijos que no van a tener. Ocho de la noche. Jimena siente que una historia así merecía un desamor simétrico, es decir, al mismo tiempo. Pero tal suceso de justicia no suele ocurrir. Lo sabemos.

Jimena va a pasar el fin de semana en Chivilcoy. La compañía de su familia y de sus amigas, harán -en el mejor de los casos- que la tristeza con la que carga sea apaciguada. Estar ahí también implica que se acrecienten las posibilidades de cruzarse con Manuel. Imaginar ese momento le origina sensaciones hasta ahora desconocidas; una dicotomía de querer, en parte, verlo, y en parte, no. Más allá de eso, Chivilcoy le da esa paz que a veces extraña cuando está en Capital. Caminar más despacio. Sacudirse esa vorágine que Buenos Aires suele adherirle.

Jimena lee los mensajes que sus amigas le escriben en el grupo de WhatsAap. Todas coinciden en un mismo consejo: “tenés que olvidarlo”. Jimena no quiere olvidar. No quiere olvidarlo. Desea recordar. Desea recordarlo. Como si ese hecho de nobleza que implica acordarse va a ser registrado por Manuel, y de ese modo ser ella recompensada con la vuelta de él. Nueve de la noche. Jimena observa a su costado a dos personas besarse, una pareja ansiosa de llegar y poder tener sexo. Cierra los ojos mientras en su reproductor Loli Molina canta “A la próxima”.

Paula, su amiga más íntima, quien atravesó hace unos años una situación similar, le escribe por celular a Jimena: “Elegir el sufrimiento y no el olvido cuando alguien decide dejarnos no creo que sea lo adecuado. Hay que ser digna en el desamor, si bien no podés dejar repentinamente de extrañarlo, sí podés decidir no llamarlo por teléfono. Sé que no es fácil, pero intentá fructificar esa tristeza, transformala en algo que te mejore. Corré en dirección a otro pibe, buscá al que perdiste ahí, no busques abrazos que no te quieren. Sabés que podés contar conmigo, siempre. Te adoro”. Esas palabras a Jimena la calmaron, la alegraron, la esperanzaron.

Diez de la noche. El chárter llega a Chivilcoy. Jimena no paró de pensar en todo el viaje. Mira por el vidrio y escucha en su reproductor a un Spinetta que le grita “ya despiértate nena”. Jimena hace una mueca de sonrisa. Su cara se ilumina como la avenida Soarez que la lleva a su casa. Antes de bajar, vuelve sobre sus pasos y escribe sobre el vidrio de una de las ventanillas “acto inaugural”. Jimena olvidó en el asiento del charter un papel que escribió en el viaje, el chofer lo recoge y lee:

La súplica

Extraño. Demasiado. Extraño nuestro sexo adolescente. Inexperto. Torpe.
Extraño. Demasiado. Extraño nuestro sexo posterior. Maduro. De goce superior.
Miradas cómplices desenfrenadas -entre la gente- desbordadas de tensión sexual.
Guardo su cara de disfrute extasiado como nunca nadie la vio. Para siempre.

Oculto el deseo de un desamor programado, paralelo. Merecíamos eso. Valíamos eso.
Oculto el deseo de haber preferido que cometa una bajeza que precipite mi olvido.
Lo quiero recordar. Continuamente. Incesablemente. Perpetuamente.
Va a descansar sus miedos, sus incertidumbres, sus excitaciones encima de otra persona.

Los golpes a mi orgullo son mayores que los golpes de este charter.
Aún más oscura estoy yo que la ruta a sus costados.
Más veloz es este viaje que mi tiempo en olvidar.
También esto llegará a su fin.

Voy a estar bien. Una nueva mañana me esperará. Pensaré en Manuel y sonreiré.
Recordaré con alegría que supimos ser Napoleones prometiendo lo imposible.
Suplicaré que deje de fumar. Pediré que empiece a acostarse más temprano.
Descansaré mis miedos, mis incertidumbres, mis excitaciones encima de otra persona.

Me enamoraré de nuevo. Se enamorará de mí. Algún día me dejará. O lo dejaré.
Y así con otro hombre. Y así con otro. Y así.
Hasta que finalice este viaje.

 

 

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