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Por Adolfo Francisco Oteiza
“Nos da vergüenza no ser más ricos del corazón y de todo y también haber juzgado, de todos modos, a la humanidad más vil de lo que en el fondo es.”
Céline
I
En 1932 (un año antes del acceso de Hitler a la cancillería alemana y ocho antes de la ocupación nazi en Francia) se publica en París la primer, más reconocida y mejor novela del autor francés Louis-Ferdinand Céline: “Viaje al fin de la noche”.
Novela autorreferencial escrita en primera persona con un pesimismo misántropo humanista y prosa anti academicista, vívida y cargada de jerga y argot, lo que muchas veces dificulta su traducción.
Ferdinand Barmadu, un estudiante de medicina, con idiosincrasia juvenil, se enrola en el ejército para participar en la “Gran Guerra”. Durante la contienda es herido y descubre la atrocidad de los campos de batalla. Por la herida recibe la Medalla Militar. Ya sanando, para no volver a combate, se hace pasar por un insano mental y deserta rumbo a una colonia francesa subsahariana donde describe la civilidad de la misma, “… las hostilidades particulares y colectivas, interminables y descabelladas, se eternizaban entre los militares y la administración, entre ésta y los comerciantes, entre éstos, aliados momentáneos, y aquellos y también de todos contra el negro y, por último, entre negros”.
Tras este nuevo desengaño viaja, con una fuerte fiebre y en condiciones inhumanas, a Nueva York en busca de Lola, una enfermera norteamericana con la que vivió un romance durante la guerra, y el “sueño americano”, al que calificará “Descubrimiento del alegre comunismo de la caca”. Antes de volver a Francia, donde ejercerá la medicina en los barrios bajos de París, y donde también la novela alcanzará los más bajos instintos y primitivos del hombre, busca oportunidad en Detroit y contrae relación con Molly, una prostituta.
Si me atreví anteriormente a tildarla de humanista es porque la figura principal de la novela son los sentimientos humanos, y, como sabemos, éstos pueden llegar a ser despreciables. Céline lo demostrará más tarde.
II
Céline, entre 1937 y 1941, previendo la segunda guerra mundial, escribe unos panfletos de supuesta índole antibelicista. “Bagatelas para una masacre”, “La escuela de los cadáveres” y “Les beaux draps”. Si bien escritores de mayor estatura se han manifestado con desprecio hacia el judaísmo, ninguno alcanzó el énfasis de Céline y Ezra Pound, o sea, con tal odio que sus posiciones resulten irrevocables, como también cabe destacar que lo sucedido en la Alemania nazi fue un influjo europeo de siglos.
Los textos son extremadamente difíciles de encontrar aún en forma virtual, pero sí es posible recoger algunos fragmentos por personas que han tenido la oportunidad de leerlos. Hugo Salas en una excelente nota para Página 12 titulada “La mala conciencia de Francia” nos deja algunas citas como “En primer lugar, a partir de hoy mi crítico soy yo. Suficiente. Magníficamente…. Necesito organizar sin tardanza mi defensa. Necesito anticiparme a los judíos… ¡Todos los judíos! Racistas, hipócritas, cortos de luces, frenéticos, maléficos” o “Hitler no me miente como los judíos, no me dice soy tu hermano, me dice el derecho es la fuerza” y llama al judaísmo “encargado del oro del Diablo”.
Tras la liberación de Francia en 1944, estos panfletos, junto con las sospechas de colaboracionismo al Régimen de Vechy, Céline y su mujer huyen a un pequeño pueblo alemán (donde también se refugian colaboracionistas), luego de enterarse que hay recompensa por su captura vivo o muerto. Un año después, y con Céline ya en Copenhague, la Francia Libre dictamina su arresto por traición a la patria. Dada la presión francesa por su extradición es detenido por la policía danesa por colaborar durante la ocupación alemana. Año y medio después es liberado sin cargos por el estado danés. En 1950 es declarado “desgracia nacional” y se le confiscan sus bienes. Bajo el ala de una amnistía militar para los heridos en combate Céline logra el retorno a Francia gracias a su participación en la primera guerra mundial, instalándose en los suburbios de París, donde ejercerá la medicina y la literatura sin suerte, hasta 1961, año de su muerte.
III
En el año 2011, coincidiendo con los 50 años de su muerte, se reaviva el fuego al incluirlo en la lista de las Celebraciones Nacionales de Francia. El hecho generó gran controversia no solo en Francia, sino en todo el mundo, desde intelectuales reconocidos hasta foristas anónimos ofrecieron sus puntos de vista. ¿Se puede conmemorar a una persona que, por más que haya alcanzado la excelencia en su rubro, sé levantó en contra de los intereses de su patria, aún en los tiempos más duros? ¿Es posible desambiguar la figura de escritor genial, el cual jamás pidió disculpas, sea por temor o vergüenza, orgullo o convicción, con la del colaboracionista nazi? La presión de diferentes organismos de derechos humanos sobre el Ministerio de Cultura francés decidió que no.
A Céline nadie lo pone en duda como genio de las letras y uno de los escritores con mayor influencia del siglo pasado (después de Proust es el escritor francés más traducido), pero su enfermedad y odio, posiblemente, igualaban su genio.
Su influencia sobre la “genración beat” fue inmensa. Tanta, que Allen Ginsberg (de ascendencia judía) lo visitó en Francia. Tanta, que Jack Kerouac escribió estas líneas:
Pequeño poema sobre Louis Fredinard Céline
Donde el demente juega con sus fertilizantes,
Donde el cura loco aparece en la ventana cubierto de barro,
Donde el submarino derriba las paredes del editor,
Céline, Céline, Céline.
Etiquetas: Adolfo Francisco Oteiza, Allen Ginsberg, Céline, Ezra Pound, Francia, Hitler, Hugo Salas, Jack Kerouac, Nazismo, Página 12