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03-02-2015 Notas

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Por Estanislao López | Fotografía: Julieta Barbieri

Antes de abarcar plenamente la temática de esta nota conviene aclarar que para su lectura vas a necesitar dejar de lado, por unos minutos, la realización de tus actos cotidianos. Interrumpirte. Detenerte. Desechar ese frenesí que en nuestra vida diaria nos convierte en maquinas sincronizadas para efectuar esa sucesión de episodios habituales. Esto que resulta fácil escribirlo, no tiene la misma característica cuando de llevarlo a cabo en la práctica se trata.

Probablemente sea por eso que el 70% de los argentinos siente que el tiempo no le alcanza, según una encuesta de la consultora D’Alessio IROL. Teniendo en cuenta este dato duro podemos entender el por qué somos una sociedad impaciente y caótica donde no paramos de correr. Ahora bien, ¿qué es el tiempo? ¿En qué consiste “ganar” el tiempo? ¿Cuáles son los fundamentos para afirmar que se “pierde” el tiempo?

Forma lineal. La inversión como el camino al progreso

Si nos interrogáramos en cuál es nuestra forma de pensarlo, una posible respuesta sería señalar que estamos acostumbrados a reflexionarlo de forma lineal, es decir, como una línea. Convivimos con una idea basada en ir a lo largo de nuestra existencia ejecutando acciones para “el progreso”. Persistentemente estamos “invirtiendo” nuestro tiempo. Pareciese como si la vida es un tránsito en el cual nuestra inversión se basa en momentos para alcanzar un estado de madurez, entendiendo que alcanzado ese estado llegaremos a una supuesta “realización”.
Hay una directa conexión entre la idea de tiempo lineal con el tipo de valor, una cuestión productivista, como hemos dicho, de inversión.

Esta idea no es nueva. Debemos indicar que se fortalece en el cristianismo a través de la idea de la salvación, a saber: Dios creó al hombre, este pecó y por lo tanto tiene que redimirse, viendo al tiempo como la vía a dicha salvación. Posteriormente, esta idea de linealidad termina por ser funcional al capitalismo. En este caso, el tiempo lineal es una especie de cadena de montaje, donde nos vamos edificando a nosotros mismos como un producto. Si bien para nosotros hay que aprovecharlo, esta idea no es natural.

Objetivo y temporalidad. Término circular

El filósofo Paul Ricoeur hablaba de dos dimensiones al respecto: el “tiempo objetivo”, el cual se da más allá de los hombres, nos excede, nos transciende, pero por otro lado nuestra compresión de él se determina por nuestra conciencia y percepción del mismo, es decir, “nosotros somos tiempo pero el tiempo es más que nosotros”. La otra dimensión es “temporalidad”, la manera en que los seres humanos lo percibimos, el intento del hombre por tratar de hacer coincidir su temporalidad con el tiempo objetivo, sabiendo que este continuará sin nosotros.

En determinados momentos de la historia se supo pensarlo en términos circulares, para este enfoque el mismo no es rectilíneo, es circular, cíclico. En la circularidad no hay comienzo ni fin, es una secuencia infinita; no hay centro que organice y tampoco hay creación ni consumación. Los acontecimientos no son únicos, se repiten.

Perdida. La idea del “rato”. Los “tiempos muertos”

Es importante señalar que ese tiempo al cual denominamos “productivo” puede cortarse de a ratos, relacionándose con él desde otro lugar, de manera cualitativa. Seguramente, sería atrayente preguntarse ¿hubiese sido aprovechar el tiempo no hacer nada? ¿En qué consiste realizar algo que genera productividad? El tiempo se puede perder, dejar de aprovecharlo -en el sentido lineal- para empezar a perderlo.

El alemán Bernhard Welte proponía recuperar la idea temporal del “rato”, entendía que el mismo no llega a ser una cantidad de tiempo capaz de lograr hacernos sentir como si lo estaríamos perdiendo, lo que consigue es sustraernos de su medición, como si el rato no durará, como el tiempo escapándose del tiempo. Ahí no lo estamos cuantificando. Existen instantes que por sus características nos hacen tomar conciencia de nuestra existencia, Welte los llama “momento decisivo”. “Ahoras” que pueden lograr un cambio imprevisible en nuestras vidas debido a su poder de transformación.

Juan Tesone (médico psiquiatra) comenta que cargarse de actividades, estar continuamente en acción, puede ser la forma de escaparse de sí mismo o de no relacionarse con aspectos depresivos propios. Paradójicamente, los denominados “tiempos muertos” pueden ser significativamente vitales, instantes vacíos para que se pueda reflexionar sobre uno mismo, hacerse preguntas, dando en consecuencia posibles resultados fructíferos

La subjetividad en nuestra percepción. Suspender la linealidad

Puede entenderse al presente como el punto en donde se cruza el pasado con el futuro, cuando nos referimos al hoy y deseamos ponerlo en la realidad nos damos cuenta de que no es posible porque está siempre pasando, el presente siempre está partiendo, es indefinible, es móvil. Si vemos al pasado como algo ya sucedido, y al futuro como algo todavía no alcanzado, podríamos decir que tanto uno como el otro no existen. En este caso, el presente, el pasado y el futuro son una percepción subjetiva. El tiempo existe, lo que nosotros percibimos de él es subjetivo.

Darío Sztajnszrajber afirma la improbabilidad de lograr definirlo, lo cual no significa no poder pensarlo. El hecho de recapacitarlo consiste en tratar de frenar el presente y desplegarnos a lo que se nos muestra. Reflexionarlo desde la suspensión de su característica lineal, al margen de que el razonamiento binario lo incapacite.

Reparar en el tiempo no es sinónimo de estar perpetuados en recreos consumistas, se trata de suspender la linealidad, esa suspensión nos revelará que somos tiempo. Enlazarnos con las cosas desde lo inútil, o dicho de otro modo, realizar algo que no sirva para nada. Abandonar -más no sea por un rato- esa maquina adaptada para desarrollar nuestras sucesiones de eventos habituales. Es decir, interrumpirse. Detenerse.

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