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20-02-2015 Notas

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Por Estanislao López

La inauguración al escribir

Pocas semanas atrás, un amigo me hablaba -mientras tomábamos cervezas- en un bar de Chivilcoy, sobre el miedo paralizante que suele generar la hoja en blanco de Word y el cursor titilando a la hora de intentar escribir. Pienso que esa hoja en blanco puede compararse con una adolescente, la cual todavía no perdió su virginidad sexual. Si trazamos ese paralelismo, los tipeos realizados se convierten en una persona -un primer novio, tal vez- que viene a inaugurar algo, a ensuciar la pureza, a dejar una marca.
A ese mismo amigo, en otro bar pero también tomando cervezas, le pregunté si se consideraba un escritor, al responderme que sí lo interrogué con un “¿qué te lleva a afirmarlo?”, para lo cual me dijo “toda persona que escriba frecuentemente es un escritor”. Nobleza obliga, no estuve de acuerdo. Tal vez, no concordé con él porque siempre idealicé la figura de un escritor como alguien casi inalcanzable. Seguramente habrá quienes afirmen que con poseer el hábito de escribir habitualmente no alcanza para considerarse como tal, probablemente también haya quienes consideren que sí, como es el caso de mi amigo.

¿Por qué escribimos los que escribimos?

El núcleo central de esta nota no es intentar definir quién es escritor y quién no lo es, si no más bien plantear lo siguiente partiendo de un dato fáctico, tanto él como yo -más allá de hacerlo bien, mal, regular- escribimos habitualmente, ahora bien ¿por qué escribimos los que escribimos? ¿Cuál es el móvil que nos lleva a poner palabras en una hoja?
Lógicamente, hay para esa pregunta tantas respuestas como escritores, las cuales muchísimas de ellas no coinciden entre sí. Por ende, solo voy a citar algunas determinadas que considero atrayentes. Alejandro Dolina -quien supo ganarse un lugar de privilegio dentro del mundo del pensamiento y la literatura nacional- al ser consultado para indagar si sabía por qué escribía, respondió –citando a Roland Barthes- que las personas escriben para que las quieran. Uno está diciendo “no soy sólo éste que ve aquí, sino, además, esto que está escrito, por favor, quiéranme”, afirmando, además, una mayor importancia en el deseo de ser amado en comparación al de ser reconocido.
En un ensayo llamado “Por qué escribo”, George Orwell define su viaje personal a transformarse en escritor dando cuatro razones: el egoísmo agudo (“querer parecer listo, deseo de que hablen de uno, intentar el recuerdo después de la muerte”), entusiasmo estético (“deseo de compartir una experiencia que uno cree valiosa y que no debería perderse”), impulso histórico (“ambición de ver las cosas como son para hallar los hechos verdaderos y guardarlos para el futuro”) y propósito político (“aspiración de empujar al mundo en cierta trayectoria, de alterar la idea que tienen los demás sobre la clase de sociedad que deberían esforzarse en lograr”).
Por ultimo, Abelardo Castillo -al ser entrevistado debido al lanzamiento de su libro “Diarios 1954-1991”- dijo que esa clase de libros (los escritos en forma de diarios) no se escriben en un estado normal casi nunca, se lo hace cuando se está desesperado, triste o preocupado, nadie escribe en un diario diciendo: “hoy es un día precioso, me encontré la mujer de mi vida, hay un gran sol, estoy alegre”. Además afirma que en general da la sensación de que el autor es siempre un atormentado, pero en realidad no, sucede que estaba atormentado cuando escribió en el diario.

El disparo compulsivo de palabras para menguar tristezas

La tristeza puede considerarse un rasgo ineludible, el solo hecho de sabernos mortales produce que el ser humano -inevitablemente- tenga una convivencia permanente con ella. Si bien esto es una verdad irrevocable, no quita que se pueda hacer fructificar esa tristeza, convertirla en algo que mejore a quien escribe pero también a los receptores de esa escritura. El acto de pulir esa angustia deviene en un goce estético, que si bien posee características de amargura, no imposibilita que se lo pueda disfrutar. Puede verse a la escritura como una metodología en la cual -a través del disparo compulsivo de palabras- se transforme la desazón en un acto inventivo. Es decir, la angustia como argumento creativo.
Cada persona que escriba frecuentemente, o cada escritor diría mi amigo, debe tener sus móviles particulares que lo lleven a enfrentar la perplejidad producida por esa pagina en blanco con el cursor titilando, o bien a plantarse ante la vacilación generada por ese cuaderno con una lapicera que espera volcar chorros de tintas. Tomándome el atrevimiento de ser autorreferencial, confieso que yo descubrí mis móviles y un día intenso los plasmé en una hoja:

Motivos por los cuales escribo

Se escribe intentando advertir que a fin de cuentas la verdad es triste,
sabemos de la finitud, la olemos en cada esquina, no existe ese «bulto
de inmortalidad» que con toda lógica pedía Unamuno.
Se escribe queriendo gritar que miramos aún sabiendo que tal vez no
nos ven, se escribe por el deseo (antítesis de muerte), se escribe desde
la angustia, desde la desesperación, desde la resignación.
Se escribe con influencias «Nietzscheanas» buscando librarse de las
consoladoras ataduras de lo sobrenatural, se escribe cuando solo somos
meros espectadores, todo pasa lejos de nosotros.
Se escribe porque Borges afirmó que no somos lo que escribimos, somos
lo que leemos, se escribe marcado por los bares, por las plazas.
Se escribe por el placer del desarrollo, por el júbilo de la libertad sin Dios,
se escribe a lo perdido, se escribe para sentir (aunque sea por un instante)
que adquirimos la eternidad, se escribe buscando ecos, buscando el agrado
(aunque lo neguemos), buscando esa bendita maldita aprobación.
Se escribe porque a veces quisiéramos darle un abrazo a una canción, se
escribe con frío, con crudeza, con vergüenza.
Se escribe y sentimos que quedamos desnudos ante la multitud, se
escribe para no ahogarse, se escribe buscando la «deshollinación» que
presenciaba el doctor Breuer, se escribe para dudar de los que siempre
se ríen, se escribe para aclarar que además de acciones automáticas,
somos también estas líneas.

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