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16-03-2015 Notas

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Por Lucas Damián Cortiana

«El chamuyo cafiolo es una papa
cualquier mistongo el repertorio ñapa
y es respetao cuando la parla un macho»

(El chamuyo – Letra de Felipe Fernández)

 

El chamuyero es locuaz, elocuente, seguro, carismático, orgulloso, gracioso, líder de la manada. Se cree intocable e inalcanzable. Presume que su poder lo llevará a la gloria y que tiene todo lo que necesita justo en la punta de la lengua; sin embargo, desconoce una verdad fundamental y comprobada para lograr el éxito o si la conoce, su naturaleza no le permite adquirirla: el esfuerzo. El chamuyero tiene la certeza de que casi como en un acto mágico, su palabrerío y experiencia lo pondrán en la cima del mundo.

Este espécimen cuenta con distintas variaciones pero siempre se tratará de una misma raza. Busca protección en boliches sombríos (demasiadas luces podrían delatar su pícara mirada); su sitio seguro, el sofá dónde es amo y señor es el chiste rápido, el de la cultura general sin entrar en demasiados detalles, la extroversión, el comentario inesperado que hace olvidar todo una verborragia carente de sentido;  su auditorio favorito es el de púberes hambrientos de novedades, aventuras y experiencias extraordinarias que pueden ser ficticias en su totalidad o parcialmente reales de acuerdo al vuelo lisérgico que desee desandar;  su mundo (su inframundo) es el de las señas del truco, los blufs de póker, los conocimientos inútiles (pero necesarios) que se aplauden en ciertas gazapinas: la cerveza que se destapa con un cuchillo, el zippo siempre atento, el anecdotario del vagabundo. Ama que lo llamen por el diminutivo de su nombre, pero adora que lo llamen truhan, pillín, ídolo.

El chamuyo parecería, a todas luces, un invento argentinísimo como las alpargatas y el dulce de leche. El resto de los países latinoamericanos desconocen su significado y ni qué decir en la lengua anglosajona donde se bastardea cualquier vocablo “inusual” por peligroso e inmoral. En México la idea de un discurso o monólogo adornado con palabrerío barato es un “choro”, en Perú sería “florear” o en Estados Unidos donde lamentablemente lo más cercano que se puede hallar es “shit talk”, lo cual deja mucho que desear y es un insulto –literalmente- a la hora de traducir.

Sin embargo, el verdadero origen del “chamuyo” no proviene del lunfardo, sino del idioma caló, una variante del romaní. Dicho de otro modo, es un invento gitano. Y no es raro que esto sea así, los gitanos han tenido fama de “tramposos” y “embaucadores” desde que empezaron a caminar el mundo (perdonen los gitanos, pero a rigor de verdad cada cultura tiene su fama, bien o mal ganada y no desmerece a nadie un titulillo ganado en el devenir de los tiempos. Los hay con el mote de ladrones, haraganes, torpes o explotadores de países en vías de no desarrollo). Para un buen ejemplo de este renombre sirve recurrir a la siempre polémica RAE quien en su edición 2014, en la cuarta acepción de la definición de gitano lee: «Que se sirve de engaños y artificios para defraudar a una persona en algún asunto. Que intenta engañar a alguien con astucias y mentiras». En otras palabras: chamuyeros.

El escritor español Valle- Inclán en su serie de novelas El ruedo Ibérico ya hablaba de chamullar, circa 1927, adelantándose así a los malvivientes del Río de La Plata, que supieron utilizarlo tiempo después. La insistencia criolla en este caso es impresionante, porque si el “chamuyo” no nos pertenece, para que no queden dudas de nuestra insistencia por hablar inventamos el “vender fruta”, “versear” o “guitarrear”. Por eso, nobleza obliga (también cierto orgullo de pertenencia), más allá de la etimología y la historia, el chamuyo es universal, aunque parece emparentarse con Dios, en eso de que “está en todos lados pero atiende en Buenos Aires”.

 

El chamuyero de universidad. Un chamuyero jamás seguirá una carrera de ingeniería; las matemáticas no son su fuerte, no le encuentra sentido a la aritmética y tiene fobia a la química. Lo suyo, como se sabe, es el don de la palabra. Más aún, es el don del enredo, del “más es más”, de la acumulación de ideas, de incoherencias bien maquiladas, de la retórica de la distracción. La inexactitud lo hace fuerte. No se puede chamuyar en el ámbito de una operación matemática, los números exigen cálculos precisos, calculadores consientes y respuestas únicas. El chamuyero, casi como un acto reflejo, como si escrito estuviera en su ADN, se pronuncia por las llamadas humanidades: letras, filosofía, sociología… abogacía. De más está decir cuál es la materia prima de tales disciplinas. No hay Descartes ni Nietzsche ni Aristóteles sin chamuyo; no hay Cien años de soledad ni Arco Iris de Gravedad ni Divina Comedia (perdonen los ortodoxos) sin desvarías cósmicos. Nadie puede hacer carrera ni escribir diez mil páginas hablando de “lo que sea” si no tiene los elementos antes citado, principalmente una dosis sideral de persuasión y un auditorio dispuesto a obnubilarse.

A la larga, el chamuyero hace lo que hace por una razón. En palabras del poeta Norberto Ángel de Líbano Elorrieta, “quiero chamuyar en lunfa,/porque me siento bohemio,/milonguero y soñador”. Detrás de cada chamuyo hay un sueño, un intento de cambiar la realidad o por lo menos perfumarla, encontrar otras senderos para no decir lo que ya se ha dicho o ya se sabe.

El chamuyero de oficina.  Es el amigo del jefe, el encantador de secretarias. Desayuna con él (con ellas), hace los mandados en el auto de la empresa, tarda horas en regresar y siempre vuelve con el germen de alguna comedia. De algo tan sencillo y mundanal como comprar medialunas en la panadería de la esquina, moldea una historia atrapante e hilarante con situaciones básicas que sólo él es capaz de ver y lógicamente narrar: habrá borrachos y mujeres, habrá algún entredicho, posiblemente alguna guarangada y un final que propiciará la carcajada. Aunque todos conocen la fórmula, nadie hace la mezcla con tanta perfección como él. Nunca trastabillará en el relato; su improvisación parece en realidad, el guion corregido y editado de Seinfeld o Two and a half man.  También es amigo de sus pares. Es el que va al frente a la hora de hacer un reclamo a RR.HH., el de los post originales en Facebook, el de las cargadas al gerente, cargadas que todos piensan, nadie se anima a decir, pero que el chamuyero se encarga, a pura caradurez, de llevar a término.

El chamuyero de oficina: nadie sabe cómo llegó allí (todos saben cómo llegó allí), su curriculum delata poca preparación académica, nula experiencia laboral y una lista interminable de referencias.

El chamuyero mujeriego. De su lengua, básicamente crecen flores. Este es el chamuyero original, del que escribía Celedenio Flores, un romántico, un enamorado (“El cariño de una mina que me llevaba doblao/en malicia y experiencia me sacó de perdedor./ Otras veces salí seco a chamuyar con la luna,/por las calles solitarias del sensiblero arrabal…”). En este ítem en particular, importa tanto lo que dice como la manera en que lo dice. La velocidad, el ritmo, la frecuencia, las pausas… un acto sexual bah; el chamuyero disfruta el juego y lo reinventa a cada frase. Conoce de tragos, conoce al barman, conoce al DJ, sabe todas las canciones, es muy probable que haya estado allí la noche anterior y la noche anterior a esa. La chica no tiene escapatoria. Es una gacela plantada en una sabana desconocida. Aquí no es necesario que sea convincente, pero lo que sí hará la diferencia es el oportunismo. El chamuyero mujeriego construye sobre las ruinas de quienes lo precedieron. Hace uso de otra de las dotes que lo caracteriza, pues un buen hablador debe ser un gran escucha primero. El chamuyero es un buen hombro (también es un buen hombre, aunque vago, haragán y adepto al facilismo, es un buen hombre). Escucha, comprende, mira a los ojos, sostiene. Luego, con toda la información sobre la mesa, dirá unas pocas palabras justas que le hará ganar la confianza de la dama. No lo hace con intenciones depredadoras, el chamuyero realmente tiene interés en las vivencias de la gente que lo rodea, es una manera de alimentar su imaginación, de llenar su pañol con herramientas.

El chamuyero es el mejor de los yernos. Su suegra lo llama para pedirle consejos para enderezar a su hijo menor; para su suegro es un gurú de la mecánica automotriz, el Dalai Lama de la pesca, el nuevo Macaya del fútbol y el compañero ideal para ver películas de acción en TNT Nitro. El chamuyero acompaña su galantería con buenas acciones constantemente: aunque nadie se lo pida, él traerá el vino, preparará el fernet y ayudará a su cuñada a lavar los platos.

 

El chamuyero es un tipo normal, un hijo de vecino, un habitante más de la fauna que recorre las avenidas, pero a diferencia de otras especies, famosas por sus discursos falaces, malintencionados y maleantes, el chamuyero se hace querer con las boberías propias de un borrachín y la inocencia de un perdedor.

 

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