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04-03-2015 Notas

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Por Luciano Sáliche

I

Las clases altas tienen a las minas y los tipos más lindos. Silencio, largo y húmedo silencio. Luego gritos. Nadie parecía estar de acuerdo con la afirmación. El silogismo es básico y no tiene nada de opresor: si ustedes tuvieran mucho, mucho pero mucho dinero y la posibilidad de elegir entre una persona fea y una persona bella para amar, coger, tener hijos, compartir su vida ¿a quién elegirían? No hace falta que me respondan.

Sí, claro, también existen patrones de asociación menos materiales como son la personalidad, el carácter, los gustos e intereses en común. Los Estudios Culturales de la Escuela de Birmingham harían un paréntesis más que importante a la influencia de clase. También existen las delicadas satisfacciones consensuadas en el coito que muchos poetas berretas llaman tener piel. Y sí, también está el amor: esa energía extraña que conecta a dos personas como una fuerza de voluntad inexplicable. Quitando todas estas cuestiones –que son muchas al parecer- queda la simple y llana atracción física.

II

Lamento decírselos pero la belleza se trasmite por genética. Claro que la belleza es una construcción espaciotemporal y que la mejor solución para combatir esa desigual distribución es relativizarla e ignorarla pero nadie puede ir en contra del deseo. El deseo es un bagre nadando en la pecera del living; puede alimentarse con gránulos durante un tiempo pero luego mutará a tiburón y querrá carne… no cualquier carne… carne dulce, hermosa y deliciosa.

Todos deseamos y esa voluntad está guiada por una determinación: más allá de que ustedes quieran tener hijos hermosos, quieren tener sexo con gente hermosa. Pero el origen de la belleza genética se da a partir de los gametos, las células compuestas por un juego de cromosomas que se fusionan con el juego de cromosomas del gameto del sexo opuesto, cuando el óvulo de la mujer y el esperma del varón chocan en un big bang furioso mezclando la información que ambos portan. Información proveniente de los rasgos de los progenitores que fueron reproducidos por sus progenitores anteriores generación tras generación.

Ahora que todo el aparataje mediático encontró su nuevo señuelo con la película de Cincuenta sombras de Grey, desde aquí se puede aportar algo. La belleza de la actriz Dakota Johnson está atravesada por la lanza plateada de la herencia genética. Es la hija de Melanie Griffith (también del actor Don Johnson), fácilmente reconocible para los no cinéfilos por su papel en Un regalo para papá de la MILF que mueve sus rulos de oro y escote inocentemente prostibulario en una bicicleta de paseo. Pero la lanza sigue atravesando y toca a su abuela, Tippi Hedren, la rubia aterrada en Los pájaros de Hitchcock. La belleza de la actriz que interpreta a Anastasia proviene desde antes de su nacimiento, proviene de la herencia.

III

Desde Long Island, una isla perteneciente al estado de Nueva York que tiene la forma de un pescado europeo estrellándose contra Norteamérica, entrena diariamente Jen Selter. Tiene 21 años, es modelo de fitness y cuenta con un torrente de seguidores en las redes sociales que adoran, envidian y desean fogosamente su culo. El año pasado se hizo conocida por subir imágenes mientras entrenaba recomendando ejercicios y mostrando los resultados impregnados en todo su pequeño y fortificado cuerpo. “La mejor cola de Instagram” fue el título que le puso la prensa y que motivó a que hoy su cuenta tenga cinco millones de followers, una cifra superior a los que posee nuestra presidenta en una red social mucho más popular como lo es Twitter.

Hace unos días posteó una imagen donde dos mujeres, con una delicada ropa interior blanca, levantan los brazos, hacen ejercicios, muestran sus impresionables abdominales. Junto a Jen Selter, quien le seguía el ritmo, estaba su madre, de 47 años y un cuerpo difícil de diferenciar al de su hija, dejando por sentado que además del trabajo del fitness… la belleza es genética. Las palabras junto a la imagen sugieren que cualquiera puede verse bien, sólo hace falta “trabajo duro” más allá del peso o la edad y una chorrera de autoayuda que finaliza con una poderosa pregunta acusatoria: ¿cuál es tu excusa?

El corolario de esta familia se observa cuando uno ingresa a la cuenta de Instagram de Jill Selter, la madre de Jen, y ve una foto de la abuela: una mujer elegante y sofisticada, con los rasgos de una belleza que se transmitió de generación en generación hasta llegar a esta celebrity tan parecida a nuestra Magui Bravi. Cuerpos con la fibra y la delgadez suficientes como para transmitir además de sensualidad, voluntad.

Belleza 2

IV

Hay una frase del nefasto dueño de Microsoft Bill Gates que circula como flyer en los muros de Facebook. “Si naces pobre no es tu culpa; pero si mueres pobre, eso sí es tu culpa”. Es un razonamiento demasiado estúpido creer que el esfuerzo como elemento totalizador y desprovisto de cualquier habitus y contexto puede sacarte de la pobreza, sobre todo si ya eres rico. Así suele pensar esta clase que cree que forman parejas con personas bellas porque se las merecen. Merecer, merecer… ese verbo está demasiado sobrevalorado. Lo cierto es que la soberbia que predomina en las clases acomodadas tiene un sustento: los pobres quieren estar en ese lugar.

Hay un spot de Carlos Menem en su candidatura de 1989 donde aparecen muchas manos introduciendo sobres en una urna de madera. Diferentes voces pronuncian los motivos para votar al riojano. La primera dice: “Por los niños pobres que tienen hambre”. La segunda: “Por los niños ricos que tienen tristeza”. El remate se los dejo a ustedes.

Las ironías de la clase popular estadounidense son formidables, por ejemplo la de Homero Simpson cuando dice que el Señor Burns podrá tener todo el dinero del mundo pero hay algo que jamás podrá comprar: un dinosaurio. La justicia poética no es suficiente pero calma el resentimiento de clase para que no termine en masacre.

V

15 patadas de burro, 15 zancadas, 20 sentadillas… estos son algunos de los ejercicios que “la mejor cola de Instagram” recomienda en su sitio web para que las mujeres que la siguen puedan tener el culo tan parado como el suyo. Pero hay algo que no dice, algo que calla, algo que oculta, quizás por ingenuidad aunque seguramente haya un poco de egoísmo burlón. La belleza está afianzada a patrones genéticos que se transmiten de generación en generación y que, además, se impregna a los estereotipos culturales. Estereotipos culturales que varían por cada región aunque viviendo en un sistema exageradamente globalizado están entrelazados en un mismo modelo.

Si ustedes nacieron negros y vivieron el año 2000, la única forma de parecerse a Nick Carter o Birtney Spears es sometiéndose a las cirugías que se hizo Michael Jackson o esperar a que la época cambie y los rasgos que les tocaron se pongan de moda. O pensar en sus hijos. Ellos sí podrán ser rubiecitos. Sólo necesitan ganar mucho dinero si es que no provienen de una familia aristocrática –evidentemente no: son negros- y conquistar a una mujer o un hombre con rasgos realmente bellos. De esa forma sus hijos serán bellos y podrán procrear nietos bellos y estos a bisnietos bellos y así sus árboles genealógicos estarán atravesados por la lanza plateada de la belleza genética, la lanza plateada de la belleza de los ricos. Si eso es lo que realmente quieren.

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