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17-04-2015 Notas

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Por Adolfo Francisco Oteiza | Fotografía: Belén Oteiza

“¿A quién vas a culpar?
Fuiste un devorador
y un sacrificador dedicado.”
Indio Solari

 

Durante las últimas décadas se han manifestado con preocupación una o gran parte de los sectores intelectuales en base a la construcción de información, llegando, en algunos casos, a ser tajantemente reaccionarios, como si la noticia fuera nueva. Cabe decir a su favor que jamás hubo tanto exceso informativo como en la actualidad y es muy probable que el mismo no se detenga ni tenga mesetas. El problema central suele ser ¿Qué se consume?, pero en este caso hablaremos de ambas, o sea, ¿Qué se consume? y ¿Qué se informa?  Los temas a tratar serán las redes sociales y su formato totalizante y la sobreinformación y la marginalidad.

Redes y totalización -. Mucho se habla y se sigue hablando sobre quién decide lo que se consume. Si el último celular es una necesidad o se nos impone casi como una corrida bancaria. Probablemente ambas, porque no contar con un móvil con buen acceso a internet y WhatsApp, recluirse de las redes sociales y demás cuestiones tecnológicas de dudosa, en muchos casos, utilidad individual parece convertirnos en ermitaños. Digamos, como a la pasada, que quejarse de la globalización desde un medio tecno encierra grandes partes de contradicción, o, todavía peor, es un autoboicot contra uno mismo. Las empresas y las redes están inmunes ante tan liviano ataque púber. Llegaron, guste o no, para quedarse y continuar un camino evolutivo. Asusta tanto como agrada dado que todos vamos hacia ellas como cachorros al hueso. Lo curioso, en realidad no tanto, es creer que las redes son como ficciones cuando realmente son construcciones de realidad. Lo que leemos en Facebook o en Twitter, por citar los ejemplos más avasallantes, se incorpora como la noticia del Samurái cordobés o Nisman en nuestro cerebro formándonos opinión, y, al mismo tiempo, somos formadores de opinión. Juan Terranova afirma que las redes son una máscara, detrás de la de las redes hay otra máscara y que si nos quitamos la segunda queda la nada. De hecho, la palabra personalidad tiene su etimología muy arraigada al teatro griego. Oscar Wilde, si lo interpretamos correctamente, nos refería que las únicas personas profundas son las superficiales. Los sujetos nos constituimos en base a construcciones; esto es casi irrefutable, por lo menos en nuestra época, y sospecho que también en las pasadas, y aquí las redes juegan un papel preponderante. Sebastián Robles en una nota reciente en Revista Paco afirma que cuando nos entrometemos, por utilizar una palabra poco agradable, ya que forma parte del juego, en el muro de una persona de nuestro interés en cierta medida estamos hackeando sus gustos para de antemano conocerla mejor y utilizar con más gracia la trampa del diálogo, lo que no quiere decir que esté mal, sino que es solo una bondad que nos precipita nuestro tiempo; y aquí sí no hay arista que falte a la verdad. ¿Quién nunca se inmiscuyó en el muro de una persona para ver sus gustos, qué publica, de dónde es o de qué trabaja o qué estudia? Todo hay que decirlo. Esto facilita, en muchos casos, el conocimiento de personas valerosas y otras que no tanto. Sintetizando, las redes no provocan hermetismo, sino todo lo contrario. Si uno es fóbico, es fóbico con o sin tecnología comunicacional. Si bien las redes parecen ir en contra de las filosofías totalizantes, su funcionamiento no lo es tanto. Basta pensar en que quitando a unos pocos herejes nos engloba a todos, y si pensamos fríamente en la globalización qué puede haber más totalizante que la misma. Y las redes son su caballo de Troya. Son en varios puntos el útero al que adherimos sin casi consciencia. Podemos conjeturar, pero desconocemos completamente cómo nos afectará el avance de la tecno en las próximas décadas o años. A los más reaccionarios, entre los que muchas veces me incluyo, cabe decirles que es un formato ya incorporado en demasiadas cuestiones de tipo social, económico, político y literario. El futuro evolutivo de las mismas es incierto. Lo que es seguro, aunque quizás con momentos de desencanto, es que los sujetos lo acompañaremos. Es probable que no haya un hecho más significativo en los últimos años que esta proliferación de redes. A unos pocos pesos, desconozco los costos, el mundo entero conectado. Somos Ulises escuchando el canto de las sirenas y las sirenas al mismo tiempo.

Sobreinformación y marginalidad -. Las redes, también es cierto, han alcanzado una proliferación de información desconocida. Es su retroalimentación. En todo caso, quién se queje debe estar atento a qué consume. Ahí entra lo que uno considere importante a sus intereses. No hay por qué fumarse una conferencia de Lacan o de Chomsky como tampoco hay que conocer los últimos detalles de la novela de los Maradona. El límite, indiscutiblemente, es uno, sino caemos en el papel de carmelitas descalzas y el patético papel de víctima, porque no hay nada más desagradable que además de ser estúpido viciar con más estupidez nuestro cerebro. La información la escoge uno. Sobre qué se informa lo escoge uno. Por supuesto, se puede decir que no todo el mundo tiene la misma formación como para discernir entre lo que es pernicioso o no, si es que deseamos sustentar con moralidad la información, pero en cuanto más lo sigamos diciendo peor nos va ir, además de ser un gesto altaneramente soberbio que responde más a nuestros intereses particulares que a un altruismo desinteresado. Particularmente prefiero la frase de Goethe: “Trata a una persona como lo que es, y obtendrás lo que es, trátala como lo que puede llegar a ser, y obtendrás lo que puede llegar a ser”. Los medios de comunicación masivos (y no me refiero solamente al grupo Clarín, sino a cualquier corpus mediático influyente en una Nación o en el mundo) manejan un doble discurso, por ejemplo, en cuanto a las clases populares, pobres o menos pudientes. El mensaje es nos preocupamos por ustedes, pero ustedes solos no pueden. Esto es exactamente lo contrario a lo que afirma Goethe. Si boicoteamos cabezas manifestándoles incapacidad probablemente tengamos razón y aquí sí es donde vale frenarle el carro a los medios o a la ideología que esté sosteniendo eso. Si sufrimos un machaque constante de que los pibes solos no pueden, no van a poder. Por supuesto que muchas veces es necesaria asistencia y contención, pero el error está en creer que es gracias a la asistencia que alguien sale de la falopa o ve el mundo con diferentes ojos. Esa persona que lo logra, lo logra por virtud propia. Cada vez son más dudosas las canonizaciones. Sería bueno que los medios, todos los medios, en vez de marginar y generar odios solapados se dedicaran a bajar mensajes más claros, pero es un pedido de una inocencia absoluta. De tan repetido suena idiota, pero los medios, absolutamente todos, responden a sus intereses.

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Así como el dólar, junto al PBI mundial, es el patrón monetario, la información o lo que se impone como información es uno de los patrones poder en la actualidad. Las redes sociales en ese aspecto están para formarnos parte de ese patrón, de hecho involuntaria o voluntariamente lo somos. Bajo este sistema votamos todos los días aunque el mismo no se compute de manera oficial. Lo que decimos, escribimos, compartimos, etc. en las redes está altamente estudiado por cualquier corporación, Estado o gobierno, facilitando altamente desde estrategias de marketing hasta campañas políticas, y es esto lo que más asusta de las redes, el ser observados por alguien fuera de nuestro interés, evangelizando nuestras neuronas. Pero lo anterior dista mucho de que no podamos tener voluntad de transformación desde las mismas; por ejemplo, siendo cuidadosos y respetando nuestros gustos y decisiones, alimentando al Leviatán lo menos posible, y, al mismo tiempo, sin dejar de disfrutarlas, porque, más o menos, nos brindan a todos la capacidad de ser emisarios y, además, estar en contacto, una de sus funciones primarias.

 

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