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23-04-2015 Notas

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Por Luciano Sáliche | Pinturas: Till Rabus

I

Durante el siglo XX, Rusia no tuvo su Marilyn Monroe ni su Brigitte Bardot porque, básicamente, los mensajes que circulaban por las calles y los medios de comunicación eran los del Estado. Y un Estado comunista tiene la necesidad de politizar a su población, de contarle cuál es el rumbo imperialista, cuáles son los enemigos y cuáles los objetivos por lo que el sexo no tiene, a priori, un rol central.

En la Unión Soviética no había una industria de la publicidad ni una cultura pop como se la conoció en Occidente, por ello la sexualidad se vivía de una forma más bien íntima, controlada y no ostentosa. Pero esto no quiere decir que se disfrutara menos: el frío polar que surcaba las aberturas de los hogares congelaba tanto que no alcanzaba con echarle más leña a la salamandra soviética, entonces había que garchar. Con el desparpajo que sugiere la intimidad y con la necesidad animal de calentarse los huesos, había que garchar. Incluso antes de la Revolución Rusa de 1917, en la época de los zares, del Imperio Ruso, la cosa era peor. Luego de la revolución se produjo un sacudón de los esquemas: el fin tardío del feudalismo, la industrialización forzada del país, la migración de los campesinos a las recientes urbes y la idea concreta y ya no utópica de dinamitar las instituciones burguesas que oprimían al pueblo.

Hay un libro que puede graficar este rumbo de una manera mucho más exhaustiva que este texto. Lo escribió el médico endocrinólogo Mijail Stern, miembro del Partido Comunista, que no la pasó del todo bien. Tras ser acusado de recibir sobornos y envenenar niños, fue condenado a trabajos forzados en un campo de concentración. Lo liberaron en el 77 gracias a que Simone de Beauvoir montó una importante campaña de prensa exigiendo su libertad. Dos años después, en 1979, salió su libro en París llamado La vida sexual en la Unión Soviética donde narra su experiencia pero además hace un recorrido histórico de la sexualidad.

Por ejemplo, ¿quién iba a decir que en 1922 se iba a realizar una manifestación nudista a favor del amor libre? Hoy suena raro, hasta estúpido, pero en ese momento ni siquiera había nacido el hipismo en Estados Unidos y Rusia vivía un período de transición potente donde se reemplazaba al Imperio del Zar Nicolás II por una dictadura del proletariado, se llevaba a cabo un proceso complejamente colectivo que dejaba de lado las pulsiones individuales. Si bien la teoría de atacar el eslabón más débil de la cadena capitalista que elaboró Lenin había sido prácticamente perfecta, aún quedaban vestigios, y esos vestigios se cristalizaban, por ejemplo, en la manifestación nudista del 22.

En su libro, Mijail Stern realiza una crónica del momento contando que las mujeres caminaban de la mano en una connotación lesbiana y los hombres llevaban flores. Moscú estaba rara ese día, había algo en el ambiente, los ciudadanos miraban sorprendidos; era la juventud rusa que se cagaba en las tradiciones, en las reglas, incluso en el tufillo de somnolencia que se respiraba en aquel entonces, y también en los hippies estadounidenses que cuarenta años después empezarían a revelarse contra sus papis. “¡Amor! ¡Amor! ¡Abajo la vergüenza!”, gritaban en las calles cubiertas por algunos manchones blancos de la nieve. Quizás el frío no azotaba tanto pero de seguro el alcohol oficiaba de estufa interna.

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II

Imposible que ese día haya estado Lenin entre la muchachada. Un año antes su enfermedad lo recluyó hasta una casa de campo, lejos del fulgor político que él mismo supo encender. Aún se duda en si fue arteriosclerosis o sífilis lo que dio origen a su muerte en 1924. Pero me lo imagino al gran Vladímir Ilich Uliánov (Lenin) pararse sobresaltado de su silla al enterarse que unos cuantos chicos y chicas se paseaban desnudos por Moscú. Lo imagino sorprendido, intentando pensar qué carajo tenían en la cabeza esos pendejos para quitarse la ropa y exponerse de tal manera como si a alguien le importase sus cambios hormonales. ¿Acaso era tan grande la opresión durante los años del zarismo que ahora que habían logrado la revolución necesitaban quitarse la ropa para hacer una performance simbólica de la liberación? ¿O era el Estado Comunista el que reprimía sus ansias de libertad sexual? ¿Pero qué era eso de gritar “¡Amor! ¡Amor!”? ¿Qué carajo significaba eso?

“Le aconsejo que suprima en absoluto la ‘reivindicación del amor libre’. Prácticamente es una reivindicación burguesa, y no proletaria”, le escribió una vez en una carta a la escritora francesa Inés Armand. Para Lenin, la exploración desbocada del sexo era algo netamente individual y nada tenía que ver con la igualdad de derechos y condiciones para todo el pueblo. No concebía la idea de que un militante revolucionario que, mientras se esbozaban los lineamientos de batalla, le esté mirando el culo a una compañera o narre sus experiencias sexuales en una reunión entre camaradas en vez de discutir los pormenores de las reformas gubernamentales. Pero tenía sus motivos: Lenin era un romántico y creía que las relaciones amorosas se basaban en el respeto y la determinación. “El dominio de sí mismo y la autodisciplina no significan esclavitud; y ambos son necesarios para el amor”, continuaba en la carta. Es raro que un sujeto tan inteligente tenga esos pruritos a la hora de pensar la sexualidad.

Quizás, para entender mejor, habría que situarse en la figura de su esposa: Nadezhda Krúpskaya, una bibliotecaria artífice del modelo educativo soviético que usaba el cabello recogido en una cola, tenía la nariz algo respingada y una mirada tenue pero penetrante; en las fotos suele aparecer de brazos cruzados con una pose desafiante. Pero si hay algo que sobresale de su belleza de mujer son sus labios. Quizás allí esté la explicación –o en los placeres que estos brindaban- de porqué Lenin militaba el amor monógamo.

¿Qué pudo haber pasado cuando se enteró de la manifestación nudista del 22? Me lo imagino enojado, no lo concibo como un hombre capaz de enfadarse por situaciones como esta, aunque de seguro no le hizo gracia. Es probable que cuando haya leído el Pravda –el diario oficial de la URSS que fundó Trotsky en 1918- el día estaba recién atardeciendo y él permanecía en la galería de su casa, en el patio, mirando hacia un bosque que oficiaba de horizonte por donde el sol se escondía. Seguramente ebrio, porque ese día se permitió beber, y con el plus de algunas pastillas que tomaba diariamente para frenar el avance de su enfermedad. Me lo imagino loco, sobresaltado por la noticia y con un brote de excitación que lo llevó a quitarse la frazada que lo recubría, pararse de la silla, bajarse los pantalones y tomar y bambolear su miembro al grito de “¡Acá está el amor, pelotudos!”. Mientras Lenin gritaba con una socarrona alegría, su pija se sacudía con el movimiento de la mano. “¡Acá tienen mi amor, pendejos burgueses del orto!”

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III

Este martes, el 21 de abril del 2015, Lenin cumplió 145 años. No él, sino su cuerpo que permanece embalsamado (Trotsky se opuso firmemente a “semejante escarmiento medieval”, pero Stalin lo ordenó igual) en el Mausoleo de la Plaza Roja donde hasta el día de hoy permanece como una momia cultual donde millones de turistas lo visitan. El tipo era brillante, demasiado, tanto que el Estado, antes de embalsamarlo, extrajo su cerebro para someterlo a serios estudios. No existía persona en la Tierra que tuviera su genio. El Partido Comunista contaba con grandes cuadros pero ninguno con su inédita inteligencia.

El encargado de estudiarlo fue el neurocientífico alemán Oskar Vogt y la conclusión fue que el cerebro de Lenin tenía un gran número de células piramidales del córtex de tamaño inusual: eran enormes. Las investigaciones fueron publicadas en revistas especializadas pero luego de un tiempo los trabajos de este científico permanecieron como secreto de Estado. ¿Es posible que haya avanzado y encontrado la forma de agrandar esas células mediante medicamentos sofisticados en personas comunes? Si esto fue así, es lógico que el Estado haya preferido guardar los resultados. ¿Vogt habrá encontrado el método para alterar la inteligencia de forma positiva? Quizás no, quizás son sólo supuestos. O tal vez sí lo encontró y lo desarrolló de una manera tal que encriptó esos estudios para que, en algún momento, cuando aparezca un líder con las características similares a Lenin, sea retraído y aplicado a su cerebro. Y si se me permite continuar con la conspiración: ¿Vladímir Vladímirovich Putin, actual Presidente ruso, no sería el ideal?

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IV

Este fin de semana, la noche moscovita estaba estática y silenciosa. En el cielo negro no se divisaba ninguna estrella y las calles estaban desoladas. Un ruso cualquiera paseaba tranquilamente, quizás tenía insomnio o simplemente no podía conciliar el sueño y decidió salir a caminar un rato por la rambla junto al río Moscova y recorrer la ciudad hasta que el cansancio lo devuelva a la cama. Era tarde y los edificios permanecían oscuros. La arquitectura soviética sigue manteniéndose en Moscú pese al avance de las nuevas tendencias artísticas y al utilitarismo; se mantiene por su singularidad y por el recuerdo húmedo de esos años en que se disputaban el mundo con el enemigo capitalista. Y si bien la historia continuó, el protagonismo cesó y las etapas fueron sucediendo, un presente imperial se logra vislumbrar en la nueva Rusia, que ya no es la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas pero sí la Federación Rusa, el país más extenso del mundo.

El ruso caminante es un anónimo; no porque no tenga nombre sino porque lo que lo puso en boca de todos, bajo las lupas del universo fue lo que vio, más bien lo que vio el ojo de su diminuta cámara celular, esa fresca noche. En esa caminata, pasó junto al edificio del Consejo de la Federación, la cámara alta del Parlamento, lo que sería el Senado. Era muy tarde y la gigantesca mole estaba apagada, toda oscura, salvo por una ventana que tenía la luz encendida. En el golpe de vista hubo algo que no lo dejó satisfecho por lo que tuvo que volver a mirar. A lo lejos y en lo alto del edificio, unas siluetas se movían. Sacó su celular, puso la cámara, y apretó zoom. Un sujeto de pelo largo que parece ser una mujer está junto a la ventana, con las manos apoyadas. Detrás, un sujeto de pelo corto, que parecería ser un hombre, arremete violentamente. Sexo en el Parlamento ruso, titularon los medios.

“Yo no era el que estaba garchando en su Parlamento, señor Putin”, podría ser la primera oración que diga el hombre luego de quebrarse frente a la insistente mirada del Presidente ruso. Están en la oficina de la Presidencia, solos. El hombre es senador y fue delatado por gente de confianza de Putin. No sería nada raro, el Kremlin es demasiado personalista como para que esto se le escape al líder, al ex agente de la KGB. El senador se toma el tabique, presiona los párpados entre sí y emite un sonido de desahogo: sabe que fue descubierto.

Es de esperar que haya recordado aquel episodio en 2011 cuando un grupo de chicas encapuchadas denominadas Pussy Riot irrumpió la Catedral del Cristo Salvador. “¿Pero qué carajo quieren estas mujeres?”, se habrá preguntado, tan ocupado en cerrar tratados de comercio exterior e intercambio armamentístico. “¿Qué mambo tienen con la sexualidad?”, habrá dicho recordando también la manifestación nudista de 1922. Muchas imágenes le habrán aparecido en la mente cuando se enteró del funcionario degenerado garchando en el edificio público.

Lo imagino a Putin, con la firmeza que lo caracteriza pidiéndole a su interlocutor que lo mire a los ojos. La mirada del Presidente es dura y se intensifica. Segundo a segundo, se intensifica. El senador finalmente confiesa que la mujer que lo acompañó era una prostituta. Al igual que Lenin, Putin no tolera esas distracciones sexuales; no tolera que se pierda de vista el objetivo político de un país que quiere volver a la época de los imperialismos y conquistar el mundo por una simple calentura burguesa. Porque sabe que, aunque no estén en los tiempos de la Revolución y el enemigo capitalista no guarde misiles apuntando directamente al Kremlin, hay que estar alerta. Le dedica la última mirada al senador, que está hundido en la silla temblando de miedo, y le pide que se retire. Al cierre de esta nota, no se ha sabido quiénes eran los que estaban garchando en el Parlamento ruso. Tampoco se sabe si siguen con vida.

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