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Papá…
Sí, ya sé, pasaron varios días que no te escribo y mamá se preocupa. Pasa que estuve laburando horas extras, Pancho, el hijo de Tito, el arquitecto, el que ahora es mi jefe, me pidió que cubra a uno de los muchachos que está enfermo (una angina por el cambio climático) y no puede venir a trabajar por unos días, y me agarró a mí, ¿qué le iba a decir? A mí igual me conviene porque es más platita y acá tener platita es tener un boleto de acceso a más cosas pero el problema es que no tengo el tiempo para disfrutarla porque laburo todo el día. Al pibe que cayó en cama le dieron una semana de reposo y es probable que a varios más les pase porque la cuestión es que hace unos días que se vino el invierno, un aire fresco cubrió cada barrio de Buenos Aires como si fuera un papel film que empaquetó desde los edificios más altos hasta las villas más subterráneas con un frío invernal que se nota, sobre todo, por la mañana cuando salgo de la pensión; bah, cuando me levanto, en realidad ya se nota, cuando me destapo y mis pies descalzos tocan el piso de cemento, ahí siento que algo cambió, que el ambiente me pone más lúcido, que el pegajoso vapor de los colectivos ya no actúa como el aliento de un animal hambriento sino que ahora es una mugre sana, que te abraza, que te acalora y te calienta. Salgo temprano a laburar y el bondi está medianamente vacío, es temprano entonces agarro siempre un asiento. Miro por la ventanilla las mutaciones de la ciudad, esta metrópoli que se renueva con la llegada del invierno, del frío; los edificios parecen más sólidos y más tristes, la gente se abriga hasta las orejas, las minas no andan mostrando el culo pero su sensualidad no desaparece sino que toma una forma más sofisticada, más detallista, y no hay posibilidad de que nada se derrita porque el sol permanece en lo alto, chiquito, lejano alumbrando con mucha timidez. Y el frío en el laburo se nota mucho en las primeras horas, levantar paredes implica la ausencia de ellas, que no existen, por eso nosotros las estamos construyendo entonces el viento matinal te agarra de lleno y si no tenés una buena campera o un gorrito te congelás la ñata, las bolas, las patas y ahí te enfermás de toque. Y acá enfermarte significa que no te pagan. Pancho lo dijo muy clarito el otro día cuando se bajó de la camioneta (no sabés lo que es esa nave, pa) y nos vio a todos descansando en la media hora que nos tomamos para morfar, lo dijo clarito: yo no pienso pagarle al que no trabaja. Pero te contaba que la ciudad se está poniendo muy hermosa, el frío le queda bien, le queda como un vestido de esos que son más ajustados y pronuncian las curvas, así le queda a Buenos Aires el frío. Y cuando viajo en el 151 a Palermo y miro por la ventanilla cómo los rayos del sol calientan algunos pedazos de asfalto me acuerdo del pueblo, de las mañanas de invierno con los pájaros enloquecidos luchando contra el silencio de las plantas, entonces los extraño, pa. Todos los días un poquito los extraño, pero antes de ponerme triste, antes de que la nostalgia se vuelva tristeza, saco la mirada de la ventanilla y la pongo en mis rodillas donde siempre está abierto Final del juego, el libro de Cortázar que me diste cuando me vine para acá ¿te acordás? No sabía que la lectura podía calmar tanto, podía entretenerme de una manera tan profunda. Y esa concentración me devuelve a la infancia, cuando era chico, cuando vos nos contabas cuentos a mí y a la Vico. Y ese recuerdo me calma, me fortalece, porque me da la sensación de un pasado sólido y concreto y la certeza de que ustedes están allá, esperándome, en casa, pase lo que pase.
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6° Entrega
Etiquetas: Buenos Aires, Facundito, Final del juego, Frío, Julio Cortázar
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