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11-05-2015 Notas

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Por Estanislao López

Alguna vez Jorge Rial haciendo referencia a ciertos famosos y sus exposiciones dijo -en forma de metáfora- que él podía acompañar a alguien hasta la puerta del cementerio pero después se volvía. Eso parece decirle al acariciarle la espalda Jimena Cyrulnik a cada participante de Gran Hermano 2015, momentos previos a ingresar estos en la casa. Fue ella misma quién dijo -después de haber pasado una noche ahí dentro junto a otros periodistas- “me sentí una rata de laboratorio” y también que “era una cosa muy psicótica”.

Protagonistas

Paralelamente a que Rial daba a conocer la historia de cada uno de los integrantes del juego, en Twitter se daba también otro ejercicio lúdico: manifestar las preferencias por alguno de ellos. No hubiese llamado la atención si las predilecciones se hubiesen dado por Eloy Rivera, ya que es un tuitero con 538.000 seguidores. Sin embargo, en esas declaraciones de 140 caracteres el ganador fue Brian, quién también fue el primero en entrar a la casa. De 25 años, proveniente de La Matanza, utiliza un léxico distinto a los demás, se muestra menos cool en comparación al resto, por momentos uno sospecha de una sobreactuación en ese intento por diferenciarse. Expresa tener como uno de sus objetivos ayudar a su familia, principalmente a su hermano discapacitado, y saber si es él el padre biológico de un nene. Brian se reconoce de clase baja, de chico su padre además de golpearlo, lo llevaba a robar, hasta que lo abandonó. Tal vez ese pasado duro sea el motivo por el cual en Twitter generó una cierta empatía. Algunos rasgos de su vida hacen recordar a Diego Leonardi (ganador del Gran Hermano Famosos en el 2007, quién -paradójicamente- se hizo reconocido en los medios por quedar a un paso de la final en la edición anterior): un pasado vinculado a la delincuencia, y con determinadas carencias en la infancia.

A fines de Julio del 2003, Camila Cortese (con 15 años) y su hermana gemela fueron violadas, y posteriormente amenazadas a través de una pintada con que iban a volver a violarlas. Días después en la tapa de Clarín se mostraba un reclamo de centenares de vecinos de Haedo por esas dos violaciones más otra sufrida por una amiga de las gemelas. Hoy, con 27 años, Camila entró a la casa con el objetivo de contar su drama para ayudar a las chicas que se sientan identificadas con su historia. Valeria es una estudiante de trabajo social, además trabaja cuidando chicos, tiene 30 años y nació varón, tras atravesar un largo proceso se convirtió en mujer. Enseguida de haber ingresado al juego confesó su historia. Cuando le hacen preguntas acerca de ella, trata de eludir los encasillamientos y dice que uno se enamora de un ser, más allá del genero de este.

“Mi objetivo es ser yo, ser Solano Cano”, el dueño de estas palabras es un catamarqueño de 24 años, estudiante de diseño, quién además trabaja actualmente como maquillador. A los minutos de observarlo y escucharlo uno nota que el combustible para que sus palabras se activen es ser el foco de atención. «Vengo de un lugar en el que la gente se divide entre la que es y la que no lo es. Yo estoy en el grupo de los que son» dispara Solano sin, indudablemente, ninguna culpa clasista. Cano no es el único chico bien de la casa, Fernando es un ingeniero industrial de 35 años, proveniente de una clase social media alta, dejó de trabajar para irse a recorrer 32 países, al volver y ávido de nuevas experiencias logró entrar al programa.

El Gran Hermano como el dictador

No es novedoso que al hablar de este reality show televisivo se haga mención a la novela política de ficción 1984, de Orwell. Sin embargo, no está de más repasar el por qué se hace alusión a este libro del escritor inglés. La novela -escrita posteriormente a la segunda guerra mundial- describe analíticamente el régimen totalitario, específicamente al stalinista. El Gran Hermano es el título que se le da al dictador. El poder de este consistía en lograr vigilar a los habitantes en su totalidad, mediante cámaras ubicadas en hogares, talleres y oficinas. De esta manera, se tenía un total control, quién decidiese llevar adelante alguna acción en contra del régimen sería estrictamente penado. Ese totalitarismo se hace dueño de los actos de cada mente de quienes conforman la sociedad, sin conocer estos la intimidad ni el libre pensamiento. El relato de Orwell implantó la noción de omnipresente, es decir, existe un Gran Hermano, eso es innegable, aún cuando no se pueda comprobar. En 1984 existe la habitación 101, lugar de tortura que tenía como objetivo eliminar de la mente cualquier cosa que entorpeciese el amor por el dictador. En el show, sabemos de la existencia de un confesionario donde los participantes hablan con el Big Brother revelándoles sucesos que les van aconteciendo. Está claro que entre este espectáculo televisivo y la novela existe una diferencia fundamental y esta radica en que es voluntaria la participación de quienes integren el reality y ellos están al tanto de su mecanismo.

Características que se buscan y eligen

En una pantalla como América, más fría en comparación con Telefé (canal donde se transmitieron las anteriores ediciones), se llegó a picos de 15 puntos de rating la noche de su lanzamiento. Nada de esto es novedoso, el formato fue y es exitoso en varias partes del mundo. En Argentina, unos más, otros menos, todos los Gran Hermano fueron muy vistos. Personas golpeadas, abandonadas, protagonistas de robos (tanto el autor arrepentido del mismo, como su victima sentenciando que a este hay que matarlo), violaciones, victimas de abortos obligados, transexuales, chicos bien con desprecio por las clases más bajas, son algunas de las características que buscan y eligen quienes están a cargo de los castings para este show televisivo.

Límites de la privacidad

En las primeras ediciones de Gran Hermano en nuestro país, no existían las redes sociales con un protagonismo como sí lo tienen en la actualidad. Un participante entraba a la casa y posteriormente se descubría y difundía, por ejemplo, algún video sexual de este, o un pasado oscuro que la persona no había contado. Twitter y Facebook corrieron los límites de la privacidad y ya nada es tan espontáneo. De hecho, Mariana, una de las protagonistas del actual reality grabó, previamente a su ingreso a la casa, un video en donde se la ve masturbándose, pocas horas después de estar adentro ya había comentado esto a sus compañeros. El efecto sorpresa causado en su momento por el hecho de que se viniese a romper con cierta intimidad, hoy no está. De todas maneras, años atrás como también actualmente, el leitmotiv sigue siendo el mismo: generar ruido, tener algo para contar o algo para mostrar, tanto dentro del juego como fuera. Más aún cuando este programa competirá -en el prime time de la televisión abierta- con Bailando por un sueño, que si de exponer la vida privada se trata, conoce el paño como ninguno.

Voyeurs

Las selecciones de participantes por parte de los productores no son azarosas y tienen su razón de ser, esto se sabe. Si bien los integrantes de la casa cumplen un rol activo, del otro lado de la pantalla hay miles de personas, miles de pasivos con una función determinada, la cual va mutando a otra en tanto cambie lo que se transmite: voyeur de una persona bañándose, oyente de una historia trágica que está siendo narrada, mero espía de alguien durmiendo, etc. Como si esto no bastase, están esperando el momento en el cual dentro de la casa choquen las variadas ideologías, los distintos pasados, las clases sociales diferentes, para que cuando esas colisiones generen una explosión, los televidentes -hambrientos- tomen posición por un integrante en particular, para después confirmar su postura con las influencias generadas por los debates de los panelistas especializados en el tema y los programas satélites creados alrededor de ese show. Es indudable que los espectadores disfrutan de llevar adelante esas funciones, las cuales dejan de ser pasivas y el público asume un cierto protagonismo en un sólo momento: al decidir quién se va, y finalmente, quién gana el juego.

En el programa televisivo no hace falta que el terror se manifieste explícitamente para conseguir acatamiento y sometimiento. En 1984 el Gran Hermano termina adorado. En el reality show, también. El ex participante Diego Leonardi, probablemente lo haya definido de forma tan clara como contradictoria: “Estar en Gran Hermano fue peor que la cárcel. El encierro es más fácil en la cárcel, eso me afectó, no la convivencia. Igual, entraría de nuevo».

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