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Por Luciano Sáliche
I
Luego de las serpentinas, los enanos voladores, el flashmob. Luego de la radiante sonrisa de Lali Espósito, la máquina masificada de Paula & Peter, los clips con doblajes, el Forrest Tinelli. Luego de el patetismo de la clase política de la burguesía arrodillada, suplicando que el rating se transforme en votos… llegó el baile. Porque ShowMatch es un nombre que apela algo que ya no existe, ahora es Bailando por un sueño, un concurso de danzas, humor y peleas de barrio, donde lo que hay que hacer es bailar y entretener. Estuvo Ergüm Demir (el Alí Kemal de Las mil y una noches), Florencia de la V, Nazarena Vélez, Carmen Barbieri… y Verónica Ojeda, una de las ex mujeres de D10S.
Quizás sí haga falta decir que Verónica Ojeda no posee ninguna cualidad significativa como para estar en un mega show televisivo. Pero esa cualidad significativa estaría mal calibrada, mal comprendida. ShowMarch es una gran jaula que recorre los pueblos tirada por una yunta de bueyes. La jaula pega como moscas todas las miradas de los curiosos, de los aburridos, de los que necesitan una dosis light de entretenimiento. Por eso, Marcelo Tinelli, el gordo multimillonario disfrazado de pseudo adolescente buena onda elige a quién meter en la jaula. El trato es simple: guita, exposición, fans. Pero pide algo a cambio. ¿Qué le vio el zar de la TV a Verónica Ojeda que puede serle útil? ¿Qué brillos destellantes, qué formas del carisma, qué feeling, qué chispa, qué gracia brotan del cuerpo encorsetado de Verónica Ojeda? La respuesta se puede resumir en la palabra quilombo.
Enciendo el televisor y ver su redondeada cara sonriendo y transpirando mientras intenta hacer trucos de disco con un bailarín es toda una experiencia. Verónica Ojeda no es lo que se puede llamar una mujer hermosa aunque, déjenme decirlo, tiene lo suyo. Pese a haber pasado unas cuantas veces por el quirófano para acentuar sus curvas, levantar su cola y enaltecer sus tetas, la madre del último hijo de Diego Maradona sigue siendo una de las damas menos agraciadas del certamen. Si la exposición de la belleza y la destreza física es lo que prima en un concurso de baile, la platinada rubia de 36 años tiene que buscarse otra estrategia para atraer al público. Ella no es comediante, no es monologuista, no es artista. ¿Hasta dónde puede expandirse el quilombo si no hay adeptos que lo consuman con cierto grado de identificación? ¿Qué puede poner en el mostrador de Marcelo Tinelli para que su esplendor dure más de un round? ¿Alcanza con haber parido al hijo del diez y haber montado un litigio legal y mediático a su alrededor?
II
Verónica Ojeda tatuó en su nuevo y lipoaspirado abdomen el nombre de su hijo. Garabatos enrulados subrayan de un modo artístico las letras cursivas que indican “Diego Fernando”. Se podría decir que el objetivo fue subirse a ese nuevo fenómeno que transcurre en las redes sociales donde las madres intentan dejar en claro que aman a sus hijos. La pregunta inocente que contraargumenta es: ¿Qué madre no ama a sus hijos? El prodigioso niño que parió Verónica Ojeda no es un simple chiquito; todos saben que ser hijo reconocido de Diego Armando Maradona representa para todo el grupo familiar una fuente invaluable de fama y dinero.
En la foto que compartió en su cuenta de Twitter hay un tatuador de barba candado y guantes de látex trabajando sobre el bajo vientre de su clienta. Se lo ve concentrado, tanto que decide evitar la pausa para mirar la cámara, punzando la máquina con la derecha y estirando la piel con la izquierda. Por su parte, Ojeda está sonriente como si ningún fierro estuviera perforando parte de su cuero abdominal, lacerando los poros, tiñendo la epidermis, modificando los componentes químicos de su cuerpo. Ella está ahí, sosteniendo una sonrisa natural ante el disparo del flash, inmutada, como si nada pudiera hacerla tropezar en su camino ascendente de status como celebridad.
Pero el tatuaje que se hizo no tiene tanto que ver con cuánto quiere a su hijo sino que se relaciona más con la exposición y la demostración de una identidad: la de ser madre. ¿Qué es ser madre en la segunda década del siglo XXI? Desde la vidriera de las redes sociales, uno puede interpretar que las mamás que exponen el embarazo, el nacimiento y el crecimiento de sus hijos son, sin lugar a dudas, madres que están orgullosas de serlo. Pero el exhibicionismo aporta un nuevo aspecto, una sobreinformación, como si el hecho de exponer y demostrar que se ama a un hijo, aumentaría el tamaño de ese amor. Y aunque las habilidades de la criatura puedan ser relevantes (hacer malabares, contar hasta 20, sonreír con la precisión de la ternura) lo que se resalta es la relación identitaria entre ambos, el lazo sólido e irrepetible de la hembra con su crío. Mostrarlo lo legitima, pero no lo vuelve más real.
III
Luego de una puja legal, conflictos televisivos y vergüenzas de diferentes calibres, Verónica Ojeda logró llegar. (En la jerga del periodismo de espectáculos llegar significa acceder a una exhibición estable.) Su debut en el show que logró 36.2 puntos de rating en la apertura fue bastante previsible. Lo que se llama la previa -el mini espectáculo que monta cada participante en diálogo con el conductor antes de bailar- fue bastante previsible: “Estoy triste que no puedo traer a mi nene, que va conmigo a todos lados”. Mediante cautelares, su ex marido direccionó desde Dubai a un ejército de abogados argentinos para que prohíban la posibilidad de que el niño de dos años esté expuesto en el megashow de la TV nacional. “Estoy muy triste –reiteró-, esto es una locura”.
¿Qué tan forzada es esa tristeza que expone Verónica Ojeda? Cuando la cuestión de la maternidad se introduce en la discusión es muy difícil no empantanarse en el sensibilismo irrevocable, porque nadie puede poner en duda que una madre ame a su hijo. Pero cuando Verónica Ojeda habla, se le nota una impostura, una sombra en la mirada, como si supiera que la carta de ser la madre del último hijo de Maradona es la única posibilidad de permanecer en el ambiente de la fama y el dinero fácil. ¿Cuánto tiempo puede exponer la injusticias legales que lanza su ex pareja como la irreductible justificación de estar en el Bailando? ¿Logrará utilizar su estigma de madre soltera más allá de su relación identitaria con Maradona? Soledad Silveyra -la abuela hipersensible y colocada por las clorfenaminas que tiene el programa como jurado- rescató esto: “Te felicito por la potencia de convicción de ser madre”. Suena raro, hasta estúpido, pero es efectivo. Todas las trampas del quilombo pueden desarmarse, pero con la cuestión de la maternidad es diferente. La estrategia está en que más que ser madre de, es madre a secas. De esta forma la identificación adopta otro sentido, otro feeling, otra chispa, otra gracia.
En el epicentro del planeta Farándula ubicado en el estudio Juan Alberto Badía de Ideas del Sur bailó Verónica Ojeda. Al jurado no le gustó, tanto que el máximo puntaje que logró fue un lastimoso 6. Su estrategia de anteponer la incuestionable labor de ser madre soltera es convincente pero sabe a poco. Si la farándula es uno de los termómetros morales de la sociedad, ¿podremos cagarnos en la maternidad ofuscada de Verónica Ojeda y sacarla del mega show del prime time si no encuentra una alternativa que la vuelva útil? A mí, sinceramente, me encantaría.
Etiquetas: Bailando por un Sueño, Diego Armando Maradona, Planeta Farándula, ShowMatch, Verónica Ojeda
[…] preocupada como para alardear y creer en eso que aparece tan seguido en las tapas de revistas, que ser madre es lo mejor que le puede pasar a una mujer. Lo sería si no ocurrieran estas grandes […]