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Por Adolfo Francisco Oteiza
Antes de escribir esta nota busqué en las efemérides del 15 de mayo. No encontraba temática. La historia es larga y los hechos no son demasiadas veces correlativos con nuestro interés. Uno en particular, al leerlo, llamó mi atención. Ya sabía sobre qué iba a escribir. Un hecho fortuito no debería llevarnos a recordar a una autora que nos ha marcado, o por lo menos a mí. En un día como hoy, solo que en 1886, muere Emily Dickinson, mi poeta preferida/o.
I
Nacida en Amherst (Massachusetts) e hija de un abogado puritano teócrata, ya a los once años escribía cartas a sus afectos, algunas, con el tiempo, firmadas bajo el seudónimo de Judas. Fue devota lectora de Shakespeare, Sir Thomas Brown, Emerson, los románticos ingleses, Poe, por citar solo los ejemplos más rimbombantes según sus biógrafos y sus cartas. Las Sagradas Escrituras le maravillaban, pero no heredo la fe de su padre. Trabajó con ellas como todo poeta, de forma profana. En sus cartas, de prosa tan excelente como sus versos, es aún más claro su interés, además de la admiración que sintió por diferentes pastores perdidos en las páginas de la historia.
II
El cerebro – es más amplio que el cielo –
colócalos juntos-
contendrá uno al otro
holgadamente – y tú – también
el cerebro es más hondo que el mar –
retenlos – azul contra azul –
absorberá el uno al otro –
como la esponja – al balde –
Mucho más allá de la belleza de los versos y las distintas interpretaciones que se pueden suscitar la metafísica es clara. El cerebro como sujeto cognoscente y el cielo y el mar como objetos a conocer. La novedad de los versos, de notable rigor retórico, habla de la unidad de conocimiento entre sujeto-objeto ya establecida por Kant en su idealismo transcendental. Como bien refiere Borges, Dickinson es, probablemente, la última poeta transcendental; o, por lo menos, la última que valga la gracia aún ser leída. Y continúa:
el cerebro es el mismo peso de Dios –
pésalos libra por libra –
se diferenciarán – si se pueden diferenciar –
como la sílaba del sonido –
Nuevamente. La sílaba es el sujeto, el sonido es Dios, pero un Dios panteísta, natural. Aquí el recuerdo de Spinoza se hace presente, también algo del cogito ergo sum. Dice, si se pueden diferenciar, o sea, el hombre es parte de Dios, la naturaleza, no un ente separado de la misma, y, al mismo tiempo, la naturaleza que ella tanto amó, también es el hombre.
III
Uno de los rasgos característicos de Emily fue su aislamiento. Nunca le impidió la felicidad, o eso parece. Solía pasear con su perro Carlo y comentaba que tenía a la naturaleza de compañera. Tampoco su obra se publicó en vida (apenas una docena de poemas o menos en diferentes diarios y medios de la época). Cuenta Borges que su padre le obsequiaba libros “… con la curiosa recomendación de no leerlos”. Dos amores aparecieron en su vida, el primero de un hombre casado, adultero, lo cual le provocó una fuerte decepción; el otro se lo llevo la muerte dos años después de pedir su mano.
Solo perdí tanto dos veces –
y eso en la tierra sucedió.
Dos veces mendiga en pie he sido
¡a la puerta de Dios!
Dos veces descendiendo – Ángeles
repusieron mis reservas –
¡Ladrón! ¡Banquero – Padre!
¡Soy pobre una vez más!
IV
Como a Keats, la belleza le suscitaba una idea, y gran naturalidad para la misma, probablemente por su aislamiento, ser hija de la teología, poco temor a la muerte y su enorme sensibilidad al dolor. Algunos hablan de una mujer poco agraciada, otros, como Borges, sostienen que era bella. Me inclino más por lo segundo ya que la inteligencia lo suele ser.
Es una poeta moderna, no le quepa la duda a nadie, por su estética precisa, nunca demasiado adornada, aunque sí por momentos desordenada. En su lectura pensamos que los poemas, siempre cortos, no tardaron más de un rato, como sucedió con otros poetas y como sucede con todos hoy día. El rasgo místico en la poesía de Dickinson es casi siempre introspectivo (un recuerdo de los románticos, quizás).
Antonio Machado decía que los poetas van de la poesía a la filosofía, y viceversa, y que lo inevitable es ir de lo uno a lo otro. Bueno, ella lo cumplió con creces.
Emily Dickinson muere en Amherst (Massachusetts), donde pasó casi todos sus días, a la edad de 55 años, postrada por el Mal de Brihgt.
Para suerte de nosotros y ella -en sus últimos años pensó en publicar y dudó de la calidad real de su trabajo- fueron exhumados de su cajón los poemas que con tanto recelo guardó y sobrellevaron su vida. Junto a Poe, Emerson y Whitman quedan sellados sus versos en las páginas grandes de la literatura norteamericana y universal.
Fama de Mí, que justifique,
todo otro Aplauso será
superfluo – Un Incienso
Necesidad allá –
Fama de mí que me falte – Fuera
mi nombre de otro modo supremo –
sería un honor en deshonra –
una fútil Diadema –
Etiquetas: Adolfo Francisco Oteiza, Borges, Emily Dickinson, Kant, Poesía, Spinoza