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Por Luciano Sáliche
La fotógrafa estadounidense Diane Arbus solía decir que “una fotografía es un secreto sobre un secreto. Más te cuenta, menos sabés”. Las imágenes muestran, pero también ocultan. ¿Qué significa tomar una foto? Podemos empezar diseccionando este trabajo: dar testimonio de algo, mostrar una realidad invisibilizada, develar detalles que se nos pierden a la vista en nuestra cotidianeidad, intentar congelar el tiempo. La cuestión se torna amplia y fascinante. ¿Qué es la fotografía? ¿Qué representa para nosotros? ¿Qué susceptibilidades se ponen en juego en el espectador que mira una foto? ¿Y el ejecutor? ¿Qué siente un fotógrafo cuando aprieta el disparador? ¿Qué significa para él este singular trabajo?
Encontrar la humanidad del sujeto fotografiado
A Marcelo Navarro lo conocí en Iruya. Ambos parábamos en un modesto hostel atendido por una mujer muy amable llamada Salomé. Cuando volví a Buenos Aires, me etiquetó en una foto de Facebook que jamás supe que se había tomado. El plano está en cenital desde una ventana, éramos un grupo de gente charlando y tomando mates en lo que sería la vereda del hostel. La foto era poderosa: en tono de grises se profundizaba un silencio. Los sujetos fotografiados estábamos conversando, pero eso no se oía, o no importaba, lo que se destacaba era la quietud del lugar, la paz. Luego, en su perfil había cientos de fotos que denotaban un estilo marcado prevaleciendo esa misma sensación de quietud y silencio.
“Lo que más me gusta fotografiar son ‘cosas que hace la gente’, personajes que a través de la acción que estén realizando en el momento en el que tomé la foto, logren contar acerca de quiénes son, de cómo son sus vidas, de qué hacen con sus vidas, de cómo se relacionan con su entorno, con su contexto, con el espacio y tiempo en el que habitan. Me gusta hacer esas fotos, porque pienso que ahí está la humanidad del sujeto. No consigo eso en cada foto que hago, claramente, pero es sin dudas el motor que me lleva a seguir buscando”, le dice a Polvo y aquí aparece un concepto interesante: su búsqueda es encontrar la humanidad del sujeto fotografiado. Luego conversamos por chat y me dio otro: un fotógrafo debe lidibinizar las fotos. Algo así como cargarlas de deseo y sensualidad para que interpelen, para que seduzcan.
De esta manera comenta su poder de ocultamiento: “Sin dudas lo que más me gusta de la fotografía es la extraordinaria capacidad que puede tener el formato para transmitir más allá de lo que se puede ver”. Y también su rol político: “Hay veces, muy pocas, en las que mediante las fotos podés captar la esencia de una persona, lugar o momento. Mediante este formato esa vivencia puede ser compartida con otros, transformándose en mensaje y teniendo un carácter político porque te trasciende”.
Un soplo de nostalgia
Osvaldo Benítez es un fotógrafo chivilcoyano que este mes cumplió 45 años como periodista. Por su larga trayectoria y experiencia, cuenta con una colección de más de 42 mil fotos sobre la ciudad. Imágenes históricas con arquitecturas y paisajes que ya no existen. Hace un tiempo creó un grupo en Facebook llamado Postales chivilcoyanas que cuenta con casi 4000 miembros. “Desde mis inicios como aficionado a la fotografía, en la década del ’60, que estoy guardando fotos y negativos. Además ando por los contenedores y basureros buscando fotos. Sé que los mayores y no muchos jóvenes tiran fotos porque molestan… el viejo ropero que termina en la basura”, comenta en diálogo con Polvo.
Las fotografías que sube Osvaldo al grupo son alucinantes. Para quienes nacimos en el pasillo final del siglo XX, hay una Chivilcoy que desconocemos. Por ejemplo, hasta mediados de los ’60 existió un lago artificial que luego se secó y hoy es un anfiteatro. Aún se le llama El Lago pero cuesta imaginarse ese lugar como un espejo cuadrado que resplandece. Los domingos se llenaba de gente, las parejas se besaban en la orilla, los chicos se bañaban y algunos daban un paseo en bote. “Las fotos viejas guardan un soplo de nostalgia. Es un trozo de la vida de cada uno”, dice sabiendo que posee una fuente invaluable y su búsqueda es la búsqueda de un pueblo con historia. “Hay algo en mí en este sentido cultural, regalar lo poco que se”, concluye.
Conmover y reproducir
La fotografía muestra, pero también oculta. En La cámara lúcida, Roland Barthes habla de dos categorías para analizarla. Studium y Punctum. Studium es todo lo que podemos describir, todo lo que está al alcance de nuestra percepción más material. Punctum es otra cosa: lo que nos conmueve, nos interpela y pellizca nuestra emoción cada vez que vemos una foto. Lo define como “lo que nos punza y nos duele” de la imagen. Como todo hecho artístico, la fotografía sabe emocionar. ¿Pero qué es y cómo lo hace? En ese libro (el último, porque pocos días después de ser editado, murió) Barthes decía que “lo que puedo nombrar no puede realmente conmoverme” entonces estamos hablando de algo indecible, inexplicable, incomunicable. Como una paradoja, la fotografía muestra expresividad pero oculta el por qué.
La fotografía es hija de la Modernidad. El avance tecnológico permitió que exista esta nueva forma de realizar arte. Walter Benjamin sugería que con su invención, el arte pasaba de tener un valor cultual a un valor exhibitivo, y de esta forma, un rol político emancipador. Es decir: ya no se debía ir al museo a ver arte sino que este podía ser reproducido y masificado en libros, postales y carteles. “La reproductiblidad técnica emancipa a la obra artística de su existencia parasitaria en un ritual”, decía Benjamin en Pequeña historia de la fotografía.
Lejos de ser algo malo, posibilitaba la circulación y el alcance a las masas. ¿Y para qué serviría el arte si no pudiera romper las barreras del elitismo? Visto desde la lógica de las redes sociales, parece algo muy lejano pero en algún momento la fotografía no existía y la realidad debía dibujarse. ¿Cómo se imaginarían los criollos del 1800, por ejemplo, a los elefantes cuando un inglés venía y les hablaba de enormes bestias con trompa y colmillos? ¿Qué imagen mental se hacían los franceses cuando algún viajero les hablaba de un gigantesco volcán en plena erupción? Todo era místico hasta que la Modernidad instaló su razón. En este sentido, la fotografía es una especie de estandarte.
Pero la realidad es la realidad. La pregunta es: ¿podemos conocerla? La semiótica clásica sugiere que la percepción de cada sujeto es individual y lo que vemos de los objetos no son los objetos en su totalidad, ni en su esencia, vemos una parte de él, un signo del objeto. Si el arte busca retratar esta realidad, la fotografía es la disciplina que de forma más precisa puede captarla.
Capturar más que una postal
Además de ser fotógrafa, María Emilia González está finalizando la licenciatura en Ciencias de la Comunicación y allí conoció la obra de Barthes, que le ayudó a esgrimir su oficio. “La carrera me sirve como puente de acceso para visibilizar ciertas cosas que quizá no las vería sin tener el conocimiento que esta te da. Capturar más que una postal, por ejemplo”, cuenta. Ella saca fotos en detalle con una destreza en la potencia de los colores. Sus capturas parecen tener la ambición de mostrar todo lo que ofrece tonalidades variadas. No sólo los paisajes con su flora en primer plano sino también los objetos que desentonan con el fondo. Ella busca el Punctum, eso que “surge de la escena como una flecha que viene a clavarse”, esa es su tarea, su búsqueda. “La fotografía me permite contar cosas, mi visión de las cosas”, asegura.
“El escenario ideal para fotografiar es cuando me voy de viaje, fotografiar los paisajes del lugar y observar su cultura, plasmar eso en las fotos es lo que más me gusta. Retratar a las personas del lugar y poder quedarme con algo de su historia, casi siempre termina por completarme un poco a mí misma. En la cotidianeidad, muchas veces busco abstraerme de la misma manera, buscar algún detalle en la ciudad o en el parque de mi casa, que me saquen del presente, en su mayoría siempre están ligadas a la naturaleza, es como una forma de hacer perdurar en el tiempo aquello que siento que está desapareciendo de a poco”.
Aparece entonces la idea de perdurar en el tiempo, de congelar la historiar, de atrapar el fuego que en poco tiempo se extinguirá. “Conocer historias y retratarlas”, es lo que Emilia más disfruta sabiendo que la fotografía no sólo cuenta, también oculta. ¿Qué historias hay detrás de un retrato? ¿Qué dicen las marcas duras de un rostro avejentado, la mirada profunda, la sonrisa sincera? ¿Qué historias, experiencias y vivencias se esconden?
¿Qué es la fotografía?
La pregunta sobre la definición de una disciplina artística es muy subjetiva. Y más cuando la responden sus propios artífices. ¿Qué es la fotografía? ¿Cuál es su especificidad? ¿Cuál es su verdadero poder? “Es esa búsqueda de capturar lo esencial, difícil tarea, aquello que no se puede poner en palabras”, dice María Emilia González con una frescura contundente.
Para Osvaldo Benítez es un dispositivo que forma parte del cuerpo del ejecutor, pero además hay un valor místico, que actúa sin voz: “Es la continuidad de mis ojos. El visor es algo que incorporé desde muy joven, y cuando no lo tengo lo extraño, pero también, en algún momento fue sustento de mi vida, como ingreso económico. La foto es un símbolo de mil palabras en una imagen. No tienen voz, se expresan en silencio”.
Por su parte, Marcelo Navarro la considera “un formato y un canal para comunicar cosas. El tema es que de todas las formas disponibles que existen para contar algo, la fotografía es el formato en el que yo me siento más cómodo. Nada más que eso, que en mi caso no es poco. Hubo un momento en que me reconocí fotógrafo. Que me di cuenta que todo buscaba contarlo a través de imágenes y que al hacerlo me emocionaba. Y ya no hubo vuelta atrás”.
La extraña fascinación
A los pocos días que se publicó La cámara lúcida, Barthes murió. Lo atropellaron cuando acudía a un almuerzo con François Miterrand antes que este logre la Presidencia de Francia. Un hecho trágico, desafortunado. Quien escribió su biografía, Louis-Jean Calvet, dijo que Barthes no murió en el accidente, lo hizo días después en el sanatorio por la profunda tristeza que tenía. Era 1980 y un año antes había muerto su madre. Lo imagino al escritor francés mirando fotos de ella ya fallecida y escribiendo: “la fotografía siempre nos habla de la muerte”. Ese es su planteo, que hay algo del paso del tiempo y de lo inevitable que no se puede eludir. El sujeto fotografiado va a morir, lo sabemos, igual que nosotros. ¿Será esa nostalgia oculta lo que nos conmueve tanto en la fotografía como disciplina artística? ¿Será que su esencia es punzar, como nadie y sin que lo sepamos, nuestra más filosófica existencia y recordarnos que nuestro paso por el mundo es demasiado breve? Seguramente. Pero me niego a pensar que la muerte es triste. Quizás Barthes estaba tan acongojado por la muerte de su madre, que sólo veía en la esencia de la fotografía la el camino directo a la muerte. Yo me niego a creer eso. Y aunque suene a frase de señalador y a optimismo barato, la fotografía nos habla de que existe un presente irrepetible, y hay que aprovecharlo. No siempre la fascinación es nostálgica, muchas veces es alegre. ¿Será que tampoco importa demasiado explicarlo?
Etiquetas: Chivilcoy, Diane Arbus, fotografía, Marcelo Navarro, María Emilia González, Osvaldo Benítez, Roland Barthes, Walter Benjamin