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Por Federico Capobianco | Fotografía: Ezequiel Díaz
Justo hoy que anunciaban tormenta vengo caminando. Ya llueve. Un montón. Como si pudiéramos medir con la cara lo que es un montón. Pero llueve y tengo que mojarme. La lluvia, hoy, se percibe distinta. Hoy no se ve. Miró hacia arriba y no puedo abrir los ojos. Sí, llueve un montón. ……………………………………………………………………………………………………………………
Estalla. Sin más. Revienta.
Da contra el frente más cercano.
Y espera.
Sangra. Mucho.
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¿Cómo estoy? Bien. Sí, vine caminando. Me acordé de la lluvia cuando llegué. No importa. Estuve bien, sí. Ya está, ¿no? Mucho tiempo más no iba a pasar hasta que me acomode. No, no la vi ni hablé más. En serio, ya está. Faltaría lo del trabajo y quizás ahí remonte. Qué se yo. Supongo. Lo que sí. No hay más explosiones.
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Al silencio.
Al bullicio. A las luces.
Solo o no.
Sangra.
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Llueve y no hay nadie en la calle. El único movimiento es de la gomería y yo no voy a pasar por ahí. Prefiero hacer tres cuadras de más que pasar por ahí. Todavía siento vergüenza aunque quizás nadie se acuerde. Pero prefiero evitarlo.
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La imagen se estanca.
La marca se fija.
Se hunde. Se esconde.
Espera.
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La terapeuta me dice algo que no escucho. Mueve los brazos. Supongo me estará explicando algo. Me concentro en la cortina porque empieza a moverse. Por la ventana entra el viento previo a la lluvia, ese que hay cuando hay viento previo. La cortina olea. ¿Olea? ¿Existe esa palabra? El viento en la cortina hace que se vea una especie de oleaje. Y ahí me veo yo. La terapeuta sigue. Yo, mientras miro la cortina, muevo la cabeza afirmando lo que dice. Ante la duda. Hasta que el viento es mayor y el oleaje se rompe.
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Y resurge.
Ahí.
Donde murió.
A la vista.
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Desde el episodio de la manguera que imagino y sueño con explosiones. Estuve viendo el movimiento de la gomería desde la esquina porque, otra vez, era el único movimiento de la cuadra y justo en el instante exacto que yo esquivo el auto, la manguera con que el gomero inflaba explotó. Fue el no esperarlo y el sopapo del ruido. No sé. Pero corrí.
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A la vista de dos:
Muere. Se hunde. Y resurge.
A la vista de uno:
Estalla. Sin más. Revienta.
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Surfeando. Eso, me siento surfeando. No sé, se me ocurrió recién. Como que estoy surfeando pero no tengo ni idea cómo hacerlo. No, no, lo otro ya pasó. Al trabajo me refiero. ¿Ves? La imagen del surf encaja justo. Porque me quiero tirar, no aguanto más el trabajo. ¿Sabés lo que es levantarse y que todo el día que queda, todo, ya está arruinado por saberte que tenés que ir a ese trabajo? Un amigo me dijo que era la conciencia del precarizado, de saberse en la jaula equivocada. No sé qué será pero me quiero tirar y es todo agua. Y si no me tiro o lo paso va a venir una ola más grande que me va a tirar al carajo. Esa es la sensación.
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Y vuelve a ser dos.
Uno y la abstracción del otro.
En el frente más cercano.
Que ya no los refleja.
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Las explosiones se repiten. En la calle, los autos, los edificios, todo, explota. Siempre hay fuego que arde pero no me toca. Porque explota y ya perdió el interés.
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Que no refleja ni uno ni dos.
Que sangra y muere.
Ahí.
En un rostro.
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Que tengo que ocuparme de una cosa por vez, me dice. Que primero solucione lo de mi relación. Ex relación, pienso. Y que después me concentre en el trabajo. Que aguante un poco más que ya nos vamos a encargar de lleno a solucionar eso. Me vuelvo a acordar de la cortina. De que cuando miraba la cortina no le estaba prestando atención. Y pienso que ella la miró también. Mientras le decía que ya estaba. Que lo otro ya pasó.
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Un rostro que posee.
Las misma grietas que el corazón.
Ambas repletas.
De sangre seca.
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En la última explosión no hubo fuego. Había un tanque de agua de esos grandes que se ven en lugares específicos. Como el que se ve desde el Polideportivo. Esa vez estaba corriendo ahí. En el Polideportivo. Pero escapaba de algo. No sé de qué. Hasta que me detuve frente al tanque. Con la mirada fija en él. Hasta que explotó. Sobre mí, explotó. Y vi venir el agua. La inmensa cantidad de agua. Me di vuelta y espere. Que venga esa especie de tsunami y se lleve lo que se tenga que llevar.
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Etiquetas: Ezequiel Diaz, Montaje