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22-07-2015 Notas

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Por Luciano Sáliche

1.

Una pareja de adolescentes sale de un local surcado por luces de neón con nuevos tatuajes en sus hombros. Un hombre abre la cortina de la ducha mientras el agua corre con fuerza y se saca su pierna ortopédica antes de meterse en la bañera. En una habitación luminosa, una madre aprieta fuerte el rosario que se trajo bendecido de Luján y después mira a la camilla: un niño yace inmóvil en estado vegetativo conectado a un respirador artificial. Una sensual cuarentona estrena sus enormes tetas siliconadas con su jefe en un telo oscuro de la calle Larrea. Un policía de guardia contiene la bronca cuando ve que una travesti se le burla desde el balcón de un edificio y lo saluda agarrándose su pene fantasma, que no está, porque se hizo la intervención quirúrgica de cambio de sexo, entonces lo que se agarra es una vagina rara. En el vip de un boliche concheto, las lenguas de dos lesbianas que se besan apasionadamente tintinean cuando chocan sus piercings. Una vieja en una silla de ruedas automática putea tácitamente al intendente conurbano por la falta de rampas en las esquinas del centro. Una chica púber se sonroja cuando el chico que le gusta le pide un beso y sonríe sin abrir mucho la boca, sin mostrar los aparatos, eso que en la tele llaman braquets. Una mujer recién divorciada se saca fotos desnuda y se las manda por WhatsApp a su amante: un francés que le promete viajar a Buenos Aires para verla en el próximo mes. Ahora, una cita precisa de La Piel de Juan Terranova: «Es nuestro narcisismo el que va a convertirnos en cyborgs, no los cambios climáticos o la falta de bosques y alimentos».

2.

La palabra ciborg es un acrónimo de cibernética y organismo, una conjunción entre la tecnología y lo humano. El término se acuñó en 1960 –un año antes que el soviético Yuri Gagarin viaje por primera vez al espacio- cuando dos investigadores estadounidenses trabajaban sobre la forma en que los humanos puedan sobrevivir más allá de la ionósfera. Ciborg es una simbiosis superadora, la manifestación posible de un súperhombre. ¿Habrá soñado Nietzsche con un ciborg cuando describió la voluntad del Übermensch?

3.

La pregunta sobre el límite que separa a la tecnología de la humanidad es algo compleja porque subraya la división entre el hombre y el mundo. Las posiciones más clásicas establecen dicha dicotomía aunque hay quienes hablan de un todo indisolube como una fuerza energética que se retroalimenta más allá de las formas visibles. Martin Heidegger centró gran parte de sus estudios en la técnica: la forma en que el ser se relaciona con lo real entendiéndolo como mera disponibilidad, mero instrumento. En otras palabras, la técnica moderna se basa en la utilización instrumental que el hombre hace del mundo. La pregunta inevitable: ¿es el mundo un itinerario de cosas puestas al servicio de las decisiones del hombre? En los albores del siglo XX, cuando la Modernidad aparecía como un gigantesco robot esclavo y manipulable, la tecnología solía pensarse como una invención humana que buscaba establecer nuevas formas de comunicación. Pero, ¿qué sucede cuando esa tecnología pasa a ser parte de nosotros mismos?

Heidegger entiende a la técnica como la acción de transformar las cosas, específicamente el trabajo manual, y de esa forma develarlas. En la técnica –señala el filósofo alemán- se encuentra la esencia del Ser, lo que somos. ¿Cuál es nuestra relación con la tecnología? ¿Habrá imaginado Heidegger los dispositivos móviles, la permanente conexión a la red de redes que es internet? ¿Se le habrá ocurrido remotamente una idea similar a la virtualidad? Además de filósofo, Heidegger era poeta por lo que estaba en permanente contacto con los movimientos literarios emergentes. ¿Habrá leído El jardín de senderos que se bifurcan? El cuento de Borges se publicó en el 41 y fue traducido al inglés en 1948. Heidegger murió en el 76 por lo que tuvo la posibilidad de leerlo y releerlo durante casi 30 años. Pudo haber pensado el efecto de ese laberinto tan premonitorio de internet donde todas las posibilidades ocurren: “crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan”. Evidentemente no lo leyó, quizás estaba más ocupado en encauzar su filosofía con el Tercer Reich que en alimentarla de escritores latinoamericanos.

Seguramente se hubieran llevado bien. Incluso podrían haber sido amigos. La postal que mi mente dibuja es la de dos viejos de traje conversando y caminando por un parque con el césped bien cortado y el sol de la mañana haciéndoles fruncir el ceño. Se ríen. No sé de qué se ríen tanto, posiblemente de algún chiste fascista sobre trabajadores fusilados o de lo gracioso que les resulta pensar en el futuro de la humanidad cuando la técnica continúe su avance insoslayable. Para Heidegger, la función de la técnica es la de desocultar, como si el trabajo nos dijera todo lo que necesitamos saber de nosotros, algo que jamás supimos… nos hablara del Ser. Su sentido filosófico es el de “manifestar, descubrir e interpretar la realidad”. Sin embargo, hoy la tecnología parece tener otra forma, otras características, otras sofisticaciones en el arte de develar. La tecnología vive cotidianamente con nosotros, y eso ya es un detalle gigante.

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4.

Los sujetos se forman a partir de la cotidianeidad. Cornellius Castoriadis decía que el imaginario social es una creación indeterminada. Es a partir de de las nuevas representaciones sociales y sus consiguientes significaciones lo que transforma a una sociedad, siempre atada a la especificidad de su época. Que hoy hablemos de drones, de identidad de género, de redes sociales y de implantes mamarias en 12 cuotas tiene que ver con las consideraciones que tenemos de nosotros mismos y de cómo modificamos la cotidianeidad histórica de la época anterior. En el imaginario social, la tecnología ocupa un lugar nuevo: está incorporada a nosotros, a nuestra identidad.

5.

Cuando escuché por primera vez la palabra ciborg pensé en Robocop: el policía Alex Murphy es asesinado y al implantársele partes cibernéticas logra volver a la vida y mejorar su calidad policiaca resolviendo por sí solo la mayoría de los delitos en Detroit. Murphy es un ciborg y su humanidad no se modifica a partir de su tecnologización -no se pone en duda su capacidad de amar o sufrir o pensar-, lo que cambia es su identidad.

Donna Haraway es una filósofa estadounidense que ha escrito varios textos sobre el ser post humano y los ciborgs. Al respecto, en su libro Manifiesto Ciborg, afirma que “no existe separación ontológica fundamental en nuestro conocimiento formal de máquina y organismo, de lo técnico y de lo orgánico (…) Una consecuencia es que nuestro sentido de conexión con nuestras herramientas se halla realzado”. Un caso emblemático es el de Neil Harbbison, declarado en el 2004 por el gobierno británico el primer humano ciborg oficial. Nació con una enfermedad muy extraña llamada acromatopsia que es una variación del daltonismo. El que la padece ve en escala de grises, a diferencia del daltónico clásico que confunde los colores. A partir de esto, Harbisson creó junto a algunos científicos una tecnología llamada eyeborg. “Es un sensor que detenta la frecuencia de color en frente de mí y envía esta frecuencia a un chip instalado detrás de mi cabeza, y oigo el color a través de la conducción ósea”, explica en una charla que dio para TED. Una eyebord, como un DIU, como un by pass, como un stent, como unos lentes de contacto, como un bastón para ciegos, como un piercing genital.

La tesis de Haraway apunta a comprender cómo son modificadas las subjetividades a partir de esta nueva concepción: “La determinación tecnológica es sólo un espacio ideológico abierto para los replanteamientos de las máquinas y de los organismos como textos codificados, a través de los cuales nos adentramos en el juego de escribir y leer el mundo”. Evaluemos la posibilidad de que en un futuro no muy lejano todos podamos solucionar nuestras falencias a través de dispositivos tecnológicos: que la ceguera pase a ser una enfermedad de siglos pasados o que la cuadriplejía sea combatida con chips instalados en el cuerpo. Luego pensemos en cómo se autopercibe un ciego que ya no lo es y cómo piensa el mundo luego de sufrir una transformación capital a raíz de la invención. Pensemos esta sociedad sin la tecnología. ¿Por qué no se puede? Porque pensar a esta sociedad sin la tecnología es pensar otra sociedad, una que alguien narró en alguna ficción que se inventó sobre un pasado remoto.

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6.

Una vez charlé con un biólogo en una provincia del norte. Era un enfermo de los reptiles y los anfibios; viajaba seguido a México porque decía que ahí estaban las especies más extrañas. A la segunda cerveza sacó su smartphone y empezó a pasar imágenes de toda clase de bichos. La única que recuero en este momento es una salamandra negra con manchas amarillas, tenía la cabeza redondeada como un tiburón traccionando una pared infranqueable. Me contó el motivo de su fascinación: estudiaba la regeneración biológica. Dijo que en su casa de Córdoba tenía más de 40 peceras con diferentes especímenes donde analizaba minuciosamente el proceso natural de restauración de tejidos faltantes. Me quedé pensando en la compleja tecnología que tiene el cuerpo de un animal que puede regenerar un brazo días después de haberlo perdido. Cuando le pregunté por qué le interesaba tanto me dijo -con una mirada que jamás voy a olvidar: sus pupilas parecían dilatarse- que su ambición más grande como investigador era lograr que los hombres puedan regenerarse como las salamandras.

Sacó una lapicera y empezó a anotar en una servilleta de papel unos códigos genéticos que no supe o no quise entender. Pensé en la evolución de las especies y en cómo los genes mutan para poder adaptarse a nuevos hábitats. La charla quedó ahí; luego intercambiamos mails y al poco tiempo entablamos una relación epistolar. Me escribía correos entusiastas donde adjuntaba fotos de sus bichos en plena experimentación. Me acuerdo de un axolotl rosado que, en la secuencia de imágenes, había recuperado su miembro superior derecho en cuestión de semanas. El biólogo lo tenía agarrado del torso para poder tomar mejor la fotografía. Esa mano que sujetaba al axolotl estaba vendada. Me pareció raro pero luego desistí: una lastimadura puede suceder, a mí me pasa seguido cuando corto verduras. Meses más tarde, en una imagen donde levantaba a una pequeña tortuga exótica que había regenerado parte de su caparazón –lo imaginé al biólogo fracturando el lomo del bicho con un martillo para luego ver cómo se regeneraba- vi que esa venda ya no estaba. En cambio tenía un dedo incompleto, le faltaba la falangeta del meñique izquierdo. Le pregunté qué le había pasado y me dijo que era un experimento; insistí hasta que me confesó, recuerdo sus palabras textuales: “la verdadera investigación empírica funciona sobre uno mismo”.

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Comentarios

'One Response to “Vos también sos un ciborg”'
  1. […] mediante la impresión 3D ya se puede crear huesos, cartílagos y músculos para humanos. El sueño ciborg que alguna vez pensó Donna Haraway está cada vez más cerca. Pero, ¿hay un límite […]