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Por Julián Latessa
En este septiembre se cumplen 60 años de aquel golpe que posibilitó la restauración oligárquica en nuestra patria. El peronismo, movimiento de liberación nacional impulsado por el pueblo, nació en aquel épico 17 de octubre de 1945. Dicho movimiento cambió desde su origen la historia política del siglo XX, la antinomia entre conservadores-radicales fue reemplazada por la de peronismo-antiperonismo.
Para la clase política tradicional, las masas que se movilizaron aquel 17 para pedir la libertad del Coronel Perón, no representaban al obrero argentino, sino consideraban a aquella “muchedumbre” como desorganizada y sin conciencia de clase. Eran para ellos, como los calificó el diputado radical Ernesto Sammartino, un “Aluvión Zoológico”, definición compartida por La Vanguardia, periódico oficial del Partido Socialista, cuyo director era Américo Ghioldi.
El órgano oficial del Partido Comunista con respecto al 17 de octubre afirmó lo siguiente: «pero también se ha visto otro espectáculo, el de las hordas de desclasados haciendo de vanguardia del presunto orden peronista. Los pequeños clanes con aspecto de murga que recorrieron la ciudad, no representan ninguna clase de la sociedad argentina. Era el malevaje reclutado por la policía y los funcionarios de la Secretaría de Trabajo y Previsión para amedrentar a la población.»
La definición más precisa sobre aquella épica pueblada es la de Raúl Scalabrini Ortiz: “era el subsuelo de la Patria sublevado. Éramos briznas de multitud y el alma de todos nos redimía. Presentía que la historia estaba pasando junto a nosotros y nos acariciaba suavemente, como la brisa fresca del río. Lo que yo había soñado e intuido durante muchos años estaba allí presente, corpóreo, tenso, multifacetado, pero único en el espíritu conjunto. Eran los hombres que están solos y esperan que iniciaban sus tareas de reivindicación. El espíritu de la tierra estaba presente como nunca creí verlo».
Como queda claro ya desde su origen, el peronismo generó la existencia de dos sectores antagónicos en nuestro país. El 17 de febrero de 1946 se reafirma en las urnas lo que el pueblo ya había expresado el 17 de octubre de 1945 en las calles de Buenos Aires: el rechazo a la clase política tradicional. Por lo que Juan Domingo Perón se convirtió en el nuevo presidente de la Nación.
La relación entre el peronismo y la clase política opositora nunca se caracterizó por la armonía. La oposición acusaba al gobierno de restringir libertades y de monopolizar los medios de comunicación entre otras cosas.
El primer intento de golpe de Estado contra el gobierno peronista se llevó a cabo el 28 de septiembre de 1951. La revuelta fue encabezada por el general retirado Benjamín Menéndez, los rebeldes en su proclama acusaron al gobierno de haber llevado a la patria a “una quiebra total de su crédito interno y externo, tanto en lo moral y espiritual como en lo material”. El intento golpista fue socavado por las fuerzas leales al gobierno, que eran la gran mayoría.
A pesar del fracaso golpista, en la segunda presidencia constitucional de Juan Perón la crisis política estaba en ascenso, con el agregado de una importante crisis económica.
El 15 de abril de 1953, cuando se desarrollaba un acto peronista en la Plaza de Mayo, un grupo de opositores llevó adelante un atentado terroristas donde murieron seis personas. Algunos militantes peronistas respondieron a este atentado quemando algunas sedes partidarias de los partidos radical y socialista, como también el Jockey Club de Buenos Aires.
El detonante de los enfrentamientos entre los dos sectores antagónicos que existían en la sociedad se desató el 16 de junio de 1955, cuando aviones navales bombardearon la Plaza de Mayo con el objetivo de asesinar al presidente. Sin embargo, las víctimas de este atentado terrorista, sin precedentes en nuestra historia, fueron cientos de civiles. Dicho atentado tuvo la complicidad de la clase política opositora, como estableció el historiador Norberto Galasso: “los aviadores insurrectos llevando a cabo el plan esbozado por tres políticos: el socialdemócrata Américo Ghioldi, el radical Miguel. A. Zavala y el conservador Oscar Vichi; no sólo se trata de civiles indefensos, sino que en algunos casos, cuando se trata de de grupos obreros decididos a defender al gobierno, ametrallan salvajemente “.
El presidente Perón intentó apaciguar los enfrentamientos y estableció que dejaba de ser el jefe de una revolución, para pasar a ser el Presidente de todos los argentinos, amigos o adversarios, pero un tiempo después abandonó su discurso conciliador y pronunció la famosa frase “cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos”.
Este discurso de Perón terminó por decidir a un sector del Ejército todavía indeciso y así, los sectores golpistas empezaron a movilizarse el 17 de septiembre de 1955. El 20 de septiembre, sin presentar ningún tipo de resistencia, a pesar de que un gran sector del Ejército continuaba fiel al gobierno, para así “evitar un baño de sangre en el pueblo argentino”, el Presidente Perón renunció a su cargo.
El 22 de septiembre de 1955 asumió como presidente de facto Eduardo Lonardi, al asumir utilizó la famosa frase “Ni vencedores, ni vencidos”, emulando a Urquiza. Lonardi era el representante del sector nacionalista del golpe, se puede decir que era del sector menos antiperonista del antiperonismo; en contraposición con el sector liberal encabezado por Aramburu-Rojas, quienes veían al peronismo como una aberración que debía ser borrada de la sociedad.
A pesar de su discurso conciliador, bajo el gobierno de Lonardi comenzó la persecución a los adherentes al gobierno depuesto. Sin embargo, el sector liberal desconfiaba de Lonardi y en noviembre se produjo un golpe dentro del golpe, asumió como Presidente de facto Eugenio Aramburu y en ese momento “La Libertadora” mostró su verdadero rostro.
Bajo su gobierno, la persecución fue salvaje; prueba cabal de esto se puede encontrar en cómo actuó el gobierno golpista ante la insurrección del 16 de junio de 1955 llevada a cabo por militares y civiles peronistas: bajo la orden de Aramburu se fusiló sin ningún tipo de piedad a los que protagonizaron la insurrección.
Otra prueba de persecución, aparece claramente en el decreto-ley 4161. El objetivo del mismo fue intentar borrar de la historia política y sobre todo de la memoria popular a personajes políticos, instituciones, canciones, emblemas, que representen el proceso histórico vivido desde 1946.
En Chivilcoy este decreto se puso en vigencia sobre todo en las escuelas, donde hubo profesores y directivos dejados cesantes de sus cargos y alumnos castigados por el hecho de ser peronistas; los libros con imágenes del peronismo y los cuadros de Perón y Evita que eran encontrados en los establecimiento educativos eran destruidos por orden del gobierno golpista. También fueron detenidos dirigentes sindicales por participar en huelgas y por tener en sus propiedades simbología peronista.
Bajo este contexto de represión y persecución, el pueblo peronista gestó la resistencia: cantar la marcha peronista, realizar graffitis con la consigna “Perón Vuelve”, adherirse a huelgas, colocar los famosos “caños” (bombas caseras que tenían como objetivo ocasionar daños materiales) y el sabotaje en las fábricas, fueron distintas maneras que utilizó el pueblo para resistir a la “Libertadora”.
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