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17-09-2015 Notas

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Por Federico Capobianco

El día 17 de septiembre de 1955 el pueblo de Río Colorado, en la provincia de Río Negro, sufrió el bombardeo por parte de las Fuerzas Militares que habían desatado la Revolución Libertadora para sacar a Perón del gobierno. El objetivo de bombardear un pueblo tan alejado de la Casa de Gobierno era el de impedir la avanzada de los regimientos de soldados que, desde el sur, se dirigían hacia Bahía Blanca para enfrentarse con la aviación revolucionaria y así impedir el derrocamiento.

Nunca supe del bombardeo hasta sesenta años después. Me enteré, toda la familia se enteró, cuando la persona que ocupaba la punta de la mesa -no recuerdo como venía la charla- dijo: “peripecias pasamos el día de la revolución”. ¿Qué revolución?, pregunté. La del 55, contestó. Le pedí que me cuente. Y mi abuelo contó:

 

En 1955 yo estaba haciendo el Servicio Militar en San Martín de los Andes. Había ido con veintiún años porque cumplo los años en enero. Así que cuando estalló la revolución yo tenía veintiuno. La mayoría ya habían cumplido, pero algunos todavía tenían veinte.

Allá las noticias no llegaban mucho, al menos a nosotros no nos llegaban. Estábamos alejados. Nuestro regimiento se llamaba “4 de Caballería Coraceros General Lavalle”. Y se llamaba así porque no estábamos motorizados, nos manejábamos a caballo. Los únicos motores eran unos camiones que se usaban para llegar y para irse. Porque el tren no llegaba hasta allá. El tren llegaba hasta Zapala. Y de ahí eran cien y pico de kilómetros en camión.

Esa noche de septiembre, nosotros estábamos durmiendo cuando nos avisaron que había que subirse a los camiones. Era como la una de la madrugada, a esa hora ya dormíamos nosotros, así que nos despertaron a los apurones. No nos dijeron qué pasaba. La única orden que teníamos era la de alistarnos porque nos teníamos que ir.

Ni sé cuántos camiones eran, pero la fila se hacía larga. En el escuadrón donde estaba yo, que era el segundo, éramos ciento diez. Después estaba el primero, el tercero, los zapadores. No sé, seríamos como mil y pico de soldados. Encima después se nos sumaron los regimientos de Junín de los Andes, de Covunco, de Las Lajas. Todos esos regimientos salimos juntos. Era una fila larguísima.

Así que salimos de noche, sin saber nada. No sabíamos si era una guerra o si era una prueba, no sabíamos nada. Para colmo, mientas viajábamos esa noche, si se veía una luz que venía en contra en el camino, paraban los camiones y a la montaña corriendo, a apostarse, porque se pensaban que eran enemigos y si agarraban los camiones nos mataban a todos. Cuando ese vehículo pasaba, porque no era nada, de vuelta a seguir viaje. Ahí empezamos a imaginar algo, al menos que no era una prueba. Después sí, en una de las paradas, no recuerdo dónde, nos dijeron qué era lo que pasaba. Que se había hecho la revolución y que íbamos a defender a Perón para que no lo sacaran. Que íbamos para Bahía Blanca porque ahí estaba la aviación y la aviación estaba en contra de Perón. La aviación estaba con Rojas y Aramburu. Estaba a favor de ellos.

Llegar hasta Bahía Blanca era la idea, pero cuando llegamos a Rio Colorado nos empezaron a bombardear. Nos faltaban casi doscientos kilómetros. Habíamos viajado un día y medio en esos camiones. Habíamos hecho como setecientos kilómetros y nos frenaron justo ahí. Dieron la orden de que nos paremos y nos tuvimos que parar. Había que parar. Nos hicieron bajar de los camiones porque si los veían en movimiento los bombardeaban y nos mataban a todos. Era más o menos la tardecita. Nos tuvimos que bajar y escondernos bajo unas plantas de espinilla que había a la vera del Río Colorado. Entonces vos veías que venían los aviones y largaban unas cositas chiquitas, como una botella, pero cuando esas cosas se acercaban eran gigantes.

A la estación de tren del pueblo la fulminaron. Le tiraron porque algunos regimientos venían en tren desde Zapala. No habían llegado pero volaron la estación para que no lleguen. Nosotros estábamos cerca de ahí, como a mil metros, pero la sentimos como si hubiese explotado al lado nuestro. En la estación murieron un cabo y dos soldados. Murieron porque venían en un jeep y cuando vieron el avión que se venía, se largaron del jeep y se metieron en la estación para refugiarse. Y justo le tiraron a la estación.

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Nosotros estábamos afuera del pueblo, apostados con unas ametralladoritas cortitas con los trípodes y unos fusiles que había en los regimientos. ¿Pero qué vas a tirarle a un avión con eso que no podías bajar ni un chingolo? Igual las teníamos con nosotros porque las armas no las podíamos abandonar. Yo era el segundo tirador. Estaba el primero y el segundo, y entre tres o cuatro llevaban las municiones. Y yo estaba por si le pegaban un tiro al primero, ahí tenía que retomar el fuego yo. Pero no alcanzamos ni a tirar un tiro. No teníamos chances de defender a Perón, si los otros nos bombardeaban a todos. Nuestras armas eran de juguetes al lado de las de ellos. No tenía sentido disparar ni un tiro. Así que ahí tuvimos todo el día mientras nos bombardeaban. No nos quisieron matar. Si nos hubieran querido matar no quedaba ninguno. Nos tiraban para retenernos ahí. Después que pasó el primer ataque, esa misma tarde nos dieron la orden de acampar. Qué acampar, dormir en el piso ahí tirado.

Al otro día volvieron, tiraron una bomba y volaron el puente del ferrocarril que cruzaba el río y cortaron también los cables del teléfono. Estábamos ahí sin poder avanzar y sin poder comunicarnos. Mientras tanto los aviones seguían viniendo. Los veías que volaban alto y después se venían en picada. Los veías venir. Cuando venían en picada largaban la bomba. Veías que lo que parecía una botellita se transformaba en un bicho de cinco metros. Una de las bombas cayó a cincuenta metros nuestro. Hizo un pozo como una casa, nos llenó de tierra a todos.

Después de esa bomba no tiraron más. Tampoco se vieron más aviones sino que nos empezaron a rodear con helicópteros. Los helicópteros nos sobrevolaban por un rato, y si veían algún movimiento nos tiraban con una ametralladora. Pero nos tiraban por arriba, a las plantas. Y las rompían todas, a nosotros nos caían las ramitas en la cabeza. Esa misma mañana agarraron al Jefe Primero del regimiento, el Teniente Coronel Pascual Pistarini, y al Segundo Jefe, el Mayor Aníbal Fonseca. Los cargaron en el helicóptero y nosotros no los vimos más. Los agarraron, se los llevaron y no supimos nunca más de ellos. Así estuvimos quince días, que venía un helicóptero un rato y se iba, después de unas horas venia otro, pegaba una vuelta y se iba. Todos los días así.

Nos habían hecho hacer unas zanjas, de un metro de alto más o menos, cubiertas con las ramas de esas plantas. Y dormíamos ahí, de a ocho o nueve, sentados, vestidos, con el sobretodo puesto así no más, y sentías que te caía la tierra por el cogote. Y estábamos ahí adentro noche y día, no podíamos salir, porque si te veían te ametrallaban. Y te digo, quince días comiendo paté. A la mañana, ya sabíamos que teníamos que ir a buscar la comida. Te daban un mate cocido, dos panes y el paté. Si te comías todo eso a la mañana, a la noche no tenías nada para comer. Era eso para todo el día. Es que otra cosa no había, las provisiones las habíamos sacado del pueblo, que ya lo había vaciado la misma gente de ahí cuando se tuvo que ir. Con lo poco que quedaba pudimos hacer una cocina. Si nos habían dejado solos y sin nada. Habíamos quedado a cargo de los oficiales, pero estaban como nosotros.

Después de esos quince días nos dieron la orden de volver. Llegamos a Villa Regina. Ahí nos quedamos quince soldados nada más. Porque nos habían dicho que iban a bombardear Villa Regina. No sé qué íbamos a hacer nosotros si bombardeaban. Pero nos hicieron quedar para reforzar la policía, porque ya respondíamos a la orden de los militares. Teníamos que custodiar un correo que no estaba terminado, pero como decían que lo había hecho Perón, los peronistas no iban a dejar que lo usen los militares, así que nosotros teníamos que cuidar eso. Pero si venía una bomba qué íbamos a custodiar. En quince días pasamos de defendernos de quienes quisimos defender. Parábamos en la comisaria nosotros, porque éramos como milicos. Estuvimos diez días. Ahí la pasamos bien porque por lo menos comíamos. La gente del pueblo nos daba comida. Ahí también nos bañábamos todos los días. Esos días estuvimos bien.

Después de ahí tuvimos que volver al regimiento. Cuando volvimos era como cuando recién empezamos, cambiaron todo, nos tenían cagando, hasta que nos vinimos de baja nos tuvieron cagando. Con Perón era distinto, los primeros días sí los sufrías, hasta que te adaptabas. Después cumplías con tu tarea y listo, no pasaba nada más. Con los militares, todos los días de los cuatro meses que nos quedaron, fueron como los primeros días. Y el desgraciado de Rojas se murió de viejo. Hizo un desastre ese desgraciado.

Manuel Ferarri
Regimiento 4 de Caballería
Coraceros General Lavalle
1955

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