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13-10-2015 Notas

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Por Luciano Sáliche

“Marchas sobre los muertos, Belleza, de los que te burlas”
Himno a la Belleza (Baudelaire)

I

En toda disciplina artística es importante establecer un canon. Su función es la de generar un paréntesis de importancia, una meseta estética de aprobación, porque el relativismo absoluto solo puede llevarnos a una habitación iluminada por la lámpara acrítica y celebratoria del vale todo. ¿Se imaginan un mundo donde la belleza fuese absolutamente relativa? Los feos podrían imaginarlo como un lugar acogedor y generoso donde el sexo y el amor tomaran un valor más beneficioso. Pero como sugiere el semiólogo Umberto Eco, la belleza es un valor absoluto por lo tanto es atemporal. El límite entre lo que es bello y lo que no lo es se corre con el tiempo. Pero el límite siempre está. Así como la Verdad y el Bien, los sistemas de valores se van modificando a lo largo de la historia. ¿Se imaginan un mundo donde la Verdad y el Bien fuesen absolutamente relativos?

Como ha explicado Adolfo Oteiza en una reciente nota sobre la problemática que atraviesa la poesía actual como género debido a esa celebración exacerbada de cualquiera que separa sus textos en versos, es importante determinar un camino, una norma estética, un límite. Así pensaba también Charles Baudelaire (1821-1867), el poeta que supo evidenciar los problemas que se filtraban por las canaletas de la Modernidad: si todo lo evaluamos con la vara de la razón, ¿dónde quedan los impulsos más instintivos de la pasión? En el siglo XX, la dictadura de la razón derivó en los totalitarismos. En el XXI, en los progresismos más endebles.

“Un hombre espantoso entró y se miró en el espejo”, comienza el poema El Espejo del autor francés. Imagino un conteiner lleno de funcionarios de la corrección política levantando el dedo y diciendo: “¿cómo medís lo espantoso? ¿qué es ser feo? ¿qué es ser lindo?” Por esto, Bauldelaire es un poeta que nos cae mucho más que simpático. No sólo porque -acá va un término actual- se paró de manos frente a los relativistas de las buenas costumbres sino que, además, intentó dejar una huella en el devenir histórico que dice todo lo que el otro quiere escuchar. El poema -que se publicó dos años después de su muerte en El Spleen de París– seguía: “¿por qué te mirás al espejo si no podés verte en él sino con disgusto?”

Tapa de Los Despojos (1886) ilustrada por Félicien Rops

Tapa de Los Despojos (1886) ilustrada por Félicien Rops

II

En Argentina contamos con un organismo que institucionalizó la corrección política. El Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) tiene como objetivo combatir la discriminación en todas sus formas. ¿Acaso existe una función más noble que castigar al maltratador y apañar al maltratado? El campo de acción del INADI es el lenguaje. Todo lo que existe, existe a partir de ser dicho. El lenguaje es nuestra piel frente al tacto del mundo y de nuestras relaciones sociales. El poder de transformación que tiene este organismo parece ser amplio porque recae en el nombramiento de las cosas, en la forma en que nos referimos a ellas, en la manera en que le damos nombre para que empiecen a existir.

Nadie puede estar a favor de la discriminación. Ni siquiera Baudelaire podría quedarse inmutado mientras un grupo de niños se burlan de una niña fea que llora desconsoladamente en el medio de la plaza. El INADI aparecería allí para denunciar, para manifestar la injusticia de la situación, para señalar. Pero, ¿qué es lo que se está evidenciando? ¿Acaso la nena no es objetivamente  fea? La belleza es subjetiva porque se modifica a lo largo de la historia dependiendo de los factores que moldean a una sociedad específica, pero es objetiva en el sentido que todos –en esa sociedad específica y en ese tiempo específico- la consideran universal. ¿No le correspondería al INADI señalar la violencia del bullying en vez de pormenorizar en los estereotipos y la relatividad de la belleza?

Retrato de Charles Baudelaire. Frantisek Kupka, 1905

Retrato de Charles Baudelaire. Frantisek Kupka, 1905

III

El simbolismo es la corriente en que se lo enfrascó a Baudelaire. Surgido a finales del siglo XIX, este movimiento intentaba desplegar un manto oscuro sobre las refractarias luces que la Ilustración puso en el arte en el siglo anterior. En la secularización del mundo, en la caída de la visión sagrada como única forma de pensar la vida, apareció la razón. La esperanza en que el hombre, desde su propia lógica de pensamiento, podía dar un giro trascendental al mundo, se evidencian en las pinturas más claras con mitos romanos como figuras centrales. ¿Hacia dónde nos llevará la racionalidad como modelo de perspectiva? “El sueño de la razón produce monstruos”, es el nombre de un grabado de la serie Los Caprichos de Francisco de Goya que resume con envidiable precisión 300 años de historia occidental.

Entonces apareció el romanticismo, y una de sus vertientes: el simbolismo. El manifiesto de esta corriente estética lo escribió en 1886 Jean Moréas y lo definió como “enemigo de la enseñanza, la declamación, la falsa sensibilidad y la descripción objetiva”. Acá hay un punto interesante. ¿A qué llama Moréas “falsa sensibilidad”? Si hay una falsa, es porque existe la verdadera. La sensibilidad, se sabe, es la piedra angular de cualquier disciplina artística. Una de las definiciones que da nuestro dios de la época, Google, es: “capacidad o propensión natural de las personas a emocionarse ante la belleza y los valores estéticos”. El simbolismo, con Baudelaire a la cabeza, fue el gran mentor de poner en duda la racionalidad de la belleza. ¿Quién tiene el tupé de considerar que el retrato de una princesa es bello y el de un cerdo comiendo mierda es feo? En el arte, la belleza pasa por la técnica, por la perspectiva del artista, por la sensibilidad en que se retrata al ente y no por el objeto representado en sí.

“Goya es siempre un artista grande y a menudo espantoso”, escribió Baudelaire en una revista de la época llamada Le Présent sobre la obra del pintor español. ¿A qué se refiere con “espantoso”? En las líneas que siguieron en esa reseña, se puede apreciar el fin: “A la alegría, a la sátira española de los años de Cervantes, une un espíritu mucho más moderno o, como mínimo, mucho más perseguido en los tiempos modernos, el amor de lo inasible, al sentimiento de los contrastes violentos, los terrores de la naturaleza y de las fisonomías humanas extrañamente desviadas por las circunstancias a un estado de animalidad”.

Charles Baudelaire. Por Georges Rochegrosse y Eugène Decisy, 1917.

Charles Baudelaire. Por Georges Rochegrosse y Eugène Decisy, 1917.

IV

Hay un poema que cualquiera que desee estudiar la estética en la obra de Baudelaire tiene que leer. Se llama Una carroña y está en Las Flores del Mal publicado en 1857: “Zumbaban las moscas sobre este vientre pútrido / del cual salían negros batallones / de larvas que manaban como un líquido espeso / por aquellos vivientes andrajos”. Lo que describe el poeta es un cadáver en medio de la calle. ¿Desde cuándo un cuerpo en pleno estado de descomposición puede ser retratado con semejante romance? El narrador camina junto a su pareja y le dice: “tú serás igual que esta basura / que esta horrible infección”. Frente a la eternidad y al amor para toda la vida, el poeta dispara: “Entonces, oh belleza mía, di a los gusanos / que te comerán a besos, / ¡que he guardado la forma y la esencia divina / de mis amores descompuestos!”.

La belleza en Baudelaire posee una mirada humana, más no racional. La estética de lo feo es la estilística que utiliza para mostrar la fealdad como una forma de la belleza. No busca relativizarla ni destruirla, no busca decir que todos los hombres son hermosos, sino poner de manifiesto las contradicciones del mundo. Baudelaire juega con el límite, lo subraya, lo acentúa, y con eso demuestra que la mejor forma de escapar del disgusto de la fealdad es asumirla. Simplemente asumirla. Así como el bien existe gracias al mal y así como la verdad existe gracias a la mentira, lo mismo ocurre con la belleza y la fealdad. Y la fealdad no es necesariamente mala, como sugiere el progresismo con sus mamelucas racionalidades.

En el poema El Espejo, el «hombre espantoso» que está mirando su reflejo contesta: “Todos los hombres somos iguales en derechos; de allí que yo posea el derecho de mirarme, con placer o con disgusto; eso no concierne sino a mi conciencia”. Ofendido, el hombre espantoso responde. La corrección política que pesaba desde el siglo de la Ilustración le decía que todos los hombres son igual de bellos. Pero, ¿son todos los hombres igual de bellos? Lo que el hombre espantoso no entendió fue la sugerencia de su interlocutor. Si le hace mal mirarse, si le provoca disgusto, tristeza o bronca, que no se mire. Si sufre cada vez que su fea y malformada cara aparece en el reflejo, que no se mire. La belleza no es para todos. Hay que aceptarlo. No hay nada más triste que un feo que no quiere aceptar su fealdad. Alcanza con mirarse al espejo y no sentir disgusto. Como mínimo, no sentir disgusto.

Baudelaire x Emile Deroy

Retrato de Charles Baudelaire. Por Emile Deroy, 1844

 

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