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09-12-2015 Notas

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Por Mario Laverne

“En todo encuentro erótico hay un personaje
invisible y siempre activo: la imaginación»
Octavio Paz

I

Woody Allen  decía que «el sexo sin amor es una experiencia vacía, pero como experiencia vacía es una de las mejores”.  A juzgar por aquella película suya de 1972, Todo lo que siempre quiso saber sobre el sexo (pero nunca se atrevió a preguntar), el vacío, como toda profundidad, como todo hueco, se podía llenar. ¡Y de qué maneras! El bueno de Woody proponía (o explicaba delirantemente) supuestas aberraciones, a una sociedad que ya se había fumado el libertinaje hippie, divas drogadas, lascivas y promiscuas, rockstars andróginos y una industria pornográfica floreciente, pero que aún mantenía la ortodoxia genital de la boca para afuera. Afrodisíacos, sodomía, travestismo, el orgasmo visto desde adentro… Toda explicación en este ámbito, sin embargo, parece carecer de la potencia individual, ya que el compromiso por el acuerdo general de un concepto tan abarcativo, el lugar común, la parodia de la cópula, es como pintar a dios o al infierno: los aspectos específicos serán siempre los mismos, la barba, la luz, la blancura; el fuego, los abismos, empujando a cada individuo a una experiencia espiritual previamente guionada. Como la búsqueda de dios o del nirvana, el sexo es mejor cuando no hay preconceptos, siendo el experimento y la lujuria exhaustiva, las iglesias sacrílegas y a la vez el mismo averno. ¿El sexo debería tener maestros, industria, parafernalia, religión ordenada? No. El sexo debería tener expertos inexpertos, dispuestos a inmolarse, ciegos, fundamentalistas, radicales, pero sobre todo, putos.

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II

El acto sexual no es sólo lo que se hace, también es lo que no sucede y deja lugar a lo que pasará. El beso pensado en la boca que se desvía hacia el cuello, la mano que busca otra mano y encuentra una teta, la almohada que se cae al suelo, la sábana enredada en los pies, las luces del spot que ensombrecen el pubis. El acto sexual no es sólo lo que se hace sino también lo que se dice («Afrodita aletargada», «ama de mi concupiscencia», «fumar de tu rubí», «putita», «yegua», «mi vida»), y el gemido impúdico gutural que trasciende la cavidad torácica en un grito abdominal, diafragmático, que se filtra por debajo de la rendija de la puerta, se eleva por sobre los tapiales y se adentra en las casas aledañas para el estupor vecinal (las chusmas mañana hablarán de esto).

La cama es una plazoleta para niños, allí el cuerpo único es un subibaja, un columpio, también una montaña rusa; arriba y abajo, vuelta y contravuelta, simbolismos de esta (nuestra) figura geométrica no poliédrica. Es un río y el acto es una canoa; es el cosmos y el acto es la vía láctea; es una lata y el acto, durazno en almíbar. El sexo nos convierte en suicidas con síndrome de inmortalidad, nos dejamos morir en un orgasmo, fuego sobre el agua, canto de cisne. “Ahhh”, es el gemido más esperado, la voz de la pequeña muerte, la onomatopeya de los ojos en blanco dados vuelta; “mmm”, la representación gramática de la humedad, de los fluidos que cambian de bóveda, de los pezones duros; “fuck fuck fuck”, es la advertencia de la mina/el tipo que vio todas las temporadas de Sex and the city y que sienten que su éxtasis parecerá muchísimo más anglo y burgués que el grasa “garchá” (aunque el polvo sea polvo en todos los idiomas, clases sociales y continentes); “ahí”, “más”, “dale”, “duele”; la vida es un telo, corazón; la vida es un espejo en el techo para verte la cola a vos mientras me cabalgás; la vida es una ducha tibia a las seis de la mañana y otro polvo que se empieza ahí mismo, entre el jabón, la esponja y la canilla; porque mañana no sé si te vuelvo a ver, lo que pasa mañana en la oficina, en la calle, en la escuela no es la vida. La vida es ponértela. Como experiencia vacía, es mejor que la religión, la política y el arte.

Me pongo a leer, antes de dormir, página 184: “Me roza el pantalón contra ella, como masturbándome, […] y me excito. Ella se queda quieta, también agarrándome. Le corro como puedo la bombacha pero no encuentro los pelos de su amiga. […] Trato de memorizar la bombacha que veo. […] Me da un beso. Después otro. Después me chupa la oreja. ” (Luis Mey, La pregunta de mi madre). Cierro el libro. En seco…

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III

Hay una línea fina como tanga entre el amor en el sexo y el sexo en el amor. En una de ellas hay siluetas que no se toleran, hay aún hoy, cuando los tabúes parecen despintarse, algunos pudores que permanecen activos: el sesenta y nueve, acabar en las tetas y hasta ciertas palabras que generan un escozor impropio para adultos, desde tampón hasta pornografía, de erección a clítoris, de consolador a masturbación. Hay una risa inquieta cuando un hombre y una mujer que nunca han compartido cama pero están “en plan de”, intentan expresar sus fantasías; siempre habrá una mentira, siempre una verdad a medias: si lo que la erotiza a ella es que le aten las manos con esposas, le venden los ojos y le metan tres dedos; sólo será que la aten con un pañuelo, sedoso y fácil de desatar y en vez de dedos, caricias con las yemas, sin profundizar. Si él espera que le estimulen en las cercanías del esfínter, una turca en el primer encuentro o que le hagan una con los pies, se conformará con el inequívoco misionero, cuanto mucho un perrito para variar. ¿Y entonces?, ¿la violencia y los celos y el morbo y la furia serán contenidas, ninguneadas, absorbidas por la monotonía? ¿Y el shock no será peor? ¿Y la violencia no buscará canalizarse en otros lados, no será una metástasis societaria, ramificándose en las calles, las escuelas? Si partimos del axioma ególatra “no es bueno quedarse con las ganas”, allí la violencia eyaculada, la nalgada y el látex, ganan medallas en las olimpíadas “s & m”.

Hoy estuve tarareando “Charada” de Babasónicos, ese segmento cachondo que manosea los sentidos hasta llegar al clímax: “Nena / te amo tanto, tanto, tanto, / que podría matarte ahora mismo / atarte a la cama, / con tus propias medias de nylon”. El pop llegó al sexo, o viceversa, desde la pelvis de Elvis hace sesenta años y los mensajes, es sabido, funcionan mejor desde lo subliminal que a través del impacto que se desvanece rápidamente con el siguiente impacto. Entonces la charada, la adivinanza, se deja descubrir con el tiempo, porque ha permanecido en estado de latencia en la mente de todos los que están descubriendo que no son otra cosa sino pervertidos. Y los cabos se unen: la resolución de la charada es el masoquismo, los juguetes sexuales sin pilas (“trabajo fino y con silenciador”), la excitación de perder el control, de que la dominación deje más expuesta que nunca nuestra desnudez.

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IV

Pero la calentura no se baja ni se seca. Entonces hay que recurrir a tácticas conocidas, profilácticas y ultraseguras. Manuela. Pero no. No, no, hay fiebre. Hay ganas de piel, de guerra. Pero la puse ayer. Y antes de ayer. Y si me pongo a pensar la puse todos los días del mes menos el día que viajé a Buenos Aires para ponérsela a una dominicana, pero se me hizo tarde y la puse veinticuatro horas después. Estoy enfermo. ¿Y qué? Mis nenas también. Todos los Whatsapp son para garchar. Y bueno, mando uno, a ver qué pasa. Mientras espero, leo:

–Bueno, viendo que las voluntades son irrevocables y están en contra de la vida. Llamemos al Dios de la Selva. San Poronga.
–¿San Poronga? […]
–Sí, San Poronga, el Rey del Perú. Protector de las abuelitas y de las púberes de los degenerados como vos.
–La culpa es del viagra y de la cumbia.
El curandero mirando a mi niña.
–Esto te pasa por bailar la cumbia.
–¿Por qué por bailar la cumbia?
–Te emborrachás, te prendés de un negro y te perdés con la cerveza y los besos. Al final terminás garchada en un telo o una pensión o encima de un auto.
–Yo bailo buscando el amor. (Washington Cucurto, El curandero del amor)

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V

Hagamos el amor, pero hagámoslo mal, como teniendo siempre algo para perder, siempre hagámoslo mal, como trastornando el aire, como invitando a la lluvia. Hagámoslo con la ventana abierta, de par en par, como estas piernas transpiradas de néctar. Hagamos el amor para asesinarlo, para desmembrarnos. No hagamos el amor, tantas veces hecho y deshecho, hagamos el sexo que se hace mientras se muere, se muere mientras se hace, se muere y se hace, se hace, se muere.

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