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Por Enrique Balbo
Hasta mediados de los noventa (al menos en este país que todavía se llama Argentina) la clasificación intelectual de los estudiantes era bastante simple: o eras inteligente muy bien diez felicitado, o eras del montón con un siete justo, o burro no estudié me olvidé el libro en casa de mi prima; podías aspirar al sobresaliente, a la media de aprobados por los pelos o suspendido hasta nuevo aviso. Así fue hasta la irrupción en el plano de la psicología educativa de Howard Gardner. Éste planteó, desde su estrado de profesor y ex alumno de Harvard, la teoría de las inteligencias múltiples. Gardner esgrimió ante la sociedad científica que habíamos de considerar no una inteligencia única si no, más bien, que todos estábamos dotados de varias y diversas inteligencias a las que denominó -con singular acierto- habilidades o teoría de las inteligencias múltiples. Entre estas habilidades, que ahora detallaré, afirma Gardner que existe una predominante pero podemos hallar sujetos con más de una según el entorno, la familia, la educación, el ambiente, etc. Enumera ocho habilidades (ahora parece que se han sumado un par más). A saber: musical, kinestésica, matemática, lingüística, espacial, interpersonal, intrapersonal y naturalista. La descripción de cada una de ellas, aunque algunas se pueden inferir, exceden este artículo. Sólo diré, a modo de ejemplo y para que mi lector no se angustie, que la inteligencia espacial es la que hace que alguien nunca se pierda en una ciudad desconocida o pueda entender rápidamente un complejo plano de carreteras.
Dicho esto y a lo que quiero llegar es a mi breve aporte a la teoría y a una simple refutación: Gardner no ha tenido en cuenta el gen del lame culos argentino.
Observemos entonces un caso de muestreo con detenimiento. El aspirante a lame culos de este país suele ser un sujeto, a primera vista, absolutamente ineficaz; cicatero, casi analfabeto, mediocre, pendenciero y escurre el bulto. Se conduce en una destartalada bicicleta que gusta de atar con una gruesa cadena. Su vestimenta habitual son las camisetas nacionales y deportivas, y las zapatillas de alto costo. Es amante y defensor de las carnes a altas horas de la noche, adora el colesterol y el ácido úrico, el fútbol, la pesca, y, finalmente, sus más ansiados sueños: un viaje a Miami y una foto con Aníbal Fernández después de una espesa parrillada a las once de la noche en Puerto Madero (nuestro lame culos nacional puede ingerir vísceras de ternera hasta la madrugada).
Bien, ahora que tenemos una escueta descripción de nuestro individuo, veamos cómo se conduce porque el lector ya ha intuido y sabe que el hábito no hace al monje.
Suele entrar a los palacios municipales, a las oficinas públicas, con la certidumbre de quien ha recorrido ese camino mil veces (inteligencia espacial). Asciende las escaleras, si las hay, pegado a las paredes como los ratones para evitar el ruido molesto de las centenarias maderas. Allí saluda a cuanto funcionario se cruza en su camino. Esboza una sonrisa y parece preocuparse por el más mínimo detalle. El aspirante sabe lo que tiene que decir y sabe lo que quiere (inteligencia interpersonal e intrapersonal). Una vez arribado al blanco, al político responsable del consistorio, suele abordarlo con las palabras exactas (inteligencia lingüística) para después fundirse con él en un largo abrazo o palmada en la espalda (inteligencia kinestésica). Estos actos suele repetirlos hasta el hartazgo, hasta obtener lo que desea; puede irrumpir en casa del funcionario, participar en mítines y hasta presentarse en el día de la efeméride que bien tiene calculada (inteligencia matemática).
Nuestro protagonista entonces es un ser de la más compleja inteligencia; es un compendio y un resumen de todas las habilidades de Gardner. Es el gran creador del cuca-trap; te hace comer el cebo, te lo llevas a la cueva y no te enteras hasta que te mata. Y aún así mueres –y muerdes- con alegría porque no sabes qué te han matado ni quién te ha matado.
Al final nuestro lameculos local, absolutamente rioplatense y criollo, triunfa. Es una suerte de adelantado, es una versión del Carlos Argentino Daneri que vislumbró Borges; es una mejora, un orgullo. Es folclórico, es nacional, es argentino.
Incluso a la hora de morir puede esbozar un viva la patria para provocar la admiración de sus acólitos; puede escribir un texto (quizá como éste) lleno de florituras y signos de admiración; puede adquirir un lustroso 4 x 4 para asistir vecinos en los grandes diluvios; puede repartir leche en polvo entre los niños; puede talar árboles después de los tornados; puede prometer (y ejecutar) cordones cunetas, casas, barrios, iglesias, calles, parques industriales y lacunarios, granjas de pollos y torres de telecomunicaciones; puede diseñar enormes carteles en celeste y blanco con un blanco tan blanco como su sonrisa. Lo único que nuestro lame culos no puede ejecutar, lo único que nuestro protagonista con todas las habilidades y todas las inteligencias de Gardner no puede cumplir es la dignidad. La misma dignidad que hizo que ARGOS (este nombre habría de escribirse con mayúsculas en todos los textos), un perro mítico, un hermoso animal forjado para el bronce, después de veinte años de ausencia de Ulises, después de la guerra de Troya, después de deambular por los acantilados griegos, de esperar a su amo, a su amigo, su compañero, disfrazado de mendigo por Atenea, tantos años de saber que después de sus batallas volvería y decidiera, en medio de una emoción incontenible y desmesurada, honrarlo con su muerte.
No hay lengua que lama ese culo ni culo que se deje lamer por esa lengua.
Etiquetas: argentino, Argos, Enrique Balbo, Howard Gardner, lame culos