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14-01-2016 Ficciones

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Por Luciana Ravazzani

Ahora que estoy muerta, voy a empezar a escribir este diario. Todo pasó de manera extraña los últimos días que estuve viva. Dormía plácidamente y la mayor parte del día. A veces soñaba que ya había muerto. Cuando despertaba pensaba en películas y series que es algo que casi nunca consumí.

Mis tres últimos pensamientos fueron sobre la escena de una película de la que no recuerdo el nombre donde una muchacha que tenía un tatuaje de flores muere y entonces en ese momento las flores de su hombro caían marchitas; después pensé en una serie donde quienes morían, volvían la vida coincidiendo en haber visto a un payaso horrible; por último me acordé de Magnolia y de las lágrimas de Philip Seymour Hoffman por la muerte del viejo que cuidaba.

Cuando llegué al lugar de los muertos que no tiene ni luces ni túneles ni nada de eso, me recibió Philip Seymour y me dijo que como él había sido mi último pensamiento, se sentía en la obligación de recibirme. Le dije que era un placer y que me alegraba de haber pensado en él después del payaso horrible.

Le dije que lo admiraba, que era una lástima que se hubiera muerto. Él me dijo “Bueno, en Magnolia se muere el viejo al cual yo atendía como su enfermero, en la vida real me morí yo. El viejo no sé si habrá muerto, tendría que averiguar, me gustaría verlo”. Recién ahí me di cuenta de que Hoffman hablaba en castellano, entonces le dije que estaba soñando, pero me dijo que no, que cuando te morís de repente sabés todos los idiomas.

Hablamos de lo administrativo: iba a tener una casa pequeña pero sin compartir y después una notebook desde la que estoy escribiendo ahora. Dijo que sabían (no pregunté quiénes) que me gustaba escribir y que me iba a hacer falta. De mis familiares me explicó que era como siempre, que los ves cuando tenés ganas.

Estaba ansiosa por encontrarme con mi vieja, mis abuelos y algunos tíos. “Sí sí, eso se te pasa enseguida. Ahora porque hace años que no te los cruzás, pero después llegás a no darles ni bola, como cuando estás viva” me dijo, le pedí que me llevara a la casa de mi vieja. Fue hermoso pero es verdad, tuve que excusarme, le dije que aunque ahora tenía la bendición de tener todo el tiempo del mundo para escribir y nada más, necesitaba mis espacios sola, que igual ahora íbamos a compartir la eternidad, que se quedara tranquila.

La muerte no es un lugar feo pero queda lejos. No es cierto eso de que podés ver desde arriba a los que quedaron en la Tierra porque la muerte no está en el cielo. Es parecida a esa zona de Liniers que llaman “la de las mil casitas” porque tiene muchos pasajes.

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