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29-02-2016 Notas

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Por Agustín Ciotti

En el preciso instante en que alguien me comentaba que en el piso de Intrusos en el Espectáculo (América TV) aparecía el periodista Ezequiel del Río, el 17 de febrero pasado, recordé la frase que da título a este escrito. Del Río vive en la ciudad de Bragado, provincia de Buenos Aires, es director del portal de noticias Bragadoinforma.com.ar y su presencia en el programa de Jorge Rial tenía que ver con la noticia que publicó sobre una orden de desalojo que llegó hasta unos terrenos linderos con la Plaza de los Combatientes de Malvinas, en dicha ciudad bonaerense. La novedad era que entre los «desalojados» resistía una ex vedette, Marcela Tiraboschi, ex modelo y ex pareja del conocido locutor Jorge «Cacho» Fontana, y otrora asistente de Gerardo Sofovich en los ’90.

«Vas a ver siempre que en donde haya lío, seguro hay un bragadense», me advirtió una tarde de 2014 en su casa Edgardo Reynoso, dirigente de la Unión Ferroviaria de la Línea Sarmiento, mientras me entregaba en mano un puñado de copias de artículos publicados en el semanario El Periodista, dirigido por Rogelio «Pajarito» García Lupo, en marzo de 1989. Eran unas tres hojas, unidas por algo más que el gancho de una abrochadora: todos los textos allí impresos hablaban de Jean Pasel. Bautizado como Juan Carlos Chidichimo Poso, Pasel fue un periodista nacido en Bragado y muerto en Haití, mientras intentaba cubrir una expedición revolucionaria que pretendía derrocar al dictador Francois Duvalier, unos meses después del triunfo de la Revolución Cubana, el 1° de enero de 1959.

Reynoso hacía tiempo pretendía escribir sobre Pasel, pero su apretada agenda en la seccional Haedo se lo impidió cada vez que amagó con el intento. Me entregó las copias mientras alimentaba la fantasía de que yo pudiera encargarme de la tarea, pero no tardé en descubrir que ya había otra persona -también de Bragado, una estudiante de Comunicación Social en La Plata- que se le había adelantado y estaba preparando su tesis sobre el tema.

Bragado puede presumir de una rica historia de periodistas y artistas que nacieron o crecieron en la ciudad y llevaron su talento más allá de sus límites e incluso todavía más lejos, hacia el resto de América Latina o incluso el Viejo Continente. En el campo periodístico, destacan los nombres de Pedro Varangot -fundador en 1886 del periódico El Pampero, el primero impreso en el poblado, y luego integrante del staff del diario La Nación-, Héctor Larrea -de reconocida labor en múltiples emisoras de radio de la Capital Federal- o Sergio Elguezábal -durante muchos años periodista de canal 13 y conductor del semanario TN Ecología, en la señal de cable del Grupo Clarín-. Pero hay dos historias algo menos resonantes en la conciencia de los bragadenses, a pesar de su estrecha ligazón con episodios históricos del siglo XX: una, la del ya mencionado Juan Carlos Chidichimo Poso -de ahora en más, simplemente Jean Pasel-; la otra, la del artista gráfico Héctor Cattólica, cuyo virtuosismo lo llevó a París y a ser un protagonista activo ni más ni menos que del Mayo Francés, en 1968.

El buscador de la “Gran Nota”

Jean Pásel. Foto del Semanario "El Porteño". Marzo 1989

Jean Pásel. Foto del Semanario «El Porteño». Marzo 1989

A mediados del siglo XX, en plena Guerra Fría, la mayoría de los países latinoamericanos, en especial los del Caribe, estaban gobernados por dictaduras sangrientas, alentadas por los Estados Unidos en sus esfuerzos por impedir la instauración de gobiernos alineados con el bloque comunista, encabezado por la principal potencia enemiga de Norteamérica por entonces, la Unión Soviética (URSS).

En República Dominicana, Rafael Trujillo gobernaba autocráticamente desde 1930, mientras que tres años más tarde la famila Somoza iniciaba una interminable estadía en el poder que se prolongaría sobre la base del terrorismo, la represión y las sucesiones entre familiares hasta 1979, cuando se cristalizó el triunfo de la Revolución Sandinista. Pero la Revolución Cubana, en el amanecer de 1959, había sacudido completamente el tablero político en la región. No sólo los Estados Unidos comenzaron a ver con preocupación la posibilidad de que experiencias similares a la de la isla se replicaran en otros países, sino que efectivamente parecían cobrar fuerza los proyectos de expediciones guerrilleras decididos a liberar a los países caribeños de la presión imperialista.

Una de esas aventuras revolucionarias ocurrió en agosto de 1959, y, como relata García Lupo en su artículo «Las dos muertes de Jean Pasel», el trágico episodio no ha pasado «a la historia de ese tiempo intempestuoso, tal vez por la rapidez de su fracaso». Junto con los pocos guerrilleros que habían desembarcado en Haití con el objetivo de desplazar del poder al tirano Francois Duvalier viajaba Jean Pasel, al que la volanta del escrito de García Lupo describe como «el primer corresponsal de guerra argentino caído en acción». “En Bragado, donde había nacido, sólo los viejos recuerdan el nombre, pero por su padre, el médico Juan B. Chidichimo Poso”, escribe “Pajarito”, quien omite el detalle de que además de médico, el padre de Pasel fue concejal por la Unión Cívica Radical (UCR) en la década del ’40, durante el gobierno peronista de Victorino Yacovino, responsable directo de que su hijo abandonara Bragado como un fugitivo y por la puerta trasera. “Las balas no lo respetaron, tampoco la memoria de sus compatriotas”, reflexiona el autor, de lo que deduce que en total fueron dos las veces que murió Pasel, aunque sin jamás haber resucitado para volver a morir.

Es difícil precisar si, efectivamente, a Pasel “ni en el lugar donde nació lo recuerdan” porque son varios -aunque es posible que sólo una minoría- los bragadenses que conocen su historia, pero lo cierto es que la misma se agiganta con el sólo hecho de que dos emblemas del periodismo argentino, como Rodolfo Walsh y Jorge Ricardo Massetti, se hayan interesado en él. En una crónica titulada “Calle de la Amargura 303”, Walsh escribió sobre Pasel: “En Argentina debió sufrir la estúpida persecución que infligió el peronismo a los periodistas que se le oponían. A partir de 1946 fue director del diarioBragado en el pueblo del mismo nombre, donde había nacido. En 1949 se lo clausuraron. Fundó entonces otro periódico que se llamaba Por Todos. También se lo clausuraron en 1951”. El relato de Walsh es parcialmente confirmado por otro periodista de Bragado, Leonel Ávila, quien en su nota “La prensa gráfica local y su historia de 134 años” (curiosamente, publicada en el portal Bragadoinforma.com.ar, de Ezequiel Del Río) describe al diario dirigido por Pasel -aunque nunca nombra a su director- como «golpeado duramente por la gestión local de Victorino Yacovino». Sin embargo, en su inventario no figura el diario Por Todos, lo que refuerza el pensamiento de García Lupo sobre la pena del olvido a la que parece haber sido condenado Pasel por sus coterráneos.

Las líneas que el autor de Operación Masacre dedicó a Pasel aseguran que una vez desterrado de su pueblo natal, inició un largo periplo por América Latina, que incluyó exilios tormentosos en Venezuela y Colombia, y otros algo menos ingratos, como en Montevideo, Uruguay -en donde pudo trabajar en las radios Ariel y El Espectador y en los diarios Acción y La Calle– o en Brasil -en donde su pluma prestó servicios a Tribuna da Imprensa-. Finalmente, una vez en La Habana, “algunos diarios cubanos le hicieron reportajes y le abrieron sus páginas. Todo eso no bastaba para vivir en una de las ciudades más caras de América”.

Massetti lo describió en su crónica “La Gran Nota” como ”un flaco típico argentino”, ”muy alto, semicalvo, con el bigote manchado por la nicotina y un par de manos huesudas que le llenaban los bolsillos”. Agrega que, como todo periodista, “andaba en busca de la gran nota” y que precisamente por ello no le causó mayor sorpresa cuando una tarde, eufórico, le comentó que planeaba viajar a Haití. Le dejó un papel en el que figuraba escrito su verdadero nombre -”Juan Carlos Chidichimo Poso”- y el domicilio de la casa de sus padres en Bragado -”Av. Carlos Pellegrini 1934“-. Junto con él, Massetti recibió una indicación a la que en aquel momento le restó importancia: “Si me pasa algo, te ruego que le avises al viejo”.

Un bragadense en París

Héctor Cattólica. Foto de Hebe Solves, incluida en el libro de María Cristina Alonso "Cattolica pero anarquisto, un artista gráfico en París"

Héctor Cattólica. Foto de Hebe Solves, incluida en el libro de María Cristina Alonso «Cattolica pero anarquisto, un artista gráfico en París»

Héctor Cattólica nació el 31 de agosto de 1933, en Bragado, ciudad que, como describe la escritora local María Cristina Alonso, «tiene calles más anchas de lo previsible, árboles coposos y cielos violetas o rojos en días de tormenta (…) Fue cuna de algunos poetas populares, como el autor de ‘La cumparsita’ (Enrique P. Maroni) y el ámbito en donde Florencio Constantino, un inmigrante español, tenor de gran éxito, construyó un teatro lírico como L’Opera de París (hoy Centro Cultural Florencio Constantino)» (ver Cattólica pero anarquisto. Un artista argentino en París, 2005). Según Alonso, autora de una apasionante biografía del artista, permaneció en Bragado hasta los 20 años, trabajando como dibujante de planos para un agrimensor. Luego, partió a la Capital Federal, en donde continuó realizando esa actividad para el estudio de arquitectura López León.

Mientras tanto, entrada la década del ’60, el periodismo argentino experimentaba profundos cambios, muchos de ellos directamente ligados a transformaciones de la estructura social y cultural del país. Como observan Maite Alvarado y Renata Rocco Cuzzi, la composición del público lector se modificaba, de la mano de los procesos de industrialización, ocurridos durante el peronismo primero y el desarrollismo después, de las que habría resultado «un público ‘ampliado’, con un poder adquisitivo más ‘holgado» (ver «Primera Plana: el nuevo discurso periodístico de la década del ’60», 1984).

Fuertemente influenciadas por el semanario norteamericano Time, aparecieron en el amanecer de la década revistas que dominaban el tratamiento de temas políticos explotando las potencialidades del lenguaje literario, como Primera Plana, Che o Usted. En Che, dirigida por Pablo Giusani, Cattólica trabajaba como diagramador. Un poco antes, hacia finales de los ’50, había formado parte de la redacción de la revista Tía Vicenta, que compartió con artistas de la talla de Quino, Hermenegildo Sábat, Caloi, Alberto Breccia, entre otros. Precisamente Quino -creador de la célebre historieta Mafalda- cuenta a Alonso para su libro que Cattólica fue despedido de la publicación tras una movilización en Plaza de Mayo que terminó en un encontronazo con la Policía. El director de la revista optó por echarlo, ya que la misma era financiada por la Marina y no podía permitirse estar enemistado con las autoridades.

Simpatizante de las ideas anarquistas, en 1962 partió a París en donde consiguió dar rienda suelta a su capacidad artística, en un escenario dominado por la juventud y sus expresiones contestatarias.Las manifestaciones de mayo de 1968, que acabaron con el gobierno de Charles de Gaulle, lo encontraron como un gran protagonista, como realizador de múltiples afiches que se integraron a la protesta del movimiento estudiantil. Como recuerda Alonso, los carteles que poblaron las calles parisinas convivían con pintadas de graffitis que reivindicaban consignas revolucionarias de Marx, Lenin, Trotsky, Proudhon o Rosa Luxemburgo, y estaban realizados con técnicas básicas de gráfica: “serigrafía, litografía y esparcido”. Alonso sostiene que Cattólica «fue uno de los afichistas más célebres del Mayo Francés».

Desilusionado porque la revuelta no había bastado para la transformación del orden social, Cattólica regresó a Buenos Aires en 1969. De visita por su Bragado natal, brinda una entrevista al diario La Voz de Bragado, que se publica el 11 de febrero de aquel año. Confiesa su deseo de radicarse en Argentina, pero según reconstruye Alonso durante «tres años estará en el país detrás de trabajos que no se concretan» y decide regresar a Europa.

Ilustraciones de Héctor Cattólica

Ilustraciones de Héctor Cattólica

Se consideraba un hombre «perseguido por la suerte», a pesar de sus dotes para el arte. El libro narra la anécdota de un terrible accidente automovilístico que sufrió junto a su colega Jean-Jacques Sempé en Argelia, adonde había viajado atraído por la lucha de aquel pueblo por independizarse de Francia. Cuenta la autora que como consecuencia del choque «se destrozó la cara y perdió los dientes», pero ello no habría sido tan dramático como las precarias atenciones que recibió en los deficientes hospitales argelinos, que le provocaron un profundo desencanto sobre los ideales revolucionarios que había abrazado y lo habían inspirado a viajar hasta allí. También debió superar un incendio en su primer departamento en París, que devoró gran parte de sus trabajos.

En los últimos años de su vida, emprendió un proyecto sumamente ambicioso y tal vez por ello irrealizable, que consistía, según el testimonio de la escritora Alicia Dujovne, amiga de Cattólica, en «una inmensa exposición sobre Cristóbal Colón, para los 500 años del Encuentro de Dos Mundos, seguida por un lujoso, original y gigantesco Museo de la Inmigración, que Francia deberá regalarle a la Argentina». A pesar de que la idea era por de más atractiva, Cattólica no era en París un artista lo suficientemente conocido como para lograr el apoyo del gobierno francés para emprenderla. Llegó incluso a alarmar a su amiga diciéndole que se le iba la vida en aquel proyecto de museo: «Si fracasa me muero», le advertía. Hasta que, como relata Alonso, «un día llamó a Alicia y, haciendo gala de su humor negro, le comentó: -¿Viste que yo te había dicho que lo de Colón era toda mi vida? Bueno, me pesqué un cáncer de colon». Murió por primera vez en julio de 1993. Doce años más tarde, y a diferencia de lo que ocurrió con Jean Pasel, una escritora oriunda de la tierra que lo vio nacer consiguió rescatarlo del olvido. No era tan mala su suerte después de todo.

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