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Por Federico Capobianco
«Eres libre de hacer lo que te digamos»
Bill Hicks
I
Hace algunos años, en un puesto improvisado y apartado varios metros de una pequeña feria de un pueblo ya-no-hippie cordobés, un librero de tez morena, barba, pelo largo y pies descalzos, me frenó cuando pasaba caminando junto a él. Cuando me acerqué me dijo: éste es para vos, te lo regalo. La tapa era toda negra y apenas aparecían dos palabras: su título “Llamamiento” y su supuesto autor “Tiqqun”. ¿De qué trata?, pregunté. Leelo, me respondió. Agradecí y seguí caminando y cuando ya no estuve a su vista abrí la primera página. El libro empieza así:
“Nada falta al triunfo de la civilización. Ni el terror político ni la miseria afectiva. Ni la esterilidad universal. El desierto ya no puede crecer más: está en todas partes. Pero aún puede profundizase. Frente a la evidencia de la catástrofe, están los que se indignan y los que toman nota, los que denuncian y los que se organizan. Estamos del lado de los que se organizan.”
No es relevante pero aporta, que Tiqqun es un –así se autodenominan- Partido Imaginario anarco-comunista que llama al levantamiento armado explícito, pero no al estilo guerrillero sino al estilo logia: cerrado, secreto. No se sabe si existen todavía porque la información que se encuentra los da por disueltos pero el libro fue editado hace pocos años. La pequeña obra es un análisis del contexto político y económico mundial y establece –mediante escolios- cierto plan de acción para llevar a cabo el objetivo de “vivir el comunismo y propagar la anarquía”.
II
Recordé que tenía el libro luego de una charla grupal, mientras se almorzaba, sobre la situación inmobiliaria, los aumentos y la situación económica del momento. Los temas fueron los obvios: precio de alquileres, poca regulación estatal, legislaciones a favor del sector, etcéteras y etcéteras que nos hacen lo suficientemente impotentes frente a la desventajosa situación.
Luego de consensuar opiniones cambiamos de tema pero entre ambas charlas hubo un silencio incómodo, como de vergüenza. Es que sabíamos que con la continuación de la charla, abandonaríamos nuestra indignación y nuestra completa consciencia de estar siendo lentamente arruinados por otro pequeño gran eslabón del sistema que, anclado al Estado, hacen lo que realmente se les antoja con un derecho tan básico como lo es, para todos, la vivienda.
¿Qué es lo que hace que algunos, la mayoría, casi todos –menos los imaginarios de Tiqqun- nos quedemos en la indignación y no logremos avanzar ni siquiera a tomar nota?
Por ejemplo, hace unas semanas, previo al paquete de aumentos lanzando por el gobierno nacional, el canal de noticias TN publicó en su twitter lo siguiente: “Se vienen aumentos: gas, monotributo, nafta… ¿Qué malabreshacés? Participá: #MalabaresDeBolsillo«. ¿Qué tan naturalizado está que frente a las presiones económicas por parte del Estado y las empresas en connivencia, nosotros, los que formamos parte de la gran clase que se levanta todos los días a trabajar –en su mayoría para otros- tengamos que “hacer malabares” como única posibilidad de acción?
III
Quizás, en parte, tenga que ver con la evolución histórica de la sociedad argentina. En su análisis “Soñar con Rousseau y despertar con Hobbes” sobre el proceso de construcción del Estado argentino-ese que se inició en 1810 con la intención de lograrse en un par de años pero por diferencia entre intereses unitarios y federales se postergó durante setenta- Waldo Ansaldi cuenta que la Revolución de Mayo, esa que se iniciaba en clave política y anticolonial, con el objetivo de independizarse y establecer un gobierno local legitimado por el pacto social, encontró su límite en 1812 por no haber logrado una revolución social. Mayo había iniciado como un movimiento de las elites criollas y continuó siendo de esa manera.
Por ejemplo, las invasiones inglesas de 1806 y 1807, que generaron la organización espontánea de los sectores criollos debido a la negligencia de la dirigencia española que no movió un dedo por defenderse, significó una posibilidad de ascenso para los sectores subalternos que formaban la tropa ya que pasaban de sectores profundamente postergados a otro de requerimiento e importancia. Como de la tropa misma era elegida la oficialidad, la esperanza de ascenso era concreta. Pero luego de la Revolución, en las consecuentes guerras de independencia, las elites criollas pasaron a conformar la oficialidad, confinando a las tropas, reclutada nuevamente de los sectores subalternos, a la casta a la que pertenecían. La posibilidad de ascenso se vio anulada por los mismos sectores que pregonaban una nueva realidad social.
Lo que había iniciado como un proceso revolucionario desde abajo, es decir, de soberanía popular, libertad, igualdad, y otros varios conceptos rousseaunianos que pretendían modificar las relaciones entre las fuerzas de poder, terminó siendo –en los setenta años que tardó en construirse el Estado- una revolución desde arriba, o lo que Gramsci denominó “revolución pasiva”, es decir, “la transformación del sistema político y económico llevada a cabo por los poderosos mientras modifican lentamente las relaciones de fuerza para neutralizar a sus enemigos de abajo”. Aunque en el caso argentino, los “enemigos” de abajo estaban neutralizados desde hacía varias décadas. Ni siquiera los levantamientos populares de 1829, en la ruralidad bonaerense, significaron eso sino la acción desorganizada y sin objetivo de sectores olvidados – como anarquistas, población rural e indios-, que terminaban siendo funcionales a los intereses de las elites opositores a las elites dirigentes.
El Estado argentino –y esto es la otra parte de la explicación- terminó de constituirse cuando logró insertarse de lleno en la economía capitalista mundial. La diferencia radica en que en nuestro país no existió una burguesía que logró posicionarse en lucha con otra clase poderosa. La burguesía argentina no desplazó a ningún señor feudal sino que logró su posición a costa de un Estado mal administrado. La burguesía nacional terrateniente consiguió su base de poder material apropiándose de tierras fiscales que la administración estatal regaló –no con esa intención pero si con ese resultado- durante sesenta años. Esto tuvo como consecuencia que dicha clase social, desde su poder económico, tenga vía libre para acceder al poder político.
Cuando se logró la unificación de país luego de Pavón –cuando las fuerzas de Buenos Aires comandadas por Mitre derrotaron al ejército de la Confederación que comandaba Urquiza- el orden necesario para poder insertarse en la economía mundial se realizó de arriba para abajo en términos de clase, y de Buenos Aires para el interior. La necesidad de homogeneizar la sociedad se presentó cuando el sector comerciante –de origen inglés que residía en el país- dedicado a la importación, requería de un mercado interno efectivo para el perfecto desarrollo de sus intereses. Y como tales intereses les convenían también al Estado, la solución de ampliar la inserción territorial a la economía nacional debía ir de la mano, si o si, de un adormecimiento social que permitiera evitar cualquier oposición a las políticas que empezaban a llevarse a cabo. El plan del Estado argentino liberal que terminó de formarse en 1880, era eliminar toda manifestación ciudadana que represente motivaciones políticas y atente contra el proyecto. La idea, en realidad, era reducir al ciudadano a la mera condición de habitante del lugar que acate toda directiva emitida desde arriba sin el mínimo resquemor. Y para eso, el mecanismo de homogeneización se dio a través de todas las herramientas estatales de la época: la administración civil, la educación y la represión –por primera vez se creaba un ejército nacional que tenía entre sus objetivos el de liquidar a los pocos caudillos opositores que quedaban-.
Al Estado construido en 1880, Ansaldi lo relacionó con el Leviatán de Hobbes: esa idea de que una cabeza soberana recibía todo el poder que la sociedad le delegaba perdiendo su propia libertad, un poco por tenerla restringida y un poco por miedo a las represalias.
La idea fue lograda por varios años, la Revolución de 1890 presentó el primer alzamiento popular que pretendía lograr un cambio en las relaciones de poder frente a la oligarquía dirigente. De aquella Revolución se creó la Unión Cívica Radical, la cual nadie puede afirmar si sigue existiendo.
IV
Desde el siglo XIX que el Estado argentino tuvo tal intención. Ni la Revolución del 90 ni las décadas de mediados del siglo XX pudieron cambiar realmente las estructuras de poder. Salvo por algunos pocos años peronistas en que se planteó y ejecutó otra forma de cortar la torta -con una diferente redistribución de la riqueza y de derechos-, lo cierto es que el cuchillo con el que se corta siempre estuvo en las mismas manos. Y hoy, en un Estado tan unitario y liberal como el formado hace más de 130 años, no tenemos la capacidad –y eso quita las ganas- de atender ningún llamamiento porque somos lo que quisieron que seamos y nos movemos en los pocos lugares que nos dejaron. ¿O no?
Etiquetas: Ansaldi, Hobbes, Leviatan, llamamiento, Tiqqun