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Por Federico Capobianco │ Fotografías: Prensa TRAC
El grupo de teatro independiente TRAC vuelve a la carga con una nueva obra de Diego Scarpellino: “El trencito de la alegría (Otro estudio sobre la banalidad del mal)”. La gráfica ya pinta un panorama de lo que nos podemos encontrar. A primera vista, esos cuatro personajes de Disney pueden resultar graciosos y simpáticos, pero hay algo en ellos que genera sensaciones encontradas. Algo no les permite transmitir la alegría que supuestamente representan. Al contrario, generan un cierto escozor . El Ford Falcon detrás lo deja claro. De todas las palabras que incluye el título de la obra, hay que enfocarse en la última, la que se pronuncia con fuerza inevitable: “Mal”. ¿Pero no es un tren de la «alegría»? Sí, y estas dos palabras explican la clave de la obra: es una comedia de esas que te hacen doler la panza de tanto reírte, pero porque es un eficaz gancho al hígado.
Para arrimarnos un poco a la idea, tendríamos que empezar pensando la famosa expresión, creada por la filósofa alemana Hannah Arendt, “la banalidad del mal”. La misma fue utilizada en su libro “Eichmann en Jerusalén”, escrito luego del juicio llevado a cabo en Israel al teniente coronel del ejército Nazi, Adolf Eichman, acusado por múltiples crímenes contra el pueblo judío. Luego del juicio, Hannah Arendt expresó que Einchman no había realizado esos crímenes por ser alguien loco o de extrema crueldad, sino por ser, simplemente, un burócrata; es decir, por formar parte de un sistema de crímenes organizados donde sus superiores le bajaban órdenes y él las cumplía, nada más. Así fue que Arendt utilizó la expresión “banalidad del mal” para referirse a esas personas que actúan y cumplen las reglas del sistema que forman parte sin reflexionar, ni preocuparse, si las consecuencias de esos actos son buenas o malas. Sólo se ocupan de cumplir.
Ahora bien, esta nueva obra de Diego Scarpellino es, como su título lo dice, otro estudio sobre la banalidad del mal. Por esto y para conocer más sobre lo que se estrena este próximo sábado 28 de Mayo, hablamos con él, en esta entrevista para Polvo.
¿Qué nos podés contar de la obra?
“El Trencito de la alegría” es una comedia negra. Tan negra como nuestra historia, tan comedia como lo permita nuestra argentina. Apenas cuatro personajes de Disney que juegan al truco y miran fútbol por tv casi todo el día esperando para salir a realizar sus labores en un trencito de la alegría. Pero como suele suceder en el mundo mágico de Disney, nada es lo que parece. Hay algo raro en ellos, algo familiar, algo espeluznante. La obra pretende ser un túnel embovedado en humor pero que conduce al silencio. La luz del final, a la que aspiramos a llegar, es puro silencio. El silencio de la banalidad del mal. Pensar la posibilidad de que el mal pueda ser banal es sin dudas un problema que nos pone sobre el abismo de la razón. Nos lleva al límite, nos coloca en el lugar del silencio doloroso, ese silencio que muchas veces es precedido por el balbuceo del fin de las palabras.
El Ford Falcon tiene una connotación especial en nuestro país, y al aparecer en la gráfica de una obra que en su título incluye la palabra “Mal”, parece no quedar dudas de en cuál época negra de nuestro país se desarrolla la historia. Y esa época pareciera no dejar lugar a la comedia, ¿cómo es tu trabajo como autor y director para que la obra cumpla el objetivo que planteaste y no caiga en golpes bajos?
Hay un riesgo, pero que considero no va por el lado del golpe bajo. El golpe bajo apunta más bien a estrategias para conmover dramáticamente. Nosotros en cambio nos movemos más por el lado de la comedia. Bien negra por cierto pero comedia al fin. Lo cuál en el fondo es apenas una nueva estrategia para repensar el pasado desde otros ángulos.
¿Cómo encaja ese mundo ficticio y de fantasía que es Disney con esa historia trágica y negra de nuestro país?
Encaja por el lado de la hegemonía. La estructura cultural occidental contemporánea está marcada por la hegemonía norteamericana sin dudas. Y es el cine su mejor herramienta. Y es sin dudas el mundo Disney su mayor exponente, no sólo por su poder económico y de penetración sino porque apunta al mundo de la pura inocencia, de la ingenuidad ¿qué tenés contra Mickey -me dicen- si es re inocente?
El subtítulo de la obra es “Otro estudio sobre la banalidad del mal”. ¿Cuál es tu análisis en relación a la famosa expresión de Hannah Arendt? ¿Cómo adaptas ese análisis a la historia de nuestro país?
Después de presenciar el juicio a Eichmann, Arendt se da cuenta de que detrás de ese gran criminal Nazi no existe una sola idea, ni odios, ni expresión ideológica. Ni siquiera el ya conocido (muy conocido para nosotros) recurso a la obediencia debida. No encontró un odio particular hacia los judíos, ni un aparato ideológico que sostenga su acción, ni “razones” para hacer lo que hacía. Y eso es lo realmente terrible. Esa es la idea que corta como un cuchillo la posibilidad de pensar las acciones. Los actos criminales de Eichmann no tenían más sostén que la pura irreflexibidad. Tenía todo ante sus ojos: conocía las cámaras de gas, los campos de concentración y el exterminio. Confesó que más de una vez sintió nauseas por las atrocidades cometidas pero se quejaba constantemente por cómo la irresponsabilidad e ineficiencia de otros jerarcas nazis en la ejecución de órdenes demoraba y complicaba su “trabajo”. Su única búsqueda había sido su eficiencia: cumplir con sus responsabilidades laborales. Y cuando las órdenes de transportar vacas para alimentar a los soldados en el frente cambiaron por transportar seres humanos hacia la muerte nada cambió en él, sólo la forma de llenar y organizar las planillas y los trenes.
Pensar a ciertos personajes anónimos de nuestra historia (y hago hincapié en lo anónimos de estos personajes) en relación al estudio de Arendt nos posibilita pensar porqué muchas veces nos quedamos sin palabras ante la defensa de ciertas atrocidades.
Tu dramaturgia suele involucrar elementos sociales más complejos -y a veces nada simpáticos (al menos en tu anterior “Necronomicón en Lomas”)- y soles darle una vuelta más para que además de una obra artística sea una forma de análisis sobre un determinado tema, ¿qué es lo que te motiva a escribir este tipo de teatro? ¿Qué objetivos te propones al hacerlo?
El arte para mi (y aquí parafraseo a las vanguardias) es choque. Si no vas cabeza descubierta a chocar con la pared del público esperando sobrevivir, el teatro para mi deja de tener sentido. Y esto vale tanto para contenido de la obra como para su forma. Y esta frase “el arte como choque” cobra especial importancia con respecto a lo teatral. El teatro está tan ligado a la idea de espectáculo que la idea de “entretenimiento” suele eclipsar a la de “experiencia artística”. Por eso vemos tanto como proliferan espectáculos en lo que no se juega nada más que la idea de entretener. Es como un pasaje de los valores estéticos de la televisión al teatro. Lo transforma en sólo entretenimiento burgués y lo hace desaparecer como manifestación artística. Mis objetivos como creador están absolutamente ligados a esta idea del arte y del choque.
EL TRENCITO DE LA ALEGRÍA
Escrita y dirigida por Diego Scarpellino
Con Pablo Durán, Daniel Posik, Mariano Rodriguez y Guillermo Médice.
Asistencia de Gina Tosiani.
Sábados a las 21 Hs.
Domingos a las 20.30 Hs.
Humberto Primo y Pueyrredón -Chivilcoy-
Reservas: 15 65 65 55
Etiquetas: Diego Scarpellino, El trencito de la alegría, Hannah Arendt, la banlidad del mal, Teatro, Trac