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17-05-2016 Notas

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Por Leticia Martin

Fue Henri Meschonnic quien puso en palabras que el sujeto, para constituirse como tal, debía hacerse a la necesidad del poema. Esto significaba crear un hueco en la vida cotidiana donde quepan diversas experiencias del orden del lenguaje. Más que discutir terminológicamente, Meschonnic buscaba oponer poema a poesía. Su objetivo último era castigar a la segunda. ¿Por qué? Porque el “acto” poético era para él algo muy distante y distinto de la “idea” de poesía, a quien consideraba una reina institucionalizada a la que la lengua francesa le estaba rindiendo culto ciego. El poema es para para Meschonnic lo contrario del conformismo despolitizado y de los academicismos capaces de sofocar al poema y asfixiarlo, anularlo y arrancarlo de la experiencia del sujeto. A diferencia del poema, ésta, la poesía, no hace más que estetizar los esquemas de pensamiento. Por eso es que Meschonnic quiere dispararle al medio de la frente. Entre otras cosas, para eliminar a los idólatras que, en su entusiasmo bobo, colaboraban con la construcción del fetichismo sin voz de la poesía, más apoyado en la pose del poeta que en el poema.

Desde su lugar de crítico aguerrido, estudioso del lenguaje, traductor y también poeta, Meschonnic teorizó a su modo y eligió para sí una definida posición contra las poetizaciones vanas. “Sólo existe el poema si una forma de vida transforma una forma de lenguaje y si, recíprocamente, una forma de lenguaje transforma una forma de vida.”

Para Meschonnic el poema es eso que nos enseña a no servirnos del lenguaje, relegándolo a mera herramienta utilitaria. El poema es el lenguaje y, a la vez, el poeta que habla inmerso en su experiencia. Porque el lenguaje se sirve del hombre, lo conforma y constituye. Por esa razón es que el poema –y no la poesía– hace de nosotros una forma de sujeto específico, diferente del que seríamos sin él. No somos sino que “devenimos lenguaje” –escribe Meschonnic, y en ese punto quiero detenerme; desde ese lugar quiero leer el poemario de Marti Rodríguez Denis y pensar algunas cuestiones.

No tengo ropa no se parecen a la poesía. Sus poemas no repiten las modas formales, viejas o nuevas, que nuestro sentido común tiene a mano. Tampoco buscan la rima consonante. Desde los rasgos temáticos sus poemas no reproducen el “bien pensar” de la época. Es verdad que muchos tópicos suenan actuales y provocan preguntas repetidas. Pero lo que importa no es esa coincidencia sino las rajaduras en la pared que provocan esos versos que no se dejan dominar por la fuerza de lo masivo.

Henri Meschonnic

Henri Meschonnic

Marti nos burla, se burla de sí misma y de los lugares comunes del género, hace convivir facetas dispersas de su personalidad y piensa de un modo tan propio como corrido. Su voz no se suma al agotado clamor de la segunda ola feminista –anacrónico por donde se lo mire, ¡pobre Beauvoir!– ni reivindica, ni se enoja, ni se constituye en minoría. Por el contrario, sus temas recuperan una maternidad desprolija, enchastrada, apasionada y sexual. Todo al mismo tiempo. Pero además el lenguaje y sus versos se van haciendo uno al otro, como le gustaba a Meschonnic.

“Hay que tener una palabra en la mirada / siempre / para lo que nunca vamos a decir”.

Los versos de Rodríguez Denis encabalgan sentidos, saben de contradicciones, de miedos, de fobias sociales y de angustias. Y siempre terminan descubriendo algo que no es cómodo decir. Pero además, la poeta enfrenta su subjetividad con la de nosotros, los lectores, en tren de devenir lenguaje ella misma, entrar por nuestros ojos, en nuestros oídos, y hacernos vivir la experiencia del poema.

“Hoy solo duelo”.

Esa simple línea condensa varios sentidos. Hoy solo puedo ser dolor, algo me duele, hago doler, y –por qué no– también, hoy hago un duelo. Algo se murió. Alguien, tal vez. O acaso, hoy, ella está haciendo el duelo de ella misma. ¿Cuántas veces somos lo que nos está pasando? ¿Cuántos duelos de nosotros hemos hecho, para dejarnos atrás?

Esa superposición de planos permite ver la ambigüedad del lenguaje, abusa de él, lo modifica y pervierte, expone la relación intrínseca del poema con la poeta, y los aleja de las convenciones, es decir, de la poesía. Algo que no podría corresponderse más con el plan de Meschonnic.

“Esto no es poesía”, parece pregonar cada línea. Esto es una praxis. Es el acto por el cual la institución es pisoteada por el lenguaje que la excede, la supera, y le impide nombrar.

"No tengo ropa" de Marti Rodríguez Denis

«No tengo ropa» de Marti Rodríguez Denis

“No tengo ropa / (no salgas a la calle, / puede ser peligroso / mostrarle al mundo / tanta desnudez).”

¿Qué nos dice este poema breve titulado: “vestirse” que introduce el libro?

Nos habla de la imposibilidad de decirlo todo, mostrarlo todo. Da cuenta, una vez más, de esa condición del mundo social que nos ve y nos hace ver como “cuerpos vestidos”. Lo que circula fuera de nuestra intimidad, de esa existencia interior que nos habita, no es otra cosa que un cuerpo ornamentado de determinada forma, con determinadas telas y reproduciendo determinadas significaciones (de época, de género, de clase, de edad). Como seres sociales somos “cuerpos vestidos”, disciplinados, adiestrados cultural y temporalmente. La desnudez no es posible, aún cuando se desee y se provoque. Ni en el mundo real ni en el mundo virtual. Y si un cuerpo desnudo se muestra, de todas formas, la exhibición de esa desnudez estará reglada. Vestirse también es una coerción del mundo social.

Pero además la desnudez es calificada en el verso con un circunstancial de cantidad. Se habla de: “tanta desnudez”. No de la desnudez a secas, ni de la carencia de la ropa adecuada, o de la marca masiva de moda. Es ese el sentido oculto en la ironía del verso que, además de enunciar, busca erigirse en crítica. ¿Hasta dónde puede desnudarse el poeta? ¿Le sirve hacerlo? ¿Le sirve exponer totalmente “tanta desnudez”?

“Me acuerdo perfecto lo que tenía puesto / porque estaba desnuda”.

La memoria funciona perfectamente cuando lo accesorio es ausencia. Se recuerda lo esencial. Pero a su vez se dice, sin peros, que “lo que tenía puesto” no es importante, ni necesario, ni parte de la escena. Hay que señalar, también, la importancia del humor en poemas como el titulado: “Idea para una historia con nudo”, y que dice así: “Había una vez un dolor. / Fin”. No solo son agradecible la brevedad del poema y la ausencia del desarrollo, sino el hecho de tomarse con liviandad el dolor, evitar el nudo de la historia, el mostrar pragmatismo y el pasar a otra cosa.

Una línea final para la tapa, de un subido color piel, que acompaña el concepto del libro y cada uno de los poemas, hilvanados con mucha precisión. Es para destacar que cada elemento que se agrega aporte al tema general con sutileza, sin sobrecargar. Si hubiera que señalar un punto débil, no dudaría en tachar el uso de términos como *llanto* y *lágrimas* en algunos versos o el exceso de de tensión dramática en algunos poemas. Por lo demás: un libro exquisito.

No tengo ropa
Marti Rodríguez Denis
90 páginas

 

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