Blog

30-05-2016 Ficciones

Facebook Twitter

Por Sergio Fitte

Tengo las preocupaciones lógicas que tiene todo el mundo. En ese sentido no soy nada especial. Ya soy un hombre que pasó los cuarenta. Cuando era chico a esa clase de gente la llamábamos “grande”, por lo que me puedo definir según mis propias palabras como un hombre grande. Y está bien que así sea. A propósito, dónde habrán quedado todos aquellos con quienes llamábamos hombres grandes a los que tenían más de cuarenta. Deben ser todos viejos en el mejor de los casos. En el peor no deben ser nada. Pero qué le vamos hacer.

Como soy una persona a la que no le gusta andar armando escándalos ni andar poniéndose terco en demasía; finalmente acepté, después de mucho tiempo, que mi novia me lleve al médico. Qué me puede pasar de malo. Cuanto mucho me sacarán unos mangos. No me importa, creo tener de sobra como para bancar una serie de análisis clínicos y éste capricho de mi bien amada. Con las minas hay que llevarse bien, también por eso acepté. Ese es el motivo por el cual hoy tuve que madrugar más de lo habitual.

Para que esto se entienda debo aclarar que novia novia no es. Si lo fuera yo no debería tener tantas dificultades para recordar su nombre. Me da cada calor cuando me viene la confusión, pero bueno, es inevitable. Yo he tenido tantas mujeres. En un momento tuve cuatro a la vez. Me había armado una especie de cronograma para poder cumplir y satisfacer a todas por igual. Siempre me gustó dejarlas bien satisfechas. Llenas, digamos. Suerte que la experiencia que me dan los más de cuarenta, pocos más, siempre me hace zafar de algún modo elegante. Me animo hasta dar un consejo a los jóvenes, a aquellos que andan con los primeros amores, cuando se complica la cosa hay que besarla. A la mujer hay que besarla y saber hacerlo, claro. Pero a eso no se lo puede enseñar. Se lo debe aprender cada uno mediante prueba y error. Hay que parar un poco con tanta cumbia y celular y besar un poco más mirando a los ojos. Luego todo pasa.

Haciendo un poco de memoria el nombre que más recuerdo de todas las minas que pasaron por mis manos es el de Claudia. La que me desvirgó. Fea la Claudia. Feo el quilombo donde trabajaba. Fea la palangana donde te hacía lavar la pija antes de hacerte el servicio; de color rojo era. Mirá cómo me voy acordando de las cosas. Ella ya era de la gente grande. Durante el día trabajaba en Casa Teresa donde era empleada y vendía telas por metro. En ese ámbito laboral ella se hacía llamar Teresa. Siempre renegaba de los patrones que tenía. Decía que se la cogían y no le pagaban. Que si le hubiesen pagado al menos una parte de la tarifa que cobrara en el quilombo hubiese sido rica desde jovencita. A nosotros sí que nos cobraba, es más, creo que nos arrancaba la cabeza. Éramos siete en la barra de amigos. Juntábamos la plata entre todos y mediante un sorteo armábamos una lista de cogedores. Según lo que obteníamos mediante insistentes pedidos en nuestras casas, íbamos disfrutando de los placeres sexuales que la Claudia nos brindaba. Pero pensándolo bien nos debería cobrar carísimo porque con lo que recaudábamos solo podíamos ir una vez por mes a verla.

Otro nombre que me acuerdo bien clarito es el de Carmen, cómo olvidarlo, si con ella hicimos toda una vida juntos. Con Carmen ya fue otra cosa.

Igual las minas han cambiado mucho. Sin ir más lejos ahora mientras te dé la billetera le entrás a todas. Y cuando digo a todas, es a todas. Yo además de la que estoy esperando ahora, me vengo cogiendo desde hace un tiempito ya bastante largo a dos o tres que son una ricura. Claro que de tanto en tanto uno se debe acostumbrar a que lo dejen caliente, porque esta generación se ha vuelto tan interesada que si no le pones plata por delante en la primera de cambio te hacen un desplante. En este sentido el otro día, de callada se me aparece la más pendejas de las que tengo, la peticita. Durante un buen rato estaba todo más que bien. Tomamos unas copas. Puse música para ir entrando en clima. Ella se sacó un poco de ropa. Yo andaba solo con una malla que me queda lo suficientemente apretada como para que se note que soy bien hombre. Es obvio que me la pongo a propósito, por las dudas de que caiga de sorpresa, como lo había hecho ella, alguna minita. Pasada la segunda copa me pareció prudente comenzar a masajearme y así lo hice. Cuando estaba bien endurecido y me iba a desnudar, la guacha se me hace la desentendida y me dice que mejor se pone a limpiar un poco; que hay un desorden de locos y no sé cuántas otras pelotudeces. Agarró plumero, escoba, pomadas para el piso, todo. Eso sí, cuando le mostré los billetes la cosa cambió de la noche a la mañana. Por eso es que digo que las minas de ahora no son las mismas de antes.

De qué manera se pasó la hora, mejor me acomodo un poco. Tengo la ropa elegida desde ayer. Así que el trámite de acicalamiento, que de hecho mucho no me atraer, me llevará poco tiempo. Me pongo esto, esto y esto. Listo, ya está. Un poco de esta agua colonia. Perfecto. Unos mates mientras espero.

El ruido de la arremetida de algo/alguien por la puerta que da a la calle me hizo sobresaltar. El chorro que salía del termo cambió repentinamente de dirección y por poco me quemo la mano.

Me debo haber puesto blanco del susto porque cuando ella apareció como escupida por el pasillo me miró con cara desorbitada.

Siempre en estas situaciones me reprocho andar repartiendo así porque sí las llaves de mi casa. Es un tema que tendría que rever así no me ocurren situaciones como ésta. Pero a mí edad, por más que no diese un solo juego más, es probable que muchas minas tengan una manera elegante de entrar a mi casa. Acepto que soy una persona muy confiada en ese sentido.

Se me acercó. Ya le iba a hacer cara de que en este momento no iniciara juegos sexuales, cuando me dejó expuestas sus tetas a cinco centímetros de mi boca. Ella se me adelantó. Me primerió. Luego de besarme en la frente, agregó.

-No. La corbata en la cabeza no.

Refunfuñando un poco me alisó la indumentaria con las dos manos. Me daba la sensación de que realizaba un trabajo minucioso. Milímetro a milímetro. Legitimando los movimientos de acomodo. Cuando en verdad la  única intención que tenía era la de palparme bien las bolas y el culo.

Salimos caminando o tomamos un taxi. Es lo mismo. Lo cierto es que de repente estábamos los dos sentaditos como dos pollitos mojados en la sala de espera del profesional médico. Linda la sala de espera. Confortable. El aire acondicionado nos proporcionaba una temperatura óptima para estar cómodos.

-Adelante- dijo el Doctor.

Me levanté como un resorte y dejé que la dama ingresara en primer orden.

Le di un fuerte apretón de mano antes de que él cerrara la puerta. Me gusta ir marcando territorio. No por visitar a un médico por el berretín de una pendeja uno va a andar admitiendo que es un débil.

-Así qué nos andamos olvidando un poquito de las cosas- se largó a hablar de inmediato y esto me incomodó un poco.

Decidí saltar con mi descargo.

-Bueno, en realidad, admito que tengo algunos problemas de memoria. Pero para su tranquilidad creo que tengo la solución al problema en la palma de la mano. De un tiempo a esta parte creo que he venido bebiendo en demasía.

El médico seguía mi explicación con atención y de cuándo en cuándo asentía con algún gesto o palabra aislada.

-Me comprometo a dejar de beber fuerte. Y permítanme ambos que presente mis disculpas al asunto. En especial vos María, mi amor. Verán que sin bebida no hay olvidos.

Él pareció dar por concluido el asunto. Mientras que ella había agachado la cabeza y miraba el suelo. A lo mejor era solo una táctica para que yo la siguiese adulando un poco delante del desconocido.

-Quedaremos entonces expectantes de su accionar, querido amigo- manifestó el doctor al momento que extendía una papeleta que pensé yo debía llenar. Pero la agarró ella.

Como tengo muy buena vista disimuladamente comencé a leer de qué se trataba.

Nombre completo: Manuela Risso.
Relación con el paciente: hija.
Profesión: Asistente Social.
Diagnóstico: senilidad. Pérdida de la realidad. Extravío temporal.
Consultas en los últimos 6 meses: 10 aproximadamente.
Obra social del paciente: ninguna, el paciente se encuentra en la pobreza total.
Relación del paciente con la bebida: abstemio….

Y los casilleros continuaban. Y las anotaciones por parte de ellas también continuaban. Pero me dio no sé qué continuar leyendo. Es mejor no andar enterándose de los problemas de los otros.

 

 

Etiquetas: , ,

Facebook Twitter

Comentarios

Comments are closed.