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23-06-2016 Notas

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Por Federico Capobianco

I

Intuyo que tenían pensado preguntárselo para despejar la duda de que sus declaraciones habían sido un furcio, un paso en falso de su enojo habitual a la hora de dar entrevistas. Pero la pregunta nunca llegó, bastó que el conductor de Día Cero haga alusión para que el invitado arremeta con fuerza: “Un placer que esté con nosotros después de una semana de haber generado una polémica bastante fuerte, Guillermo.” “¿Por?”, pregunta. “Bueno, por sus declarac…”. Guillermo lo corta: “ah, por decir la verdad decís vos”. “Bueno, no lo sé, será su verdad, a mí me queda claro que usted está hablando de la historia de las políticas económicas en la Argentina, la duda es si es necesario recurrir a una comparación con una dictadura como la de Videla”. “Mirá –insiste- la verdad es la verdad”.

La polémica declaración tuvo lugar una semana antes en el programa de Mauro Viale. Guillermo, quien es Moreno, quien es el ex Secretario de Comercio Interior y hombre fuerte del gobierno kirchnerista hasta el 2013 –luego lo mandaron lejos- declaró: «No hubo gobierno que le haya sacado la comida de la boca a la gente. Videla tiró nuestros compañeros vivos al mar, pero no se metió con el precio de la comida.»

De vuelta en Día Cero, el diálogo con Juan Di Natale continuó: “¿Qué harías vos –pregunta Moreno- si te quedás sin la comida para tus hijos?”. “Salgo a buscarla como sea. Pero cuando hay un gobierno autoritario la gente no puede salir a buscar la comida como sea”, responde apurado el conductor para evitar otra interrupción. “Pasa –argumenta el invitado-, que es de bruto poner en juego la gobernabilidad del sistema, cuando vos te metés con la comida de la gente ponés en juego la gobernabilidad del sistema, no hay ninguna duda.”

“Pero ese gobierno mataba”, interviene algo nerviosa la otra conductora del programa. “Pero es otra discusión, ese gobierno que mataba no se atrevió a meterse con la comida de la gente”. “¿No se arrepiente de esa frase?”. “Cómo me voy a arrepentir de la verdad.”

 

II

Moreno nació en el año 1955 en una Argentina en dictadura que presidía Lonardi. Un mes antes de su nacimiento, la Libertadora había derrocado a Perón; y un mes después, la misma Libertadora deponía a Lonardi por tibio y Aramburu tomaba el poder. Tenía apenas seis años cuando un nuevo golpe militar terminaba con el gobierno de Frondizi. Con la edad de diez vivió cómo el levantamiento militar liderado por Onganía corría a Illia del poder. Y, supuestamente, con veinte años, ya era un militante peronista cuando la dictadura de Videla tomaba las riendas del país.

Moreno no mencionó ninguna de las otras tres que vivió, mencionó la última, en la que ya tenía la edad suficiente como para registrar lo que sucedía. Surgen dos hipótesis en relación a su comparación: o bien nunca tuvo la capacidad para interpretar la realidad ni nunca entendió lo que leía mientras estudiaba para recibirse de economista; o bien está mintiendo.

Considero que hay que descartar la primera, Moreno no es ningún pelotudo. No creo tampoco que haya interpretado todo mal como para asegurar que lo que dice es verdad y que tampoco sea tan caprichoso como para querer tener razón de cualquier manera. Tampoco creo que sea una cuestión filosófica como la que planteó al pasar el conductor de Día Cero: “será su verdad”. Realmente creo que Moreno está mintiendo.

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III

No se requiere el conocimiento de Tulio Halperín Donghi para saber qué políticas económicas dirigió Martínez de Hoz durante los primeros años del “Proceso de Reorganización Nacional”. Nada bueno puede haber surgido de la dictadura más sangrienta que sufrió el país. Pero como nada es ruptura completa en el devenir de la historia sino que en algunos aspectos es continuidad, la decadencia económica se había iniciado con el ajuste aplicado por Celestino Rodrigo –el famoso Rodrigazo- durante la presidencia de Isabel Perón y que Antonio Cafiero, unos meses después, al frente del Ministerio de Economía, no pudo acomodar. En ese año, 1975, el costo de vida había trepado un 335 por ciento cuando un año antes era de un 24,2; y el PBI caía por primera vez en once años.

Martínez de Hoz se encontraba cazando leones en Kenia cuando volvió por un llamado de Buenos Aires. Los tres comandantes de la Junta Militar lo citaron y le pidieron que elabore un plan económico para los próximos años. Así, el entonces presidente del Consejo Empresario Argentino presentó un plan que fue aceptado sin quejas. Después de hacerse rogar un poco aceptó ocupar el cargo de Ministro pidiendo a cambio “continuidad” y advirtiendo que la aplicación de sus políticas tendría un costo social elevado. ¿A qué se refería con continuidad? A cinco años para ejecutarlo y cinco más para consolidarlo. Videla le prometió esa cantidad. Pero cinco años después, ambos abandonaron sus cargos por la crisis económica del país y la crisis interna de la Junta.

Resumido, Martínez de Hoz era un liberal empedernido y, apoyado en las teorías de las ventajas naturales, generó una concentración de la riqueza en los mismos de siempre. El plan neoliberal, traído desde la Escuela de Chicago, aumentó la deuda externa en un 600 por ciento, congeló salarios, desmanteló sindicatos y prohibió la huelga, por lo que la “gobernabilidad del sistema” a la que hacía referencia Moreno se mantenía como fuere. La pobreza, además, se elevó al casi 40 por ciento. Pero en vez de marearse con cifras y datos, Alberto Dearriba, en su libro “El Golpe” lo explica más sencillo: “Los portavoces de las ideas de la Escuela de Chicago les explicarían a los argentinos que sería el mercado y no el Estado el que debería decidir si la Argentina debía fabricar acero o caramelos. El remedio para sanar la ineficiente industria nacional, nacida y desarrollada bajo el proteccionismo, sería el cianuro. Las tambaleantes bases del Estado de bienestar serían socavadas hasta su derrumbe definitivo a fines de los 80.”

Moreno podría haber dicho esto y emparentado aquel “amor” por el mercado y éste del gobierno macrista –con el repetido “que decida el mercado”-. Podría haber comparado aquellas consecuencias con la actual inflación, los aumentos unilaterales y abusivos de las tarifas, los despidos masivos, o la caída del consumo, etc. Pero no, decidió meterse en otro terreno. Sin importarle, incluso, que varios de sus compañeros de partido salieran a criticarlo y a despegarse.

Además, como empecinado que es en tener razón, Moreno quiso demostrar que su teoría de que los militares no sacaron la comida de la boca a la gente es la verdad verdadera. Y lo hizo. Puso junto a Milani una panchería.

 

III

Jaques Derrida, en su “Historia de la mentira”, cuenta que ya en su época, Platón planteaba la cuestión de la mentira útil desde el punto de vista político. Si hay un objetivo a favor de la ciudadanía, se puede considerar que está bien mentir. También, cuenta Derrida, que para Hannah Arendt, la mentira encaja perfecto en la política porque, de igual forma, se la considera un instrumento legítimo, pero que en la política moderna, la mentira no tiene límites.

Derrida expresa que en vez de hacer una reflexión sobre la mentira, hay que hacerlo sobre la intencionalidad: ¿qué quiere decir con esa mentira? Para el filósofo francés “toda la tradición filosófica dominante de la mentira se refiere a un concepto de voluntad intencional y temática: es preciso que tanto el que habla como el que escucha tengan, ambos, una representación temática de lo que quieren decir y entender”. En limpio, para que la mentira de Moreno funcione tiene que haber alguien dispuesta a creerla. Pero para quien no la crea se encuentra ante otro problema: “resulta siempre imposible probar que ha tenido lugar una mentira, porque el único árbitro al respecto es el que, en su conciencia, en su fuero interno, sabe lo que ocurre. Puedo probar que alguien no ha dicho la verdad, que alguien, en efecto, ha engañado a alguien, pero no puedo probar, en el sentido estricto y teórico del término, que alguien ha mentido.”

Donde sí puede encajar lo dicho por Moreno es en lo que Hannah Arendt llama “conspiración a plena luz”: antes la mentira se encontraba en un lugar inaccesible para los ciudadanos, pero hoy se miente ahí donde cualquiera puede saberlo todo. Pero Derrida se pregunta si la palabra mentira conviene para describir esta situación. Yo no lo sé.

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IV

Moreno puede decir lo que quiere, esté mintiendo o no. Lo que no puede es conocer qué produce lo que dijo en quien escucha. Podemos intuir que su intención era denostar lo máximo posible al gobierno de Macri, pero el resultado parece ser otro. La frase impide, primero, analizar las consecuencias negativas de las políticas macristas; y luego impide la comparación entre un gobierno y el anterior. El ajuste de este gobierno, o las políticas que puedan considerarse progresistas de la gestión anterior, desaparecen detrás de «Videla tiró nuestros compañeros vivos al mar, pero no se metió con el precio de la comida». No hay análisis posible. Si su frase pretendía meter un manto de luz ante la realidad, lo que sucede es todo lo contrario: un análisis antipolítico, lo que es en realidad, en estos temas, carencia de análisis.

Ese no-análisis antipolítico lo podemos encontrar en el último episodio que hizo tambalear la retórica kirchnerista: el ex secretario de Obras Públicas José López y sus millones de dólares. Parte de la militancia como los representantes de kirchnerismo se hundieron en la discusión ética de: “No quiero José López ni Panamá Papers”, o “bueno, pero José López no puede manchar lo que se hizo”. Negando así la discusión sobre el hecho en concreto, obstaculizando la posibilidad de discutir política, porque la ética se vuelve antopolítica.

José Natanson en su columna en el programa radial de Zlotogwiazda, haciendo un análisis en torno a la detención de López, se pregunta -porque es necesario hacerlo, dice-: ¿la corrupción era inherente al sistema político del kirchnerismo o era episódica? ¿el kichnerismo podía funcionar sin corrupción o la necesitaba para aceitar los mecanismos que movían su administración? Para evitar que la mugre se propague, lo mejor es cercarla, por eso, en vez de salir a plantear el problema y resolverlo, al menos en la política discursiva, la salida a la luz del caso López devino en un ejército de declaradores que al unísono rezaban: «De Vido está al margen de esto».

Aunque el personalismo histórico de la política argentina haya hecho creer lo contrario, el sistema kirchnerista es algo más grande que sus cabezas. Ahí también entran Moreno y López. Y son solo dos, sí, un número ínfimo, casi nulo ante la cantidad que lo conforman. Pero son dos a los que no vale incluir en los aciertos y repeler cuando ensucian. Porque nadie dice o hace solo. Somos demasiado vanidosos. Lo que surge es, entonces, forzando un poco la pregunta de Natanson, ¿el kirchnerismo podía funcionar sin la mentira o era lo que aceitaba sus mecanismos?

 

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