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Por Leandro Germán
Hablemos de Elisa Carrió. De La Gorda. De Lilita. Elisa Carrió se hizo conocida hace exactamente veinte años, en 1996. Antes, por supuesto, había representado a su provincia natal, Chaco, en la Convención Constituyente de Paraná, Santa Fe de 1994, a pesar de reivindicarse opositora al Pacto de Olivos y, un año después, había sido electa diputada nacional por su provincia. Pero en 1996, ya como miembro del Parlamento, impulsó el juicio político contra el juez Francisco Trovato. El magistrado no era un deconocido para la opinión pública. Una foto suya bailando con Silvia Süller en una fiesta de fin de año había ilustrado una nota de tapa de Horacio Verbitsky en Página/12. Poco tiempo antes, una niña había muerto al caer por el hueco de un ascensor de un edificio construido por la empresa Almagro Construcciones. Trovato archivó la causa a cambio de una coima: un lujoso placard valuado en varias decenas de miles de pesos. Trovato pasó a ser conocido como «el juez del placard». En 1996, para esta misma época del año, Mariano Grondona decidió dedicarle una emisión de Hora Clave al caso. Carrió se hizo presente en el estudio. Trovato prefirió comparecer por teléfono. La intervención de Carrió, brillante y demoledora, no tuvo fisuras. Abrumado, Trovato sólo atinó a aconsejarles a los televidentes que se alejaran de «la mentira que seduce» y se acercaran a «la verdad que conduce». No es exagerado afirmar que esa noche, con su intervención, Carrió se transformó en la estrella en ascenso de la política nacional. Trovato fue destituido por el Senado en diciembre de 1997, se profugó a Brasil, fue apresado y finalmente condenado por un tribunal a seis años de prisión en julio de 1999.
Como miembro del Parlamento Carrió trabó inmediatamente amistad con el diputado socialista Alfredo Bravo. Lloró detrás de cámara cuando, en agosto de 1997, el ex dirigente sindical docente se enfrentó a quien había sido su torturador, el ex comisario Miguel Etchecolatz, mientras Mariano Grondona hacía de «moderador». En 1998 Carrió ya era una figura relevante de la Unión Cívica Radical, que un año antes había conformado la Alianza con el Frepaso y que el 29 de noviembre de 1998 dirimiría la candidatura presidencial de la flamante fuerza en una interna abierta que enfrentaría a Fernado De la Rúa con Graciela Fernández Meijide. De la Rúa cerró su campaña electoral en la mesa de Mirtha Legrand. Carrió decidió acompañarlo. La chaqueña celebró allí el estoicismo con el que el jefe de gobierno porteño había afrontado los «agravios» de los dirigentes frepasistas. De la Rúa ganó ampliamente la interna y se transformó en candidato presidencial. El 24 de octubre de 1999, mientras De la Rúa era elegido presidente, Carrió fue reelecta como diputada nacional por el Chaco.
Carrió se opuso al gobierno de la Alianza prácticamente desde su inicio. Repudió la Reforma Laboral flexibilizadora y fondomonetarista. Luego le llegó el turno al recorte a los salarios de los estatales. La renuncia del vicepresidente Álvarez reordenó la política nacional. Carrió intentó tender puentes. En noviembre de 2000 comenzó a reunirse con la frepasista Alicia Castro y con la peronista Cristina Fernández de Kirchner. Verbitsky aludió a esos encuentros como «El Molino con faldas». (La Confitería del Molino, ubicada frente al Congreso, había sido el lugar elegido, en julio de 1994, mientras en Santa Fe se votaba la Constitución reformada, por Chacho Álvarez, José Bordón y Federico Storani para presentar a la opinión pública una eventual sociedad política. Bordón rompió con el PJ, formó el Frepaso en septiembre de 1994, compitió por la candidatura presidencial del espacio con Álvarez, le ganó y ambos integraron la fórmula y cosecharon el 30% de los votos en las presidenciales del 14 de mayo de 1995. Storani no se animó a romper con la UCR. En noviembre de 1994 compitió por la candidatura presidencial con el gobernador de Río Negro, Horacio Massaccesi, y perdió. La Confitería del Molino cerró sus puertas en 1997).
Pero Carrió recién alcanzaría el estrellato político en 2001. Un comité del Senado estadounidense, presidido por el senador demócrata Carl Levin, investigaba una serie de operaciones de lavado de dinero llevadas adelante por el Citibank. La investigación salpicaba al banquero mendocino Raúl Moneta, el banquero preferido de Menem. Moneta era amigo de la infancia de Richard Handley, ex número uno del Citibank al que Altamira mandaba «a laburar» en los espacios cedidos a los partidos políticos durante la campaña presidencial de 1989. De Moneta se decía que había sido decisivo en el nombramiento de Javier González Fraga al frente del Banco Central en el menemismo temprano. Lo cierto es que la investigación del senador Levin había detectado una serie de cuentas de los bancos República y Federal Bank, propiedad de Moneta, en el Citibank de los EEUU, usadas para lavar dinero negro. Los ecos de la investigación llegaron a la Argentina en el verano de 2001. Los medios del Grupo Clarín, incluido Página/12, actuaron como propaladora. El Grupo Clarín tenía cuentas pendientes con Moneta. En 1998 Moneta se había asociado al CEI (Citicorp Equity Investments, la firma a través de la cual el Citibank manejaba su participación en empresas privatizadas), a Carlos Ávila y a Editorial Atlántida para formar un conglomerado de medios (Telefe, Canal 9, Radio Continental y otros) que apoyara una segunda reelección de Menem. El proyecto había puesto en cuestión la posición dominante del Grupo Clarín. Frustrada la segunda reelección de Menem, el grupo se dispersó, pero las heridas quedaron abiertas. Carrió reclamó inmediatamente que el Parlamento abriera el capítulo argentino de la investigación que en EEUU estaba llevando adelante Levin. La comisión antilavado se formó en mayo de 2001 y a ella le fueron giradas las famosas «cajas» con la información sobre las actividades de Moneta y el Citibank. La comisión fue integrada por Daniel Scioli, Cristina Fernández de Kirchner y Carlos Soria por el peronismo, el tucumano José Vitar y Graciela Ocaña por el Frepaso, el catamarqueño Horacio Pernasetti y la entonces desconocida Margarita Stolbizer por la UCR, Gustavo Gutiérrez por el Partido Demócrata de Mendoza y Franco Caviglia, ex integrante del Grupo de los 8 comandado por Chacho Álvarez entre 1989 y 1990, por Acción por la República, el partido del entonces ministro de Economía, Domingo Cavallo. Fue en el marco de esta comisión que floreció la amistad entre Carrió y Ocaña, apodada «La Hormiguita» por la chaqueña. Y también fue en el marco de ella que Carrió y Cristina Fernández aprendieron a despreciar a Scioli.
La comisión antilavado recibió las «cajas» y se puso a trabajar. Las disputas no tardaron en aflorar. Muchos de sus miembros veían con recelo el activismo de Carrió y adivinaban en él un anhelo de figuración personal. No siempre la comisión se reunía en el Congreso. A veces lo hacía en el domicilio particular de Carrió. Carrió recibía a los demás miembros en camisón. A Cristina le parecía una falta de respeto y filtró el dato a la prensa. El informe ya estaba listo, pero Carrió no tenía los votos de los demás miembros. Sólo contaba con el apoyo de Ocaña, Vitar y Gutiérrez. Estaba en minoría. Cristina Fernández de Kirchner le manifestó que no estaba dispuesta a firmarlo. Dio sus motivos al periodismo: al parecer, Carrió había pasado por alto una serie de movimientos financieros sospechosos de Carlos Balter, el histórico líder del Partido Demócrata mendocino, el mismo al que pertenecía Gustavo Gutiérrez, ladero de Carrió en la comisión. Para peor, Cristina eligió dar a conocer sus motivos para no firmar el informe en una entrevista en vivo con Daniel Hadad, amigo personal de Moneta. Carrió habló de «la traición de la diputada Cristina Kirchner». Había quedado en una posición muy débil. Pero no le importó. «La verdad se basta a sí misma», sentenció. El viernes 10 de agosto de 2001, rodeada por un dream team del progresismo vernáculo, Carrió dio a conocer el informe preliminar que no era un informe oficial porque carecía de los votos necesarios en la comisión. Muchos, como el contador Luis Balaguer, autor de un libro sobre el Citibank en Argentina y que había colaborado con la comisión, afirmaron que el apresuramiento de Carrió había arruinado todo. Como sea, ahí estaba el informe y ahí estaba Carrió: en el centro de la política nacional.
El 14 de octubre de ese año se celebraban las elecciones de medio término. A fines de 2000 Carrió había fundado, junto a los socialistas y a disidentes del Frepaso, Argentinos por una República de Iguales, en adelante Alternativa por una República de Iguales. Carrió era la líder del espacio. Más que líder: la Bonaparte. A pesar de ser la figura más taquillera con la que contaba el partido, Carrió decidió no ser candidata. Se reservó sus motivos. Los Bonaparte son así. Con todo, Alfredo Bravo, crédito del ARI, encabezaría la boleta de candidatos a senadores por la Capital y Carrió, aún sin ser candidata, se sumaría a la campaña. «El huracán Carrió», tituló Página/12 a principios de septiembre. El ARI había logrado extenderse a gran parte de las provincias. Soledad Silveyra, entonces conductora de Gran Hermano, sería candidata a diputada en Capital Federal. Lo propio ocurriría con el peronista Héctor Timerman. En Santa Fe había reclutado al legendario Alberto Piccinini y en La Pampa a Marita MacAllister, hermana del Colorado. A Alfredo Bravo le arrimaría también algún que otro voto una colectora que había armado Dante Gullo. Carrió presentó a sus candidatos en el programa de Grondona. Lloró. En medio de la campaña metió la pata. Compró carne podrida y presentó a la Justicia un documento según el cual Cavallo compartía una cuenta en las Bahamas con David Mulford y los hermanos Rohm. Horacio Liendo, candidato a senador por la alianza entre el cavallismo y el PJ porteño, facturó el traspié a su favor. Hasta que llegaron las elecciones y los votos obtenidos por el ARI estuvieron lejos de lo esperado. Hizo su mejor elección en Capital, pero apenas cosechó poco más del 16% de los votos. Fue la elección del «voto bronca» fogoneado, entre otros, por Hadad. Alfredo Bravo no logró ingresar al Senado, postergado por Gustavo Béliz. Se cerraba así el primer capítulo electoral de una fuerza fundada por Carrió.
De la Rúa cayó el jueves 20 de diciembre de 2001. El sábado 22, en la Asamblea Legislativa que eligió a Rodríguez Saá, Carrió pronunció el mejor discurso de todos lo que se oyeron. Propuso, entre otras cosas, juzgar a los banqueros por «subversión económica» y «traición a la patria». Anunció que no votaría en esa Asamblea Legislativa por ningún candidato. El senador Raúl Alfonsín la acusó, sin nombrarla, de «hacerle el juego a la derecha». A lo largo del año 2002 no hubo medio que no deseara entrevistarla. A mitad de camino entre la meteorología y la obstetricia, Carrió anunciaba «huracanes» y «partos dolorosos». Llegó a encabezar algunas encuestas. En el mes de junio la revista Trespuntos especuló con una fórmula junto a Luis Zamora para unas elecciones presidenciales aún sin fecha. La revista entrevistaba también a los referentes económicos de cada uno: Rubén Lo Vuolo, el de Carrió, y Claudio Katz, el de Zamora. «Está bien», disparó Eduardo Feinmann desde el programa de Hadad: «terminemos de hacer mierda el país y en algún momento empezaremos de nuevo». En julio de 2002 Carrió decidió tender puentes. Se reunió con el gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner, y con el jefe de gobierno porteño, Aníbal Ibarra. En la Casa de la Provincia de Santa cruz de la Capital Federal leyeron un documento redactado por… Cristina Fernández de Kirchner en el que se exigía la caducidad de todos los mandatos, es decir, que las futuras elecciones fueran generales. El objetivo era «relegitimar los poderes públicos». Se especuló con una fórmula Carrió – Kirchner. Uno de los que la fogoneaban era Chacho Álvarez. Su ex mujer, Liliana Chiernajowsky, militaba en el ARI. Pero Carrió descartó la posibilidad porque estaba segura de que Kirchner no rompería con el PJ. Un mes después Carrió se corrió a la izquierda y se reunió con Zamora y con Víctor De Genaro. Se exigía ahora una Asamblea Constituyente que estableciera la caducidad de todos los mandatos. La iniciativa contó con el apoyo de los líderes piqueteros Luis D’Elía y Juan Carlos Alderete y de los intelectuales Beatriz Sarlo y José Nun. El espacio convocó a un par de movilizaciones. Pero las elecciones presidenciales, inciertas en el momento en que Duhalde anunció el cronograma electoral, tras la masacre de Avellaneda, en septiembre empezaron a vislumbrase como posibles. Zamora había anunciado que se abstendría de participar. Carrió amagó con la abstención, pero a partir de septiembre comenzó a preparar el lanzamiento de su candidatura.
A mediados de 2002 la Federación Universitaria de Buenos Aires, que a fines del año anterior había sido ganada por la izquierda, organizó un ciclo de debates. De uno participaron Carrió, Jorge Altamira, Humberto Tumini por lo que en aquel momento era Patria Libre, Julio Piumato, un miembro de las asambles vacinales y un representante de los MTDs. Carrió señaló que su modelo era la socialdemocracia y abogó por un «capitalismo humanizado». Todos la corrieron por izquierda. Carrió desentonaba. Pero lo que desentonaba, lo que estaba fuera de lugar era su discurso, no su presencia. Carrió era una figura que, sin ser de izquierda, podía compartir un debate con referentes de ese espacio.
En septiembre de 2002 se produjo la unificación entre el Partido Socialista Democrático (Alfredo Bravo, Héctor Polino) y el Partido Socialista Popular (Rubén Giustiniani, Hermes Binner). A fines de ese año Rubén Giustiniani presentó un proyecto de ley para despenalizar el aborto. Carrió puso el grito en el cielo. Bravo reprochó la actitud a la chaqueña. Los socialistas, finalmente reunificados en un único partido, deseaban formar su propia bancada legislativa. La relación entre éstos y Carrió comenzó a agrietarse. Nadie toleraba el estilo de conducción de Carrió. El propio Bravo la denunció como «autoritaria». Para Carrió la actitud de Bravo supuso un quebrante afectivo. La ruptura se tornó inevitable. En enero de 2003 el Partido Socialista anunció que competiría en las presidenciales con la fórmula Alfredo Bravo – Rubén Giustiniani. Bravo murió el 26 de mayo de 2003, pocas horas después de que Néstor Kirchner asumiera la presidencia.
En el segundo semestre de 2002 Carrió impulsó el juicio político contra los miembros de la Corte Suprema. La secundó el diputado santacruceño Sergio Acevedo, en una suerte de frente único entre Carrió y el proto – kirchnerismo. El juicio político naufragó el 11 de octubre de 2002. El presidente de la Corte, Julio Nazareno, estuvo a apenas trece votos de ser sometido a juicio. Pero muchos discrepaban con la estrategia llevada adelante por Carrió de juzgar a la totalidad de los miembros y no sólo a los de la mayoría automática menemista. En Página/12 del domingo posterior al fracaso de la iniciativa, Horacio Verbitsky, hasta ese momento muy cercano a Carrió, le reprochó, sin nombrarla, el «maximalismo» y el haber jugado a «todo o nada». Verbitsky no rompió con Carrió, pero se distanció decisivamente. El domingo 20 de abril de 2003, una semana antes de la elección presidencial, Verbitsky escribió en Página/12 que no estaba en duda la honestidad de Carrió pero sí su «capacidad política».
A principios de 2003 Carrió fue objeto de dos biografías: una muy buena, escrita por Marta Dillon, y una muy mala, escrita por Majul. Carrió eligió como compañero de fórmula de cara a la elección presidencial del 27 de abril al mendocino Gustavo Gutiérrez, a quien conocía de la comisión antilavado. Hizo campaña con poca plata pero su elección fue mediocre: quedó quinta con el 15% de los votos. Ni siquiera logró ganar en Capital, postergada por López Murphy. Anunció que en el ballotage votaría a Néstor kirchner «con reserva moral», porque el santacruceño no podía justificar su declaración jurada y aclaró que ella no era gorila «como López Murphy». Finalmente, Menem se bajó de la segunda vuelta y Kirchner asumió la presidencia. Se dibujaba frente a Carrió el desafío de encabezar una oposición progresista, por izquierda, al gobierno de Kirchner. ¿Qué pasó? No quiso, no supo o no pudo, para utilizar una expresión que, además, remite a la tradición partidaria de la que es oriunda.
A fines de 2006 formó la Coalición Cívica que sirvió, por ejemplo, para reciclar a figuras desprestigiadas como Patricia Bullrich. En 2007 formó una alianza con el jefe de gobierno Jorge Telerman para las elecciones porteñas de junio. Antes había denunciado a Telerman como hombre de De Vido. No le fue bien: Telerman finalizó tercero la primera vuelta y quedó fuera del ballotage. Así y todo, el 28 de octubre de 2007 Carrió protagonizó la mejor elección de su historia al cosechar el 22% de los votos en la presidencial. Cristina Fernández, sin embargó, duplicó ese porcentaje.
2007 fue un año de transición. Es difícil establecer si, para esa época, Carrió estaba a la izquierda o a la derecha del kirchnerismo. Fue el año en que se vinculó a Prat Gay. A fines de 2007 Carrió llamó a ponerle fin al «hostigamiento» a las FFAA y a «dejar en paz al campo». Las deserciones se sucedieron: Macaluse, Raimundi, Maffei. El conflicto entre el gobierno y «el campo» la corrió a la derecha, a tal punto que fue la primera en plantear la hipótesis «destituyente». El conflicto reconcilió a Carrió con algunos datos fuertes de su biografía. Ella, que años atrás se había enorgullecido de ser una mujer «sin marido», pasó a presentar como un trofeo el hecho de haber estado casada con un miembro de la Sociedad Rural del Chaco. Carrió no resistió el llamado de su clase. Ya no era una «gorda, periférica y provinciana».
Lo demás es historia conocida. En 2010 dinamitó el Acuerdo Cívico y Social y en 2014 dinamitó UNEN. En el medio, quedó última en la elección presidencial de 2011, con menos del 2%.
Carrió ha escrito varios libros, de los que probablemente ni valga la pena ocuparse. Versada en Derecho, hace agua en las demás disciplinas. En 2008 el escritor Noé Jitrik escribió en Página/12 que había escuchado a Carrió pronunciar «Sartré» en lugar de Sartre («Comedias y farsas», 9 de julio de 2008). Carrió no planeó ser una política de derecha: simplemente se dejó llevar. Por su clase, por la opinión pública, por sus vecinas de Recoleta. No hizo, por supuesto, nada por evitar semejante deriva. Los políticos que simplemente «se dejan llevar» suelen ser los menos interesantes. Hace años que Carrió no es interesante. Pero alguna vez lo fue.
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