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Se dice que Erasmo de Rotterdam prefirió trabajar en las imprentas antes que seguir en la academia. Para un erudito del siglo XV y XVI, los ámbitos universitarios eran los lugares que le daban la posibilidad de continuar ejerciendo su capital cultural, sin embargo Geert Geertsen -ese era su nombre de nacimiento, que significaba Gerardo hijo de Gerardo, y luego decidió cambiar- optó por seguir el pálpito de la nueva técnica que prometía cambiar el mundo: la imprenta de tipos móviles de Gutenberg. 17 años antes del nacimiento del teólogo neerlandés, en 1449, se imprimió por primera vez con este mecanismo -aún se discute si el primero fue el Misal de Constanza o la Biblia de 42 líneas– y en ese gesto de la cultura se encontraba una jugada decisiva para la historia de la humanidad: una revolución en la transmisión de los saberes.
A medida que su formación intelectual continuaba, Erasmo de Rotterdam desarrolló un profundo desprecio por las instituciones disciplinadoras al punto tal que, en Elogio de la locura, su obra más conocida, antepone las virtudes de la locura frente a la Razón. Esa línea de pensamiento lo llevó a instalarse en imprentas y a buscar en los textos más importantes de las antiguas Grecia y Roma las claves para entender su presente, adaptando esos contenidos, modernizándolos para que cualquier persona pudiera comprenderlos, ya que su intención primordial era pulir los escritos, cualesquiera que sean, hasta lograr que el mensaje se transmita de forma clara. Su ambición era tal que hasta el mismo Martín Lutero reconoció que una de sus mayores inspiraciones en la Reforma Protestante fue la traducción que Erasmo hizo del Nuevo Testamento. Por esa tarea y tantas otras se consignó su fecha de nacimiento, 27 de octubre, como el Día del Corrector.
Pero, ¿qué significa corregir hoy? Todo lo que leemos antes de disponerse frente a nuestros ojos, tiene un proceso. Si pensamos en la literatura o en el periodismo como una escritura más trabajada donde la elaboración de ese material requiere cierto perfeccionamiento, entonces tenemos que develar un actor oculto, invisivilizado por la parafernalia de la firma del escritor o la empresa: el corrector. ¿Cómo llevar a cabo un trabajo desde las sombras? ¿Cómo favorecer a clarificar un mensaje, a pulir un estilo, a potenciar las riquezas de un escritor, a condimentar el plato que se va a devorar el lector?
El momento de la mediación
La gran mayoría de los portales web, diarios y revistas cuentan con correctores. Lo mismo con las editoriales especializadas o las que publican libros de todos los géneros, desde la ficción hasta la divulgación científica. Ese camino a la excelencia, esa búsqueda literaria de perfeccionar un texto, de volverlo más legible, más rico… ese trabajo está puesto en las manos de los correctores. Claro que no es tomado en cuenta por el lector, dado que “se trata de un trabajo que, si está bien hecho, debería pasar desapercibido, no debería dejar marcas”, explica Julieta Gorlero, correctora en Infobae América y Editorial Planeta. Y continúa: “se podría decir que el oficio del corrector es el de un mediador: media entre el estilo del autor y las reglas del lenguaje; media entre el mensaje y el estilo; entre el autor y el lector. El corrector trabaja en las sombras con el objetivo de que el que brille sea el autor, o mejor aún, el texto”.

Retrato de Erasmo de Rotterdam, por Hans Holbein (1523)
Viviana D’Andrea, correctora en las editoriales El vuelo y Al pie de la letra, define su oficio como “un trabajo de mucha concentración y dedicación, en el que hay que contar con una amplia cultura general”. Por su parte, Manuela Rodríguez, correctora en Infobae, puntualiza en el objetivo de “cuidar que el texto exprese de la manera más efectiva posible lo que el autor quiere decir” ya que un “empleo poco preciso de los signos de puntuación, por ejemplo, puede desvirtuar el sentido del texto o entorpecer su lectura, igual que un léxico impreciso”.
Entonces, se podría afirmar, una de las características formales de este oficio es la mediación. Pero el lector no forma conscientemente parte de esta tríada (autor-corrector-lector) ya que la desconoce, por lo tanto la relación más interesante se da entre el autor y el corrector. Representemos la escena: el primero envía su texto al segundo y el segundo encuentra errores o cuestiones poco claras por lo que debe actuar, intervenir. Esa relación, que a priori parece de poder, como una jerarquía del saber, como una filtración hacia la publicación, en el fondo no lo es. Para Julieta Gorlero hay que pensarla desde un lugar de colaboración: “Yo, como correctora, quiero que tu texto brille. Si marco algo, es para ayudarte a que el texto sea lo que vos querés que sea. Si no estás de acuerdo, lo discutimos, siempre desde un lugar de respeto”. Para Viviana D’Andrea es “algo cooperativo, donde no existen niveles de jerarquía, sino que cada uno hace su parte para tener un producto final de mejor calidad”.
Sí, los conflictos existen y se dan en este puente hacia el lector que es el corrector. Un puente que debe filtrar para potenciar las riquezas del texto. “Los problemas surgen cuando en vez de colaborar, el trabajo se transforma en una lucha de egos -dice Julieta Gorlero- pero si uno justifica lo que corrige, suele pasar que el otro entiende”. Manuela Rodríguez coincide y sugiere que el objetivo está en “explicar en qué fundamentamos los cambios que le hacemos a un texto pero lo que no es negociable es el respeto a la gramática”.
El gran interpretador
Las tecnologías cambiaron el mundo de la escritura. Más allá de que las teclas hayan suplantado a la tinta, lo que es propio de la época son las facilidades de trabajar un texto online, corregir cosas una vez publicado, los programas de escritura que corrigen automáticamente la mala ortografía y sobre todo la bibliografía espontánea de consulta en la web. “La disponibilidad en internet de material de referencia, como diccionarios, es algo muy práctico. Por otra parte, la posibilidad de corregir en el modo Control de Cambios de Word permite conservar la versión original y distinguir las intervenciones de distintos usuarios en el texto”, cuenta Manuela Rodríguez, pero asegura que el autocorrector “es un arma de doble filo: el software puede cambiar una palabra con un error de tipeo por otra que esté bien tipeada, pero que no sea la que queríamos escribir. El Word no puede interpretar la intención de quien escribe”. Entonces tenemos aquí un límite. La tecnología contribuye, brinda, coopera pero no interpreta. Es este uno de las características centrales del corrector: la interpretación.
Pero si bien la tecnología simplifica, acorta distancias que antes demoraban el doble, juega con el usuario a otro ritmo ya que exige inmediatez y por lo tanto acelera procesos que quizás necesiten reflexión. “Si tengo que nombrar algo que realmente afecta al trabajo de corrección debido a las tecnologías, es el tiempo”, dice Julieta Gorlero porque “antes los correctores teníamos más tiempo para revisar los textos; ahora, la tecnología ha hecho que todo tenga que ser inmediato, entonces hay poco tiempo para corregir y eso perjudica el trabajo, es más fácil que se pasen errores”. En la automatización de las tareas y la búsqueda de inmediatez que la época parece pedir a gritos se producen sacrificios. Algunos portales de noticias decidieron prescindir de los correctores. Esto significa despedir a trabajadores que de por sí su actividad es menospreciada debido que, al no estar colegiada, facilita la precarización laboral. Pero además, prescindir de correctores implica poner en riesgo la calidad de los textos. Y cuando falta la corrección se nota. Entonces, la pregunta sería: ¿cuánto tiene que ver con el producto final, con el texto ya publicado, el trabajo del corrector?
“Un texto final no tiene la misma calidad si no ha pasado por la mirada de un corrector”, sentencia Viviana D’Andrea. Esto se explica a través de la tríada ya comentada anteriormente, ese puente que filtra, que observa al texto con cierto distanciamiento objetivo. Julieta Gorlero lo explica mejor: “El corrector tiene una mirada distinta sobre el texto de la del autor y también de la del lector. Aprendemos a mirar de otro modo. El autor suele leer en el texto aquello que quiso decir, le cuesta tomar distancia y despegarse, por eso es importante la mediación de un corrector, porque ayuda a ver aquello que pasa de largo cuando el que redacta está demasiado cerca del texto. Además, al corregir también se pone en el lugar del lector y cuestiona el texto”.
Pero el lenguaje es subjetivo y el accionar que realiza el corrector está determinado por la interpretación. El autor, como creador original del texto, tiene una intención, un mensaje y un estilo. Y ese estilo puede enriquecer el producto o ensuciarlo, enredarlo. “Es necesario que el corrector respete el estilo -asegura Julieta Gorlero- y definir el estilo probablemente sea el trabajo más difícil del corrector: qué es estilo y qué es error. Hay lugares en los que esto es muy claro, pero el lenguaje no es fijo, está vivo y se va modificando. Esto no quiere decir que todo esté permitido. Entonces, el trabajo del corrector es facilitar el diálogo entre el mensaje, el estilo y el lector, sin dejar sus marcas, porque las marcas que interesan son las del autor”.
Al igual que a los correctores, a Erasmo de Rotterdam le interesaba que los mensajes sean claros y logren la masividad, es decir, que lleguen a ser comprendidos por cualquier lector. Respecto a los textos religiosos que él mismo tradujo del latín a distintas lenguas vernáculas, su objetivo era el de popularizarlos, volverlos accesibles, sacarles el mando de exclusividad que sólo favorecía a una pequeña élite intelectual eclesiástica. Como mediador y gran interpretador, su tarea estaba centrada en facilitar un contenido, hacerlo legible, entendible, sin que su presencia se evidencie ni entorpezca la relación entre el escritor y el lector. Por eso, y pensando en voz alta, quizás lo mejor sea que el lector no vea esta nota. Quizás sea mejor que permanezca la fantasía del vínculo lineal entre el autor y el lector, la fantasía de que en el medio no hay nada. Quizás sea mejor que el corrector continúe agazapado, escondido, oculto entre las sombras, logrando su cometido de enriquecer los textos que leemos a diario sin dejar ninguna pista, sin que podamos encontrar ninguna de sus huellas. Porque el corrector actúa, ejerce todo su poder interpretativo, ortotipográfico y lingüístico para luego desaparecer y dejar apenas una estela. La estela que dejan los cometas y desaparecen al primer parpadeo.
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