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14-11-2016 Entrevistas

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Por Federico Capobianco | Fotografía: Dino Bercellini

Santiago Vega nació en Berazategui en 1971 y poco más de veinte años después le dio vida a Washington Cucurto en un departamento en Palermo. No fue idea de él: el grupo de poetas con el que se juntaba a la salida de su trabajo en un supermercado lo bautizó así. Según cuenta: «a cada cosa que proponían le respondía ‘yo no curto’ hasta que un día se me escapó ‘yo no cucurto'». El ambiente de ese departamento de Palermo le era desconocido y en un principio hasta se sintió excluído: «yo llegué a ese lugar sin conocer a nadie y siendo el único negro en un lugar de rubios, de ahí es que me pusieron Whasington. Fui bastante bullineado los primeros tiempos pero no me importaba».

En el 2001, porque «la situación era muy dura y necesitaban comer» fundó la cooperativa «Eloísa Cartonera» en la que intelectuales y cartoneros se juntaron para editar libros con tapas de cartón, iniciando así una nueva forma de edición que ya se expandió por Latinoamérica y otros varios países del mundo. Vega como Cucurto publicó más de una treintena de libros y ya hay estudios académicos que los definen como «la nueva vanguardia» por su estilo; pero hoy y cada día que pasa es más Vega que Cucurto. Aprovechando su visita a la Feria del Libro en Chivilcoy a principio de este mes, charlamos con el escritor al que ya no le interesa tanto escribir.

Cuando irrumpiste en la escena literaria, con un estilo realista muy personal y muy feroz -como la realidad misma-, generaste una ruptura en lo tradicional que arrastraba el ambiente; por eso supiste declarar que fuiste uno de los escritores emergentes más criticados. ¿Por qué crees que pasó eso? ¿Se juzga por demás en el ambiente literario?

Sí, claro, sobre todo cuando uno es desconocido, viene de otro lugar y con otras cuestiones. Conmigo se generó mucho rechazo pero también mucha gente que le gustaba, le atraía, pero esto pasó apenas empecé. En el año 96′ yo gano un premio de una revista que se llama Diario de Poesía con un poemario llamado Zelarayán, que era el primer libro que había escrito y que tenía unos quince poemas bastante violentos. Ese libro tuvo mucha crítica porque era muy violento, bastante duro y también extraño para la época -creo que ahora también sería extraño-; pero a mí me sirvió porque con ese libro comencé de alguna manera a que conozcan lo que escribía. Después, cuando edité otros libros, como Cosa de negros, también recibí muchas críticas pero fueron más a los que le gustaba. Empezó a aparecer en los diarios, tenía mucha reseña, lo comenzaban a dar en la universidad, a estudiarlo los profesores; y entonces ahí todo cambió: yo comencé a escribir y a publicar más, y con internet, todas las cuestiones de la comunicación ligera y también con Eloísa cartonera pude difundir más lo que había hecho.

En tus textos es clara la intención de llevar el lenguaje escrito al límite, incluyendo la oralidad o lo musical o temáticas que estaban excluidas, ¿cuál es tu idea de literatura con respecto a eso?

Nuestra opinión o nuestra manera de ser va cambiando con la vida, lo que uno piensa a los veinte y la idea que uno tiene de la literatura a esa edad puede cambiar a los treinta, cuarenta o cincuenta. Uno no puede estar toda la vida pensando lo mismo porque uno es atravesado por la vida y las miles de cosas que pasan; y eso es lógico y hasta normal que suceda porque uno va cambiando sus ideas e incorporando nuevas, mirando las cosas de otra manera. Cuando comencé a escribir creía en una literatura sobrecargada, con más oralidades, que sea disruptiva, que hablara mucho de la problemática social, también mucho con los temas que yo conocía, mi mundo. Después me fui dando cuenta que también se puede escribir de otras cosas, que en realidad la expresión escrita es mucho más amplia, que uno puede ir variando, cambiando y a mí me ha sucedido un poco eso, fui cambiando en base a mi vida, incorporando cosas y dejando atrás otras. Todo ese barroquismo de las palabras con el tiempo lo fui dejando atrás.

Hace un tiempo, una nota sobre educación pública narraba que en una escuela hubo un revuelvo institucional enorme porque un profesor de lengua le dio a sus alumnos tus textos para que lean, cosa que había generado que ese curso tildado como “problemático” ni siquiera haya salido al recreo porque estaban en el salón leyendo tus textos en grupo; pero que de todas formas, a los directivos les pareció inapropiado para chicos de catorce años. ¿Cómo te llevas con ambas partes, con la empatía que generan los chicos con tus textos y a lo de ser «inapropiado» para las escuelas?

Uno escribe por algún motivo o un tema, y la recepción que puede tener en los otros es algo que uno no lo puede controlar y ni siquiera saber. Pero sí, he escuchado casos terribles, de todo tipo, hasta que han echado profesores por el tema de los textos míos que molestan o generan cierta inquietud. La mayoría de los casos suceden con mis primeros textos, por lo que creo que es más por una cuestión generacional, una mirada de la literatura y de la vida que encaja más con jóvenes que con adultos. Creo que va por ahí.

¿Cómo está hoy Eloísa Cartonera?

Nosotros ya tenemos quince años editado libros, editando autores y ahí estamos en ese proceso, con varios planes y también sobreviviendo, ya que es una época dura. Cuesta vender libros y estamos reorganizándonos de nuevo y trabajando todos los días para sobrevivir.

Hablaste que no estabas más ocupando el rol de escritor, que estabas en rol de editor, ¿ocuparte en editar te quita tiempo para escribir o fue una elección tomada de antemano?

Uno nunca sabe que va a suceder con el tema de la escritura, yo comencé a escribir hace veinte años y pensé que iba escribir un poco nada más, nunca pensé que iba a seguir tantos años escribiendo. Pero después de eso pensé que iba a escribir toda mi vida y ahora, después de veinte años, me veo con ganas de hacer otras cosas y no seguir obligándome a escribir. Imaginate que ya publiqué como treinta libros, un montón de poesía, cuentos, narrativas, crónicas; estoy en una etapa en la que prefiero hacer otras cosas.

No hay planes entonces para que Santiago Vega vuelva a encontrarse con Washington Cucurto?

Creo que ya no, es algo que me ha ocurrido de manera natural. Así como comencé un día a escribir ahora estoy comenzando a dejar de escribir. Tengo varias cosas todavía inéditas que seguramente en algún momento editaré pero de ponerme a escribir de nuevo ya no creo que lo haga, ya no es algo de mi interés. Quiero estudiar, quiero recuperar el montón de cosas que dejé postergadas en mi vida por escribir. Estoy en una edad justa, tengo cuarenta y tres años y quiero terminar ese ciclo de mi vida en el que la escritura me llevó por otro lado y quiero reorganizarme, cambiar un poco. Estudiar es mi prioridad, porque las horas que podría haber estado estudiando estaba leyendo y escribiendo y ahora quiero recuperar esas horas y dárselas a algún tipo de estudio porque me interesa formarme más. Además, cuánto más voy a escribir.

¿Crees que se agotan las ideas en algún momento?

Las ideas no, pero me cansa un poco. Cuando la cosa me empieza a aburrir ya no me gusta. Soy bastante liviano en ese aspecto. Hay escritores que son más profesionales y trabajan más, se ocupan más, todos los días escriben; yo no, yo siempre he sido amateur pese a haber tenido una gran producción y podido publicar mucho y que me conozcan, nunca fui un escritor profesional.

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