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28-03-2017 Notas

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Por Luciano Sáliche

I

«La Revolución es un fracaso» me dice Alí, agarrando el volante con las dos manos. Estamos en un Fiat 128 Europa rojo de la década del 70 yendo a no más de 80 por la ruta que une La Habana y Varadero. Tiene 32 años y su aspecto es de un adulto joven: delgado, macrocéfalo, de sonrisa fácil, ágil en sus modales. Se viste como tal, sobre todo por sus zapatillas All-Stars bajitas impecablemente blancas y unas gafas a lo Janes Dean que ambicionan galantería. El viaje dura bastante, tres horas, porque los cubanos son excesivamente respetuosos con las reglas de tránsito –en los accidentes predominan los carros que rentan los turistas, reconocibles por la T en sus patentes– y cada vez que un cartel marca la velocidad máxima, la respetan. Vamos lentos pero seguros. Eso dice el semblante de Alí que, de a ratos y cuando las preguntas brotan, está gratamente parlanchín. A nuestro alrededor, los carros embellecen todavía más un paisaje que parece eterno, desde siempre: en la ciudad, edificaciones antiquísimas; en el campo, praderas brevemente sembradas.

Antes de la Revolución, el 93% de los autos eran estadounidenses. Entraron Cadillac, Buick, Pontiac, Studebaker, Plymouth, Mercury, Ford, todas reliquias de la artesanía automotriz que aún hoy se pueden ver, relucientes e impecables, llevando gente de un lado a otro, moviéndose al ritmo alegre de un son, una salsa, un reguetón. Cuando Fidel Castro, el 1 de enero de 1959, entró a Santiago de Cuba, a Estados Unidos no le quedó otra que reconocer al nuevo gobierno –una fracción de la CIA apoyó el golpe contra Fulgencio Batista–, sin embargo en octubre de 1960, al ver las expropiaciones a ciudadanos y compañías estadounidenses, declaró el Bloqueo Comercial contra la isla. Desde entonces, Cuba no puede comerciar con el enorme imperio que tiene a apenas 144 kilómetros de distancia.

En la década siguiente a la Revolución, el gobierno estaba preocupado en cosas más importantes que en la importación de autos. Pero en 1970 llegaron los soviéticos Lada-Zhiguli y Volga 24. Luego los argentinos Chevy, Ford Falcon, Dodge y el gran Peugeot 404, algún que otro italiano Alfa Romeo Berlina y el alemán Volkswagen Escarabajo. En los 90 y 2000 aparecieron los Toyota, Hyundai, Mitsubishi, Nissan, Daewoo, Volvo, Mercedes Benz, pero eso ya es otra cosa, otra tirada: plástico y exageración. Ahora, mientras conversamos con Alí –yo voy a su derecha con el codo apoyado sobre la ventanilla abierta, mi mujer atrás, con las piernas estiradas–, esas reliquias nos envuelven, algunas nos pasan, otras las pasamos nosotros. La ruta, vista desde un drone, es una carrera de tiburones de colores.

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II

Antes, al mediodía, el auto de Alí brilla estacionado en la calle 22 de El Vedado, el barrio, según sus palabras, más bonito y tranquilo de La Habana. Dice «tranquilo» y los parámetros se abren y se diferencian de los que predominan en nuestras democracias liberales porque Cuba es un país donde la tranquilidad adquiere un estado formal: su ínfima brecha económica entre los ciudadanos hace que la ostentación no exista forjando así una sociedad que prácticamente no conoce de violencia, ni de choreo. Algunas historias aisladas hay –el canadiense que compró cocaína y le dieron aspirina pisada, la francesa que cambió euros a un muchacho de dientes de oro al costado de una CaDeCa y recibió billetes falsos– pero predomina el buen trato y el respeto. Por la noche, cuando ya todos están viendo la novela brasileña en sus casas o durmiendo boquiabiertos, caminar por la oscuridad de La Habana no es peligroso en absoluto. Ventajas del comunismo cuando, en los programas más bochincheros de la Argentina capitalista, se enfatiza que el gran problema de época es la inseguridad.

Cargamos las valijas y bolsos en el diminuto baúl limpísimo y salimos hasta la casa de Leticia, en Avenida Tercera entre 22 y 21 de Varadero. En esta ocasión, un ingeniero naval sería nuestro chofer, porque Alí es ingeniero naval. Nació con Fidel a la cabeza, unos años después del Éxodo a Mariel, cuando disidentes cubanos toman la embajada peruana. Para él, para su generación, la Revolución es una luz radiante en su pasado nacional que poco a poco fue perdiendo brillo. Sufrió el desabastecimiento de los 90 y el reflejo de los espejitos de colores de la Revolución informática desde la costa equivocada. ¿Qué se hace en Cuba además de tomar sol, emborracharse, fumar habanos y bailar hasta morir? Sus padres, dos respetados médicos cirujanos, le insistieron con que estudie lo que le gustaba.

De niño, Alí se sentaba en el malecón a mirar el mar y ese horizonte extenso, infinito, eterno, lo cautivaba: le hablaba en un lenguaje inexplicable que, al terminar el secundario, lo transformó en vocación. No le fue fácil; estudiar requiere explotar el conocimiento, dice con un tono andrajoso, sin un tono de orgullo en su voz aguda. No sólo estudia el que quiere y puede, también al que le da. Su hermano, por ejemplo, no logró terminar con la carrera de ingeniería mecánica pero los autos, esos hermosos vehículos que sólo Cuba venera, no necesitan de títulos para que los dejes bien arregladicos. Hoy está en Miami con su taller mecánico. Logró irse antes de que Obama, meses previos a concluir su mandato, elimine la política de «pies secos, pies mojados». Cualquier cubano que hoy llega a Estados Unidos es deportado de una.

«Acá en Cuba sabemos que tenemos que vivir con poco pero la verdad es que no sé cómo hace la gente». Su padre, ya jubilado, cobra por mes menos de lo que él saca de este viaje. Su suerte es diferente. Ahora está disfrutando de unas vacaciones en su casa, donde vive con su mujer y su niña de cinco años. Ella es licenciada en Contabilidad y Finanzas: «Tardó siete años en recibirse pero cursó a la par de trabajar. Siempre la he admirado por eso», dice con una sonrisa amorosa, conmovida. Alí trabaja para una empresa petrolera italiana que lo requiere para viajar en las enormes embarcaciones; cuando algo se avería, allí en el medio del océano, él lo repara. Por eso necesita estar en el mar y puede pasar hasta ocho meses embarcado. Así conoció otros países, otros modos de vida, otras maneras de pensarse en el mundo. Le pagan bien, de hecho muy bien, tal es así que su hija va a un jardín privado: en vez de que una maestra en un establecimiento público cuide 30 niños, dos cuidan 25. Paga por eso 25 CUC mensuales, algo así como 20 dólares, más de la mitad de lo que su padre cobra al mes. Decisiones.

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III

En estas vacaciones, seguramente algo aturdido por tanto amor familiar, decidió aceptar ser chofer ocasional. Unos cuantos pesicos nunca vienen de más. Además, las pastillas de freno que chillaban en el viaje podrían ser cambiadas al día siguiente. «Si alguien pregunta, somos amistad» comenta para que no lo multe la policía, agentes de ropaje azul oscuro que casi ni se ven, que casi ni existen. ¿El sueño de vivir en un mundo sin canas? Algo así. A Alí nos lo presentó Rosabel, la hija de Petronila. Queríamos conocer Varadero y la familia que nos alojó en La Habana durante dos días sólo tuvo que hacer algunos movimientos para organizarnos todo. En breves horas, Rosabel nos contactó con Leticia -una encorvada anciana rubia, la misma mirada cansina y profunda que Brit Marling en The OA- y frente a nosotros apareció un dibujo invisible: un entramado simple de relaciones profesionales que sólo un país comunista puede armar.

Petronila es la dueña de la casa que nos alojó en El Vedado, un barrio hermoso, lleno de árboles y arbustos, complejos habitacionales empapelados con plantas vivas y balcones surcados por enredaderas del verde más vital. Se jacta de ser la primera en alquilar habitaciones de todo Cuba, hace ya 25 años cuando la isla, como una flor tímida, empezó a abrirse lentamente. Petronila tiene 80 años, un cantito en el habla, el pelo teñido coquetamente de negro y unas manos artesanales para preparar desayunos que cualquier cafetería europea envidiaría. Nos trató como si fuese una abuela postiza y, cuando le pedimos que se saque una foto con nosotros mientras Alí –ahora fotógrafo– sostenía la cámara, bromeaba diciendo «ay justo que no me he peinado, ay que ni me peinado».

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IV

Vino bien la desconexión. ¿Qué tan necesario es el entretenimiento globolizante de las redes sociales? Bueno, en Cuba hay internet, pero lo administra el Estado. Como todo. La empresa es ETECSA: una tarjeta de navegación cuesta dos CUC (28 pesos argentinos) y dura una hora. Para conectarse, los lugares donde hay wifi son las plazas y, la verdad, da un poco Black Mirror ver tantos chicos sentados en el cordón con sus caras absorbidas por las pantallas de sus celulares. Igual que en los subtes argentinos. Igual que en el siglo XXI.

En Varadero hablamos con Raúl, el esposo de Leticia. Tiene una huertilla con las frutas y verduras más ricas del Caribe: allí, lo que se conoce como fruta bomba, la papaya, tiene el sabor de mil cascadas frescas envueltas en salsa golf. Para Raúl, el Che es una eminencia; lo conoció y sólo tuvo buenas palabras para describirlo. Recordó algunos hechos bélicos y jugó a torcer la historia: «¿Qué cosa mejor sería Cuba si el bloqueo ya no existiese?» Fidel, en sus palabras, era la persona más inteligente del mundo: “El único Presidente ¡en el mundo! en dar un discurso de siete horas en la Onu sin ningún papel, todo de aquí”, y puso su índice en la sien. Un animal político, un estratega de la lucha armada, un intelecto descomunal. El bloqueo aún sigue en pie y no le permite al pueblo cubano hacer de su socialismo un modelo internacionalista. ¿Cómo hace una islita perdida en el medio del Caribe para autoabastecer a 11 millones de habitantes sin la posibilidad de relacionarse con el país más poderoso del mundo, su vecino gigante? La respuesta sigue vigente: como puede.

Lo cierto es que ese aislamiento, esa coraza metálica que el socialismo tuvo que tejer para que el capitalismo –la dictadura del capital– no pueda penetrar en los cubanos insertándoles el chip de la ambición económica, generó una conciencia social pocas veces vista en la historia de la humanidad. Cuba no es una sociedad violenta, no sabe a ciencia cierta lo que es la inseguridad, el miedo de caminar asechado por la delincuencia. Todos en la isla quieren que el socialismo se abra, no para poder masticar una fortuna ni para, como se dice en Argentina, «pegarla», «salvarse», sino para que haya más posibilidades laborales. Hoy el turismo manda y el Estado lo entendió: con Raúl Castro, desde que asumió la Presidencia en 2008, incluso algunos años antes, familias alquilan habitaciones libremente, abundan los taxis (desde coches, bicis y hasta los exóticos cocotaxis) y los restaurantes, humildes y baratos, son la gran perla gastronómica. También se formaron muchas cooperativas y los trabajadores venden todo tipo de habanos en sus casas a mitad de precio. De a poco. Todo de a poco. Pero va.

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V

Alí intentó rajarse. En un momento se dio cuenta que había que tomarse el palo; quería algo mejor para él y su esposa. Ahorró durante dos años para escaparse. Unos mexicanos le prometieron todo, pero como suele suceder en esta vida, lo estafaron. Se quedó sin un peso y tuvo que empezar de cero. Luego de que nació su bebé entendió que lo mejor era esperar, pensarla mejor, no arrebatarse ante las circunstancias. «Igualdad para todo el mundo, esa es la Revolución», dijo después, haciendo un balance, un resumen, una conclusión. Quizás, en algún futuro cercano, el socialismo se abra más y mejor. Parece que sí. De a poco. Todo de a poco. Pero va.

Si el bloqueo cesara, el capitalismo, como sistema universal de organización comercial, tendría un molesto grano en el orto a punto de transformarse en un hematoma. El faro ideológico de Cuba podría alumbrar más fuerte y la batalla cultural del siglo XX tendría su revancha. Mientras tanto, la posibilidad de que el socialismo se derrumbe sigue estando presente: ¿podría seguir siendo este exótico paraíso del respeto humano si se le permitiera el incremento económico ilimitado a cualquier ciudadano? ¿No aparecería la ambición como motor de existencia, tal cual la conocemos en este Occidente, esta democracia liberal que, al costado de los asentamientos precarios, crecen las torres, los countries, la vulgaridad del lujo televisado y retransmitido hasta la alienación? Seguramente. Por eso Cuba, pese a su aislamiento, su opresión, su miseria, hace creer que el mundo no es tan horrible como es. Aunque parezca que siempre lo será.

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