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03-03-2017 Ficciones

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Por Nilda Allegri

Todo tiene su parte buena y su parte mala. Este colectivo la deja en la puerta de su casa, eso es lo bueno. La alternativa es colectivo, tren, y otro colectivo, pero el 56 se llena en Retiro y la gente se baja en Ciudad Evita, entonces si no se sienta en la primera parada, Alina tiene que ir apretada como una sardina entre otras sardinas que trabajan en el puerto, o que vienen de hombrear bolsas o ladrillos, de pie durante una hora, a los viandazos. Y eso es lo malo.

Alina consigue asiento, muy bien, pero en el segundo asiento, muy mal. A la primera vieja o viejo, o embarazada, tendrá que cederlo, sin ganas, sin vocación. Ahora va sentada. La gente aprieta, empuja, pero ella va sentada.

Este tipo que está parado al lado de ella no es una vieja o una embarazada. Eso es lo bueno, lo malo es que no para de empujar. Alina hace que duerme para no ver ningún discapacitado solicitar con la mirada el asiento: el tipo la empuja en el brazo, casi a la altura del hombro. El empujón late. Alina sigue con los ojos cerrados pero empieza a pensar que lo que la empuja en el brazo es un pene. Se resiste a abrir los ojos. Lo bueno es que en realidad no le molesta, casi diríamos le gusta, a fuerza de verdad le gusta muchísimo, además por ahí es el celular del tipo, en el bolsillo, una fundita de cuero con el celular. Ojalá que no, piensa. Ojala que sí, piensa. Ojalá que sea un celular/ojalá que sea un pene. Un pene no puede ser algo tan duro, pero ella no va a abrir los ojos, y mucho menos mirar su brazo. Ahora, en el adormecimiento, ese empujón de pene la hace dormitar casi de verdad, todo su cuerpo es el brazo, toda la atención está puesta allí. Empieza a sentir un pertinaz hormigueo en el bajo vientre, pero muy abajo y muy adelante, empieza a sentir una línea de tensión entre el celular (o el pene), el brazo y allí abajo, en un lugar medio indeterminado, pero seguramente en el exacto punto donde el clítoris dormía su sueño de artefacto inútil a la hora de volver del trabajo.

Los celulares vibran, no laten. Y eso, seguramente no es pene. Es una verga. Y de un tamaño sumamente interesante, como hace mucho que no siente allá donde vibra eso que ella tiene entre las piernas y que no es un celular. Una flor de pija, si las pijas fueran flores, esa sería una orquídea. Y el lugar donde ella vibra como un celular es efectivamente la parte más interesante de su pubis.

Entonces viene lo bueno, una vieja salvadora, que hace todo el ruido posible para que ella sepa que está sacando el boleto, aparece salvadora, la mandó dios para terminar con esto, antes que se ponga a acabar,  y ella tiene que ceder el asiento. Alina hace que se despierta, se para, aliviada, diciendo terminó esto que en realidad no era nada. Se para, y la vieja ostensiblemente, jodida como toda vieja que sube a joder a las seis de la tarde al colectivo 56, logra el milagro de que gente compactada se reacomode en la lata de sardinas. Alina tiene buena conciencia. No lo vio, (y cuando uno no ve, podemos decir “eso no existió”) y al lado de ella hay solo una mujer que subió apenas en Retiro, un hombre con cara de bueno y un tipo que se agacha a mirar por la ventana. Ninguno de los tres con cara de tener esa dura verga, prueba de que dios existe y es capaz de pensar en las mujeres. De la verga nada. Puede quedarse tranquila. Pero no, eso es lo malo.

Alina se va corriendo hacia atrás, en verdad no tiene que bajar hasta media hora después, va arrastrándose hacia la puerta de atrás, como puede, como si ya tuviera que bajarse, hasta que da con él. O con ella, con la dura pija que sentía su brazo. El brazo le manda al resto del cuerpo indicios para que reconozcan el roce, especie de señales químicas. Su orto, que ha atravesado mochilas, carteras, vientres femeninos y masculinos en su viaje por el pasillo del colectivo, en un momento dado lo detecta, tiene la certeza que ese roce es el del dueño de lo que ella está buscando, como si las señales químicas hubieran reconocido un identik. Se acomoda adelante, porque hay tres filas de personas paradas en el pasillo del 56. Lo bueno es que no hay manera de avanzar o retroceder. Lo bueno es que parece totalmente casual su nueva ubicación en el colectivo. Lo malo es que si él no es un subnormal se tiene que dar cuenta de que no es casualidad.

Alina se para delante de él. Y él la sigue teniendo parada, pero ahora ella le vio la cara. No importa la cara, lo que importa es eso duro que él le clava. Lo malo es que la clava fuera de lugar, en un lugar que a ella no le interesa, en el medio de la nalga y ahí no sirve. Lo bueno es que el colectivo se zamarrea tanto que ella rápidamente se la puede colocar allí, donde un poco más abajo, un poco más adelante le late todo.

Alina trata de pensar en las cosas pendientes para esa noche, trata de desentenderse de su concha húmeda. Ya eso no es una vagina, un pubis, no es la parte de adelante, no es el bajo vientre: eso es a esa hora de la tarde y gracias a esa impensada verga una concha mojada. Lo malo es que no puede pensar en otra cosa. Lo bueno es que siempre se puede salir de una situación incómoda. Lo malo es que si sigue ahí va a acabar sin lugar a dudas, como hace rato que no acaba. En el 56 que va a Ciudad Evita, lleno hasta las chapas.

Alina decide no seguir jugando a eso. Y baja del colectivo, para tomar el que viene atrás.  El 56 tarda mucho y va a estar en la esquina lo suficiente para construir para sí misma una historia que le otorgue un lugar de víctima inocente, de pensar que el tipo tiene la culpa y hasta va a decir en la casa que se tuvo que bajar porque un tipo la estaba molestando y ella prefirió descender del vehículo a hacer un escándalo, eso no le gusta, y Nico se va a enojar con el mundo en general, la va a consolar y nuevamente la va a invitar a trabajar juntos en la ferretería de su suegro. Ya se van a arreglar, no se puede salir más así, ves Alina cómo está la calle…

Alina sigue en la parada y de repente, lo bueno, es que el tipo se bajo una cuadra después de ella y viene derecho.

Lo malo es que no sabe qué va a hacer. No es la clase de mujer que tenga sexo casual.

Lo bueno es que tiene muchas ganas. Lo bueno es que siempre puede haber una primera vez. A veces, la concha manda. Eso es lo bueno.

 

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