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Por Leticia Martin
Virgen, la segunda novela del publicitario Luciano Bellelli, narra el modo en que un adolescente se enamora, se deja llevar, debuta, se obsesiona, concluye en que ama a una chica de su colegio, la tiene, la pierde y, finalmente, se dedica a reconquistarla como sea. No está mal. La novela se lee rápido y eso no es algo menor. Al contrario. Eso quiere decir que la historia fluye, que hay un sólido trabajo con la prosa, económica y ágil, que no se cae en errores comunes y que el lenguaje es acorde a los ejes espacio temporales planteados. Sin embargo es difícil dejarse atrapar definitivamente por la trama. ¿Qué es eso que raspa o no termina de convencer? Por un lado, quizá, está el tema de que la historia es más una retrospectiva que una proyección. Esto la tiñe de cierta nostalgia que nos lleva todo el tiempo al recuerdo de algunas prácticas o tecnologías ya obsoletas, como el teléfono de línea, por ejemplo, y los desencuentros producto de la falta de portabilidad de las comunicaciones que en esa época se vivían. En ese sentido, la novela recuerda un poco a la novela de Sebastián Robles: Los años felices. Pero, en todo caso, “eso ya se ha dicho”, como diría alguna red social. Por otro lado, quizá, el punto débil sean esos personajes adolescentes, que hacen que todo se torne ingenuo, infantil, en proceso. Es cierto que la identificación se produce cuando el recuerdo reverdece. Pero la trama, aunque ágil y vistosa, con escenas de sexo que llaman la atención del lector, cae en ciertos clichés, o en la construcción de personajes que producen distanciamiento porque suenan muy en las cuerdas de otra época. Norman, el chico toc, enamorado fatalmente de Leticia, obsesionado hasta la depresión, no puede dejarla en paz: la acosa, la persigue, se le aparece sin aviso en sus vacaciones en Pinamar, la hackea, se mete en su aula mintiendo la inscripción a una carrera que no es la suya, y otros avatares. Todo huele a una construcción de estereotipos femeninos y masculinos que hoy, ya no producen identificaciones sino rechazo. O que, por lo pronto, no interpelan a esta lectora. Y si es verdad que la novelística no sólo debe tomar temas y construcción de personajes actuales, sí hay una intención no muy clara en esa elección, o que por lo menos no termina de hacer sentido en el momento histórico en que la novela se publica. Otra novela a la que se recuerda todo el tiempo esta novela de Bellelli es Una noche con Sabrina Love. La diferencia sustancial es que aquí la distancia de experiencias sexuales y edades no existe, como sí en la novela de Pedro Mairal, y eso diluye el conflicto pequeño burgués de Norman. Sucede entonces que uno cae en la trampa de no poder separar autor y obra, y le pide, quizá, demasiado a la novela, le pide algo más que el ejercicio de ser escrita, de la tercera persona y el recuerdo bien construidos, le pide que diga algo más allá de mostrar que se sabe narrar. El final redobla la apuesta y uno, aunque cuestione ciertas posturas, o encuentre una falta de anclaje material de la historia, algo que conflictúe al personaje más allá de su insatisfacción pequeño burguesa –tantas veces narrada desde Madame Bovary a esta parte– termina el recorrido a que es invitado por Bellelli y no larga el libro, que sí logra generar una buena cuota de intriga. ¿Hasta dónde va a llegar Norman con sus obsesiones? Saberlo dependerá de lectores ávidos de aventuras que no se dejen llevar por la crítica para elegir un libro. Conversamos con el autor para Revista Polvo.
Tu novela dramatiza el debut sexual de un adolescente que creció entre finales de los 80`s y mediados de los 90`s. ¿Creés realmente que ese hecho es determinante en la vida de una persona? ¿Por qué?
Un debut sexual puede ser determinante en la vida, pero en este caso creo que mi libro no se detiene específicamente en la primera vez en el sexo y sí en el debut de un adolescente en el amor. Y ese debut sí me parece significativo: esa primera relación es la que marcará, según mi punto de vista, las demás relaciones a lo largo de la vida.
Hay un muy buen trabajo de reconstrucción de marcas, objetos de época, ausencia de tecnología y uso de otra más arcaica, en la creación del escenario de la novela. ¿Cuáles fueron las dificultades de este trabajo?
Que lo que recordara de aquellos tiempos se reflejara de forma fidedigna. Tenía miedo de pifiarla y que mi memoria estuviera equivocada. Por ejemplo, en un pasaje de la novela, Norman, el personaje principal, prueba sushi en el Jardín Japonés. Recordé que en el ´91 yo trabajaba en Las Cañitas y que enfrente estaban abriendo Azul Profundo, que era unos de los primeros restaurantes de sushi en Buenos Aires. Entonces no podía tratar el consumo como algo habitual porque culturalmente no estaba instalado en la cultura tanto como ahora.
El personaje de Nazarena, que es bastante secundario, está construído como: mujer negra, sumisa, sin un diente, y –sobre todo– chismosa. ¿Qué buscabas generar con un contrapunto así de la co-protagonista (Leticia)?
Formulado así parece que tuve una intención misógina o discriminatoria de un personaje específico. Esto me sirve también para responder a otra reseña que tildó pasajes de la novela como homofóbicos o machistas. Mi respuesta se engancha con mi respuesta anterior: quise ser consecuente con la época. Éramos bastante misóginos, machistas y homofóbicos en los chistes y en las descripciones de las personas. No se había dado todavía el avance cultural que por suerte está sucediendo ahora. No representa mis pensamientos actuales pero sí mi pensamiento (estúpido e inmaduro) de esa época. Lo que sucede específicamente con Nazarena es porque necesitaba dar pistas sobre algo que ocurre después en la novela y que es clave, por lo que no puedo explayarme tanto. El personaje es una chica de un estrato social bajo que cursa en un colegio de clase media-alta. La intención era que recorte o quede extraño en el contexto. Sé que puede ser un estereotipo, no pienso de esa manera ahora, pero el narrador, ese joven de secundario de los 90´s, lo ve de esa manera.
Considerando que sos publicitario además de escritor, ¿qué pensás de los estereotipos en la literatura?
Estoy en contra de los estereotipos tanto en la publicidad como en la literatura. Pero mientras no haya un cambio cultural, no va a dejar de haberlos. Igual es muy distinto su uso en la publicidad y en la literatura. Puedo hablar semanas sobre los estereotipos de la publicidad. Cualquiera que haya tenido que aprobar un casting sabe los comentarios que se escuchan en esas reuniones. La publicidad intenta construir un ideal, basado en un aspiracional que reside, tal vez inconscientemente, en la mente de la mayoría. Y ese ideal es muy facho. La publicidad cree que todas las personas sueñan con ser flacas, lindas, cancheras. Los hombres son unos piolas bárbaros, conquistan mujeres con solo ponerse un desodorante. Las madres son las que se ocupan de la limpieza, los hijos y el hogar. Las veces que alguien quiso cambiar algo de eso fue rebotado en los testeos. Los estudios indican que las personas quieren que las marcas les hablen de esa forma. Si la gente dejara de comprar productos que le comunican con prejuicios no tengas dudas que cambiaría en un segundo la comunicación. El problema es que ese aspiracional está súper instalado en las cabezas y la publicidad se sube a eso. Mirá el ejemplo de Cambiemos. Una palabra vacía, que no aclara si el cambio es para mejor o peor, que no dice cómo se cambia o si es posible hacer un cambio y sin embargo, como representaba el eco de una mayoría, termina poniendo un presidente. La publicidad hace eso. Es un eco de lo que la mayoría de la gente ya tiene en la cabeza. Con la literatura me parece que es otra cosa. El objetivo de quien escribe libros no es vender, sino contar una historia. Y creo que todos los estereotipos que pueden llegar a aparecer son, a mi juicio, aceptables, si cumplen con la función de contar bien esa historia. Un personaje de novela no representa a todos los lectores. Es sólo eso, un personaje en un libro. Aunque también te podés equivocar, qué sé yo. En el libro Un publicista en apuros, Morel relata la historia de un creativo publicitario merquero y frívolo. No somos todos así, es un estereotipo. Pero yo no lo leí pensando que estaba mal. Alguno así debe haber y justo es el que cuenta la historia de Natalia Morel. Además, es el estereotipo que imaginan los lectores que nunca pisaron una agencia de publicidad y ella no se va a poner a explicar que no son todos de esa forma. Así construimos equivocadamente todo lo que no conocemos en profundidad. No todos los mecánicos son chorros, ni todos los políticos corruptos, ni todos los abogados garcas, ni todas las suegras insoportables. Pero eso no significa que para el bien de una historia el protagonista sea uno de esos que mencioné antes.
¿Creés que la literatura debe preocuparse por la producción de sentido teniendo en cuenta el entramado social en el que un libro ve la luz o preferís pensarla como autónoma de todo movimiento social y político?
Ni una cosa ni la otra. Cada historia debe contar lo que tiene para contar. Creo que estaría mal que uno le buscara ese sentido político si no es funcional a lo que se cuenta. Te confieso algo: como me costó muchos años publicar Virgen (más de 10), en un momento pensé en envolver la historia en un contexto político. Sentía que si hacía eso, me sería más fácil, por ahí, publicarla. La historia transcurre durante el menemismo y si nos ponemos a buscarle un sentido político, mis personajes compartían la ilusión y la frustración consecuente de esa época. Creían que todo iba bien sin darse cuenta de que todo era una farsa que explotaría después. Podía empujar la historia, contar sobre una relación amorosa víctima del menemismo. Sin embargo no lo hice porque no estaba en la naturaleza de la novela contar eso. Y tampoco me interesaba tanto verla desde ese punto de vista. Creo que depende de la intención e interés del escritor y en ambos casos, lo respeto. Quien quiere bajar línea que la baje y quien no quiere, no.
¿Tenés una respuesta para la pregunta “por qué escribís novela”?
Sí. Escribo para comunicarme, es el único lugar donde me siento cómodo “hablando”. La ficción me da la posibilidad de decir todo lo que siento y pienso sin tener miedo o vergüenza de las consecuencias. Es un lugar para decir mi verdad. No me atraen los libros que son 100% reales ni tampoco los que son 100% ficcionados. Me gustan las historias que mezclan la ficción con la realidad del escritor, con sus opiniones y sentimientos, aunque estén bien escondidos (en realidad, cuanto más escondidos, mejor, porque eso demuestra la creatividad y habilidad que tiene).
¿Cómo construís la prosa de tu novela? ¿Pensás en el ritmo?
El ritmo, más que pensarlo, lo siento. Tengo una velocidad de narración en la cabeza. Es la que me permite escribir mucho y contento. Si la narración se ralentiza, me aburro. Si va muy rápido, pierdo foco. Si eso pasa, dejo de escribir hasta recuperar el ritmo que me parece indicado. Trato de no aburrir la lector y darle un ritmo vertiginoso para que no se aburra y cierre el libro.
¿Qué te decide a publicar?
Es lo que le da el sentido final a todo. Escribo para ser leído. No escribo para mí, escribo para los otros. A través de las novelas converso, hablo, discuto, provoco. Tengo 7 novelas más guardadas en un cajón: no me sirve tenerlas ahí, me pone triste, siento que no están cumpliendo su razón de ser. Es como tener un hijo y prohibirle salir de tu casa.
¿Cuál es tu próximo proyecto de escritura?
Hace unas semanas terminé una novela nueva. También corregí una novela vieja, le pasé dos lecturas, le saqué como 50 páginas, me quedó pulida como novela de Foster Wallace. Este año quiero hacer laburar a esos manuscritos dormidos en un cajón a ver si los puedo activar mientras me tomo el resto del año para reescribir el libro que terminé hace poco.
Por último. ¿Es posible el amor?
Es posible de a ratos. Entre crisis y crisis. No es un fluir constante. Como dice Masliah, es una corriente alterna. Te desconectás y conectás todo el tiempo. Y a veces se termina. La convivencia, el deseo, la rutina y el contexto son amenazas constantes. La monogamia es una estupidez, antigua y forzada para los tiempos que vivimos. Es caduca. El amor es una energía misteriosa. Es difícil mantenerla, cuidarla, respetarla y no volverse adicto. Es complicado que el tiempo no te la cascotee. Es fácil confundirla con otros sentimientos: deseo, necesidad, admiración, amistad. El amor y el sexo en las relaciones son los temas que más me apasionan ya que me parecen lo más importante a lo que podemos aspirar los humanos (los que tenemos las necesidades básicas cubiertas).
https://www.youtube.com/watch?time_continue=1&v=VdvQBF6HZoI
Etiquetas: Leticia Martin, Luciano Belleli