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17-04-2017 Notas

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Por Luciano Lutereau

1.

Le digo a un muchacho homosexual que la belleza en el varón implica asumir una decadencia progresiva (la panza, la falta de pelo, etc.) porque cualquier intento por retener lo perdido lleva al grotesco. Es la diferencia entre el atractivo de Boy Olmi y el chongo del abogado Burlando. “Luciano, ¿te gusta Boy Olmi?”, me pregunta riendo. Le digo que sólo se puede ser lindo hasta determinada edad, y después lo peor que puede hacerse es tratar de recuperar el “ser” por la vía del “tener”. Me dice: “Entiendo lo que decís y me parece bárbaro, yo sufro eso desde los 25 años, pero te confieso que me cuesta seguirte desde que confesaste tu amor por Boy Olmi”.

Me río porque me encanta su modo de hablar y reconocerme objetándome. “Boy Olmi le puede gustar a una mujer (bueno, y a vos) no a un varón homosexual”, agrega y me enseñó algo importantísimo para que siga pensando.

2.

La homosexualidad tiene una definición precisa: amar al otro por lo que tiene. Por eso el sujeto histérico siempre lo es, como lo es el varón que ama a una mujer por sus “cualidades”. Mientras que hay hombres que salen con hombres desde una posición heterosexual…

Porque la diferencia homo/hétero no se basa en la elección de objeto sino en la posición sexuada. Es homosexual, por ejemplo, el hombre que sale con una mujer para la mirada de los amigos. Como lo es el seductor que colecciona sus conquistas. Mientras que hay hombres que aman a las mujeres (y a otros hombres) por lo que les falta. Esa falta a veces puede ser un defecto, otras veces incluso un rasgo masculino (como el que atrapa a ese amigo que le gustan las mujeres que comen “a lo macho”, con hambre, y no las que picotean el plato). Así puede amarse a una mujer por la feminidad que le falta, ¡amar esa falta es lo femenino!

Por eso la feminidad nunca se tiene, sino que se la ama (en hombres y mujeres). Eso define la heterosexualidad, que nada tiene que ver (al igual que la homosexualidad) con una combinación anatómica de genitales. Esto es lo que dice Freud en El fetichismo (1927) cuando afirma que el fetiche es una defensa contra la homosexualidad.

3.

El punto más complejo para interrogar la histeria en el varón es la pregunta respecto de la incidencia que la especificidad masculina presta al tipo clínico, en la medida en que la vía fálica requiere una puesta a prueba de la potencia y la posibilidad de su sintomatización. Dicho de otra manera, ¿qué fin presta la histeria al varón para sintomatizar su potencia? Así es que puede advertirse la importancia de distinguir entre histeria masculina, posición seductora y homosexualidad, para que se plantee la verdadera diferencia clínica significativa: aquella por la cual hoy en día muchos casos de histeria masculina se confunden con la neurosis obsesiva (tan solo porque se trata de una sintomatización de la potencia), o con cuadros como la fobia o borderlines (por la presencia masiva de angustia).

4.

El psicoanálisis no opone la homosexualidad a la heterosexualidad. Ambas se encuentran indisolublemente intrincadas, se suponen y, eventualmente, se disuelven. Más interesante es el camino que avanza hacia una clínica que supone que diversas posiciones homosexuales son distantes entre sí, lo mismo que en la heterosexualidad. Es el camino freudiano que lleva a repensar la bisexualidad constitutiva del sujeto.

 

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