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Por Nilda Allegri
«Y habló Caín a su hermano Abel:
y aconteció que estando ellos en el campo,
Caín se levantó contra su hermano Abel,
y le mató»
(Génesis, capitulo 4, versículo 8)
Eva
La Eva se había ido primero del campo, y al toque del pueblo, con Macín, que le prometía la capital, ese paraíso, pero después resultó que a la capital la vio solo en los noticieros, porque él la llevó a San Justo y ella después siguió en el conurbano, ya siendo doña y con dos varones y Janice embarazada de ocho meses, recalando en la Chanchería, que está casi en la capital, pero enfrente, en la parte que no le gusta a nadie.
No obstante, había progreso en ese derrotero. De niña en patas, para todo uso, de una familia con once hermanos y mucha hambre, a madre de tres en Matanza, en casa propia, aunque sin escriturar, y finalmente mujer emancipada, como decían las del Género que daban los talleres a las mujeres del barrio, acá en Lomas de Zamora.
Cuarenta y dos años de caminar la tierra, aunque su cara en el espejo le parecía de sesenta y el alma de doscientos y encima esas pendejas del Género que creían que le podían enseñar cómo era la vida, porque salieron de la facultad.
Eva solita se había sacado de encima a Macín, y el nene de la Janice le había nacido más que sano en el Penna, y de a poco, sus varones, el Caito y el Abel, se iban asentando. Los dos terminaron la secundaria en el Fines, junto a ella, madre e hijos yendo juntos a la delegación, un orgullo. Una lástima que la Janice hubiera dejado, con 18 años, pero se entendía: el ir y venir a la casa del padre del chico, hasta que directamente eso de vivir juntos quedó en la nada, pero con un Macín más, otro varón para criar, o ayudar a criar, sanito, gracias a Dios, el Santino.
Caito había entrado en la Local, y Abel remisiaba, cuando el patrón le daba el auto, y eran muchas veces, y a cualquier hora. A la Eva no le gustaba, olía algo feo. Lo llamaban por celular, y Abel siempre salía, como enojado. Por suerte no se les pegó lo de la vagancia para el trabajo que había sido la marca del padre. Los dos sabían el oficio del albañil y con eso pudieron levantar la losa.
Las del Género en una cosa tenían razón: una sale adelante con los hijos, aun sin marido, pero eso de que no es obligatorio tener hijos no le entraba, los hijos son la única riqueza que nadie te puede sacar, un orgullo legítimo.
Al barrio había que darle tiempo. Ella no conocía a nadie, pero con el ingreso a la cooperativa no solo se había hecho de un círculo de vecinos con los que contar, sino que el barrio a los ponchazos, iba para adelante. La Chanchería era nada cuando llegaron, ella misma había pensado en volver con Macín ni bien vio la porquería donde habían agarrado terreno. Pero hoy, cuatro años después, tenían flor de losa, y los chicos trabajo y no faltaba ni aceite ni garrafa, ni acolchado y Eva pensó que el tiempo no hay que tratar de volverlo para atrás. En cuanto al Abel, bueno, había que darle tiempo también. Ya iba a dejar la mariguana, por lo menos no era un paquero como otros y cuando lo llamaban para trabajar salía. El Caito ya estaba ubicado como policía y solo faltaba que Dios cumpla su parte.
Caito
Nos habíamos ido de San Justo cuando mi vieja decidió dejarlo al viejo, la Eva es brava, y averiguando nos enteramos que esa noche se tomaban terrenos en La Chanchería, pasando La Noria. Entonces Abel y yo, todavía pendejos, le hicimos el aguante con la gente que nos llevó desde San Justo en un bondi alquilado, algunos con fierros, y a nosotros nos habían dado unos palos, negociando el lugar con los de la política, la policía tratando de sacarnos a patadas, los punteros que organizaban haciendo su kiosko y llevándose su tajada. Muchos de los bolivianos que estaban con nosotros, que pelearon por el terreno, mas tarde los vendieron por unos billetes.
El barrio era un pozo y ahora es un mar de losas sin terminar, un mar rojo. La nuestra la levantamos juntos yo y el Abel y mi vieja que entró ladrillo sapo a lo bobo y cuidó día y noche que no nos afanaran los hierros. Mi hermana no hacía nada, ya estaba muy embazarada, y un mes después paría a su pibe, que no hace nada pero es otra boca para alimentar. Es un bebé hermoso y todavía no sabemos quién va a ser el padrino, si el Abel o yo. Que llegara Santino nos sirvió para que la municipalidad nos ayudara con materiales y colchones. Todo a pulmón y la verdad es que yo ya estoy cansado de tanta gente dando vuelta.
Hace ya un año después de aquel sueño que no me puedo olvidar, le di bola al de la Delegación y me fui a anotar en la Policía Local y también le rompí al Abel para que venga. Habíamos terminado el Fines , casi nunca iba yo porque cuando no changueaba levantaba paredes, o iba a las manifestaciones porque eso me servía para cuando pedía cosas en la Delegación, y cuando iba, muchas veces no estaban los profesores, pero al final, pintó título y además Abel y mi vieja, que era la que más entusiasmada estaba, me pasaban los apuntes y los profesores lo sabían y eso sirvió para tener secundario.
Lástima que mi viejo ni se enteró de que nos habíamos recibido los tres con título, me hubiera gustado que venga a la entrega, pero la Eva es rencorosa y no aflojó, hizo empanadas y hubo fiesta en casa. Como los norteamericanos de las series, nosotros, los tres, también tuvimos fiesta de graduación, y vinieron los vecinos y pintó cumbia y bachata y fernet toda la noche. El de la Delegación, que se cree groso pero es un gato lavataper, nos juntó a todos los que egresamos y nos dijo, “anótense en la Policía Local, ahí hay futuro, trabajo en blanco, arma reglamentaria, sos un señor”. No le hubiera dado mucha bola si no fuera por el sueño. Mi vieja nos dijo al Abel y a mí que se hubiera anotado si le hubiera dado la edad.
Esa noche que me recibí soñé que había una presa, un animal vivo, y yo daba vueltas olvidándome que estaba ahí, pero la presa me olía y yo era la presa. Nos sacaban fotos, nos preguntaban quién había cazado a quien, había sangre y alguien la lamía. Abel no estaba en el sueño, pero a la mañana lo desperté y fuimos juntos a anotarnos en la Policía Local. A raíz de eso perdió la changa fija, en el mercado de La Salada, y de ahí en más solo remisea, al menos eso dice él. Había como doscientos monos, mas de la mitad eran mujerío. Nos atendieron unas licenciadas que nos pidieron que dibujáramos gilada. En la cola nos avivaron que teníamos que dibujar paraguas, pero sabiendo eso y todo, yo entré y el Abel quedó afuera.
Me dio tanta bronca que cuando volvimos le dije que yo sin él no ingresaba, yo no quería ser cana. Me empezó a gastar con que necesitábamos un gorra en la familia, que le iba a tener que prestar el fierro, que las wachas del barrio se iban a piyar encima cuando me vieran de uniforme. Lindo imaginarme con uniforme y un sueldo en el banco cada mes, y darle una mano a la Janice, porque del gil ese de Fernando no se podía esperar ni una lata de leche y un paquete de pañales por mes.
Así que, parece que con ayuda de San Vicente, soy Pitufo de la local de Lomas, con un 9 mm reglamentario mío propio, chaleco antibalas que estoy pagando en cuotas, manejando un Toyota Helios, cero kilómetro, todo legal. Los seis meses de formación fueron un viento que pasa y arrasa y después es como que me desperté en otro planeta. El viejo Eugenio, uno de los instructores, nos decía siempre que el principal objetivo de un policía es volver a la casa a la noche, vivo. El objetivo es mantenerse vivo.
Ya tengo destino, estoy con el móvil frente al frigorífico La Loja, cerca de Centenario, pero lo suficientemente lejos de mi casa, como para que no se me arme bardo: conozco demasiado bien los asuntos de este barrio como para hacerme el otario, y lamentablemente lo del uniforme con las wachas no funciona, porque hay unos que venden paco acá nomas que una vez me empezaron a fisurear y tuve que pensar muchas veces lo del viejo Eugenio para no sacar la reglamentaria. Desde ese día me saco el uniforme en la comisaría y lo pongo en el bolso, como cualquier gil laburante. Lo bueno es que estoy tranquilo, y cuido al móvil como si fuera mío, y mi binomio es una piba macanuda, la Ariadna Santome, ella tiene más experiencia, es de la primera promoción de la Local, y con más huevos que un macho, con la que pasamos el tiempo hablando, cuando no se enfrasca en el celular con su novio. Una vez la vi en la calle, sin el peinado de oficial y de calzas y remera y no la reconocí. Mirá cómo nos cambia la pilcha.
Lo que me preocupa es lo del Abel, desde que soy cobani me mira mal, y nosotros éramos los mas unidos, carne y uña. El viejo Macín, mi padre, nos recitaba al Martin Fierro, “cuando ellos se pelean los devoran los de afuera”. Pero este pendejo parece que se olvidó, no sé qué se cree, cada vez que le intento hablar, me frena diciendo: eh boludo, te comiste un gorra, vos, qué hablás. Y yo me quiero acercar, darle una mano, darle consejos, yo veo muchas cosas y algunas no las quiero ver, como la junta que tiene, que no lo va a llevar a ningún lado, salvo a la cárcel y él me mira como si fuera un extraño, como si yo estuviera del otro lado. Se olvida todas la que pasamos juntos, se olvida que fuimos a la primaria, que pasamos hambre juntos, se olvida cuando lo operaron de la péndice y mi vieja iba a limpiar casas y yo estuve todo el tiempo en el hospital de San Justo con él, se olvida el miedo que teníamos cuando llegamos a La Chancheria y hubo que velar el pedazo de tierra donde ahora tenemos la casa. Un día que estaba en pedo me dijo “vos sos otro”. Y se largó a llorar.
Si él hubiera querido entrar a la Local, hubiera podido, yo estando ahí adentro tengo un poco de banca, le hubiera dicho cómo hacer el tipo del dibujito con el paragua y que la casa no la haga tan chiquita y que la ponga en el medio, y hasta hubiera hablado con la licenciada, que cada tanto me llama para hacer dibujitos y para que le diga que todo está más que bien. Pero el Abel me sacó cagando, me dijo que en esta casa ya hay demasiado olor a chancho y yo no me ofendí porque se que está dolido. Me parece que me tiene celos y se lo dije, y casi terminamos a las piñas. Entonces, ayer, cuando la Eva me dijo “Caito, dame una mano, mirá en qué anda tu hermano” me hinché las pelotas, sabía que la vieja estaba preocupada, pero le contesté de mala manera “¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?” y si bien nunca le falté el respeto, casi que le levanté la voz. Que el pendejo haga lo que quiera, bastante tengo yo en volver sano cada noche, no meterme en kilombos por bocón, y mirar para un lado cuando tengo que mirar y para otro cuando no tengo que ver. Hoy lo crucé cuando me iba y me pareció que esto no tiene vuelta.
Abel
La verdad que lo mejor que me podía pasar es no haber aprobado el ingreso para ser pitufo, mi hermano entró y ya no se puede contar con él. Hasta me miró con cara de asco una tarde que le ofrecí una seca, conmigo no da que venga a hacerse el otro. Menos mal que ya no vuelve vestido de pitufo a casa, porque me daba vergüenza el aire de patrón con el que nos mira a los pibes y un día de estos iba a tener que cagar a palos a los que se le reían en la cara. O a él.
Desde que perdí la changa en La Salada vengo para atrás, decí que ahora Caito tiene sueldo fijo y hasta puso a mi vieja a su cargo en la obra social, así que le cubren la diabetis y sacó un préstamo y compramos hasta un aire acondicionado, porque La Chancheria, que esta a media hora de San Justo, tiene un clima que ni que fuera el desierto del Sahara.
Pero la plata igual no alcanza y yo tengo mi orgullo. Saldré de pobre sin ser cobani. La cuestión, dicen los grandes, es trata de mantenerse vivo. Volver, con o sin guita (eso puede pasar) pero vivo, y mantenerse afuera, porque una vez que estas fichado, empieza el fin. Yo tengo 22 y ni una entrada. Y así trataré de seguir.
Apenas me levanté, con la lengua verde del mate, quemé las ramas de olivo, el fueguito ni calentaba, apenas unas ramitas patas para arriba en el crucifijo, donde la cama de mi vieja. La Eva bufaba ronquidos y se le deslizaban unas babas en la almohada, mosqueándose por el ruido que hice, tropezándome con unas ollas que había puesto por el asunto de las goteras. Al final hoy es miércoles. Llegó el día. El olivo no hizo olor como esperaba, con esa peste de cuando quemás madera verde. Lo importante es que con las cenizas pueda empolvarme la cara pintando, clara, una cruz en la frente. Justo mi hermano se estaba yendo, me vio quemar el olivo y pareció querer hablar y yo le di la espalda, justo hoy no estaba para andar de charla. Cuando salió, me hice la cruz de ceniza en la frente, me gustó, era como esas cosas de guerra de esos guerreros del Haka, que golpean con las patas el suelo. Un tatuaje parecía, pero un tatuaje gris.
El negro Almazan sabe de estas cosas, se volvió evangelio en el penal y me dijo que si me encomiendo al gauchito Gil y a San La Muerte, cada vez que salgo a trabajar voy a volver a casa, que no puede fallar, pero yo además de eso, soy muy creyente de la virgen y en el santito patrono de las lluvias que es San Vicente. Mi viejo me dío una chapita con San Vicente, y yo después aprendí que a ese santo le gustan las fiestas, como a mí… Lo enterrás cabeza abajo y hasta que no caiga agua lo mantenés. Y cuando llueve le hacés una fiesta, para cumplirle por la lluvia. En La Chancheria, más que ayudar, la lluvia jode, pero el Macín me contaba de cuando vivía en Santiago del Estero, con la seca se le morían las ovejas que cuidaba y no quedaba nada para comer. Y ayer llovió, buena tuya San Vicente: es una señal.
Y por ahí con este trabajo me salvo y me compro un auto, y empiezo a remisiar por las mías, pero no en un trucho, sino en una agencia buena, del centro de Lomas, y después vamos a ver quién trae mas plata a la casa. Por ahí, incluso, la puedo sacar a la Eva de acá y dejarle la casa a la Janice. La vieja se despierta, me ve y me dice medio dormida que la ceniza en la frente es para recordar que nuestra vida en la tierra es pasajera y que el cielo será nuestra casa. Y para eso tenemos que ser buenos. Le doy un beso y me voy. Tengo que encontrarme con los pibes que se hicieron de una Nissan Frontier y me pasan a buscar por la Ribera, con tanta preparación no da quedarme de garpe. Es un trabajo limpito, un frigorífico.
Ariadna
Pero quedate tranquilo, Caito, todo en regla, después redactamos el acta y seguro nos ligamos una felicitación de los capos, quien te dice algo más. Te va a quedar pipí cucú para tu foja de servicios, ya se que es tu primer óbito, pero después te acostumbrás, dejate de llorar que están los de Crónica que por ahí te ponen en una placa roja “Pitufo llorando” y yo quiero que salgamos como lo valiente que fuimos. Dale, quedate tranquilo que ya modulo y cerramos todo ésto y volvemos a casa. No me mariconee ahora, amigo, ¿acaso no cumplimos con lo que nos machacaban en la Escuela, volver sanos? Esta noche te tomás un fernet por el muerto y todos contentos. Esperá que modulo: Base a móvil, ¿me copiás, base? Aquí Móvil 5765 /-QRV ¿alguna novedad? Sí, aquí oficial Santome, Ariadna, Camino Negro, bajada de Itatí, frente a Frigorífico, atraco consumado, con dos masculinos muertos, y una pila de fierros en un vehículo flojo de papeles, Nissan Frontier, chapa XLS 931, seguro que afanado, hay que cotejar. La plata la tenemos y los testigos para el acta también, sólo necesitamos refuerzos, porque mi binomio se siente mal. Los óbitos, tome nota, uno se llama Abel Macín, masculino, argentino, 22 años y el otro, Olegarío Almazan, masculino 55 años, estaba bajo palabra, a ver qué dicen ahora estos del Patronato. Otros dos se dieron a la fuga, en un auto de apoyo. Te tengo que dejar, porque acá están los de C5N y los de Crónica que vinieron a caranchear noticias. Ah, mandame una ambulancia. No, no hay heridos, es para este pibe nuevo, mi binomio, el Caito, ese de la última promoción, el que vive en La Chancheria, parece que el tomuer era pariente.
Etiquetas: Nilda Allegri, Policía