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Por Camila Selva Cabral
Todos los que vamos al cine las vimos. Aunque sea una vez compartimos con ellas la espera antes de que se abra la sala. Son las mujeres que habitan las funciones de las tardes, las que aseguran sus películas para los festivales el primer día de venta de entradas, las que toman un café solas. Las vimos. Pero nunca las habíamos escuchado. “Van al cine porque necesitan ver más. Tienen la capacidad de sorpresa de quien sabe que le queda mucho por ver”, dijo María Álvarez, directora de Las Cinéphilas. Las protagonistas del documental son jubiladas que van al cine, que aman el cine, que hablan de cine, que saben de cine. Y son, principalmente, mujeres que quieren seguir yendo al cine.
“Para mí era muy importante que en ningún momento quedase la menor duda del respeto y del afecto que les tengo. Que nadie las pueda juzgar, que nadie pueda decir nada sobre ellas que no sea de total respeto por salir cada día de sus casas, por querer seguir viviendo” insistió la realizadora al borde de la emoción. No es ningún secreto: Álvarez es una cinéfila más. Tal como sugieren algunos planos donde su presencia deja huella al lado de las cinéfilas, la directora se refleja y se proyecta en ellas. En definitiva, la cámara de Álvarez acompaña a estas mujeres, va con ellas al cine, atestigua sus rituales, escucha sus historias y recrea las escenas de sus películas favoritas mientras reflexiona sobre el tiempo, la soledad y el arte como refugio.
Dedicada “a todos los que todavía siguen yendo al cine a ver películas”, Las Cinéphilas es una oda al público que se apasiona por las historias en pantalla grande. El mismo público que la premió en la Competencia Argentina del 19° Festival Internacional de Cine de Buenos Aires (BAFICI).
Las Cinéphilas de la película son mujeres de Argentina, de Uruguay y de España. ¿Cómo las conociste?
El documental surgió porque en el Festival de Mar del Plata veía a señoras con el bastón a las doce de la noche que decían: “Permiso, permiso que tengo otra”. Una se cayó al buscar una entrada y se levantó como una fiera llamando a sus amigas. Son mujeres que van todos los días al cine porque es su horario, tienen todo el día libre y dicen “bueno, a ver, estoy en mi casa, a las cinco tengo que estar en tal lugar, vestida, maquillada y peinada”. Eso las obliga a salir de sus casas, a decir voy a un lugar y vuelvo. Y te aseguro que cuando vuelven a la noche vuelven diferentes. No es lo mismo no tener nada que hacer en todo el día que tener esa cita. Las fui a buscar en cada ciudad a la que iba por otros motivos que no tenían que ver con el documental, no es que viajaba especialmente a Uruguay o a España para buscar a estas señoras. Yo también voy mucho al cine a la tarde. Amoldé el documental a mi vida, no es que paré mi vida para filmar.
El documental hace foco en la soledad de las mujeres en la vejez. ¿Por qué tomaste esta decisión?
Porque es mi futuro. Cada una de ellas representa una cara de un único personaje que es una cierta proyección mía en el futuro. Lo de la soledad creo que es porque uno durante la vida se va preparando. Las cinéfilas son viudas; algunas tienen hijos, otras no. Sin embargo, en la vejez la gente sigue su vida e inevitablemente uno pasa mucho tiempo en soledad. Yo paso bastante tiempo sola también, me gusta estar sola y creo que uno va construyendo la manera de ocupar esa soledad. Hay que construirla cuando uno es joven. Norma, mientras tocaba las maracas, me dijo: “Estos instrumentos no los agarrás de un día para el otro, esto te tiene que gustar de toda la vida”. Cuando te jubilás y te quedás con el día vacío, no es que de la nada, por ejemplo, te empieza a gustar leer. Esto es una teoría que desarrollé para mí misma. Ese espacio de la soledad lo tenés que ir formando cuando todavía sos joven, cuando tenés fuerza, amigos, tu gente viva, cuando estás fuerte y acompañado. Tenés que ir formándote para sobrellevar la soledad con vos misma y que tu mundo interior te baste. Me parece que es lo que les pasa a estas mujeres, que el mundo interior les basta para estar solas durante todo un día y estar bien, y eso no es fácil si no lo construís durante el tiempo. Realmente creo que el arte puede ayudar a sobrepasar casi cualquier cosa, en el sentido de tener algo a lo que te podés aferrar. Y es lo que dice también una de las cinéfilas en la película: “Hasta que las cosas me interesen voy a seguir”.
¿Cómo trabajaste la risa en el abordaje de la vejez?
Fue uno de mis grandes trabajos. Es muy difícil no caer en algo pueril o ingenuo de la vejez, en la idea de viejitos simpáticos, queribles. Hay una de ellas, Lucía, que a mí realmente me enseña a vivir, entonces para mí era muy importante que en ningún momento se las juzgara ni se les faltase el respeto, que en ningún momento el espectador se riera de ellas. Es una línea muy delgada en la que te vas moviendo. Nadie juzga la risa como algo malo, es una forma de expresión. Pero reírte con ellas, estar entre ellas. Que uno se sintiese una más. Para mí es muy importante que nadie las juzgue porque yo soy ellas. Que el espectador entienda que cada uno de nosotros tiene una parte de ellas y que la vejez nos va a agarrar a todos. Ninguno de nosotros va a ser perfecto en la vejez.
En un artículo en tu blog, contás un episodio que tuviste con una productora y decís que hacer cine es difícil pero hacer una película siendo mujer es más difícil todavía. ¿Por qué creés que es así?
El puntapié del artículo fue la frase que me dijo la productora: “Vos no sos Lucrecia Martel”. Lo que me chocó es que pudo nombrar a una persona. Si la conversación era entre dos hombres, ¿qué hubiesen dicho? Si existe la frase, existe en su cabeza que son muy pocas las que pueden hacer una película porque si pensás en todos los directores hombres, la frase es indecible. Vos no sos… ¿quién? Hay veinte mil que podés ser. Podés ser Trapero, podés ser Llinás, podés ser Mitre, Sorín. Con esa frase, me estaba reduciendo el mundo, me estaba diciendo que las posibilidades de hacer esto son mínimas. Para nosotras es más difícil y está en las manos de las propias mujeres modificar esto. Ahora está cambiando, por suerte, pero un set de filmación en las épocas cuando empecé a trabajar se constituía en su mayoría por hombres. Y entonces una, cuando empieza, tiene que aprender a lidiar con un montón de prejuicios y de nimiedades que el otro tiene sobre la mirada de una. Cómo estás vestida, si sos gorda, si sos flaca, cómo pedís las cosas, cómo las dejás de pedir, si estás de malhumor. Una serie de prejuicios que no son exclusivos del cine para nada. Pero en la deconstrucción de esos prejuicios una pierde tiempo y energía, cosa que los hombres no pierden, ellos llevan una ventaja siempre.
¿Fue el feminismo una herramienta para recorrer ese camino?
No tengo una militancia pero todo lo que escribo y muchas de las cosas que pienso tienen que ver con una mirada femenina y feminista. Más allá de los hombres, tenemos que empezar a ver el trabajo de otra mujer con respeto para darle un impulso y apoyarnos entre nosotras. No tiene nada que ver con que te empiece a gustar todo lo que hacen las mujeres o que tengas que colaborar siempre con mujeres, no es una cosa extremista. Pero frente a dos sensibilidades o capacidades similares, frente a dos personas que tienen la misma formación, el mismo currículum y que van a cobrar lo mismo, sí empezar a priorizar y decir: “Soy mujer y elijo contratar a una mujer”. Es complejo. No estoy diciendo que se deba contratar a una mujer por sobre un hombre, también es bueno compensar las energías en un proyecto artístico. Pero sí como mujer poner en valor el hecho de que una mujer está tratando de hacer algo y tiene menos posibilidades que un hombre. Está en nosotras cambiar eso.
¿Cómo fue el proceso de montaje?
Fue maratónico, una locura. Yo no soy editora y todo el mundo me decía que no iba a poder. Eran cien horas de material y no tenía método para organizarlo. Pasé por todos: por armar las secuencias en la línea, por los post-it, por las fichas, por desgrabar las entrevistas. Terminé construyendo mi propio método. La edición es un túnel negro. La edición es estar sentada horas y horas. Y es enfrentarte a no saber si lo que estás haciendo es una porquería o realmente tiene un sentido, a no saber adónde vas a llegar, a que te digan que tenés que contratar un editor. Pero el material era bastante privado, de ellas y mío, era bastante íntimo, y no tenía una persona de confianza estética con quien compartir eso. Editar es como estar inmersa en algo que no sabés para dónde va a disparar. Vas buscando y vas, como dice Andréi Tarkovski, esculpiendo en el tiempo. Vas raspando. Vas sacando. Te enseñan que las reglas son: qué va, dónde va y cuánto dura. Y yo siempre digo que lo primero es: qué no va. Mi método fue primero limpiar, saber qué no iba a poner seguro. La edición es escribir y yo quería editar el documental como escribo.
Las Cinéphilas es un documental coral. ¿De qué manera lograste equilibrar las historias?
Hay personajes que tienen un peso dramático más fuerte. Pero no quería hacer un documental sobre una sola persona porque para mí el cine no es solamente lo que le pasa a Lucía. Es lo que le pasa a Estela, lo que le pasa a Norma, lo que le pasa a Leopoldina, a Paloma. Armé el relato como si estuviese trenzando, para que todas las historias tuviesen el mismo peso y al final se vea un crisol de mujeres, que no importara quién era quién. Todas son particulares y todas son universales.
¿Cuál es tu reflexión en torno a la verdad y al documental?
Me gusta hablar de verdad emocional, que está presente en todo relato, ficción y documental. Ahora está de moda intentar que la cámara desaparezca en ciertos documentales. Se estila poner la cámara bien fija, con un director de fotografía, con luces, con todo, y de alguna manera sugerir cómo tiene que pasar algo para que sea estético y para que sea casi como si estuvieses representando una ficción. Y los personajes saben que los estoy filmando pero hacen de cuenta que no. A mí esa puesta en escena del documental no me interesa. Si voy a armar lo que está pasando delante de la cámara, hago una ficción. Lo que me interesa del documental es que las cosas sucedan y me sorprendan. Creo que en un documental la cámara es un personaje. El director está ahí, su punto de vista es el documental. La verdad emocional tiene que ver con que lo que contás sea verdadero. En general, la belleza la busco en esa verdad.
¿A qué se debe el agradecimiento a la cineasta Agnès Varda?
Para esta película me basé mentalmente, o espiritualmente, en Los espigadores y la espigadora, de Agnès Varda. Es un documental hermoso. Al principio tenía otra idea de lo que iba a hacer, quería entrevistarla e incluso la contacté porque quería usar unos fragmentos de su documental. Eso no quedó pero fue un referente muy fuerte que tuve durante todo el camino.
¿Cómo ves la relación entre el documental de autor y la cámara?
Es muy difícil concebir el documental de autor sin que el director haga cámara. Es como si vos tuvieses que decir algo y la voz la tuviese que usar otra persona, y en ese tiempo entre que vos le transmitís en secreto al otro lo que tiene que decir por vos, ¡el momento ya pasó! Entonces es llegar tarde a todo y querer agarrar algo que no lo podés apresar porque la otra persona no es vos. Con la cámara vas dirigiendo, vas hablando, vas escribiendo. La cámara es la que está contando en el momento. A veces no te sale y sufrís las consecuencias pero es el precio que pagás por haber tomado algunas buenas decisiones.
Cuando Estela viaja al Festival Internacional de Mar del Plata, su credencial dice “cinéphila”. ¿Existe esa acreditación o la inventaste?
Lo inventé para el documental y la acredité así. Quiero hacer una movida para que los festivales den un cupo de acreditaciones gratis para estas mujeres. No sé si me va a salir. Sería una linda política de algún festival, ¿por qué no el de Mar del Plata?
¿Cómo fue recibida la película por el público?
La recepción fue increíble, fue muy raro, no me lo esperaba ni remotamente. Nunca me hubiese imaginado los mensajes que recibí. Una chica me escribió: “Después de ver tu película no me da miedo ser vieja”. Otra persona me dijo: “Todos actuamos con la vejez como si no nos fuese a pasar”. La sociedad es cruel con esos años y pensar que vamos a estar ahí nos hace mucho más humanos, más conscientes de lo difícil que puede llegar a ser, y nos hace respetar más esos años. Yo voy mucho al Bafici y lo que pasé en mi documental no lo vi nunca, lo digo sinceramente, no vi nunca gente llorando y riéndose al mismo tiempo. Me dejó feliz. Y me hizo dar cuenta de que quizás es una película para el público y no sólo para los festivales. También creo que impacta porque todos las vemos todo el tiempo pero son la periferia. Y están sosteniendo las entradas, están sosteniendo las funciones, están sosteniendo todo. Y las vemos siempre. Todos las vimos pero yo las filmé.
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