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02-05-2017 Notas

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Por Federico Capobianco

I.

Nunca fui muy fanático de las sitcoms pero How I met your mother tiene algo particular que resulta cautivador: la constante carrera para escapar de la soledad. La perspectiva se sospecha desde el título –Cómo conocí a tu madre– aunque esa madre llega en la novena y última temporada. Las anteriores -los 192 capítulos anteriores- muestran esa carrera para alejarse de un monstruo que parece agrandarse con el suceder de la trama. Cada año –en la historia del personaje que le narra en pasado a sus hijos y que busca a la madre de ellos- agranda a esa bestia hasta que, promediando los 30 y pico, ya no hay movimiento capaz de alejarla y solo parece quedar entregarse y aceptar ser engullido.

Qué clase de pareja o de amor, o cuál es el concepto de amor que los protagonistas de la serie, o que cada uno de nosotros tenemos, está fuera de discusión. Cada cual sabe o estará buscando saber qué es lo más conveniente para alejar la soledad. Sin embargo, Ted Mosby –el protagonista-, en el acto anterior a conocer a la madre de sus hijos, acepta la derrota, acepta el tiempo pasado que lo llevó a varias malas parejas y, cuando sus últimos dos amigos solteros están a punto de casarse –los otros dos ya están casados-, que esa vida parece no ser para él.

El psiquiatra brasileño Flávio Gikovate escribió que para poder llegar a compartir la vida con alguien que nos atraiga, antes debe aceptarse la ineludible soledad. Es decir, ese alguien que nos atrae no vendría a completar nada, cada persona es una unidad que camina por separado. Sola. Es esa condición que debe aceptarse porque es inevitable. Y lo inevitable está ahí, o se aprende a dominar a la bestia o no, sabiendo que ese no, con seguridad, nos llevará a patinar sobre hielo fino, cada vez a más velocidad y cada vez más fino.

Pero, ¿realmente funciona así? ¿Sería acaso, la soledad, ese opuesto complementario necesario? Podría decirse que sí y no. Sí por su complementariedad necesaria, y no porque no es lo opuesto. Como ya se ha dicho, el amor se define mejor por su contracara: el desamor. ¿Es, entonces, el desamor sinónimo de soledad? No, para que algo funcione como contracara debe tener, necesariamente, su cara. La soledad no es cara ni contracara de nada porque del otro lado lo único que hay es el vacío, es solo ausencia.

II.

¿Puede ubicarse el momento exacto en que aceptamos a la bestia, en que podemos dormir a su lado sin temblar? ¿O puede, en cambio, ubicarse el momento en que la bestia se hace ver, a nuestro lado, sin ninguna intención de abandonarnos? Pablo Ramos parece saber ubicar ambos y así lo cuenta en su último libro Hasta que puedas quererte solo a medida que narra el dolor que le generó varios años de vicios. “Escribir es, entre otras cosas, civilizar el dolor”, dice para dejar en claro que este libro lo escribió para purgarse. Ramos identifica, más que algún momento en particular, un estado: “Durante mucho tiempo viví en una soledad abrumadora”, empieza la crónica del Paso Nueve. El combo desencadenante de esa soledad es variado: no hay trabajo, no hay lugar para dormir, no hay qué comer, no hay más ex mujeres y no hay más hijos –ahora son ex hijos-. Pero la trayectoria es explicada: todo lo primero genera lo segundo, y lo segundo genera la soledad. Y como bien lo escribe, es la soledad lo que realmente abruma.

Ramos reconoce y sabe que ese estado es el peor por el que puede pasar una persona, lo entiende para él y lo entiende para los demás. En otro de sus Pasos, cuando habla de su padre y de la relación de su padre con toda la familia, escribe: “Un lado era bueno y el otro lado, malo. Del lado bueno estábamos nosotros: ella –su madre-, mis hermanos y yo, y del otro lado estaba mi padre. Tardé mucho tiempo en darme cuenta de que, en realidad, el lado más duro, más cruel de ser vivido, era el de mi padre. Y lo era por muchas razones, pero la más importante es la que salta a la vista: de ese lado estaba solo.”

¿Cómo Ramos sabe que debe aceptar a la bestia? En su título está la respuesta, o en la ampliación del título que se encuentra en el prólogo, donde cuenta que al llegar al grupo de Alcohólicos Anónimos, y no animarse a entrar, un compañero cincuentón le dijo: “Pase lo que pase vos vení, que acá te vamos a querer, hasta que puedas quererte solo.”

¿No es acaso lo más duro que le toca transitar a una persona, un camino en soledad? Se puede tener infinita cantidad de problemas que pueden resultar abrumadores, pero ¿cómo se logra superarlos si encima de todo, a esos problemas, hay que sobrellevarlos completamente solos? ¿No es acaso lo peor a lo que podemos someternos en vida?

III.

A lo largo de la historia la filosofía discutió acerca de la soledad, Nietzche dirá en El crepúsculo de ídolos que Aristóteles no tenía razón: “Dice Aristóteles que para vivir en soledad hay que ser animal o dios. Falta aclarar que hay que ser lo uno y lo otro: filósofo”. Schopenhauer creerá que “sólo se puede ser totalmente uno mismo mientras se está solo”. Y la filosofía contemporánea dirá que estamos más solos que nunca, sin mundo ni Dios ni nada.

Pero ni Ramos ni los personajes de How I Met you mother hablan de esa soledad, sino del tipo que no percibe ningún afecto capaz de hacernos sentir especial dentro de nuestro mundo circundante. Lévi-Strauss señaló que los polos de la vida humana fueron quienes entendieron mejor el acto afectivo, de una punta el hombre de las cavernas y del otro el contemporáneo. ¿Y que otra cosa es el afecto sino al amor? “El amor es lo que mejor nos sale”, grita Ted Mosby mientras se acerca el final. Es probable que tenga razón.

IV.

En una clase de filosofía del profesorado, el docente preguntó en qué momentos nos sentíamos bien o felices. La mayoría empezó a levantar la mano y dar sus opiniones que el docente iba escribiendo en el pizarrón. Yo no hablaba en los primeros años, mucho menos en esas materias en las que confluían varias carreras y decenas de alumnos apretados en aulas pequeñas. Pero algo me llamó la atención. Mientras mis compañeros y el docente analizaban lo dicho, levanté la mano desde el fondo y hablé: “todos se sienten felices en esos momentos porque en todos están acompañados, porque a nadie le gusta estar solo”. Una alumna que no conocía se dio vuelta hacia mí y me respondió: “yo a veces me siento bien estando sola”. “Sí, pero esos son momentos en solitario, nadie que se sepa realmente solo puede ser feliz”. Todos se dieron vuelta y me miraron. No volví a hablar en ese salón.

 

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