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19-06-2017 Notas

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Por Nando Varela Pagliaro | Foto: Emilia Gutiérrez

Fernando Aramburu es un escritor vasco que desde hace más de treinta años vive en Alemania. Desde Hannover, la ciudad a orillas del río Leine en la que pasa los días junto a su esposa alemana, ha escrito su Trilogía de Antíbula, Los peces de la amargura y Años lentos, entre otros. Su última novela, Patria (Tusquets), ha sido señalada por unanimidad de la crítica ibérica como uno de los mejores libros del año. El éxito no solo fue acompañado por la crítica sino también por el mercado: en España superó ampliamente los 300 mil ejemplares y en nuestro país ya agotó una primera edición.

Con el anuncio del abandono de las armas emitido por ETA como punto de partida, en sus más de seiscientas hojas, Patria recorre la vida de dos familias a las que un atentado coloca a un lado y al otro de las ideologías que dividieron al pueblo vasco. Se podría decir que Patria es una novela sobre los múltiples efectos de la violencia, pero sobre todo es una profunda reflexión sobre la imposibilidad de olvidar y la necesidad del perdón en una comunidad fragmentada por el fanatismo político.  

En muchas entrevistas que dio, debido al gran éxito de la novela termina hablando más de ETA y de política que de literatura, ¿le molesta que pase eso?

Conocer el éxito y sentirse molesto se me figura a mí que es una actitud de hombre mimoso. Confieso, no obstante, que me preocupa contribuir a la simplificación de mi libro, en cuyo caso sí me siento molesto, pero conmigo mismo.

¿Cree que falta cierto compromiso intelectual de los escritores a la hora de involucrarse en cuestiones que tienen que ver con acontecimientos históricos y políticos?

No he llevado a cabo el recuento. Mi impresión es que cada vez hay más intelectuales que solicitan el turno de palabra y se pronuncian en público sobre las cuestiones históricas o de interés colectivo relativas a las últimas décadas de mi tierra natal vasca.

¿Piensa que su libro, de algún modo, servirá para que otros escritores se animen a publicar otras historias relacionadas a ETA?

Cabe esa posibilidad, de igual manera que yo me he inspirado en otros escritores actuales o del pasado. Al respecto he oído de todo. Hay quien considera que mi novela abre una vía para el relato de nuestra historia reciente y quien está deseando que Patria sea refutada e ideológicamente neutralizada.

Desde hace muchos años usted reside en Alemania, ¿cree que esa distancia le dio otra perspectiva sobre el tema?

Supongo que debido a esta circunstancia he tenido a mi disposición durante largo tiempo una perspectiva panorámica, la del jugador de ajedrez que observa la partida desde el aire. No he tenido otra posibilidad. Según para qué cuestiones, quizá sea preferible esta perspectiva abarcadora de todo el tablero, que la del alfil o la torre en su rincón.

¿Cuán necesario cree que fue que ETA anunciara el cese definitivo de los atentados para que usted pudiera escribir esta historia? ¿Hubiera sido posible un libro así en el contexto anterior?

El mencionado anuncio desencadena el arranque de Patria. Sin él mi novela no habría existido. Habrían sido posibles otras historias, pero ésta en concreto no. Patria comienza en el instante en que la violencia se detiene y los personajes principales vuelven la mirada al pasado.

Miren y Bittori, las dos mujeres que protagonizan la novela, son las referentes de las dos partes en que quedó dividida la sociedad vasca. ¿Qué queda aún de esa división? ¿Cómo se hace para construir a partir de una sociedad fragmentada?

Ya me gustaría a mí conocer la receta adecuada que permitiera la recomposición de los lazos sociales y afectivos rotos. No tengo dicha receta, pero sí conozco uno de sus ingredientes principales: la superación del odio.

Patria es una novela sobre los efectos de la violencia, pero más que nada es una reflexión sobre el perdón. ¿Todo puede perdonarse?

Esta misma pregunta se la he trasladado, cuando tuve ocasión, a algunas personas que perdieron la esposa o el marido, quizá un hijo, como consecuencia de un atentado. Son ellas las únicas legitimadas para responderla. Los demás podemos caer rápidamente en el hoyo helado de la teoría. Descubrí que la pregunta resulta muy incómoda, pues obliga a la víctima a una reacción que en muchos casos implica reactualizar un sufrimiento. El perdón en público, con fotógrafos y cámaras, incumple dos principios indispensables: la franqueza y la intimidad del acto. Quizá la religión pueda sugerir a algunos el gesto de generosidad suprema del perdón. Fuera de ella, yo diría que el asunto se presenta muy difícil.

¿Cómo ven las nuevas generaciones a ETA? ¿Ya no es una amenaza para el País Vasco?

Leí recientemente en un periódico que los jóvenes están poco informados de lo que pasó en las calles por las que ellos ahora transitan con tranquilidad.

Dentro de la sociedad vasca, ¿ahora qué lugar ocupan las víctimas de ETA y sus familiares?

Las víctimas estorban. Elevan sus reclamaciones de justicia, acusan y reprochan, traen recuerdos de épocas nada gloriosas, se las identifica con el dolor y la pena. No faltan quienes las consideren un obstáculo para la paz; para una paz basada, claro está, en la impunidad y el olvido calculado.

Mientras escribía la novela, ¿tenía algún modelo de lector en mente? ¿Le preocupaba la recepción que podía llegar a tener el libro a ambos lados de la grieta?

Lo único que me preocupaba durante el tiempo de escritura era fracasar en el plano literario e incurrir en alguna afirmación, escena, pasaje, que pudiera ofender a los que sufrieron.

El éxito de Patria trascendió las fronteras de su país, de hecho, en Argentina ya agotó una primera edición. ¿Imaginaba que algo así podía pasar?

No. Abrigaba las ilusiones habituales del escritor que hace público el resultado de su esmero; pero en modo alguno sospeché que mi novela habría de recibir tamaña atención de la crítica y los lectores.

Después de un libro tan intenso, ¿cómo continúa su proyecto literario?

Patria me ha apartado del escritorio más tiempo de lo aceptable; pero pronto volveré a mi soledad querida y me consagraré como de costumbre a un nuevo proyecto. Está decidido. El próximo mes de junio echaré a andar hacia un nuevo horizonte creativo, regresaré a mi incertidumbre y mis dudas cotidianas, y con un poco de suerte y la ayuda inestimable de la paciencia, la salud y el tiempo, tal vez llegue algún día al final de una nueva obra.

Gentileza Revista Quid.

 

 

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