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12-06-2017 Notas

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Por Coni Valente

Todos tenemos Twitter configurado en el celular y no es extraño encontrar en nuestro timeline parva de historias en primera persona de mujeres que son acosadas por sus ex parejas, que son violentadas en la calle con frases inapropiadas o incluso con acciones que atentan contra su integridad física. La mayoría de nosotros conocemos mujeres a las que les ha pasado algo así e incluso hasta hemos sido victimas de situaciones por el estilo.

Las discusiones que se dan en las redes sociales, charlas de oficina, entre amigos o en los medios de comunicación en general no suelen arribar a soluciones sustentables, o al menos, a ninguna que detenga de forma definitiva el problema. Tampoco estoy segura que realmente las busquemos al debatir.

Las estadísticas son ciertamente alarmantes pero pese a ello, las diversas expresiones publicas, ya sea por parte del Estado o bien por particulares, no suelen extenderse más allá de las vociferaciones de indignación, reclamo y hasta acciones tales como marchas multitudinarias, escraches y pila de banners viralizados. Mientras tanto, se acumulan las muertes, los maltratos y algo aún mucho peor: el miedo.

En el mes de abril, el colectivo #NiUnaMenos difundió un calendario preocupante: en un mes de 30 días, 34 mujeres fueron victimas de la violencia machista, 18 de las cuales fueron asesinadas, 10 abusadas previamente a su muerte y el resto desaparecidas forzosamente. En Mayo, esos números crecieron y no menos estrepitosamente. Si bien es cierto que la discusión está entre nosotros, no es menos cierto que el temor de salir a la calle va in crescendo y que lo que antes parecía inofensivo hoy es un verdadero ataque. Todos son sospechosos, la confianza en los demás se ve minada, la paranoia gana nuestros pensamientos y dudamos de nuestra propia sombra, ¿es realmente viable vivir así? Cualquiera en su sano juicio diría que no, pero entonces ¿cómo vamos a sobrevivir a esto? Sobrevivir, de eso se trata. Cada vez con más las mujeres que lo sienten así y nunca antes tan literal la utilización del término: sobrevivir.

Salir a la calle se ha convertido en un thriller. Evitar callejones oscuros, no andar solos cuando baja el sol, no tomarse taxis callejeros, evitar desconocidos, no sacar el celular en el colectivo, siempre volver acompañado, no abrir el portón del garaje hasta casi estar adentro, poner alarmas por todos lados y en el peor de los casos andar con un botón anti pánico. ¿En esto nos convirtieron? Pequeñas armas semi letales caminando por las calles, esperando caer sobre quien se nos acerque, quizás a consultarnos una calle o a pedirnos fuego.

Aunque se realicen actos multitudinarios y protestas a grandes escalas ¿Quién nos saca el miedo? Temor por hacer, por hablar, por escribir, por conocer gente nueva, por tener vida social, por vincularse. Terror a las personas virtuales y a las reales. Pánico de encontrar, de perder. Pavor de vivir.

Daiana, Araceli, Micaela, Belén, Daniela, Paulina, Tamara, Carmen, Analía y más, muchas más. Todas están muertas, ya no son, ya no viven, ya no existen. Las obligaron a dejar de respirar, de ser, las forzaron a morir por elegir, por decidir, por omitir o por olvidar, por vivir. Pero lo hicieron, se arriesgaron y aunque ahora solo quedaron sus recuerdos, los pedidos de justicia y las familias destrozadas, sus desapariciones físicas no fueron en vano, nos trajeron hasta acá, encendieron una mecha, nos enrostraron una realidad frente a la que reaccionar de algún modo. Todos los días leemos mujeres hostigadas, amenazadas. Escriben sus historias y experiencias por cualquier vía de difusión pero no van a una fiscalía a radicar una denuncia, porque además de miedo hay desconfianza. Esa falta de fe en las instituciones públicas juega para el otro lado, para el de quienes creen detentar el poder de la impunidad.

El colectivo popular está convencido de que de nada sirve, nada cambia la situación de vulnerabilidad de las abusadas, violadas, maltratadas e incluso de aquellas que han vivido situaciones aisladas de violencia. Ese proceso mental al que nos empujó la cultura que se impuso a lo largo de años de inacción, contribuye a la problemática, se funde con ese miedo y lo hace crecer. No presentar las pruebas en la Justicia, pero sí describir nuestros calvarios a nuestros seguidores de Twitter parece ser más aliviador que cualquier otra cosa. Es difundir el terror por los medios que consideramos más efectivos. ¿Y contar la película por Facebook sirve, detiene de algún modo la amenaza? No, pero hace visibles las historias y en una mente femenina agobiada por los maltratos de un hombre y por los destratos del falso sistema de contención que brinda el Estado, publicarlo es lo más parecido a dejar de tener miedo.

Harán leyes, seguirán apareciendo nuevas estadísticas, saldrán a gritar a la calle o escracharan a abusadores y homicidas, pero nada podrá quitarnos la sensación de tener que vivir alerta. Todos enemigos de todos, todos enfrentados, mirándonos con sigilo, con duda, con sospechas. Ellos ganaron: los monstruos, los psicópatas, esos a los que no les importa vivir o morir y mucho menos matar. Están ahí, mezclados entre la masa, ocultos, al acecho, esperando el momento de atacar. Nadie podrá defendernos, nadie podrá evitar que dejen de decidir cuando dejamos de respirar como si fueran algo así como semidioses venidos a la Tierra para impartir justicia. Y aunque pensarlo así puede sonar desesperanzador, quizás hay algo que podemos hacer y si bien es un riesgo puede ser una forma de defensa: vivir sin pensar en que a la vuelta de la esquina pueden secuestrarnos, someternos a torturas, pegarnos un tiro o violarnos; vivir sin miedo a enfrentar el mundo. ¿Eso va a dejar de matarnos? No, pero no hacerlo tampoco.

Una nueva marcha inundó las calles al grito de #NiunaMenos pero otra vez: ¿reclamar en voz alta alcanza? No ¿Ir a la Justicia alcanza? No ¿publicarlo en las redes alcanza? No. No hay salida, es un callejón sin luz al final. Siguen matando una mujer cada 30 horas y solo el 9% de los casos tuvo condenas en lo que va del año. La violencia no va a detenerse y habría que empezar a hacerse a la idea pero hay algo que podemos decidir frente a ello: no tener miedo a vivir, arriesgarse para superarlo y enfrentar el pánico con todas las herramientas disponibles, y eso incluye intentar llevarlo hasta las últimas consecuencias, porque empujar la pared que la incredulidad construyó entre nosotros y quienes deben “hacerse cargo” de resolverlo no es completamente en vano como nos hicieron creer, porque si todas abarrotamos no solo las calles y los timelines ajenos sino que además tapamos los juzgados de exigencias justas también estaremos gritando “Vivas nos queremos”.

 

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