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Por Luciano Sáliche
A la pregunta ¿quién habla en internet? se la puede responder de diversas y múltiples maneras. Para estos casos, lo mejor es ejemplificar. En agosto de 2013 una cuenta de Twitter comenzó con un experimento que, si bien podría parecer básico, es realmente muy interesante. Se llama @TwoHeadlines y lo que hace es tomar dos títulos al azar de las noticias y crear uno nuevo. De esta manera, no sólo se forman titulares graciosísimos –en la versión en español, @DosTitulos, se lee “El peronismo está tomando clases de cocina con Iliana Calabró”, por ejemplo– sino que también se despliegan nuevos sentidos sobre lo absurdo y lo decible. Como sucede fuera de las pantallas, uno espera de un sujeto un mensaje, que dentro de sí estén las mismas marcas que lo identifican. Es decir, que haya previsibilidad en lo que está diciendo. Hablar, en internet, no se trata sólo de contar lo que uno ve, lee, consume; también está la construcción de un individuo como sujeto hablante pero también como sujeto hablado, un proceso inconsciente –como lo demostró Freud– que busca pensar hacia el interior del discurso. ¿Cómo habitamos los discursos? ¿Qué características tiene el sujeto que vive en y a través de internet?
Una voz se narra a sí misma en un lugar desconocido. Mejor dicho: todo es desconocido salvo una voz que se narra a sí misma. ¿Dónde está? ¿Quién es? ¿Cómo llegó a ser esa voz? El innombrable de Samuel Becket es una novela muy rara. Aún hoy lo es. Juega con el lector y estira su imaginación hasta que esta vuelve, como una bandita elástica que regresa golpeando los dedos que la sostienen. Publicada en 1953, lo que sucede en esas páginas (que acaba de reeditar en Argentina la editorial Godot bajo la traducción de Matías Battiston) es una suerte de atropello a la lógica de la previsibilidad. No se puede spoilear nada porque allí no hay nada, sólo una especie de monólogo interior que, cerca de años antes, se mea de risa de la sofocante literatura del yo de este siglo y de los largos posteos lastimosos en Facebook. Y lo hace con elegancia. La imagen es esta: alguien o algo habla, y nunca para. No se logra comprender si es un prisionero en plena oscuridad o ciego, un fantasma, un convaleciente por la guerra o una persona en estado vegetativo. También podría ser –si se me permite la metáfora– un anciano amnésico que entra por primera vez a internet mediante lentes de realidad aumentada. No sabe dónde está. Sólo habla y habla. Un relato que inquieta de sobremanera porque, además de estar tejido con una prosa prolija y eléctrica que avanza a paso firme, posee un tono nihilista y desesperante.
Con este libro, Beckett le hizo un tajo a la literatura de su época. Que haya ganado el Premio Nobel en el 69 dice algo del asunto. Porque lo que sucede con El innombrable es que trabaja sobre la idea de un sujeto que sólo es en su práctica, en el habla, en el acto de narrarse, es decir, en el lenguaje. Para Michel Foucault, Beckett desmitifica y descentraliza la figura del autor y hace “posible imaginarse una cultura en donde los discursos circularían y (…) se desarrollarían en el anonimato del murmullo”. ¿Un mundo donde el narcisismo de los escritores no opaque al texto? Por otro lado, para el filósofo chileno Sergio Rojas, El innombrable “reinventa al sujeto en el origen de todo y después de todo”, dando cuenta de las posibilidades del lenguaje más allá de la presencia, como una línea ad infinitum, ya que, en palabras de Jacques Lacan, somos hablados por el Otro: al niño que nace, su círculo íntimo lo dota de lenguaje, de ideas, de pensamientos. Lacan no era ajeno a este libro, por eso comentó que «no se trata de saber si hablo de mí mismo de manera conforme con lo que soy, sino [de saber] si cuando hablo de mí, soy el mismo que aquel del que hablo». No es un trabalenguas, es la relación tensa entre el sujeto hablante y el sujeto hablado, y la eterna pregunta sobre su interconexión.
“¿Dónde ahora? ¿Cuándo ahora? ¿Quién ahora?”, comienza el libro. Preguntas que se hace el narrador porque perdió las percepciones del lugar, del tiempo y de la identidad. ¿Qué queda del sujeto sin esas coordenadas? Sólo está y, como sujeto, hablar es lo que lo va a salvar. Al menos es lo que intenta hacer. Aparece entonces la “preocupación por la verdad en el frenesí del decir”. En toda esa catarata de palabras, en toda esa voracidad hablante, ¿qué hay de lo que soy? “Sólo yo soy humano y todo lo demás divino”, dice en un pasaje, mientras que en otro: “Me pregunto a veces si las dos retinas no estarán enfrentadas”. Pero, ¿quién es el que habla? Las palabras, “gotas de silencio a través del silencio”, son como pasos, que le sirven para caminar en la oscuridad. El lenguaje es la vela, pero el lenguaje también es el mundo porque… ¿existen las cosas sin que las nombremos? “¿Hace ruido un árbol al caer si nadie lo escucha?”, le pregunta Lisa a Bart en Los Simpson. Bueno, todo esto es parte de lo mismo: sólo somos en y a través del lenguaje.
Ahora bien, ¿cómo interpela este libro a nuestro presente? La entidad del sujeto tiene que ser repensada a partir de las nuevas subjetividades que despliegan internet y las redes sociales. Es necesario. En ese tuit que gira y gira por la red con miles y miles de retuits, con miles y miles de impresiones, ¿importa quién lo escribió? ¿Dice algo ese tuit del tuitero? ¿Qué es un tuitero? Si la lógica del anonimato se potencia en la virtualidad –que no es tal, aunque sí guarda una diferencia con el afuera de la red–, ¿cómo pensar las narraciones que proliferan en las distintas plataformas de interacción, en los sistemas de mensajería, en los chats grupales? ¿Cómo se construye la identidad de un sujeto que en la red es más hablado que hablante? Cuando Maurice Blanchot leyó El innombrable también se quedó fascinado. Tanto que le dedicó algunas páginas en su libro El libro por venir (1959) destacando “la amenaza de lo impersonal, el acercamiento de una voz neutral que se alza por sí misma, que penetra al hombre que la escucha, que carece de intimidad, que excluye toda intimidad, que es imposible detener, que es lo incesante, lo interminable”.
Una lectura posible es que, con internet, la chorrera de discursos y discursos, uno puesto encima del otro, la mayoría irrelevantes, una gran montaña de impersonalidad, por fin llegó. Los trending topics son justamente eso, un agrupamiento impersonal de los temas más conversados. De modo similar funcionan los comments debajo de una nota que forman un metatexto acuoso respecto del post original. Pero ¿es internet “la amenaza de lo impersonal” o se trata, en todo caso, del exceso de lo personal e íntimo? A la pregunta sobre quién habla en internet se la puede responder de múltiples maneras pero predomina la dualidad: o todos o ninguno. Pero, ¿cuál es la identidad del sujeto hablante en internet? En la conferencia ¿Qué es un autor? de 1969 donde Foucault cita a Beckett, dice que “en la escritura no hay manifestación o exaltación del gesto de escribir; no se trata de la sujeción de un sujeto en un lenguaje; se trata de la apertura de un espacio en el que el sujeto que escribe no deja de desaparecer”. Foucault piensa en cómo los escritores desaparecen en el texto para dar paso a la historia. Ocultan su voz, su forma: “ocupar el papel del muerto en el juego de la escritura”.
No es lo que sucede actualmente, por dos motivos. Primero, porque los relatos personales que se postean, aunque si bien tienen pretensiones literarias –hay una búsqueda estética en esas construcciones– no es el fin principal; con lo cual no hay un sujeto que intente ocultarse ya que, por primera vez en la historia de la comunicación, es visible y está en el centro de la escena (al menos de su escena). Segundo, porque esa centralidad novedosa con la que se encuentra forma parte de su singularidad; y si bien es la de todos, a partir de ella construye su discurso, y se construye a sí mismo. Construye no sólo al sujeto hablado, también al sujeto hablante. Entonces, si este siglo está determinado por la saturación de voces, por la proliferación de textos, por la exaltación discursiva del habla conjunta y ruidosa, ¿cuál es el estatuto de la palabra? “Es para callarse que hace falta coraje”, dice el narrador de El innombrable, con una actualidad que asusta. Pero callarse es imposible, lo posible es, en todo caso, ocultar al sujeto hablante para visibilizar al sujeto hablado, esto es, a la historia, al mensaje en sí. Y aunque ese sujeto hablado nos trascienda y no podemos moldearlo fácilmente, es necesario pensarlo, tenerlo en cuenta; que no todo sea imposturas narcisistas, que haya también palabras inteligentes.
El innombrable
Samuel Beckett
Ediciones Godot, 2016
155 páginas
Etiquetas: Jacques Lacan, Maurice Blanchot, Michel Foucault, Samuel Beckett, Sergio Rojas, Sigmund Freud