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Por Luciano Sáliche
En un sótano del barrio de Once donde la cerveza se servía en jarra, un grupo de escritores noveles mostraron sus primeros cuentos, agrupados en una antología titulada All inclusive: relatos de amor y desamor que editó hace algunas semanas Textos Intrusos. Rocío Cortina, curadora de esta selección de narraciones, los presentó de forma general, y sin mediar demasiadas palabras, como una muestra de lo que la generación nacida entre la mitad de los ochenta y la mitad de los noventa entiende como amor. La definición sobre amor es uno de los grandes dilemas de la historia de la humanidad. La incapacidad de dar explicaciones tangibles sobre el tema lleva al simplismo inocente de pensar que se trata de una especie de fantasma bueno que simplemente nos toma por sorpresa y nos posee sin que podamos hacer nada al respecto: esta significación suele tener un carácter esencialista que nos permite cuestionarlo, muchos menos analizarlo, cuando se nos presenta de manera intempestiva. Pero siguiendo la teoría materialista, que plantea que es la realidad la que determina nuestro ser y no viceversa, la pregunta sobre la especificidad del amor se desliza hacia las instituciones que lo conservan embalsamado. ¿Acaso enamorarse no es, además de un milagro, una maldición? ¿Existe una única forma de amar o se trata, por el contrario, de una multiplicidad de significados que encerramos, por el desconocimiento que nos limita, en el significante amor?
Ernesto Laclau escribió, basándose en la teoría lacaniana, sobre el significante vacío. Lo utilizó en términos políticos para referirse al populismo: cuando diferentes reclamos se agrupan en torno a un movimiento que permite, por su elasticidad conceptual, contenerlos a todos. Con el amor –también con la palabra felicidad o libertad– pasa algo similar: al no existir una definición teóricamente precisa le otorgamos el significado que cada uno prefiera. Pero de lo que no podemos escapar es de la realidad, de las condiciones reales de existencia, entonces la pregunta se acota: ¿qué significa el amor en nuestro presente? ¿Qué significa el amor para la generación nacida entre la mitad de los ochenta y la mitad de los noventa? “El amor también incluye pérdida y se sustenta en la ilusión de cazar, en el riesgo de querer poseer al otro hasta anularlo, hasta desaparecer nosotros mismos”, escribe Cortina en el prólogo. Esto anticipa que, para adentrarnos en las páginas de All inclusive es necesario dejar un poco de lado las novelitas románticas y abrir el panorama hacia un paisaje más hostil y neurótico donde la playa, además de la arena blanca y las aguas cristalinas, posee restos de caracoles filosos y alguna que otra piraña hambrienta.
All inclusive son once relatos que contienen micro-mundos. “La convicción” de Juan Ignacio Sepia, el primero, retrata una pareja de obesos que se da cuenta que el amor, así como la comida, tiene sus calorías indeseables. “Bendita tú eres” de Andrés Pinotti entrecruza fervor adolescente, incertidumbre y sexo nervioso. “Se repite como fracaso” de Ana Clara Azcurra Mariani da en el clavo sobre la imposibilidad de encastrar piezas de distintos rompecabezas en el tiempo. “Nieve” de Juan Manuel Maza narra una serie de sucesos extraños que terminan, como todo amor impostado, helándose. “Lechuza fantasma” de Elías Alejandro Fernández habla de cómo el amor, al igual que todas las relaciones sociales, también se construye en base al desentendimiento. “Partenogénesis” de Sofía Blasco López es un texto surrealista donde el lesbianismo adquiere ribetes esotéricos. “Mesa para dos” de Zulima Abraham habla de la pérdida y de cómo “cada uno inventa la mentira que lo salva de la vida que le ha tocado”. “Canchero” de Federico Capobianco nos introduce en la miserabilidad de los romances chotos que siempre están a punto de explotar frente a todos. “El Gran Tony” de Mateo Mórtola cuenta el sufrimiento silencioso de las personalidades más sólidas. “El puño” de Martín Satelier es un viaje en tren con dos ex adictos vendiendo masitas pseudoreligiosas. Y “Los cortafierros” de Paloma Cáceres Urban, el último, habla de la importancia de entender que “el lugar en el que estamos es el único al que podemos llamar propio”.
La semana pasada, como cualquier día después de la asfixiante jornada laboral, fui con unos amigos a tomar cerveza a un bar de moda. En una esquina vidriada de la Avenida Coronel Díaz, la misma generación de estos narradores se repetía como muestra. Algo ebrios y aburridos, hicimos un pequeño experimento: pusimos a circular por las mesas un cuaderno que decía “El amor es…” y cada bebedor ocasional –ya sea que esté sólo, con amistades, compañeros de trabajo, pareja o levante– completaron el enorme espacio en blanco. Las palabras allí vertidas fueron varias y contradictorias, no sólo por el grado etílico del lugar, también por la inconsistencia humana de poder explicar al amor. A saber: confianza, complicidad, libertad, ella, comida, cucharita, coherencia, una mila, todo, la empanada, artificial, selección natural, lo que quieras que sea, bullshit, seguridad, humo, está sobrevaluado, sexo anal y oral, un sentimiento, conexión, magia. ¿De qué habla esta sarta de definiciones tan dispares entre sí? De lo que Rocío Cortina comentó: una muestra de lo que esta generación entiende por amor. Porque si bien aún existe la idea de que es un objeto idealizado, también aparece un gran desencanto, un sistema de cloacas que puede leerse como síntoma de época. Prueba de ello es el desinterés en el matrimonio, la tendencia de muchas personas a no tener hijos, el alto índice de divorcio, la seguridad de que una pareja puede salvarnos la vida pero también la puede arruinar.
En ese sótano pequeño, oscuro y atiborrado de gente frente a la Facultad de Piscología de la UBA donde se presentó All inclusive, los narradores subieron de a uno al escenario. No leyeron sus propios relatos ni hablaron de ellos mismos, sino que describieron a uno de sus colegas y leyeron un fragmento de su texto. Las performances individuales fueron –a diferencia de lo que sucede en las presentaciones de libros– breves, efectivas e interesantes. Los que estábamos ahí presentes nos llevamos postales fugaces de las distintas tonalidades que tiene el amor, porque ¿qué definición se podría dar en estos tiempos? En principio, una gran contradicción. Es alegría y tristeza, es superación y estancamiento, es compañerismo y traición, es sexo y frialdad, es posesión y pérdida, es diversión y embole, es apertura y conformismo, es liberación y alienación, es pose y marginalidad. El amor también es un juego de opuestos, ahí está su riqueza: una dualidad que nos habla de, quizás, la más inquietante y adictiva contradicción. De no aceptar sus dos caras, que incluyen manantiales y cloacas –no es ni una ni la otra: ambas–, de no aceptar todo lo que viene en el combo, de todo lo que está incluido en ese all inclusive, terminaremos aplastados por su propio peso, entre el narcisismo, la ingenuidad y la idiotez.
Etiquetas: All inclusive, Amor, Ernesto Laclau, Jacques Lacan, Karl Marx, Rocío Cortina
[…] Y aunque la pregunta por el cómo siempre es más interesante que la pregunta por el qué, en All inclusive: relatos de amor y desamor (Textos Intrusos, 2017) aparece la temática como hilo conductor. Rocío Cortina, curadora de esta […]
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