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07-08-2017 Entrevistas

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Por Luciano Sáliche

¿Murió el rock? Si con los cinco disparos de Chapman a Lennon o el suicidio de Kurt Cobain no pasó nada, ni con las 194 víctimas de Cromañón o el incendio de Great White o la avalancha en The Who de 1979 o el reciente recital del Indio en Olavarría tampoco, si ni siquiera la chorrera de música ensamblada comercialmente por algoritmos de estudios de mercado han podido matar por completo al rock, entonces eso quiere decir que hay algo más, algo que lo sostiene, que no lo deja caer, que lo revitaliza y empodera. Códex. Música contemporánea (editado por Maten al Mensajero en 2016) es una prueba concreta y efectiva de que el rock no murió. Al contrario: se reinventó en las pequeñas cuevas porteñas y del conurbano que juntan pibes y pibas a poguear unos buenos riffs espaciales. ¿Qué pasó en el medio? Muchas cosas, por empezar internet. ¿Cómo logra el rock seguir vivo si la masividad de los estadios y el mainstream de las radios y canales de televisión no lo apañan? Justamente: se reinventa desde lo que Pablo Díaz Marenghi, autor del libro, llama micro-escenas.

A Pablo Díaz Marenghi se lo puede leer en la web. Nacido en 1991, su carrera periodística es corta pero punzante. Se lo comenzó leyendo en la Revista Alrededores, allá por el año 2010, y luego en diferentes portales y suplementos (Ni a Palos, Maten al Mensajero, Diario Z, Rock en On, Ultrabrit). Incluso tuvo su propio programa televisivo sobre el palo rockero del under en Barricada TV llamado Hoy es el futuro. Por estos tiempos, el mejor lugar para seguir sus crónicas y reflexiones sobre este mundillo de distorsiones, bardo y militancia es ArteZeta, un sitio que hace de la cultura emergente una espada de Excálibur. ¿De qué la va Códex? Crónicas, entrevistas y perfiles de artistas como Nekro, Maxi Prietto, Fútbol, 107 Faunos y Santi Motorizado es lo que aglutina este libro acompañado por ilustraciones singulares y un dossier con testimonios de periodistas especializados. Códex no habla sólo de rock, también de cómo contarlo: para hacerlo, utiliza la figura del periodista como «alquimista del under». Ahora, en diálogo con Polvo, asegura que “el que no quiere ver que hoy en día hay buenas bandas de rock es porque es un necio o porque se quedó enclaustrado en el pasado.” Porque hoy… hoy es el futuro.

Hay muchos libros escritos sobre rock, ¿cómo surgió la idea de hacer Códex? ¿qué viste que faltaba en la literatura rockera?

En un principio la idea surge de la mente siempre inquieta de Santiago Kahn, editor de Maten al Mensajero y compañero de varios proyectos en común. Él, con su ojo clínico, advirtió que yo venía realizando bastantes entrevistas a músicos y bandas nuevas, que conformaban una escena autogestionada, emergente o independiente con sus propias particularidades, que toda esa obra periodística podía capitalizarse en un libro. A esto se le sumó mi clara inquietud por pensar la escena rockera independiente actual y las ganas de dar a conocer propuestas musicales que a mí, en primer lugar, me partieron la cabeza (como Mi Amigo Invencible, Valle de Muñecas, El Mató, y tantas otras). Una vez que confirmamos el interés de ambas partes, empezamos a cranear el formato del libro. Porque había que darle algún tipo de sustrato en el tiempo a esos textos para que no se los lleve el viento de la contingencia (que siempre termina condenando al periodismo a envolver huevos en el futuro próximo). Ahí surgió la idea de que esos textos se transformen en perfiles, más bien narrativos; que sean narraciones que sinteticen la historia de la banda y que usen como base las entrevistas que había realizado (algunas luego fueron pensadas en exclusiva para el libro) más material de archivo e interpretaciones personales. Santi le sumó la idea de incluir también ilustraciones (más de veinte historietistas y dibujantes le aportaron una cuota visual impresionante a cada artista, se metieron a interpretar de lleno su obra de manera visual) y pensé en agregar un dossier de periodistas que incluya voces de periodistas que trabajan en medios autogestivos o mainstream pero que les interesa retratar la escena rockera independiente de Buenos Aires y alrededores.

Me da la impresión que hay ciertas bandas que no podrían estar en esta selección. Pareciera que hay una elección muy minuciosa de los músicos a retratar, como si lo importante no sólo fuera la descripción y el análisis del objeto, sino también el objeto en sí. ¿Cómo fue esa selección? ¿Qué criterios usaste?

La selección de artistas fue una de las principales, sino la mayor, preocupación de mi parte. Por un lado porque además de que se juega mi gusto personal y mi costado de fanático de estos diferentes géneros y variaciones que pueblan la escena rock, también allí se juega mi ética profesional y mi labor como periodista o crítico. No me parecía correcto hablar de propuestas musicales que no me parezcan que son realmente aportes sustanciales. No iba a citar artistas que no me parecen destacados ya sea por el valor de sus letras, su sonido, su obra u otras particularidades. En primer lugar, forjé un criterio que es una mixtura de bandas y músicos que vienen de diferentes generaciones. Porque me parecía importante que el libro refleje algo que en la escena ocurre: que músicos que vienen de los ochenta o los noventa (como Palo Pandolfo, Rosario Bléfari, Adrián Paoletti, Manza, Juan Pablo Fernández, Fede Ghazarrosian, Lulo Esaín) se crucen con los chicos de Mi Amigo Invencible o con Lucy Patané, Paula Maffía, Atrás Hay Truenos y otros. O el caso de Sue mon mont que es una banda que armó Bléfari con pibes de bandas nuevas (Reyes del Falsete, Bosques, El Mató). Es decir, hay una retroalimentación entre bandas nuevas y entre músicos que ya son referentes por una forma de recorrer el under, embanderarse dentro de la autogestión no como un “peor es nada” sino por una cuestión ideológica y que también son citados como influencias tanto sonoras como estéticas. Pienso en Nekro quien, aunque su abanico sonoro es amplio, para muchos es quizás un referente en cuanto a enaltecer las banderas del hazlo-tú-mismo.

Portada de «Códex. Música contemporánea» de Pablo Díaz Marenghi

Pienso que este libro tiene mucho de la especificidad del rock, ¿creés que se podría hacer con otros géneros?

Creo que más allá de que se centra en el rock, tranquilamente se podría exportar el formato a otras ramas de la producción artística (ya sea la literatura, el cine, el teatro, las artes plásticas). ¡Me encantaría que florezcan mil Códex! Porque por un lado la intención principal del libro es que funcione como una especie de muestrario, de fotografía de una época. “Miren: esto está pasando en la escena rock independiente”. Con sus propios nombres, lógicas, lenguajes, particularidades, referentes, rupturas, continuidades e influencias. Además, la idea es que funcione como una puerta de entrada también. Ya sea para fanáticos o para advenedizos, que puedan empezar a indagar y acercarse a un artista a partir de los textos y dibujos que aparecen en Códex. Y sería más que interesante intentar hacer ese mismo ejercicio dentro de otra disciplina e indagar acerca de qué de todo lo nuevo que existe es lo más interesante o atractivo.

Hablás de “un contexto de hiper saturación de información, en donde el desarrollo tecnológico y el auge de las redes sociales ha permitido que la marea de contenidos se vuelva inabarcable”. ¿Cómo fue la tarea de sortear ese caos informativo para hacer este libro?

Fue muy difícil. En general me cuesta, en mi vida cotidiana, surfear la marea del caos informativo. La sobresaturación de información en la web, en la televisión, en la Era de la Información, no es algo que lo inventé yo, lo afirman muchos teóricos y especialistas. Creo que por esto también cuesta tanto que algunas bandas o músicos se den a conocer. Hay tanto circulando, sobre todo en redes sociales, que muchas veces a uno le llegan links o cosas para ver y escuchar y uno se aferra a su pequeña parcela de consumos culturales conocidos. Son pocos los que se arriesgan a lo nuevo. A ver nuevas películas, nuevas series o escuchar nueva música. En el caso puntual de la pregunta, el trabajo previo a Códex, se me dificultó a la hora de buscar material de archivo sobre algunas bandas. De varias no había mucho. Publicaciones en libros, menos que menos. Algunas notas en Página 12 (en el Suplemento No, Radar), algo en Inrockuptibles, alguito en Rolling Stone, no mucho más. La mayor parte de estas bandas tienen cobertura en portales online como Artezeta, Indie Hoy, Indiehearts, NAN, Silencio y otros. Allí sí encontré bastante material con el que trabajar y después me centré también en mi propia interpretación. Fui a muchos recitales en estos años de esas bandas, a la mayoría pude entrevistarlas mano a mano, conocerlas y esa me parece que fue la mejor forma de saltear el obstáculo de la hiperinformación. Creo que acercarse al artista, o al objeto que uno desee conocer/investigar, escuchar de primera mano su versión de los hechos, su modo de entender el arte, es la mejor forma de producir sobre esa obra. También, por supuesto acercarse a la producción: escuchar los discos, prestarles atención, re escucharlos, atar cabos, hacerle preguntas a la música y pensarla en función de un contexto. Y, claro, ir a recitales, que me parece que siempre la experiencia del show en vivo, ver en primera persona la interacción con el público, ver al músico en acción, termina de completar el significado de la experiencia.

En Códex hay también una revalorización del periodista, entendido como «alquimista del under». ¿Cómo ves hoy al periodismo y a la figura del periodista?

No descubro la pólvora si digo que el periodismo no está pasando por un buen momento hace bastante tiempo. En términos comerciales, los diarios en papel se venden cada vez menos y ya casi que ni interpelan a las nuevas generaciones (trabajo como docente en escuelas secundarias y los pibes no le pasan ni cerca a un diario o una revista en papel, prefieren el mundo digital, la web, los smartphones y no lo veo mal, tiene que ver con el pulso de la época que vivieron desde que nacieron). Respecto a los contenidos, desde mi humilde punto de vista noto un empobrecimiento debido a la precarización del trabajo. Muchos medios cierran, la plata no alcanza a menos que venga de dudodos financistas, millonarios o pauta oficial. En cuanto al rock, hay muchos medios que sólo se quedan con el mainstream, las bandas del momento, lo que las grandes discográficas más fogonean y muchas otras bandas ni siquiera las consideran. Se está produciendo mucha buena música todo el tiempo y lamentablemente no siempre encuentra su lugar en la prensa especializada. Reivindico el laburo que hacen los portales web autogestivos, que intentan hacer crítica cultural desde los márgenes, muchas veces a pulmón y con un criterio propio que intenta darle voz a quienes no tienen voz en los grandes medios. En el portal donde yo escribo, Artezeta, intentamos eso. No quedarnos solo con el mainstream. De hecho nos sentimos un poco parte de cierta escena que creció casi al mismo tiempo que nosotros crecimos como medio. En cuanto a la figura del periodista sigo creyendo en que el periodismo debería ser un servicio social, pensar en función de la sociedad y no sólo del billete. Al mismo tiempo, no ser naif tampoco y pensar que todos podemos ser Rodolfo Walsh haciendo un blog, pero intentar tener la misma responsabilidad ética que tuvo Rodolfo al investigar en Operación Masacre. Esa columna vertebral del periodismo yo la mantengo. Esto sumado a un olfato periodístico permanente, ser curioso todo el tiempo, tener una preocupación por el lenguaje y la estética, ser un consumidor cultural voraz y forjar un criterio. Creo que hay que intentar fortalecer un periodismo de las ideas y no un periodismo de gacetillas o refritos.

¿Y al rock? ¿Qué momento creés que atraviesa?

Al rock lo veo bien. O, al menos lo veo como siempre. No creo ni que esté en un momento superlativo ni en crisis o que no hay nada nuevo como dicen muchos. Creo que el rock cambió desde la tragedia de Cromañón para acá, cambió con el auge de las redes sociales, cambió con el apogeo del consumo on demand y Spotify y seguirá cambiando. El cambio per sé no es malo (ya sabemos qué cambios son malos para todos nosotros) sino que lo interesante me parece es estar atentos a lo nuevo. Lo que ocurre un poco con el rock actual es que va en el mismo camino que ciertas rupturas y ciertas crisis de la época. Así como ciertas instituciones o ciertos grandes valores entraron en crisis, o se reformularon, lo mismo ocurrió con el rock. Y así como las audiencias se volvieron cada vez más específicas y más fragmentadas, ocurrió lo mismo con el rock. Se terminó el rock de grandes estadios. Ahora hay muchos nichos, muchos guetos, muchas micro-escenas para diferentes micro-públicos. Y me parece bárbaro que haya una escena stoner, una escena neo-metalera, una escena psicodélica, una escena pop, otra de rock and roll clásico, otra de cantautores, otra de rock cuasi candombe uruguayo, otra de ensamble de voces, de hombres, mujeres, niñas y niños. Creo que hay rock para todos los públicos. Mucha hibridación propia de la posmodernidad que vivimos también, que mezcla géneros sin prejuicio alguno. El que no quiere ver que hoy en día hay buenas bandas de rock es porque es un necio o porque se quedó enclaustrado en el pasado. Amo a Charly García, a Spinetta pero fue el propio Flaco el que dijo “aunque me fuercen yo nunca voy a decir, que todo el tiempo por pasado fue mejor, mañana es mejor”.

 

 

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