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19-09-2017 Notas

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Por Marcelo Zumbo

El viernes falleció el icónico actor cinematográfico estadounidense a los 91 años, con más de 200 filmes rodados en su vasta trayectoria. Dejó un legado artístico enigmático, sutil y oscuro como actor de reparto, pero su primer protagónico en 30 años lo inmortalizó a sus 58.  

Nacer y vivir en la desolación

West Irvine es un polvoriento pueblo rural en el corazón geográfico del Estado de Kentucky, que de hecho debe ser diferenciado de la de por sí pequeña Irvine, cuya población se mantiene estable desde hace unos cien años, habiendo llegado a superar los tres mil habitantes en la treintena que se inaugura con la gran depresión y hasta los albores de la década de 1950. Forma parte de lo que se conoce como el cinturón bíblico en los Estados Unidos, es decir esa vasta región principalmente agrícola, al sur y sudeste del amplio territorio norteamericano, y cuyos pobladores profesan fervientemente el cristianismo evangélico, asumiendo para sí unas costumbres basadas en el arraigo espiritual y social más tradicional y conservador. Los miembros de estas comunidades arquetípicas en los Estados Unidos desconocen el desarraigo, y una vida más allá de las fronteras de sus llanuras cultivables, sin la familia nuclear y la misa de los domingos son inimaginables. Tal es el universo que recibió a Harry Dean Stanton un 14 de julio de 1926, hace ya más de 91 años. Pero también es el mundo del que pudo escapar, como condición excepcional a sus paisanos.

Ese actor detrás del silencio

Para Harry Dean Stanton, actuar es silencio. Parece fácil jactarse de algo semejante para alguien que únicamente encarnó personajes secundarios. Es cierto que un personaje, no por secundario deja de enriquecer un relato. Porque precisamente, si hay una característica que define al viejo Harry, es que posee un rostro cinematográfico. No da lo mismo cuando él aparece en la pantalla, aunque sea de manera fugaz. Sam Shepard, amigo personal y guionista de Paris, Texas, decía que “cuando Harry actúa, su cara es la historia del personaje, no tiene que explicarla”. Su figura espigada y desgarbada es una marca clara y reconocible; pero es la expresividad de su icónico rostro con lo que Harry Dean Stanton hace la diferencia: delgado, filoso, de ojos tristes y mirada cansada y desaliñada representa en muchos casos, la profunda identidad de una áspera, oscura y anónima vida en pequeñas comunidades dedicadas al trabajo de la tierra. Son sus largos silencios los que hablan, y la (in)movilidad de sus músculos faciales anteponen distancia y frialdad: el relato no se detiene sino que avanza “hacia adentro”, es decir que el espectador es interpelado emocionalmente.

“Si Paris, Texas fuera lo último que hiciera, igual sería feliz”

Luego de algunas décadas realizando apariciones fugaces o menores, la expresiva presencia de Harry Dean Stanton se volvió reconocible en la pantalla grande. A partir de finales de los ‘60 comenzaron a sucederse una serie de participaciones cinematográficas que ayudaron a una sigilosa expansión de la figura que sería quince años más tarde: junto a Paul Newman en La leyenda del indomable (1967), como pistolero en Pat Garrett and Billy the Kid (1973), perdido en el exuberante reparto de El padrino II (1974) o ya más expuesto en Alien, el octavo pasajero (1979).

Paris, Texas fue rodada en los polvorientos desiertos de Texas en 1984 por Wim Wenders, aclamado director de la segunda oleada de lo que se dio en llamar Nuevo Cine Alemán. El guión es de Sam Sheperd, para quien los casi cinco años que le tomó escribirlo resultaron tortuosos: es por este motivo que le fue ofrecido el papel protagónico del filme, y por esto mismo también es que rechazó tal oferta. En su lugar, sugirió el nombre de su compañero de tragos. A Shepard no le preocupaba que Stanton nunca hubiera hecho un protagónico, pero Wenders redobló su trabajo en la contención y motivación del protagonista de su filme, debido a las obvias y hasta necesarias incertidumbres e inseguridades, dado desafío semejante para un veterano actor.

Para Wenders, en la piel de Travis Henderson “Harry quiso ser vulnerable y dejarnos ver al interior de su alma. Él es frágil y vulnerable, y es raro tener un protagonista que esté dispuesto a abrirse tanto. Creo que Harry llegó a los corazones de mucha gente porque se atrevió a ser frágil”. La interpretación más importante de la carrera de Harry Dean Stanton resultó entonces hacer un poco de sí mismo. Al respecto de cómo fue el proceso creativo que lo llevó a componer a un hombre lacónico, enigmático, amnésico y obstinado a la vez, “no hubo tal preparación, si total iba a ser un personaje que no decía una palabra en media hora de metraje”.

Así, armado de miedos y ansias de redención, Travis recorre durante interminables kilómetros áridos escenarios, planteando un enigma que el espectador irá desentramando con las pistas que nos dan su tristeza y su soledad infinitas, y expone al espectador ante la incertidumbre de lo inmenso e inabarcable que lo rodea, fundiendo su rostro con un paisaje que le es absolutamente familiar al hombre que le pone el cuerpo al personaje. La guitarra arenosa y blusera de Ry Cooder terminan de pintar ese panorama rural guiado por el rostro de Travis.

Finalmente, todas esas sensaciones mutan hacia una definición que puede ser entendida como pasivo agresiva, pero que concluye revelándose desinteresada y llena de amor verdadero: el contrapunto que construye Harry Dean Stanton con Nastasja Kinski en un espacio que los separa visualmente y los une por la voz, pero fundamentalmente por una pasada vida en común que los hace reconocerse en la propia historia, componen uno de los momentos más bello en el cine de los últimos tiempos. Es cierto que el cierre de la historia en Paris, Texas no es el que quería Stanton, pero aquí es donde Wenders-Shepard se erigen con la razón. 

La vida después del éxito

Paris, Texas catapultó a Harry Dean Stanton, pero no a la masividad y al éxito, sino al estatus de artista de culto. En verdad, el éxito artístico en su debut como protagonista le aseguró una serie de nuevos papeles secundarios: un experimentado ladrón de autos que le enseña los gajes del oficio a Emilio Estévez bajo las órdenes de Alex Cox en Repo Man (1984), la también ochentosa y adolescente Pretty in pink (1986) o el cameo en La última tentación de Cristo (1988) de Martin Scorsese, donde encarna al apóstol San Pablo predicando la palabra de su amigo.

Aunque probablemente, lo más significativo que le granjeó esta segunda etapa en su carrera como actor a Harry Dean Stanton haya sido su relación creativa con David Lynch. A pesar de que Stanton se negó a interpretar a Frank Booth (lo cual finalmente hizo Dennis Hopper) en Blue Velvet (1986) debido a la intensidad emocional destructiva que le representaba encarnar a un oscuro, perverso y sádico psicópata, esta negativa no impidió el desarrollo de una serie de colaboraciones con el director de Missoula, Montana. Primero siendo brutalmente torturado en un breve cameo en Corazón salvaje (1990), luego un anciano decadente y malhumorado pero sensato que regentea un lote con remolques/casas para esos desplazados del sueño americano en la precuela Twin Peaks: Fuego camina conmigo (1992, luego retomado en la recientemente finalizada tercera temporada de TP), o participar como protagonista en la adorable última escena de Una historia sencilla (1999), componiendo junto a Richard Farnsworth un momento único, mágico y emotivo.  

La verdad está en la canción

¿Qué le pasó a Harry Dean Stanton? ¿Qué pena lleva dentro? Son las preguntas disparadoras que plantea el documental biográfico Partly fiction (2012). Lo cierto es que a la vuelta de su servicio en la Armada de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial (fue parte en la Batalla de Okinawa), el joven Harry estudió periodismo en la universidad la cual abandonó para empezar a aprender actuación en 1949. Stanton finalmente recaló como actor, pero sus ambiciones en realidad eran las de ser escritor y músico. El hecho de que su actividad principal haya sido la actuación, no le impidió retomar su amor por la música.

Netamente influenciado por Bob Dylan, de quien llegó a ser un gran amigo, encabezó su propio grupo de country llamado The Harry Dean Stanton Band. Armado de su guitarra y armónica, y una voz triste y roída tanto por el alcohol y el tabaco, como también por los golpes de la existencia misma, Harry Dean Stanton desnuda su alma con composiciones country y folk que evocan de los recuerdos de una juventud perdida, que se lamentan por el amor que no pudo ser, y que comienzan a prepararse para enfrentar a la muerte en soledad. Dulzura, sensibilidad, y una torturada masculinidad expresada en una voz poética tan propia como fascinante, en un puñado de grabaciones recopiladas como soundtrack de Partly fiction.

El final del camino es un recuerdo permanente

Como una especie de guiño a su público, el culto a Harry Dean Stanton deja una cinta póstuma, a estrenarse el 29 de septiembre en los Estados Unidos: Lucky de John Carroll Lynch es precisamente una especie de biopic sobre la vida y obra de un secundario devenido en protagonista, un nonagenario dispuesto a emprender el último viaje espiritual de su vida: «si el papel me gusta, no me interesa si lo que hago va a ser mucho o poco. No hay personajes pequeños. Lo que sí hay son actores pequeños».                  

 

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