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Por Leandro Germán
Cuando yo estaba en séptimo grado de la primaria sabía a quién votaba cada uno de mis docentes. Hice la primaria entre 1981 y 1987 en la escuela número 11, distrito escolar 20, «Emilio von Behring», en Mataderos. En 1987 tenía (por fuera de las materias especiales) tres docentes: la señorita Nidia, Simoncelli y Marta Erdman (no recuerdo si Marta era con hache o sin hache ni si Erdman era con una o dos enes al final). Simoncelli era varón: a los varones (Simoncelli, Di Netti) se los llamaba por el apellido, no por el nombre. La única docente mujer que no era llamada por su nombre sino por su apellido era Marta Erdman, a la que tampoco se llamaba «señorita» aunque, en sentido estricto, lo fuese: era soltera. Marta Erdman, catamarqueña, era y sigue siendo una institución del colegio. Aún hoy, treinta años después, uno pasa por la puerta del colegio, se pone a charlar con el portero y éste, aunque no la haya conocido, sabe quién fue Marta Erdman.
1987 fue un año electoral y yo sabía que los tres votaban al radicalismo. Recuerdo la mañana del lunes 7 de septiembre, un día después de que Cafiero le ganara la gobernación de la provincia de Buenos Aires a Casella. «No me hablen de política», dijo sonriente la señorita Nidia. A Simoncelli directamente empezamos a cargarlo. Éramos todos pibes de doce o trece años que, a pesar de la edad o precisamente debido a ella, vivían la política con absoluta naturalidad. Ninguno de los tres (ni Simoncelli, ni Marta Erdman ni la señorita Nidia) adhería a los paros docentes pero, cuando había paro general, no les quedaba otra porque no había transporte. La «grieta» de entonces la generaban los paros generales de Ubaldini. La mayoría de los docentes era radical, pero la directora del colegio, Lola Nassif de Leiva, era peronista y además estaba ligada al peronismo de Mataderos. Eso me lo contaron mis viejos, que formaban parte de la asociación cooperadora. Fue por eso que yo tuve, durante los años que estudié en ese colegio, la fantasía de que Ubaldini (que además había hecho la primaria allí mismo, en el mismo colegio que yo) se apareciera un día con su campera de cuero en alguno de los actos en los que se celebraba el aniversario del colegio. Me quedé con las ganas.
En abril de 1987 tuvo lugar el primer levantamiento carapintada, el de Semana Santa. Los docentes ni nos hablaron del tema. En una reunión de padres, poco después, mi vieja se lo reprochó. No hablaron de Semana Santa pero sí de su consecuencia, la Obediencia Debida. La señorita Nidia era radical y su hijo, un año mayor que nosotros, había ingresado ese mismo año al Liceo Militar. La señorita Nidia nos dijo que ella estaba de acuerdo con la ley de Obediencia Debida, que no era lo mismo haber dado una orden que haberla cumplido. Yo levanté la mano y le dije que a mí la ley de Obediencia Debida me parecía mal. No recuerdo qué argumentos esgrimí, si es que esgrimí alguno: seguramente los que había escuchado en mi casa o en la televisión. El recuerdo es ambivalente: la señorita Nidia estaba defendiendo una aberración pero, al mismo tiempo, fue muy respetuosa con quienes disentíamos. Atesoro ese recuerdo y el de mi vieja contándome que en la reunión de padres había pedido que en el colegio se hablara de política..
La política en los colegios y entre los adolescentes es un tabú. En 1990 el canal 9 de Romay puso al aire el programa Socorro, quinto año. Fue el debut en televisión de actores como Fabián Vena, Laura Novoa y Adriana Salonia, vinculada familiarmente al entonces ministro de Educación de Menem, Antonio Salonia. En Socorro, quinto año se hablaba abiertamente de política. Y de política partidaria. Fabián Vena interpretaba a un militante o simpatizante del MAS. Walter Quiroz hacía de un pibe medio cheto que defendía las políticas de Menem. No era, claramente, el personaje con el que se buscaba que el público empatizara, pero aún así conservaba su dignidad: no era un personaje estereotipado. Norman Briski encarnaba a un profesor de Historia canchero y revisionista que le tiraba mierda a Mitre y a la Guerra del Paraguay. El programa lo escribía Rodolfo Ledo. Las protestas ante un programa tan desenfadadamente politizado no se hicieron esperar. Romay terminó cediendo y reemplazó a Ledo por Abel Santa Cruz, que terminó transformando al programa en una telenovela adolescente como su contemporánea Clave de sol o como Montaña rusa, que llegaría tres años después.
Creo que la política es como la sexualidad. A ambas hay que vivirlas libremente. Ninguna de las dos puede ser un tabú. Vivir la política o la sexualidad como un tabú tiene, a la larga, consecuencias. Y creo que los colegios son excelentes lugares para aprender a vivir la política y la sexualidad sin tabúes y con libertad.
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